Impunemente romántico

Verán, existe una engreída arrogancia instalada en una percepción de infinita impunidad y es la que hunde sus raíces en el dinero. No en la ocupación de un cargo público, no en la acumulación de títulos académicos o de oposiciones ganadas que adonan las paredes como trofeos de caza, sino lisa y llanamente en la pasta. En muchísima pasta. La pasta significa la evidencia empírica del éxito y el éxito siempre es merecido: si son ricos es porque son más inteligentes, más listos, trabajan más duramente, han salido libar las preciosas flores de la vida. Y una vez que has alcanzado una riqueza más o menos apabullante a ver quién te tose. Si los muy ricos se sienten invulnerables es porque lo son. Especialmente en comunidades chiquitas – digamos una pequeña isla en el Atlántico – donde los intereses políticos, empresariales y profesionales se entrecruzan fraternalmente y los riquísimos mandan – aunque no siempre gobiernan – sin mayores reservas, resistencias o reproches desde que los primeros invertebrados llegaron flotando a las costas del archipiélago.
Hace algunas semanas un exdirigente del PP, universalmente conocido por sus groserías, burradas y demás  excesos verbales, consiguió un minuto de gloria mediática nacional llamando a Madina “el cojito de ETA”. Pero si en el ámbito político isleño puede detectarse a un prócer singularmente aficionado a la impertinencia hiriente y a la retórica de la grosería jactanciosa es don Miguel Cabrera Pérez-Camacho, egregio abogado y diputado regional del Partido Popular. Una retórica de la grosería que es transformada por sus palmeros y por su misma señoría en una suprema expresión de sinceridad acrisolada. La ordinariez petulante queda elevada a prueba inequívoca de una irrestricta libertad personal. El señor Cabrera Pérez-Camacho suele ufanarse de esa independencia y no oculta la relación directa entre su autonomía personal y su patrimonio.  Cabe sospechar que idéntica relación existe entre sus intolerables hemorragias verbales y su elevada posición social. Ayer mismo, en el Parlamento de Canarias, y mientras se discutía un asunto tan complejo como ajeno a su salerosa ocurrencia  –la nueva ley de la agencia tributaria canaria – don Miguel Cabrera lanzó una de sus floridas vulgaridades contra la directora del Instituto Canario de Igualdad, Elena Máñez, de la que dijo que era evidente que “jamás había disfrutado de una cena romántica”.
Nadie contestó a esta nueva y pringosa chuminada del diputado conservador. Quizás porque nadie conoce las virtudes trascendentales de una cena romántica. ¿Puede mejorar el funcionamiento de un organismo público? ¿Una cenita romántica, con champán y velitas para dos, podría  dulcificar las relaciones entre el director de un despacho de abogados especializado en derecho tributario y un fiscal que ha encontrado indicios de delitos fiscales?

Publicado el por Alfonso González Jerez en Retiro lo escrito ¿Qué opinas?

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