CCOO

Guardianes del pasado

Mientras escribo llegan por la ventana los acordes de  La Internacional y su letra magnífica y cursi. Cada vez que la escucho – nadie la corea, es música ambiental como la que se escucha en las consultas del dentista — me reafirmo en una vieja definición del comunismo ensayada por Chesterton. “Es una herejía cristiana”. En lo más atronador y sangrante de la crisis las organizaciones sindicales se manifiestan en las calles de esta ciudad – y en casi todas las ciudades – divididos y agitando sus propias banderas y eslóganes. Supongo que en caso de catástrofe nuclear, una vez que el sol brille de nuevo y se deposite en las entrañas de la tierra el polvo radioactivo, los sindicalistas supervivientes seguirán manifestándose  por separado, no vayan a confundirnos las cucarachas con esos paniagüados corruptos o aquellos chiflados antisistema. Dudo que tengan remedio.
No lo tienen los grandes sindicatos. Las grandes organizaciones sindicales – UGT y Comisiones Obreras – viven instalados ideológica y programáticamente en un posfordismo que desapareció hace muchos años. Institucionalizaron su dependencia económica de las administraciones públicas transformándose en una burocracia con una tendencia irrefrenable a la oligarquización de los equipos de dirección. Un sano posibilismo les llevó – como a todos los grandes sindicatos europeos – a plantear las reivindicaciones sindicales a través del cauce de los grandes acuerdos dentro de la Constitución y las instituciones políticas pero se han transmutado en un subsistema dependiente de la organización del Estado y, por tanto, se les identifica desconfiadamente con el estatus quo. De hecho, les guste más o menos, han devenido instituciones paraestatales. Cada vez se parecen menos a la sociedad en la que se insertan, no digamos a los trabajadores (y parados) de este país maltrecho y puteado. Para los sindicatos tradicionales — ¿hay otros? – un trabajador precario, el nuevo precariado en suma,  es un animal o una especie exótica incomprensible que no cabe en sus clasificaciones taxonómicas. Los grandes sindicatos – que en lo peor son mimetizados por los pequeños – se limitan inercial e ineficazmente a defender los insiders del mercado de trabajo pero no saben o no pueden trazar programas y estrategias para los outsiders.  Su representatividad lleva lustros en entredicho. Actúan como los guardianes de un pasado que ya se ha evaporado.
“Los viejos dioses habían muerto y los nuevos no habían aparecido”, cuenta Yourcenar del reinado de Adriano. Los viejos modelos de acción sindical están osificados, pero los nuevos instrumentos de participación en la política y el trabajo son todavía un magma de foquismos, mareas ciudadanas, concentraciones, cibeactivistas. El capital, en cambio, está pródigamente internacionalizado, ha convertido  su globalización es su principal factor de crecimiento y supervivencia,  y no descansa ni se distrae entre el anochecer y el alba.

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Unámonos todos en la dieta final

Hace apenas tres meses los secretarios generales de los dos sindicatos mayores de Canarias,  Juan Jesús Arteaga (Comisiones Obreras) y Gustavo Santana (UGT) declararon solemnemente que entendían como roto el diálogo social en el Archipiélago. Ambos se mostraban defraudados con el Gobierno autónomo, que pretendía limitar a dos reuniones el debate sobre la malhadada reforma del REF,  aprovechando taimadamente que no existían mesas ni calendario ni programa para los acuerdos de Concertación Social. Ciertamente desde hace cerca de tres años el Ejecutivo regional no había convocado a los interlocutores y comisiones que articulan la Concertación Social, pero los sindicatos mayoritarios se habían limitado, al respecto, a periódicas protestas rituales. No tomaron jamás ni una medida concreta, ni realizaron un análisis político de la pachorra de la Consejería de Empleo, ni se mostraron, en fin, particularmente interesados o airados. Así que, encerrados en su ya avanzado proceso de zombificación, la UGT y Comisiones Obreras se limitaron a lo suyo, a la defensa burocrática de los insiders del mercado laboral y a la convocatoria de huelgas generales cada vez más débiles y menos exitosas. Ayer todo cambio de repente.
Los zombies se empezaron a mover espasmódicamente. Dirigentes sindicales y representantes empresariales corrieron presurosos a reunirse con el presidente del Gobierno, Paulino Rivero, y con la consejera de Empleo, Industria y Comercio, Francisca Luengo, para sentar las bases de la VI Concertación Social, que se desarollará en diez mesas y se impone como fecha límite para llegar a un acuerdo el penúltimo día de diciembre del presente año. La continuidad de dichos acuerdos, cuando apenas seis meses más tarde se celebrarán elecciones autonómicas de las que saldrá un nuevo Gobierno con su propio programa, es tan probable como conseguir en el mismo plazo el pleno empleo en las islas. La causa de esta misteriosa resurrección de voluntades, lealtades y querencias es muy sencilla. El pasado viernes CC y PSOE registraron en la Cámara el proyecto de la Ley de Participación Institucional de las organizaciones sindicales y empresariales más representativas de Canarias.  La proposición, en su título III,  establece y regula las compensaciones económicas que sindicatos y patronales recibirán por su participación en los órganos colegiados y organismos autónomos de la Administración autonómica. Pastuqui. Agrupémonos todos en la dieta final, Arteaga y Santana, Santana y Artega y los liberados que saben que triste es cobrar, pero más triste todavía es trabajar por sus representados sin un piquito que complemente el sueldo.

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El caso de la huelga general

Santa Cruz de Tenerife bajo la lluvia. Cada vez que llueve Santa Cruz me parece que la ciudad se diluye. Se diluye un poco más, quiero decir. Santa Cruz, bajo la lluvia, se vuelve fantasmagórica, falsamente fantasmagórica, porque aquí la población de fantasmas no puede aumentar más. Ya lo sé, son reflexiones impropias de un detective privado, pero antes de pasar por mi despacho en El Monturrio me he comprado un cucurucho de castañas en la Rambla, me he tomado una y he empezado a sudar copiosamente y he tirado las malditas castañas a la papelera, y en ese momento, precisamente, cuando se intensificaba la lluvia, sonó el timbre de la puerta. Me sentí culpable, como si estuviera tocando la castañera, pero al abrir la puerta me encontré a una pareja dispar que me devolvió a la realidad amoral propia del oficio. Un hombre alto en la cincuentena y un pibe más bien bajito que parecía recién fugado de una clase de Pretecnología:

–Buenas tardes. ¿Es usted el detective privado, no? –me dijo el más alto, que llevaba al otro de la mano.

Apenas enarqué las cejas. Les aseguro que no tengo prejuicios, pero nunca había tocado a la puerta de mi despacho una pareja de hombres unidos de la mano y empezaba a sospechar los meandros de un caso tortuoso, mal pagado y culturalmente complejo. Tosí mientras asentía con cierta desconfianza.

–Ah, qué suerte encontrarlo. Soy Juan Jesús Arteaga, secretario general de Comisiones Obreras de Canarias, y este es Gustavo Santana, secretario general de la Unión General de Trabajadores de Canarias.

–Tanto gusto –dijo el jovencito con una sonrisa de hurón encantador.

–Buenas tardes…¿Y la manita?

–¿Cómo? ¿Qué manita? Ah, sí, perdone…Suéltame la mano, Gustavo…

–No, no, no…La unidad sindical es lo prioritario, Juan Jesús…

–Pero hombre, por cinco minutos…

–Todos los trabajadores canarios nos están mirando…

–Venga, hombre, es apenas un ratito para hablar con este señor…

–No me parece correcto. Tengo que llamar antes a todas las secciones y consultarlo…

— ¿Vas a reunir a la ejecutiva ahora?

— No, se los pregunto por el móvil y si se me autoriza…

–Caballeros –interrumpí –. Seguro que están ustedes muy ocupados…

–Que me sueltes, joder…Ya está…¿Lo ves? No ocurre nada.

El secretario general de UGT en Canarias lanzó un bufido de reprimida indignación. Arteaga se acarició las sienes como un gesto de cansancio civilizado. Luego volvió a sonreír. Tenía la sonrisa de un panadero que nunca te engañará con el peso de la barra del pan.

–Nos hemos dirigido a usted porque necesitamos sus servicios y sabemos que es de izquierdas…

–¿Y de dónde han sacado ustedes esa conclusión?

–Todos los detectives privados son de izquierdas. O abiertamente o implícitamente a través de un discurso y/o una praxis que pone en solfa la propia legitimidad del sistema político y denuncia la carcoma del orden social…

— ¿Cómo? ¿Qué es esa paparruchada?

— No lo sé. Se lo leí en un artículo a Alexis Ravelo y me lo aprendí de memoria. Me parece una reflexión muy progresista.

— Joder. En fin…Disculpe…¿A qué han venido?

–Tenemos una pregunta, una pregunta terrible, una pregunta decisiva, una pregunta que no sabemos responder. Allá va: ¿por qué la gente nos hace cada vez menos caso?

Me los quedé mirando.

–No me parece una pregunta muy práctica para un detective privado.

–Bueno, esa es la reflexión previa. Queremos contratarle para saber si el Gobierno prepara algo contra la próxima huelga general. Algo especial. Algo sobre lo que nos han llegado rumores, pero solo rumores vagos, insustanciales, nada concluyentes. Pero preparan algo, desde luego, y nuestras fuentes y vías de información están cegadas. No hay manera de averiguarlo. Y ahí entra usted. Espero que, tratándose de una cuestión que afecta al interés general de la clase trabajadora, nos haga usted una rebajita en sus emolumentos, por supuesto…

–Así llevan ustedes treinta años, con la cantinela de la moderación salarial, y mire cómo les ha ido…

–Lo sabía –interrumpió con fiereza Gustavo Santana –. Reconozco a un tipo de USO en cuanto lo veo…

–Son 300 euros diarios, gastos aparte…

–¿Usted gasta mucho? –imploró Arteaga.

–Lo suficiente para contribuir a que el capitalismo no se derrumbe pasado mañana…

–El capitalismo es un sistema de dominación criminal. De acuerdo. Pero modérese, por favor.

–Moderado estoy. Ya pueden darse la manita otra vez.

Al día siguiente comencé las indagaciones más elementales. Por supuesto, me disfracé de estudiante socialdemócrata que preparaba una tesis doctoral sobre  Las relaciones entre Jerónimo Saavedra y Eduard Bernstein en el África Subsahariana: interacción y propuesta y accedí así a una entrevista con Francisco Hernández Spínola, consejero de Presidencia del Gobierno de Canarias.

–¿Una estratagema del Gobierno de Rajoy contra la huelga general? Ni idea. Pero yo no lo descartaría. Quieren destruir la democracia social en este país. Pero nosotros aguantaremos a pie firme. Somos un gobierno de inspiración socialdemócrata que no dejará que se destruya el Estado de Bienestar en las islas…

–¿Paulino Rivero es socialdemócrata?

— Los días en los que hace footing sí… Le baja el azúcar y hasta habla de su admiración por Felipe González…

Por supuesto, hablé con Soria, pretextando ser un sobrino de la secretaria de Esperanza Aguirre que trabajaba como becario en Libertad Digital y le llevaba el café y las obras completas de Ramiro de Maeztu a Víctor Rodríguez Gago.

–Nozotros no vamoz a hacer nada contra esa malhadada huelga, que tanto daño hará a la imagen de España en el ezterior… Esas fantazías sindicales… Estamos intentando que la lluvia se prolongue hazta el día 14, eso sí, y en La Moncloa, todas las mañanas, se reúnen medio centenar de chamanes, dirigidos por Paco Marhuenda, para que las borrascas no se alejen del país…Pero aparte de eso y del Código Penal…Vivimos en una democracia, mal que le pese a anacronismos vivientes como el socialismo, el comunismo, la socialdemocracia, los sindicatos, los keynesianos, los separatistas, los culés, Javier Bardem…

De veras que me esforcé durante un par de semanas, pero fue inútil. Ateaga y Santana me recibieron desolados en una sidrería frente a la sede sindical de Santa Cruz.

–No hay nada –resumí –. El Gobierno tiene plena confianza en que se hostiarán ustedes solos. Y en el miedo y la resignación.

— ¿Y a quien le vamos a echar la culpa? – dijo Arteaga, asustado.

Santana, lentamente, metió las dos manos en el bolsillo.

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