Detective

Yo maté a Paulino Rivero

Dormitaba en mi despacho del barrio Duggi – mes y medio sin que ningún cliente asomara la nariz – cuando comenzaron las campanadas. Los tollos de El Puntero y las campanas no se llevan bien a las cinco de la tarde y no tuve más remedio que despertar. El ritmo de las campanas era solemne y al mismo tiempo apático. Tardé poco tiempo en recordarlo: estaban tocando a duelo desde la Iglesia de la Concepción. Eso solo podía significar que la había diñado un pez gordo. Las campanas jamás recuerdan la muerte de un pobre, ni siquiera de un privilegiado mileurista. Recordé, como si fuera Carvalho, los versos de John Donne: “Por eso no preguntes nunca/por quién doblan las campanas./están doblando por ti”. Pero el gilipollas de Donne murió antes de la caída de Lehman Brothers.
Me arrastré hasta el transistor y la voz aguardentosa de una locutora local, flor verbal de medianías, entró como un huracán de mocos en el despacho:
–Desgraciadamente tenemos que confirmar la noticia (gemido) una noticia que ha conmovido a toda Canarias (puchero) e incluso a las siete islas del Archipiélago y más allá (gemido prolongado). Este mediodía ha sido encontrado en su despacho el cuerpo sin vida (profunda inspiración) del presidente de la Comunidad autónoma, don Paulino Rivero Baute…(llanto inconsolable)…
No pude escuchar más, porque en ese instante cayó con estrépito la puerta del despacho y entraron media docena de agentes de la Policía Autonómica, a los que no identifiqué por sus uniformes, sino porque en vez de pistolas portaban amenazantes chácaras en sus manos. El peor encarado me advirtió terminantemente:
–Arriba las manos y quietecito, pibe, o te cantamos un sorondongo de Valentina la de Sabinosa…
–Dudo que eso sea constitucional…
–Ni respires. Yo la Constitución española la acato, pero no la comparto, así que…
Detrás de la muralla de uniformados surgió un viejo conocido, cuyo nombre recordaba perfectamente.
–El señor Barragán… ¿Sigue usted en el Parlamento? ¿Qué tal le va?
–Viendo el estado de su despacho, mejor que a usted. Estoy aquí como secretario general de Coalición Canaria. No sé haga el tonto. Sabe lo que ha ocurrido.
–Estaba escuchándolo por la radio…
–Primero, debemos descartarlo como sospechoso. A ver…¿dónde estaba usted al mediodía?
–Comiendo tollos en El Puntero…
–Que venga el CSI inmediatamente.
Del grupo de policías se adelantó un tipo alto, flaco y semicalvo que llevaba gafas de pasta.
–¿Usted es del CSI de la Policía Autonómica?
–Yo soy el CSI de la Policía Autonómica. A ver. Eche el aliento en este pañuelo.
Lo miré perplejo, pero le lancé un pequeño eructo. El policía acercó la nariz al pañuelo varios segundos, se lo metió en el bolsillo y se ajustó las gafas.
–No ha sido él. Su coartada es válida. Ha tomado tollos y además con mojo cilantro. Un poco ácido tal vez.
Barragán suspiró largamente.
–Bien. Por puro patriotismo, y en nombre del Gobierno de Canarias, le conmino a usted a colaborar en la identificación y detención del responsable del asesinato del presidente Rivero…
–¿Fue un asesinato?
–Usted dirá. Lo encontramos derrumbado en su despacho con un canario incrustado en la garganta en cuyas alas estaban dibujadas dos letras: la P y la L.
–Humm. Empecemos por lo de siempre. Necesitaría una lista de sospechosos. Ya sabe. Gente que pudiera tener algo en contra del presidente del Gobierno.
–Claro. A ver, chicos – Barragán se dirigió a las policías – búsquenle un ejemplar de la guía telefónica a este señor…
Tres días después había reducido a cinco los sospechosos. Los cité en el mismo despacho del presidente finado: Ana Oramas, Ricardo Melchior, Fernando Clavijo, Antonio Castro y Willy Garcia. Le pedí a un jurista, Fernando Ríos Rull, que me acompañara en el interrogatorio.
–Pero yo, precisamente yo – dijo García-. ¿Cómo se le ocurre?
–Si no está el presidente, no puede firmar su cese.
–Ostia, es verdad. Es una idea cojonuda.
–Yo estaba en Madrid  y lo puedo certificar – aseguró Oramas, agitando un billete de Iberia -. Y jamás le haría tal cosa a un pajarito.
— Yo ya soy inmortal, joven – explicó Melchior — aunque me apena de verdad que entre los simples seres humanos todavía menudeen estas prácticas abominables…
–Yo me estaba probando un chaleco antibalas para la votación del Plan General de Ordenación, tengo testigos y mucha prisa – apuntó Clavijo, mirando el reloj.
–La muerte… ¿La muerte es subir o bajar? ¿Usted qué cree? – la voz de Castro era casi inaudible.
–No perdamos más tiempo – le corté -. Fue usted, Ríos.
El mismo aire pareció congelarse. Todos los ojos se centraron en la figura de Fernando Ríos Rull, rigurosamente ataviada de negro.
–Eso es…una monstruosa locura…yo…admiraba al presidente…era el hombre…que Canarias necesitaba…para siempre…
–Por eso mismo acabó con él. Porque le había contado la verdad en un momento de franqueza o distracción. Que Canarias no existe fuera de las novelas de Vázquez Figueroa. Y usted, presa de una ira incontrolable, tomó un canario de su casa y se lo hizo tragar, no sin antes dibujar esas iniciales en las alas del pájaro: P y L.
–¿P y L? – coincidieron todos, estupefactos.
–Patricio Lumumba, líder de la independencia del Congo. Fernando Ríos, queda usted detenido.
— Sí. Es cierto. Lo hice en un rapto de locura por la patria mancillada. Yo maté a Paulino Rivero. Pero al menos no lo he tuiteado….
El comisionado salió entre dos policías con la cabeza gacha. Todavía pude oír a mis espaldas un comentario de Willy García:
–¿Lo mató por un Lumumba? Qué cosas… Y yo que creía que Fernando no bebía…

Publicado el por Alfonso González Jerez en Me pagan por esto 1 comentario

El caso del guarachero

Llevo en el negocio un cuarto de siglo, pero es la primera vez que me ocurre. En una misma mañana se me han presentado cuatro clientes en el despacho para pedirme lo mismo. Y, por supuesto, he aceptado. La gente se queja constantemente del desempleo, la crisis económica y los salarios de mierda, pero después de los vendedores de chimeneas, los profesionales que peor lo estamos pasando en esta ciudad somos los detectives privados. Las dos terceras partes de los casos de un detective privado consisten en asuntos de cama. Infidelidades. Escándalos sexuales que no pueden eclosionar como escándalos y deben reducirse para siempre a chismes quizás molestos, pero inofensivos. Pues hasta eso se ha ido al infierno. Para el empresario arruinado, o a punto de arruinarse, los cuernos se convierten en la penúltima preocupación.
–En efecto, su mujer se la pega con el profesor particular de Matemáticas de su hija. Aquí tiene el informe y las fotos.
–Y qué más da, si no consigo que me pague el ayuntamiento, y el préstamo me vence dentro de quince días…
–Oiga, ¿dónde va? ¿Y las perras? ¿No le interesan las fotos?
–Mire, por mí como si mi mujer se lía con Manolo Artiles…
–Eeeh…Me parece improbable…
— ¿Improbable? ¿A mí? Lo que no me pase a mí…
Todo comenzó cuando entró en mi destartalado despacho, abierto en el barrio Duggi, una pareja compuesta por una señora y un caballero. A la dama me pareció reconocerla de un caso anterior. Efectivamente. Era Cristina Tavío. El individuo que la acompañaba, con una corbata criminal y un reloj de oro todavía más apabullante, me miró de arriba abajo, con un evidente disgusto.
–¿Me recuerda? – dijo Tavío con uno de esos extraños rictus entre la sonrisa y el shock anafiláctico.
–Perfectamente –respondí-. Y este caballero…
–Soy Manuel Fernández, secretario general del PP de Canarias, para servir a Soria y a usted.
— Me gusta la gente que tiene clara sus prioridades.
— No tenemos mucho tiempo. Estamos en precampaña electoral y en diez minutos Bermúdez inaugura una exhibición de porrones sin pitorro en Cuesta Piedra y debemos estar presentes. Necesitamos saber algo. Y lo necesitamos ya.
— Pues se ha equivocado con las prisas. Yo no soy la Enciclopedia Espasa Calpe.
–Necesitamos que averigüe usted una cosa muy concreta: ¿Santiago Pérez se presentará al Parlamento de Canarias?
— ¿Santiago Pérez? ¿Y les interesa a ustedes?
— Por supuesto –repuso Manuel Fernández -. Si se presenta Santiago Pérez, al frente del grupito ese de escindidos del PSOE, igual los socialistas pierden un diputado. Ya están cuesta abajo, pero el empujoncito de Pérez puede ayudar.
— Divide y vencerás.
— Es el eslogan que se está aplicando el PSOE en esta campaña – dijo Fernández con una inquietante risita de lémur.
— Son 200 euros diarios más gastos – apunté, manteniendo la mirada escandalizada de Tavío.
— ¿Doscientos euros diarios? Eso es una barbaridad…
— Cristina, Cristina, atiende las razones del caballero. Mire, si le consigo los doscientos euros de la Oficina de Campaña, ¿admitiría usted un 10% de comisión?
— Yo trabajo solo, yo cobro solo – advertí endureciendo aun más la mirada.
–De acuerdo – la señora Tavío -. Pero actúe rápido. Tiene una semana de plazo…
A los diez minutos apareció Manolo Vieira en el despacho. Porque hubiera jurado que era Manolo Vieira. Llegó acompañado de un viejo conocido, cuyo nombre tardó en florecer en mi memoria. Pero sí, era Francisco Hernández Spínola, y junto al Spínola, un hombre bajito con un ojo ensanguinado, que fue el que primero se presentó, afirmando llamarse Julio Cruz, para servir a Casimiro Curbelo y a mí.
–Querido amigo – dijo Hernández Spínola, con su habitual tono untuoso – tengo el honor de presentarle al secretario general del PSC-PSOE, José Miguel Pérez…
–¿Por qué se rasca de esa manera? – el falso Vieira se estaba haciendo sangre hundiendo las uñas en su cuello.
— Todavía no lo sabemos – explicó o no explicó Julio Cruz -. Pero le pasa cada vez que sale de Gran Canaria. Tranquilo, José Miguel, tranquilo, que en diez minutos estamos en Los Rodeos…
— ¿Y no habla? –pregunté, estupefacto a mi pesar.
— Solo cuando tiene que hacer discursos trascendentales…
— Mmmmm…Mmmmm…
— De acuerdo, se lo diremos…En realidad evita hablar para que sus palabras no sean malinterpretadas y algún periodista malévolo deduzca que está dispuesto a pactar con Coalición Canaria después de las elecciones…
–¡Mmmmm…mmmm…mmmm!
— Claro que no, José Miguel…Por supuesto que no… Ni antes ni después…
— Querido amigo, no queremos distraerle… Nuestra encomienda es muy sencilla. Queremos que averigüe si Santiago Pérez encabezará la lista al Parlamento por Nueva Canarias-Socialistas por Tenerife…
— ¡Esos no son socialistas ni nada! ¡Socialista yo, que llevo aguantando a Casimiro hace veinte y tantos años!– bramó Julio Cruz.
— Si Santiago se presenta nos hace una pequeña faena – reconoció Spínola –. Y quizás tengamos que corregir ligeramente la estrategia de campaña…
— ¿Cómo?
— No sé. Igual metemos en el programa que el puerto de Granadilla será un poco más pequeñito…
Comenzaba a preocuparme seriamente cuando aparecieron de la nada, y se colaron por la puerta, sin ningún pudor, José Miguel Barragán y Javier González Ortiz.
–A ver. Sin rodeos. ¿Puede usted averiguar si Santiago Pérez se va a presentar al Parlamento? Un momento. Me llaman –González Ortiz tomó su teléfono móvil – Si. No. Claro que sí. Por supuesto que no. Ya. Claro. Dile que no. Pregúntale si sí. No. Sí. Bueno. Ya. No. Sí. Vale. Ya.Ya. Ya. Ya.
— ¿Tiene una aspirina? –preguntó Barragán.
— ¿Por qué les interesa lo de Santiago Pérez?
— ¿Por qué? Porque será un diputado más para el PP. O medio. Lo tenemos calibrado. ¿Usted se imagina a CC en la oposición? ¿Verdad que no? Pues nosotros tampoco. Y Antonio Castro menos todavía.
–Ya.Ya.Ya.Ya.Ya.Ya.Ya.Ya.Ya.Ya.Ya.Ya. ¿Ya?. Sí y no. Ya.Ya.Ya. No y sí. Ya.
–No me extrañaría que hasta le pagasen la campaña. Le dejó mi número de teléfono. A Javi ni se le ocurra llamarlo.
— Ya.
Estaba a punto de abandonar el despacho, después de anudarme la corbata y tomar un lingotazo de la botella del armario, cuando se materializó mi última visita de la mañana. Eran como el Gordo y el Flaco, pero en bajito ambos dos.
–Buenos días. ¿Es usted el detective, no? Soy Nacho Viciana y este es el compañero José Manuel Corrales. Una pregunta previa, ¿no habrá votado usted nunca a ATI, no? No podemos fiarnos de usted si vota o simpatiza con ATI. O con PP.
— O con el PSOE, sobre todo con el PSOE – intervino Corrales.
— No sé si fiarme yo de ustedes. ¿Les importaría que hubiera votado a Fuerza Nueva?
Se miraron mutuamente
–¿Fuerza Nueva? Por supuesto que no. Puede usted estar tranquilo. Fuerza Nueva no forma parte del Régimen – explicó Corrales, sonriente.
— Nosotros estamos contra el Régimen –resumió Viciana.
— En su caso es muy obvio – comenté mirando el lugar que un día ocupó hipotéticamente su ombligo-. Déjenme adivinarlo. Ustedes quieren saber si Santiago Pérez aceptará o no su oferta para encabezar su plancha al Parlamento.
–Exactamente. Muy inteligente por su parte. En definitiva, queremos saber si Santiago está con la regeneración democrática de Canarias y la clase trabajadora o es un traidor como los otros…
— ¿Cómo quiénes?
— Como Rodríguez Zapatero, como José Miguel Pérez, como López Aguilar, como Manuel Marcos, como Abreu, como Julio Pérez… Coja usted el censo del PSOE y se hará una idea…
Decidí que lo mejor era la acción directa, como hubiera dicho Corrales en sus tiempos más juveniles, así que tomé el tranvía y me planté en La Laguna en menos que canta Ricardo Melchior Deutschland über alles. Después de unas discretas pesquisas me dirigí a Punta Hidalgo y al fin pude encontrarlo. Santiago Pérez, en un risco abatido por las olas, bailaba bajo un sombrero de paja y cantaba con mucho ritmo:
— “Yo quiero bailar muchachos/ la huaracha sabrosona/yo quiero bailar muchachos/la huaracha sabrosona/con una linda muchacha/ que sepa bailar huaracha/con una linda muchacha/que sepa bailar guaracha…”
–¡Oiga! – grité con toda la fuerza de mis pulmones — ¡Oiga! ¿Santiago Pérez? ¡Se va a presentar usted si o no!
Pérez me vió al fin y se quedó paralizado durante unos segundos. Después entornó los ojos y cantó meneando las caderas:
— “Huarachera linda,/huarachera hermosa,/oye los bongós/ yo sé que lo gooozaaaaaaaa”.
Suspiré largamente y musité:
–Esto no le va a gustar a nadie…

Publicado el por Alfonso González Jerez en General ¿Qué opinas?

El caso del enano (palmero) desaparecido

Estaba comiéndome un plato de chosuey  el chino de la avenida Anaga, antes de que las obras de la Vía Litoral obliguen a cerrar el restaurante o a incluir la pala mecánica agridulce en el menú, cuando lo ví entrar, alto, quebradizamente delgado y con esa palidez propia de un monje que se supiera de memoria toda la teología de Santo Tomás de Aquino, incluidos los pecados que nunca osó cometer. Nuestras miradas se cruzaron durante varios segundos hasta que me reconoció y se acercó a mi mesa arrugando cada vez más los besos. Ya a mi altura musitó:
–Buenas noches. ¿Puedo sentarme?
–Supongo que puede hacerlo. Pero, ¿debe hacerlo usted?
–Necesito hablar con usted unos minutos. ¿Sabe quien soy?
–Recuerdo haberlo visto por la tele. Pero está usted demasiado pálido para ser concursante de La isla de los famosos…
— Mi nombre es José Miguel Ruano y soy consejero de Presidencia y Justicia del Gobierno de Canarias.
–Ya veo que tiene usted su propia isla.
— ¿Es una alusión a mi condición nacionalista?
— Ah, ¿es usted nacionalista? Las ideologías ya no se distinguen a la vista. Ni siquiera al tacto. ¿Ve usted a ese gordo de la esquina con corbata gucci que está atragantándose con pato lacado? Pues es un liberado de la UGT.
–Ya. ¿Puedo sentarme o no?
–Como quiera. Pero yo no tomo postre.
–Es usted detective privado.
No era una pregunta, sino una afirmación. Me serví un poco más de sake.
–¿Y?
–Necesitamos contratar sus servicios. Es un caso de extremada urgencia. Se me ha encargado localizar y contratar a un profesional, al mejor profesional disponible, y de los cinco detectives privados que operan en Santa Cruz, uno tiene una hernia, otro se acaba de jubilar, otro no terminó el graduado escolar y, aun peor, es de Getafe, y el cuarto, en fin, solo trabaja en las novelas de Jaime Mir. Nos queda usted.
Lancé un largo suspiro de fastidio infinito.
— ¿Y qué tripa se le ha roto?
Ruano miró cuidadosamente a ambos lados de la mesa. Se inclinó hacia mí y musitó con el mínimo volumen de voz para resultar audible a un metro de distancia:
–Han secuestrado a uno de los enanos de la Bajada de la Virgen de las Nieves.
Durante un instante contemplé al tal Ruano en silencio. Pero no pude resistirlo. Primero me temblaron las mandíbulas, y acto seguido, comencé a convulsionarme entre carcajadas que alarmaron incluso al cocinero ecuatoriano del restaurante chino, quien asomó la cabeza por una esquina. El consejero de Presidencia masculló algunas palabras con gesto avinagrado. Después de varios minutos logré calmarme y Ruano me pasó un pañuelo impoluto para secarme las lágrimas.
–¿Ya ha terminado? – me preguntó despectivamente –. Me habían dicho que era usted un tipo serio.
— ¿Están seguro que era un enano? – empecé a reírme de nuevo –. Y el enano está amenazando al Gobierno de Canarias… Están ustedes jodidos…Desaparece un enano y tiembla el Gobierno… ¿Qué ocurría si desapareciera Alberto Génova?
–¡Escuche! – la orden de Ruano sonó como un latigazo-. No comprende usted nada. Le pondré en antecedentes. Acabamos de crear la policía autonómica…
–Felicidades…
–… Y uno de los primeros cometidos asignados al nuevo cuerpo de seguridad es la protección de la Bajada de la Virgen y, por supuesto, de actos tan relevantes en el programa de las fiestas lustrales como la Danza de los Enanos…
— No siga, por favor, que me vuelve a dar…Ay, ay, coño…
–Maldita sea, cállese de una vez.
–Pero las fiestas son en verano… ¿Qué tienen que ver ustedes…?
–Ese es el problema. Para preparar el operativo estábamos realizando ejercicios de simulación en los ensayos. Algo muy discreto, por supuesto. Pero hace tres días, en uno de los ensayos, y en presencia de seis de nuestros agentes, desapareció uno de los enanos…Imagine el impacto sobre el prestigio de la policía autonómica en sus comienzos si este desgraciado suceso trascendiera a la opinión pública… Queremos que usted se haga cargo de la investigación. Mutismo absoluto. Apelamos a su patriotismo.
–Yo apelo a la pela. Son 300 euros diarios, gastos aparte.
–¿Trescientos diarios? ¿Qué dice? Yo no cobro tanto…
–Pero usted tiene compensaciones espirituales. Es un patriota.
–De acuerdo, de acuerdo. Vámonos.
–¿Ahora mismo?
–Sí. No hay tiempo que perder. Nos espera un avión en Los Rodeos.
Por supuesto, dejé que Ruano pagara la cuenta. No dejó propina. No todo el mundo entiende la dramática complejidad de la crisis económica: el camarero nos miró muy atravesado.
En un principio me extrañó que no fuera un avión, sino una avioneta, y que a sus mandos no encontrara a un piloto, sino a un individuo de barba canosa que Ruano me presentó como Martín Marrero, viceconsejero de Comunicación o algo por el estilo. Le pregunté, un tanto alarmado, sobre su experiencia en vuelo. Me contestó con una sonrisa mofletuda:
–Bueno, llevo tres días estudiando un manual que me dejó un piloto jubilado de Binter. Creo que ya estoy preparado para despegar…
— ¿Y para aterrizar?
–Imagino que será lo mismo, pero al revés. Son las restricciones presupuestarias. Soria exige que pilotemos aviones de alquiler reducido nosotros mismos, como paso previo a la supresión de los vuelos aéreos de los altos cargos…
–¿Y cómo van a desplazarse después?
–El vicepresidente ha presentado un informe según el cual, con buena voluntad y adecuada preparación física y psicológica, los consejeros y viceconsejeros podrían aprender a volar, con un ahorro de 380.000 euros anuales. Los directores generales, en cambio, solo podrían optar a planear en trayectos cortos…
— Marrero, despeguemos de una vez –gruño Ruano.
Unos cuarenta minutos más tarde nos estrellábamos en un campo de trigo abandonado en Breña Alta. Ruano y yo salimos más o menos ilesos, pero a Martín Marrero se le achicharró una pierna. Cojeando se sentó en una penca sin dejar de hablar por el móvil.
–¿Manolo? Sí, sí, lo acabo de ver en el ordenador. Otro parado con sus monsergas en el blog del presidente…Mándale un buen sopapo, para que dejen de importunar con boberías…Como si no hubiera más parados en el mundo, hombre, hombre, un poco de seriedad…
Era cerca de medianoche cuando llegamos a Santa Cruz. Ruano se quejaba de sus zapatos rotos y yo empezaba a maldecir la estúpida idea de aceptar un caso como la desaparición de un enano que no era un enano y que ponía en peligro a un Gobierno que debía contratar a un detective para salvar a su propia policía. Todo se estaba volviendo demasiado chestertoniano. Al fin llegamos a una casa en la avenida del Puente y Ruano dio tres golpes en la puerta:
— Contraseña – se oyó una voz ronca en el interior.
Ruano cogió aire y entonó con un exhausto resto de galanura:
Y dicen/y dicen/y dicen/ que sabes coser/ y dicen/y dicen/y dicen/ que sabes bordar/me hiciste/me hiciste/me hiciste unos calzoncillos/ con lo de adelante pa tras…
La puerta se abrió violentamente, y un hombre uniformado, con galones de sargento, se cuadró para dejarnos pasar:
Achit guanoth mencey reste Paulino. A sus órdenes, consejero…
— Sargento, recuérdeme que cambiemos las puñeteras contraseñas… Estoy asfixiado…
–A sus órdenes. La situación no ha variado. No ha entrado ni salido nadie del local.
El panorama era poco estimulante. Un grupo de enanos estaba sentado viendo un partido del Mundial de Fútbol de Sudáfrica en un pequeño aparato de televisión. Cuando uno de los equipos marcaba un gol los enanos, ataviados perfectamente con sus sombreros y sus fachendosos trajes dieciochescos, se ponían a bailar la polca, estremecidos por el entusiasmo. El sargento y los cinco números los observaban con un odio creciente, indisimulable. Uno de los policías no pudo más:
–¡Esténse quietos de una jodida vez! ¿Por qué los enanos palmeros tienen que ponerse a bailar cuando Ghana mete un gol?
–¿Cuántos enanos son?
–Eran quince, antes de la desaparición de uno de ellos ayer tarde – respondió el sargento –. Dados los acuerdos suscritos, no podemos conocer sus identidades ni exigirles que se deshagan de los trajes. Tampoco sueltan una palabra, por supuesto.
–¿Seis agentes para quince enanos?
–Ya ve usted –respondió Ruano-. Y después dicen que Madrid no sigue mandando, cuando nos regatea dinero hasta para nuestra seguridad. Pero un día, se lo aseguro, y será más temprano que tarde, desplegaremos una docena de agentes para cada enano. Como mínimo.
–Pero si esto se arregla enseguida –dije –. ¡A ver! El que me de una pista sobre dónde se metió su compañero recibirá unos zapatos de aguja de Manolo Blahnik…
Gracias a los agentes de la policía autonómica no fui despedazado por los enanos, que se abalanzaron en tromba sobre mí. Uno de ellos me pasó nerviosamente, con su manita enguantada, un folleto del Chipi-chipi. Me volví hacia Ruano:
–Ya lo tenemos. Al Chipi-chipi, sin perder un segundo.
Llegamos en apenas un cuarto de hora. Al fondo del establecimiento, en un reservado, encontramos al diputado Manuel Marcos, presidente del grupo parlamentario del PSC-PSOE, sirviendo cariñosamente cucharadas de sopa de pan y yerbahuerto a un enano que parecía en éxtasis.
–¡Qué canallada! – exclamó Ruano, furibundo –. ¡El PSOE no se para en nada para boicotear la policía autonómica!
–Pe…pero qué dices, José Miguel – Manuel Marcos se levantó tartamudeando de la mesa –. No tengo idea de lo que hablas…
–¿Cómo que no? Pero si le estabas dando la sopa al enano de tu propia cuchara…
–¿Un enano? Anda, es verdad…Mira, no me había fijado en el. Claro, es tan pequeñito…tan… — el diputado socialista se derrumbó –. Ha sido idea de Julio Cruz…Te juro que Julio Cruz me ha obligado, bajo amenaza de ponerme a trabajar en el grupo…Ya lo conoces… No tiene entrañas…
Al día siguiente tomé el primer avión a Tenerife. En el aeropuerto  un agente del Patronato de Turismo intentó venderme la figurita de un enano como souvenir. No sé si habrá podido tragársela.

Publicado el por Alfonso González Jerez en Me pagan por esto ¿Qué opinas?