Cabildo de Tenerife

Querido Carlitos

Nos llena de orgullo y satisfacción –igualito que si fuéramos borbones – recibir tu carta pepitoria, aunque también nos produce cierta desasosegante extrañeza. No solemos recibir cartas de individuos de más de diez años, pero después de un rato buscando en Internet información sobre Tenerife creemos entenderlo mejor. Tenerife, si no nos equivocamos demasiado, viene a ser una especie de burbuja temporal en el que ha quedado atrapado un modo de relación entre lo político y lo eclesiástico que beneficia publicitariamente, según la vieja alianza entre el Trono y el Altar, a ambas partes. Esta hipótesis quizás quede refrendada por tu reciente visita a un convento de monjas, al que, al parecer, llevaste una cesta de huevos para evitar que siguieran cayéndoles rayos cerca. Si no fuera mucho pedir, nos gustaría que en una carta posterior nos detallases cómo obra este prodigio, porque pese a nuestro enciclopédico conocimiento en materias ocultistas y nigrománticas, hemos sido incapaces de establecer un modelo que relacione causalmente las tortillas (sean francesas, sean españolas) con la meteorología.
Aún así, tu atenta misiva no deja de resultar curiosa. Primero, porque tendrás que reconocer, querido amiguito, que si la moda de algunos políticos de publicar cartas de denuncia, como José Miguel Bravo de Laguna — que este año nos ha vuelto a pedir un pijama — es muy rara, no lo es menos que un presidente del Cabildo, en 2013, les escriba una carta a los Reyes Magos de Oriente. Nosotros, muy honrados, pero la ocurrencia, para qué lo vamos a negar, apesta a naftalina. Hasta los más articulistas más viejunos evitan un recurso semejante. Y en segundo lugar, y te lo decimos como monarcas absolutos de un mágico reino de fantasía consumista,  lo que tú nos pides, el consenso, es lo que más abunda actualmente.  Que tú nos pidas consenso es como si un esquimal nos pidiera hielo picado. Ese acuerdo básico ya está ahí y es lo que se  come a las administraciones y lo que cada vez a más personas no les deja comer. El consenso generalizado que establece e impone férreamente recortes sociales, descensos salariales, precarización del empleo, aceptación de un desempleo estructural considerado como inevitable, patrimonialización de las administraciones públicas. Este consenso aplastante, así considerado, supone la desaparición de la política democrática. Lo que habría que pedir es, precisamente, un disenso. Una disidencia firme e inteligente, programática y autónoma. Si no es así, amiguito Carlos, la cosa se pondrá tan difícil que en muy pocos años o morimos bajo toneladas de cartas o no quedará nadie que nos escriba. Y francamente no sabemos qué sería peor. Atentamente Melchor, Gaspar y Baltasar.

Posdata:

Melchor. El mago de la barba blanca, eh. No vayamos a liarla más.

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Cambios

El comité insular del PSOE de Tenerife ha recordado en su última reunión a Aurelio Abreu, Pedro Martín y Ana Lupe Mora que deben abandonar uno de los dos cargos electivos que, hasta el momento, ostentan primorosamente. El factotum de los socialistas laguneros, Javier Abreu, quiso ir un poco más lejos – según su costumbre insuperable y carnívora afición – y reclamó también que Francisco Hernández Spínola optase entre el escaño regional o la Consejería de Presidencia y Justicia. No coló porque la segunda y más brillante poltrona no deriva de la votación de los ciudadanos. Para muchos fue una lástima. Hernández Spínola se ha convertido en uno de los dirigentes socialistas más detestados o despreciados por los militantes y cuadros del partido en Tenerife. Y tampoco puede recoger demasiadas flores en la UGT: el pasado fin de semana la mayoría de los oradores del Congreso Insular de la Unión General de Trabajadores se dedicaron a destriparlo según varias feroces técnicas charcuteras.  El comité del PSOE tinerfeño invocó (en buena hora) el acuerdo del Congreso Insular del pasado octubre: nada de dobletes.
Estas decisiones, con toda la salud democrática que insuflan en una organización política, suelen conllevar problemas internos. El principal, en este caso, lo representa Aurelio Abreu, senador, consejero del Cabildo de Tenerife y, gracias al acuerdo entre CC y PSOE, vicepresidente primero del mismo. Y lo es por varios motivos. El señor Abreu está imputado por un delito de prevaricación y malversación de caudales públicos y, muy probablemente, optará por continuar en la Cámara Alta y mantener así su condición de aforado. Se recordará, asimismo, que Ricardo Melchior ha anunciado su retirada de la corporación insular en los próximos meses, quizás a finales de septiembre o principios de octubre. En efecto: el pacto de gobierno en el Cabildo Insular está firmado entre Coalición Canaria y el PSC-PSOE, pero tiene un alto componente personal. Es un acuerdo conectado con el pacto autonómico que sostiene al Gobierno presidido por Paulino Rivero y vicepresidido por José Miguel Pérez, pero  alimentado, asimismo, por la incompatibilidad manifiesta entre Ricardo Melchior y Antonio Alarcó. La desaparición de Melchior y Abreu podría estimular nuevos acuerdos y desacuerdos y contribuir a la inestabilidad del Ejecutivo regional. Y más a largo plazo, la aplicación de la resolución congresual de los socialistas tinerfeños amerita la urgencia de barrer los restos de un pasado lamentable y pancista, reconstruir la organización y buscar nuevos métodos e instrumentos para seleccionar sus candidatos, su personal político, sus propios dirigentes.

 

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El caso de la Presidencia del Cabildo

No sé si lo han notado, pero cuando en Santa Cruz de Tenerife aprieta el calor, las chimeneas de la Refinería comienzan a expectorar grandes bocanadas de humo grisáceo y la antorcha que adorna sus instalaciones – un icono del olimpismo pulmonar de los chicharreros – chisporrotea con dramática y estólida alegría, como siguiendo el ritmo de una canción de Los Chinguitos. Afortunadamente enseguida nos lo explican todo:

–¿El humo? Ningún problema. ¿Por qué se presupone que el humo oscuro, acre y pestilente que sale de una Refinería de Petróleo es perjudicial para la salud? Eso es un prejuicio derivado del consumo excesivo de películas de ciencia ficción…Más comedia española, necesitamos más comedia española…
— ¿Y la antorcha?
— Es decorativa, simbólica en realidad. Ilumina nuestros sueños…
— Perdone pero, ¿por qué lleva esa mascarilla cubriéndole la nariz y la boca?
— Es que soy muy tímido. ¿Alguna pregunta más?

Después de comerme unos churros de pescado regados con unas garimbas en San Andrés, regresé a Santa Cruz a bordo de mi fotingo y víctima de oscuros presagios. Llevaba ya varias semanas pensando en cerrar mi agencia unipersonal de detectives privados. Esto – como ocurre con el resto de Canarias – ya no da más de sí. Comprobé que había tocado fondo cuando, a finales de abril, me visitó en mi destartalado despacho de Duggi un individuo mal afeitado, ojeroso y de mirada turbia que apenas me saludó.

–¿Usted es detective privado, no?
— Pues sí.
— Necesito un guardaespaldas.
–No es lo mismo.
–Me da igual. Tengo dos hijos, de siete y cinco años, y todos los días los voy a tener que llevar a los gorgoritos, en el Parque García Sanabria…
— ¿Y qué?
— Que no lo aguanto. Llevo años, lustros, soñando con matar al titiritero. Por supuesto, una muerte lenta y dolorosa. Incrustarle a Rosalinda en la tráquea, por ejemplo. Necesito que alguien me acompañe y me controle, porque no lo soporto un minuto más. Le puedo pagar la merienda después, y los pibes son muy tranquilos, se lo juro.
–¿Quiere usted contratarme como guardaespaldas del titiritero de Gorgorito a cambio de un bocadillo?
— No se pase. Compartimos pachanga y ya está.

En lontananza observé que la Refinería empezaba a vomitar humo negro, señal inequívoca de que se aproximaba una aplastante ola de calor. Suspiré, agotado por el pasado y el porvenir. Milagrosamente pude aparcar cerca de la plaza de San Fernando y tomé asiento en un banco. Entonces surgió, como de la nada, un sujeto moreno, de sienes plateadas y gafas caras, acompañado de una dama entre veraniega y otoñal adscrita a las tiendas de Punto Roma, pero con algún detalle atrevido, en su caso, un brazalete con la bandera española.
–Buenas tardes, buenas tardes. ¿Qué calor, no? Perdone que lo interrumpa. ¿Es usted el detective privado del despacho de la esquina o me equivoco?
— Por el momento no, no se equivoca.
— Permítame presentarme. Soy Antonio Alarcó.

La dama se le quedó mirando, aparentemente impresionada. El de las gafas se mantuvo en silencio, escrutándome. Juraría que esperaba un desvanecimiento por mi parte o que empezara a sonar una ópera de Wagner en medio de la plaza. Pero solo se escuchaba el monótono chirrido de los columpios infantiles.

–Antonio Alarcó. El doctor Alarcó. El senador Alarcó. El consejero del Cabildo Alarcó. Soy médico, pero también me he doctorado en Ciencias de la Información…
— No voto, estoy sano y no leo periódicos ni escucho la radio.
— Eso lo explica todo.
— ¿Qué explica?
— Que no me conozca. Pero no se preocupe, le enviaré una versión abreviada de mi currículo. Pregunte, pregunte…
–¿Cómo?
–¿Eh? Perdone, perdone sinceramente. Es la costumbre. Me acompaña una de nuestras consejeras, doña Belén Balfagón, que es matrona diplomada… Saluda, Belén, hija, no seas tímida…
–Holaaaaa, ¿qué tal?… Aquí hace calor, pero anda que en Samarkanda…
— Usted dirá…
–Gracias, guapa. Yo es que soy un hombre de equipo. Mire, necesitamos los servicios de un profesional. Un profesional eficaz y discreto como usted…
— ¿Para qué?
Alarcó miró a izquierda y derecha. Balfagón lo contemplaba arrobada. Bajó la voz y se acercó a mí.
–Queremos saber si Carlos Alonso está planeando romper el pacto que tiene suscrito CC con el PSOE en el Cabildo de Tenerife. No hay manera de averiguarlo. Alonso es impenetrable.
–Impenetrable — recalcó Balfagón.
–¿Y eso le preocupa?
–Es que ya yo tengo un pacto con los socialistas en el Cabildo prácticamente hecho…En cuanto se retire Ricardo Melchior…
— ¿Cuándo? – preguntó la consejera.

Eso es lo primero que intenté averiguar, después de aceptar el caso en nombre de mi cuenta corriente. Hablé con Melchior haciéndome pasar por un ingeniero nacido en la Selva Negra y aficionado a la lucha canaria y a los parques tecnológicos manifiestamente inútiles.

–Sí, desde luego, es mi último mandato. Me retiraré en septiembre. Bueno, quizás no. Creo que esperaré hasta finales de año. Aunque me apenaría no compartir el Año Nuevo con todos los empleados de Mercatenerife, como hago desde el siglo pasado…Huum…Quizás hasta la próxima primavera…Claro que, según el refranero bávaro, Die Feder ändert Blut…Quizás no sea el momento de tomar una decisión tan trascendental para Tenerife, Canarias y Europa…

Aurelio Abreu, senador y vicepresidente semisecreto del Cabildo Insular, no fue más clarificador:
–Estamos luchando por mantener el Estado de Bienestar en esta isla…
— Ya. ¿Pero usted se ve fuera del equipo de gobierno insular?
–Hombre, me refería al Estado de Bienestar de todos. El mío también.

Con Carlos Alonso no pude ni hablar. Me acerqué a estrecharle la mano y me envió un tweet. Lo leí en mi móvil:
— “Encantado de conocerle. Tenerife se mueve”.
— ¿Cuándo será usted presidente del Cabildo?
Alonso torció el gesto. Pulsó las teclas rápidamente.
–¿Unfollower?  — le dije, atónito.

Pasaron varias semanas. Alarcó me llamaba una docena de veces cada mañana y otras tantas por la tarde. Cuando estaba operando lo hacía (a veces) su secretaria. Finalmente le entregué mi informe.
— ¿Y bien? – preguntó con el corazón palpitante.
— La mejor de sus opciones es pactar con Balfagón.

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Torpedo

El Cabildo de Tenerife carga con una deuda que supera muy probablemente los 477 millones de euros, es decir, la corporación insular adeuda un volumen similar al de su presupuesto anual. Según los datos del Ministerio de Hacienda, es la segunda entidad local supramunicipal más endeudada de España, después de la Diputación Foral de Vizcaya. Hace unos días una sentencia del Tribunal Supremo estableció que el Cabildo tinerfeño estaba obligado a devolver créditos solicitados durante el año 2010. En el origen de este pronunciamiento judicial está un decreto del Ministerio de Economía de 2011 –todavía gobernaba Rodríguez Zapatero – que, en pleno del pánico por una situación económica agónica, instaba al Cabildo a cancelar los créditos solicitados y le transmitía tajantemente que no podía solicitar otros nuevos. Finalmente el Supremo ha concedido la razón al Ministerio, observando en su sentencia varias causas de nulidad, entre otras, la utilización de los créditos solicitados para abonar la devolución de deuda comprometida en años anteriores. La corporación tendría que apoquinar este año más de 137 millones de euros de créditos suscritos en 2010. Su última trinchera es el Tribunal Superior de Justicia de Madrid, ante el que interpuso un recurso contra el decreto ministerial, aunque es al menos jurídicamente discutible que el Cabildo no deba ejecutar inmediatamente la devolución de los créditos, tal y como ha señalado Santiago Pérez.
Este asunto no es precisamente menor (supone el riesgo casi inevitable de un impacto brutal en los recursos públicos de Tenerife) pero extrañamente no ha sido objeto siquiera de un pleno extraordinario en el Cabildo Insular ni parece preocupar a los lánguidos agentes de la tibetana sociedad civil isleña. Nada, como si se tratase de un incidente meteorológico que se superará gracias al fondo de armario de gabardinas del consejero Víctor Pérez Borrego. Y ocurre tal pachorruda enormidad sin que el Cabildo, después de un lustro de crisis económica, haya avanzado un ápice en una reforma técnica, organizativa y administrativa para disminuir los costes estructurales y los lastres financieros de una corporación que mantiene vivas y zarzaleando un montón de empresas públicas (16 entre las participadas íntegra o mayoritariamente) y concediendo subvenciones a granel.

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