Juan Tomas Ávila

He respirado con alivio: Juan Tomás Ávila Laurel anunció hace pocas horas que abandonaba la huelga de hambre que mantenía, desde la semana pasada, contra la dictadura de Teodoro Obiang en Guinea Ecuatorial. Conocí personalmente a Juan Tomás Ávila Laurel en el Salón Internacional del Libro Africano que se celebró el pasado septiembre en Puerto de la Cruz. Antes lo había leído: un escritor de cuarenta y pocos años que practica una prosa arborescente en la que se posan negros pájaros de amargura y cacatúas jocosas que te arrastran hasta la risa y, a veces, la carcajada. En novelas como Nadie tiene buena fama en este país, Avión de ricos, ladrón de cerdos o Arde el monte de noche encuentras páginas de estremecido horror o brochazos de un humor absurdo y desquiciante. Aunque viaja con cierta frecuencia Ávila Laurel vive habitualmente en Malabo, y allá, en su humilde casa, es incapaz de callar la boca ante el despotismo feroz, el robo sistemático y la profunda miseria moral que caracterizan al régimen dictatorial de Obiang, una bestezuela repulsiva. Mantiene abierto un blog y ha escrito libros como El derecho de pernada, que desnuda la realidad política guineana con un desparpajo asombroso y desde un burbujeante escepticismo que no le invita al silencio. De manera que lo primero que le pregunté fue muy sencillo:
–¿Cómo es que estás vivo?
–Bueno, no sé. Escribo y digo lo que tengo que escribir y decir. No sé – se encogió de hombros, como si la cosa no fuera con él-. Pregúntale a la policía.
Ávila Laurel no se inviste de ninguna autoridad intelectual ni se considera la cariátide moral de ningún movimiento de protesta. Simplemente toma la palabra como un guineano asqueado por la mascarada grotesca de una dictadura empecinada en destrozar el país y que reclama su derecho a la ciudadanía, a la mayoría de edad política, a una vida digna de ser vivida.
–¿Cómo no vas a contar lo que ves y lo que escuchas cada día? Es una estupidez. ¿Cómo voy a hablar de lo que sucede en otras partes y no contar lo que ocurre en Guinea? Yo no puedo. Lo que puedan hacerme es minúsculo comparado con lo que nos hacen a los guineanos todos los días, desde que sale el sol hasta que se opone.
Juan Tomás ha dejado la huelga de hambre, pero no se estará quieto. Ni callado. En ese hombre de hablar atropellado, espontáneo e hilarante, como en otros muchos millones de todo el continente, y no solo en Angel, en Egipto o en Libia, está una parte incandescente de la esperanza en el futuro de África.

Publicado el por Alfonso González Jerez en General ¿Qué opinas?

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