Corrupción

Corruptos honorables

Recuerdo bien a esos agentes de la Policía Técnico Judicial, la PTJ. Los agentes de la PTJ se pasaban cada quince días por el negocio paterno, como ocurría con todos los negocios del barrio. Entraban ligeramente marciales, es decir, amenazantes; estrechaban una mano estricta y esperaban. No se les podía hacer esperar mucho. A los dos minutos ya tenían el sobre en la mano, y entonces, y solo entonces, se relajaban y aceptaban tomar un negrito, sentarse un rato en la diminuta y calurosa oficina, fumarse un cigarrillo mientras contaban lo dura que era a veces la vida. El liceo de los chamos, por ejemplo. No lo iba a meter en una escuela pública: quería lo mejor para sus hijos y hasta el último céntimo, vainas aparte, lo dedicaba a eso, porque este país, Venezuela, era un solar de aprovechados, malandros y comemierdas, y el hijo de un funcionario, si no tenía la mejor educación del mundo, si el padre no le daba todo lo que pudiera, estaba condenado a ser un huevón y un pelado toda la vida. Cumplida la conversa el policía se levantaba, estrechaba la mano de mi padre, quizás me dedicaba un guiño cómplice, y recuperando su agilidad marcial, salía por la puerta con un corazón tan transparente que dejaba ver la cartera cebada por los billetes.
En los últimos días todo un jardín de cargos públicos y dirigentes del PP han reconocido que sobraron sobresueldos y gratificaciones de su partido. Alguno incluso ha informado que sirvió de correo entre Luis Bárcenas y otro compañero entregando un sobre marrón caca. Obviemos por un momento –por una columna – las donaciones de los grupos empresariales que luego resultaban mágicamente agraciados con contratos de obras públicas y suministros para las administraciones, aunque cabe imaginar, por los indicios existentes, que la contabilidad paralela del PP se articulaba como un sistema de vasos comunicantes con su contabilidad oficial. Todos los sobrecogidos, sin excepción, aportan argumentos para justificar el perpetuo aguinaldo y advierten que declaraban fiscalmente las cantidades así recibidas. Todos aportan su esfuerzo en construir una nueva figura política de la posmodernidad: el corrupto honrado. El tipejo corrompido por su propio partido, sin el cual no podría mantener un tren de vida espléndido, operarse en una clínica privada, hacer frente a una hipoteca amenazadora. Sí, los corrompió su propio partido, pero ellos son inocentes. Lo declaraban hacienda. Solo recibían sobres. Y después de abrirlos y contar la pasta salían hacia las Cortes, el Gobierno o la Diputación, recuperando enseguida su felino paso democrático, su contrastada agilidad liberal.

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Barcenalización

El bueno de Luis Bárcenas, el bueno del Cabrón Bárcenas, como era conocido en algunos círculos de donantes y no precisamente de órganos, se está limitando a mandar mensajes. Es desesperante mandar mensajes y que los receptores no los entiendan. Bárcenas debe andar descompuesto. Qué gente tan bruta. El último mensaje está dirigido, obviamente, a toda la cúpula del Partido Popular, pero en especial a María Dolores de Cospedal, que lo ha demandado o eso dice, y lleva un subtexto muy claro, muy castizo, muy self of man: “No me sigas tocando el escroto”.  El exsenador, extesorero y ahora exasesor del PP (22.000 euros mensuales: eso no lo ganan ni los comentaristas deportivos de la tele autonómica) demanda a su empresa y hace pública dicha acción judicial 24 horas después de que Cospedal pusiera en práctica patéticos trabalengüas sobre el finiquito de Bárcenas, que ha resultado al mismo tiempo sueldo, gratificación, beso volado e indemnización. Qué piel tan finita padecen estos prebostes. Es muy fácil simular precisión, seguridad y autoridad cuando las preguntas están prohibidas y los periodistas actúan como taquimecanógrafos. Pero cuando florecen cuatro preguntas a sus pies la señora Cospedal tartamudea, se muerde los labios, se le engarrota el pescuezo, golpea ligeramente el atril, se le enchopa la mirada y le queda esculpida en el rostro la sonrisa de la penúltima víctima del estrangulador de Boston. Es normal que no entienda los mensajes. Está muy nerviosa. Lo mismo ocurre con todos sus compañeros. Es como si Bárcenas estuviera arrojando poesías de Eliot desde su helicóptero favorito sobre un grupo de orangutanes aterrorizados.

Aunque para la mayoría sea un aserto contraintuitivo, en la praxis política resulta muy desaconsejable la mentira explícita. Desde un punto de vista pragmático, lo mejor que puede hacer un dirigente político, si lo pillan en una mentira y no puede eludir el asunto por otros medios, es reconocerlo y permitir que la herida termine de sangrar. Sí, Bárcenas cobró un finiquito; pero además lo mantuvimos como asesor del partido. La mentira tiene patas muy cortas, pero si además cuentas con que un señor dispone de un serrucho para limarte cada día los muñones, atrincherarte en la falsedad te cubrirá de mierda cada mañana. El PP ya se encuentra plenamente barcenalizado. La estabilidad política del país depende de un extesorero que apila millones en cuentas bancarias suizas. A ver, italianos, portugueses, griegos: superen esto.

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Sin miedo ni vergüenza

Si la élite política no cambia, ¿por qué lo han de hacer los medios de comunicación convencionales? Probablemente compartan un mismo y comprometido destino y eso explica su incapacidad de transformación crítica y funcional. Los grandes y pequeños partidos en las Cortes se presentan como vencedores o estigmatizan a los perdedores y acto seguido periódicos,  radios y televisiones no solo recogen estas efervescentes necedades, sino que interpretan quien ganó el pugilato. Y esto con una crisis institucional sin precedentes, una destrucción punto menos que sistemática de las políticas sociales y asistenciales, seis millones de desempleados, amenazas de rupturas territoriales, una destrucción empresarial apocalíptica y la losa gigantesca de una deuda pública que crece sin parar. Como si cayera una posma: Mariano Rajoy estuvo mejor que Pérez Rubalcaba, la izquierda contó la verdad, los nacionalistas evidenciaron su distancia con el Gobierno, toda la miserable ristra de martingalas que se transcriben plácidamente mientras el país se va al carajo y los mismos diputados deben ser protegidos por centenar y medio de policías que rastrean hasta la última papelera de la Carrera de San Jerónimo.

Y lo peor, lo más estomagante, lo insoportable es contemplar a un mediocre quintaesenciado en la Presidencia del Gobierno moviéndose como un maniquí ortopédico  y leyendo un petulante discurso, al mejor estilo de Melquíades Álvarez, en el que, después de recordar lo dura que es la situación para esa gente, como la llaman, los parados, se lanza a perpetrar metáforas pueriles para explicar, de nuevo, que el barco no se ha hundido, lo peor queda atrás, la culpa es de su predecesor, las cosas mejorarán. Ayer  viernes la Comisión Europea escupió sobre esta repugnante sinvergüencería presidencial sus previsiones de crecimiento y desempleo para los dos próximos años, que coinciden décima arriba o abajo con los de organismos internacionales y gabinetes de estudio – porcentajes que dejan expedito el camino al infierno — pero no hacía falta para falsificar el sainete vomitivo que este individuo interpretó malamente, porque hasta como caricato es malo como un dolor de muelas, desde la tribuna de oradores. Rajoy, el gran orador. Curioso Cicerón gallego, cuya única virtud es tener el cuajo suficiente para mentir sin el menor talento retórico. Simplemente transmitiendo estupideces gracias a la ventaja de no ser interrumpido, disponer de todo el tiempo del mundo, ser inciensiado por nubes de aplausos. Ni miedo a la mentira ni miedo a la idiotez: el carisma suficiente para tiempos de apocalipsis.

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Prudencia

Recuerdo vagamente al señor Celso Betancourt en el Parlamento de Canarias. El señor Betancourt, alto, moreno y de pelo entrecano, mostraba una pétrea seriedad, una invariable gravedad circunspecta, un empaque silencio que siempre estaba a punto de parecer cómico.De talante correcto y hasta cortés, generalmente no hablaba con la prensa, porque de la canallesca se ocupaba, más diligente y seductoramente, su compañera María Isabel Déniz. El señor Betencourt parecía el probo empleado de unas pompas fúnebres que lamentaban sinceramente tenerte como cliente o uno de esos propietarios de comercio -una camisería, por ejemplo- permanente y serenamente de pie junto al género, esperando que entre alguien, y pasan las horas y nadie entra, pero él sigue ahí, sin temer ni al aburrimiento ni a las varices.
Este aspecto intachablemente insignificante ocultaba, sin embargo, una de las más largas y exitosas carreras políticas en Lanzarote. En Lanzarote tener una larga carrera política ha devenido algo profundamente sospechoso, y quizás por eso el señor Betancourt enjalbelgó con tanto esmero esa fachada anónima y silenciosa. Comenzó como mano izquierda del socialista José María Espino en el Ayuntamiento de Arrecife y alcanzó su apogeo como mano derecha de Dimas Martín en el Cabildo de Lanzarote. En su etapa en el PSOE se llegó incluso a aventurar que podría sustituir a Espino en la Alcaldía y en sus años dorados en el PIL alcanzó la presidencia de la organización mientras el Jefe comenzaba su largo master sobre el mobiliario de los juzgados y la habitabilidad de los centros penitenciarios. En una entrevista, a mediados de los años noventa, suspiraba esperando el regreso de Martín a la libertad «porque el PIL sin Dimas es poca cosa». Después de obtener acta de diputado en 2003, se cansó de esperar y con la señora Déniz abandonó el PIL y fundó algo así como Alianza por Lanzarote, sin renunciar, por supuesto, al escaño. No se comieron un colín.
El presidente Paulino Rivero ha declarado que el caso Unión «quedará en nada». Ciertamente, en otro tiempo, el presidente Rivero confió mucho en Betancourt, Déniz y sus cuates para configurar un grupo afín a CC en Lanzarote. Una de las reclamaciones de Nicolás Maquiavelo a los príncipes era practicar la prudencia. «El que no detecta los males cuando nacen», escribió Maquiavelo, «no es verdaderamente prudente». Yo siempre he pensado que el presidente Paulino Rivero no es tan maquiavélico como dicen.

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