Solamente un poeta

 

Yo no creo que Arturo Maccanti fuera otra cosa que poeta. Todo lo demás era dolor agónico, resignación malherida, memorias de sombras y sueños. Únicamente en la luz de la poesía tenía su alma amparo. No digo que se sintiera feliz escribiendo versos y prosas, pero ahí, en la balbuceante palabra no macillada por nadie, existíay se identificaba con un sentido de inmanencia. Siempre recuerdo de Maccanti su mirada triste incluso en medio del intento de una broma. Tenía la marca de un exilio en su propio aliento. Y su lugar de exilio – a veces dulce amargura y otras atrocidad insondable — fue la vida.
Como todo exiliado nunca llegó a entender del todo el extraño sitio que le deparó el destino. No lo entendía ni para resolver papeleo burócratico, ni para gestionarse una pensión, ni para mantener relaciones pacíficas con los bancos o evitar complicidades o enemistades con gente que ni le había leído ni le importaba un carajo su poesía. Sí, Maccanti fue, en expresión de Machado, alguien bueno en el buen sentido de la palabra, pero a veces se refugiaba en la bondad como en un castillo en ruinas, simplemente, para que lo dejasen en paz o con el objeto de no tomar decisiones. Detestaba la teorización y las poéticas. No las entendía o, para ser más preciso, no le interesaban. La poesía solo se explica por sí misma y el poema no quiere decir nada: simplemente dice.  En Maccanti este decir es una forma de éxtasis alertado por la pérdida que supuso esa cosa atrabilaria y feroz, la crueldad de la vida y la fugacidad de todo lo hermoso. Como si el mundo entero muriera mucho antes que nosotros, pobres supervivientes de una felicidad apenas entrevista, apenas gozada, apenas el eco del eco de un resplandor que Maccanti alumbra con una extraña y emocionante sensualidad, sabia e inocente al mismo tiempo.
El pasado jueves murió en la cama de un hospital  uno de los últimos grandes poetas de Canarias, imbricado secreta pero activísimamente en una tradición que conocía muy bien y prolongó en una personalidad lírica excepcional. Muy pocos lo saben pero yo no lo lamentaría. La poesía de verdad, la poesía de Arturo Maccanti por ejemplo, está así a salvo de la asquerosa chabacanería  que nos asfixia en este exilio compartido en el que chapoteamos a diario y donde la palabra ya no es más que una pobre puta malpagada.

Publicado el por Alfonso González Jerez en Retiro lo escrito ¿Qué opinas?

Deja un comentario