Retiro lo escrito

Un gran éxito

Dale bebida al sediento, dale comida al hambriento, dale esperanza al desesperanzado y suscribe la peculiar lectura de los últimos datos sobre el empleo que perpetra el Gobierno: el fin de la recesión económica está cerca. Muchos sugieren o defienden esta práctica como un acto de caridad evangélica. Hay que animar a la gente. Quizás sea meritorio animar a la gente en un velatorio, pero a los ciudadanos se les debe tratar con respeto, es decir, como personas adultas y más o menos racionales. En realidad si se dispara toda esta trompetería política y periodística sobre las exitosas cifras de (des)empleo es porque le conviene a casi todo el mundo: a los gobiernos, a las patronales, a los sindicatos, a los grandes grupos de comunicación de las diversas Españas. La cosa está todavía muy mal, hijos míos, pero se está revertiendo la tendencia y allá, en lontananza,  nos espera la prosperidad y el pleno empleo…
Lo mejor sería esperar los datos de la EPA. Según el Ministerio de Trabajo han disminuido en unos 127.000 el número de desempleados, entendiendo como tales los ciudadanos registrados en las oficinas públicas. Pero, curiosamente, no aumentan, sino que siguen decreciendo si se desestacionalizan los datos, los afiliados a la Seguridad Social, y ese resulta el baremo para conocer la calidad y cantidad del empleo creado (633.000 afiliados menos en los últimos doce meses). Cualquier técnico le explicará en una esquina, a cambio de la voluntad o medio de choped, las razones de esta asimetría. Los ciudadanos dejan las oficinas de los servicios públicos de desempleo porque se les agota la prestación, porque están hartos de realizar cursillos que no sirven para nada, porque han encontrado un currelo en la economía sumergida o porque han abandonado el país. La media de afiliados en los seis primeros meses de 2012 fue de 16.950.000 personas; la media de afiliados en el primer semestre del presente 2013 no llega a 16.252.000.  En Canarias el número de desempleados registrados bajó en 3.308 personas, pero la Seguridad Social perdió 919 afiliados el pasado junio.
Es imposible adivinar lo que debemos celebrar con estas cifras espeluznantes. ¿Es una dicha indescriptible que disminuya la presión asistencial en la red pública de oficinas de desempleo? ¿Debemos agradecer al Gobierno central – y a sus homólogos autonómicos – que vista su patética incapacidad para acabar con este infierno social, tan arduamente apuntalado por restricciones presupuestarias y normativas tarugas,  estén aplicando brillantemente su talento y energías en una incesante y miserable campaña publicitaria?  Tal vez en el fondo sea comprensible que el Gobierno entienda como un éxito que los ciudadanos abandonen la administración y se inclinen por la postración silenciosa o el darwinismo de alcantarilla antes de exigirle más cuentas y menos cuentos.

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Ya basta

Asombrosamente (o no) la reunión del Consejo de Política Fiscal Económica celebrado la pasada semana bajo la presidencia del ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, no ha merecido demasiados comentarios públicos en Canarias. Quizás porque, de la misma manera que no se considera piadoso hablar de enfermedades delante de un desahuciado, no parece conveniente referirse al terrorífico palo recibido por la Comunidad canaria, que junto a Cataluña, Andalucía y Asturias votó negativamente a la propuesta de Montoro. Inútilmente. La relajación del esfuerzo fiscal concedido por Bruselas se la reserva el Estado al 75%, mientras las comunidades autonómicas deberán pasar del 1,7%  del PIB – conseguido en Canarias a cambio de sucesivos serruchazos con un impacto terrible en los servicios públicos y asistenciales – a un 1,3%. Ni un respiro. Estas cuatro décimas porcentuales pueden significar unos 300 millones de euros más de recortes en el gasto público autonómico. Unos 300 millones menos en una coyuntura en el que los servicios públicos sanitarios y educativos han llegado al límite severo de su sostenibilidad financiera y comienzan a emitir señales de implosión operativa y organizativa. Por supuesto han volado por los aires los vagos ensueños de financiar determinadas carreteras, poner en funcionamiento ciertos hospitales o dotar financieramente la llamada Estrategia contra la Pobreza y la Exclusión Social, una fantasía burocrática que Inés Rojas ya puede dejar de tartamudear, porque no hay perras ni para pagar el papel en el que ese estúpido galimatías  está impreso.
Esta catástrofe ha dejado impávido al presidente del Gobierno regional, Paulino Rivero, que apenas tres días más tarde blogueó casi estentóreamente que ya comienza a columbrarse el final de la crisis económica y que – por supuesto – Canarias empezará a recuperarse en los próximos meses y antes incluso que la Península, según reza uno de sus mantras predilectos. Rivero conoce perfectamente lo ocurrido en el Consejo de Política Financiera y Fiscal y sus consecuencias. Lleva años anunciando una milagrosa recuperación económica y la creación de cientos, miles, decenas de miles de puestos de trabajo a través de una pinturera geometría de titulares, reuniones, discursos y planes nigrománticos. Yo creo que ya está bien, que ya es más que suficiente. ¿De veras cree que los sindicatos, las patronales, los grupos parlamentarios, las universidades, los periodistas, las asociaciones de vecinos, las organizaciones no gubernamentales, los funcionarios y, sobre todo, los 300.000 desempleados de este Archipiélago somos idiotas congénitos? ¿Dos millones y pico de tarados irremediables utilizados como un frontón sobre el que rebotar una y otra vez ocurrencias egomaniacas cada vez más grotescas, más groseras, más insultantes? Déjelo ya, presidente. Deje de tomarnos por estúpidos dignos de burla  una y otra vez.

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El chantaje a un trilero

En un artículo olvidado el maestro Azorín describía la mínima actividad mental de don Lorenzo Arrazola, un político de mediados del siglo XIX que llegó a ser jefe del Gobierno. “Don Lorenzo Arrazola”, escribía el maestro, “es presidente del Consejo de Mnistros; en España no es muy difícil llegar a ser presidente del Consejo de Ministros”. Claro que no. Hasta hace poco un magnífico ejemplo de tan alta accesibilidad era José Luis Rodríguez Zapatero; pero hay que reconocer que Mariano Rajoy lo ha superado. Ambos son muy similares. Individuos que muy pronto abandonaron una profesión y antes de los treinta años ya estaban escalando puestos en las jerarquías de sus respectivas organizaciones políticas. Ambos son, en definitiva, productos quintaesenciados de los procesos de selección de élites dominantes en el ecosistema político español. Mariano Rajoy descuella porque ha hecho  de la insignificancia una orfebrería. Rajoy está construido básicamente con nada. Carece de carisma, jamás se le ha escuchado nada vagamente parecido a un proyecto político, es un orador mediocre y goza de la empatía emocional de un ficus. En los últimos años ha proferido un notable volumen de estupideces, incoherencias y falsedades y ni siquiera eso lo ha humanizado un fisco.  Cualquiera ha visto gatos de escayola capaces de proyectar más autoridad, inteligencia y capacidad política. La estrategia de su carrera política ha consistido no en cosechar éxitos, sino en evitar los errores. Así que ayer, al contestar a los periodistas sobre la prisión de Bárcenas, y después de titubear como un mocoso, se acogió a una forma retórica mínima, “el PP colaborará con la Justicia y esperamos que se actúe con la máxima celeridad”. O algo así. Lo importante, de nuevo, no era proporcionar una respuesta, sino evitar pronunciar un nombre.
Durante veinte años Luis Bárcenas gestionó las finanzas del PP. No fue un asteroide que se incrustó accidentalmente en el partido.  Todos y cada uno de los responsables de las finanzas de la organización (Ángel Sánchez, Rosendo Naseiro, Álvaro Lapuerta) han sido imputados por casos de corrupción. Bárcenas estaba ahí, metido en la pomada y oteando la gusanera, desde principios de los noventa, pero fue Mariano Rajoy y nadie más quien en 2008 lo designó tesorero. Fue Mariano Rajoy, y nadie más, quien permitió que Bárcenas siguiera cobrando un sueldazo del PP hasta principios de este año de gracia de 2013, aunque las negociaciones con el interesado las llevara la secretaria general, María Dolores de Cospedal. Es inverosímil, aun más, es democráticamente intolerable que Rajoy pretende presentarse  –si quiera implícitamente – como un líder honesto sorprendido en su buena fé por un subordinado venal. Entre otras razones porque el presidente del Gobierno, mientras fue líder de la oposición y presidente del grupo parlamentario del PP, también recibió un abultado sobresueldo del partido.
Luis Bárcenas dispone de más de cuarenta millones de euros en Suiza. Ha publicado parcialmente ingresos ilegales en el partido y muchos dirigentes del PP se han visto obligados a reconocer que recibían sobresueldos. Todos los indicios apuntan a una trama de corrupción generalizada por la que el PP —entre otras cosas – corrompía a sus propios mandatarios como mecanismo de sumisión al líder y cohesión organizativa. Ni siquiera la entrada en prisión de Bárcenas distrae a Rajoy de barbotear vergonzosas necedades. En 2009 el presidente del Gobierno aseveró que estaba seguro que “nadie podrá demostrar que Bárcenas no era inocente”. Lean atentamente: no aseguró que lo fuera, solo que nadie podría demostrar su culpabilidad. Esta son las prudencias en las que se solaza Rajoy y con los que desafía a la opinión pública: los tontos trabalenguas de un trilero. Una democracia parlamentaria no puede soportar la sospecha asfixiante de que el presidente del Gobierno está siendo chantajeado por un delincuente.

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Hacerse un Soria

Pues no hay ninguna moción de censura en ciernes contra Paulino Rivero, sino apenas un comentario de José Manuel Soria quien, tan sorianamente como siempre,  afirmó en una entrevista televisiva que varios diputados de CC se habían aproximado al PP para brindarle su voto en una censura parlamentaria al presidente. Soriano no precisó cuantas señorías le fueron a llorar con el cuchillo edípico en la mano. Por lo menos serían necesarios diez si pretendieran descabalgar a Rivero. Vamos, una maliciosa tontería del ministro de Industria. Todavía es más tonto relacionar esto con la trifulca intestina de Coalición Canaria en La Palma entre marquesotes de API y rapaduras de Ican, que no es sino el subproducto de la pérdida de poder municipal de los nacionalinsularistas palmeros y el cansancio irritado ante el interminable minué que bailan Antonio Castro y José Luis Perestelo pisándose todo lo que pueden y más. No habrá moción de censura en la segunda parte de la legislatura autonómica. Es mucho más probable – simplemente probable – una situación agónica – es decir, más agónica todavía – de gobierno en minoría.
Una facción minoritaria pero en auge en la dirección regional del PSOE promueve – o intenta promover – el abandono del Gobierno autonómico antes de fin de año, calcando la jugada que realizó Soria durante el anterior mandato. Suponen –acertadamente – que la situación económica y social, en el mejor de los casos, no mejorará sustancialmente hasta la primavera del 2015. Hacerse un Soria  –como lo llaman los graciosos – sería la estrategia más inteligente para usufructuar hasta el penúltimo instante las rentas de su participación en el Ejecutivo y al mismo tiempo no verse arrastrado por el rechazo crítico de una ciudadanía harta, asqueada y entrampada. El PSOE, además, cuenta con un conjunto de alianzas con CC en ayuntamientos y cabildos – al contrario de lo que le ocurría al PP en 2009 – que podría mantener, llegado el caso, o modificar en convivencia con los conservadores. Se trataría en realidad del comienzo del fin de una situación que ha caracterizado el ecosistema político canario desde 1993: esa posición de centralidad de Coalición Canaria que le ha permitido conservar la Presidencia ininterrumpidamente y elegir socio de gobierno. Este privilegio, a partir de 2015, quedará finiquitado, independientemente de que los coalicioneros consigan ser (o no) la primera fuerza parlamentaria de la región.

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Becas y tetas

La ociosa pregunta habitual de para qué sirve el periodismo la ha contestado una redactora de ABC y tertuliana frecuente de la COPE, que explicó hace unos días que mucha protesta por el nuevo sistema de becas que pretende imponer el ministro de Educación, rojos y masonazos, pero que ella sabía de buena fuente que hay alumnas que utilizan el dinero de su beca para operarse las tetas. Aunque la periodista no lo precisó, cabe suponer que el objetivo de dichas operaciones quirúrgicas consistió en aumentar el volumen, porque una reducción mamaria deviene incompatible con el enriquecimiento intelectual, tal y como demuestra Pamela Anderson, insigne becaria de la playa, como lo es Eustasio López. Por supuesto, a la compañera la han lapidado en las redes sociales. Tanta hipocresía abruma, porque a ver quién no se ha operado las tetas en este país gracias a un manirroto Estado de Bienestar. Todos los grandes empresarios canarios, por ejemplo, han utilizado las subvenciones o la Reserva de Inversiones para operarse tetas y glúteos y maximizar así la igualdad de oportunidades. Ya está tardando el presidente Paulino Rivero en incluir en su blog una entrada flamígera sobre el maltrato de las tetas y culos canarios en los presupuestos generales del Estado. No queremos tetas por antojo –debería subrayar el presidente – sino las tetas que nos corresponden por justicia. Ni una mamella más ni una menos.
La periodista, que ha pedido respeto para su esclarecedora afirmación,  ha demostrado que el periodismo, actualmente, sirve para distraer al personal. Tuve un director que defendía que los periodistas eran porteras con bachillerato y que sin ciertas reglas el periodismo se reducía a un vocinglero patio de vecindad. La regla principal consistía en el respeto a los hechos, una ridiculez al que cualquier usuario de twitter le saca diez ingeniosos aforismos en cinco minutos. Finalmente estamos en un país en el que los dirigentes del partido del gobierno vacían las arcas de su organización – alimentadas mayoritariamente con dinero público – para pagarse sobresueldos escandalosos, pero en el que las becas son sospechosas de terminar materializadas en pezones de diseño. Mientras tanto Wert y compañía siguen adelante, entre débiles protestas, en su carrera hacia una universidad en la que el Estado siga aportando el 70% de los costes educativos, pero en la que las clases medias y trabajadoras se retiren para siempre jamás y la democratización de la enseñanza superior, así como la movilidad social, arda en el fuego de los aspiraciones rotas de las próximas generaciones de españoles, golfetes, que ni para tetas van a tener.

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