Sneg

Hace unos años paseaba por San Petersburgo disfrutando de una mañana hermosamente gris y en un instante el aire pareció detenerse y comenzaron a caer diminutas motas blancas del cielo. Tuve que convencerme que comenzaba a nevar, y como cualquier hijo subtropical esperé emocionado el espectáculo. Pero un anciano se detuvo a mi altura y con expresión de nerviosismo alzo un poco los brazos y dijo, como una maldición:

Sneg.

Los viejos recibían las heladas y las nevadas como un peligro existencial. Enfermaban en habitaciones con una deficiente calefacción y resbalaban en el hielo y se rompían las piernas o la espalda con macabra frecuencia. La nieve no era un hermoso espectáculo, sino una amenaza a su integridad física, un frio recordatorio de que quizás no llegarían a la próxima primavera. La nieve, en resumen, era un puñetero asco, y su llegada una pésima noticia. El viejo, a mi lado, se encasquetó mejor el gorro y muy cuidadosamente aceleró el paso.

En el pasado las campañas electorales se me antojaban trifulcas emocionantes. Ahí estaban los partidos y sus líderes  emborrachándonos con sus propuestas energizantes en la fiesta de la democracia y dejando un reguero de anécdotas y chascarrillos maravillosos. Pero hoy, cuando empiezan las asambleas y los mítines, me calo el gorro hasta las orejas, como el viejo ruso temeroso, y solo intento sobrevivir hasta el próximo verano, cuando ya se hayan repartido el botín de guerra – los presupuestos y las administraciones públicas – y empiecen inmediatamente las siguientes campañas. Porque  me parece muy poco discutible que llevamos cuatro largos años instalados en una campaña política interminable, planteada por el Gobierno autonómico como una necesidad para su legitimación cotidiana, su cohesión y su imagen reputacional. Entiendo que muchos cargos gubernamentales y de la mayoría parlamentaria no quieran verlo, como el pez en la plácida pecera no ve el agua, pero jamás un Ejecutivo como el presidido por Ángel Víctor Torre se ha dedicado tan intensa y continuadamente a exaltarse a sí mismo, a cantarse como un gestor insuperable, a dar campanadas con los fondos económicos que vienen o dicen que vienen de Madrid o de Bruselas, a presumir entre fanfarrias wagnerianas de cada dato positivo como de un milagro propiciado por una Liga de la Justicia que encontró una Canarias al borde de la inanición y la ha transformado en un edén donde manan la leche y la miel. Un gobierno como espectador extasiado de sí mismo. Un gobierno que en circunstancias excepcionales no movió un dedo para alcanzar acuerdos con la oposición, y una oposición que, en cambio, a veces fue responsable, pero otras decididamente idiota a la hora de consensuar y rubricar con su voto planes y leyes pintipiradas a mayor gloria del cuatripartito. Pero también un gobierno que se ha abstenido cuidadosamente de cualquier reforma en profundidad de las administraciones públicas, de los servicios educativos y sanitarios, de la fiscalidad, de las estructuras e instrumentos empresariales que aumentan el precariado, la pauperización de las clases medias, la marginación laboral de los jóvenes y una brutal desigualdad.

Francamente no sé qué más campaña puede hace el Gobierno y los cuatro partidos que lo han sostenido. Como no se monten una edición particular de Firsts Dates, con cenas picaronas con Torres, Román Rodríguez o Noemí Santana. Yo me pido una mariscada con Casimiro Curbelo. En caso de indigestión nos atienden en el hospital público más cercano saltándonos cualquier lista. ¿Y la oposición? Es la alternativa, dicen los pobres. Que gobiernen ellos es la mejor garantía de que no gobiernen los otros. Una oferta irresistible. Sneg. Aprieten los dientes. No dejará de caer.

Publicado el por Alfonso González Jerez en Retiro lo escrito ¿Qué opinas?

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