Elecciones 2015

Dimitir un poquito

“El Gobierno”, salmodió Martín Marrero, portavoz desde el Paleolítico Superior, “mantiene su confianza en don Fernando Ríos Rull como comisionado para el Desarrollo del Autogobierno y Reformas Institucionales”. Pues no. No es el Gobierno quien mantiene una confianzuda confianza en el señor Ríos Rull, sino su presidente, porque, según el Estatuto de Autonomía, es él quien separa, nombra y puede destituir a los cargos del Ejecutivo. Pero qué más da. Se ha perdido hasta el último ápice de vergüenza política y decoro institucional. Por otro lado, ¿cómo no mantener la confianza en un sujeto que en los últimos tres años ha impulsado tan brillantemente el autogobierno y ha sabido implementar las reformas institucionales que disfruta actualmente la comunidad autonómica? Para resumir la situación, en fin, tenemos un comisionado que abandona su partido político entre fabulosas descalificaciones a su estrategia y a su candidato presidencial, y anuncia, en su vertiginoso minuto de gloria, que fundará otra opción política nacionalista que competirá en el mercado electoral con la organización que ahora pone a parir, y cuyo presidente – que al mismo tiempo es jefe del Ejecutivo –confirma en el cargo. Para seguir en el despacho le ha bastado con dimitir un poquito. Más allá de las cuitas y agarradas internas de los coalicioneros este deleznable espectáculo es un síntoma de la degradación política que padece este país.
El mensaje de Paulino Rivero a Clavijo y a la organización tinerfeña de CC deviene inequívoco y abre la veda a otros dimisionarios que no dimitirán ni por casualidad. No creo que el Gobierno regional llegue a convertirse en un equipo de dimisionarios que no dimiten ni chorreándolos con agua hirviendo, pero a buen seguro brotarán otros (y otras) egregios caraduras y desilusionados sobrevenidos. Los suficientes para aparentar, al menos, una división en el seno de CC. Utilizar el Gobierno como ariete para erosionar al partido es una técnica relativamente novedosa y una de las últimas opciones que le restan a Paulino Rivero para seguir jugando al delirante juego de sucederse a sí mismo, para proseguir en el empecinamiento cesarista de no admitir las decisiones de su propio partido. Es difícil aventurar lo que ocurrirá con CC en las próximas elecciones autonómicas, a la que se enfrenta después de muchos años de gestión de la comunidad autonómica, una marca política con evidentes señales de desgaste y un candidato presidencial asaltado por rocambolescos problemas judiciales. Pero lo que está claro es el destino que le espera a cualquier chozo montando precipitadamente por una atrabilaria mesnada de oportunistas y paniagüados inescrupulosos: la nada.

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Contradicciones marginales (y 2)

La contradicción conceptual básica del documento de propuestas económicas pergeñado por Vicenç Navarro y Juan Torres para el debate en Podemos coincide, precisamente, con la del modelo clásico de socialdemocracia europea cuando intenta levantar cabeza en el siglo XXI: lo que es posible muy frecuentemente es indeseable, lo que es deseable no parece, en el mejor de los casos, demasiado posible. La ruptura de intereses comunes entre clases medias y clases trabajadoras, incluido un creciente precariado, la cesión de soberanía a entidades supranacionales como la Unión Europea que además evidencian errores y disfunciones en su diseño político e institucional, la financiarización de la economía y la sucesión de crisis económicas en el seno de una globalización huérfana de gobernanza racionalizadora han congelado hasta los huesos los objetivos socialdemócratas. Por eso mismo las propuestas cuasiprogramáticas de los profesores Navarro y Torres son de estirpe socialdemócrata y anhelan al mismo tiempo superar los límites de la socialdemocracia histórica sin demasiadas explicaciones ni precisiones.
El método principal de reactivación  de ambos profesores consiste en un estímulo masivo a la economía española inyectando dinero público. Los autores insisten en que existe margen de maniobra para ello si se considera que el gasto público social  por habitante es, en España, uno de los más bajos de la UE-15 mientras la recaudación fiscal en España resulta en doce puntos porcentuales inferior, como media, a la de Italia y Francia. Se suben los impuestos, por lo tanto, y habrá dinero para todo, incluyendo dos de las propuestas estrellas de Navarro y Torres: la contratación por el Estado de cientos de miles de personas (no funcionarios) y el establecimiento de una renta básica para desempleados de larga duración y ciudadanos en exclusión social. Pero no lo cuantifican. Igualar en España la presión fiscal de Francia, por ejemplo, podrían suponer recaudar entre 70.000 y 80.000 millones de euros suplementarios (y no a costa únicamente de las grandes fortunas o empresas multinacionales: el grueso debería venir de impuestos indirectos). Personalmente no creo que alcance – al menos en una legislatura –para cubrir objetivos tan ambiciosos y que tal vez podrían causar distorsiones graves económica y socialmente.  El documento que debatirá Podemos no las considera siquiera como hipótesis.  A menudo pretende hacer pasar operaciones aritméticas por análisis económico y entiende implícitamente que todas las externalidades de una política de amplio gasto social y estímulo monetario serán positivas.
Confiarlo todo a una política de estímulos – sin apenas mencionar el impacto en la economía de una estructuras institucional disfuncional y colonizada por los partidos, garantía normativa del capitalismo castizo –, aludir apenas a Europa – fiando una hipotética renegociación de la deuda externa a la búsqueda de aliados imaginarios en Bruselas o Estrasburgo –  casi no decir nada de la monstruosa deuda privada de empresas y particulares, caricaturizar el crédito bancario como un derecho cívico y eludir sin más la reforma de un mercado laboral crónicamente dualizado no convierten el documento de Navarro y Torres en un conjunto de propuestas enteramente rechazable ni, menos aun, intelectualmente deshonestas. Pero son olvidos y superficialidades que advierten de su debilidad analítica, su escasa articulación y su fideísmo un tanto delirante en los prodigios que derivarían de la posesión del Boletín Oficial del Estado.

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La silla

Ana Oramas ha comentado, irónicamente, que en Coalición Canaria nadie tiene la silla segura. Pero quizás lo más preocupante sea la silla. El suponer, en fin, que la silla esté ahí, esperando a quien salga vivo entre los que solo quieren servir a la patria para que tome asiento. Existen buenas razones para suponer que la silla se está desdibujando. Uno de las características que han hecho de CC un gran invento político-electoral es que su mera existencia la convertía en el centro del sistema político regional. Esa posición de centralidad es la que ha permitido a los coalicioneros seguir al frente de la Comunidad autonómica tras ganar o no ganar las elecciones. En el segundo caso Paulino Rivero, cuando ganó ampliamente el PSOE, optó por aliarse con el PP; cuando el PP obtuvo mayor respaldo en votos e igualó en escaños a Coalición,  se inclinó de inmediato por aliarse con los socialistas. Por supuesto, la reforma electoral de 1999 perseguía blindar este tripartidismo (imperfecto) en el Archipiélago, y en su interior, como una valiosa perla en la ostra, la muy rentable situación de CC entre dos partidos enfrentados en el ámbito estatal y que muy difícilmente conseguirían llegar a un pacto de gobierno.
Ocurre, sin embargo, que incluso sin modificar los escandalosos topes electorales, parece racionalmente previsible que el mapa político regional sufra convulsiones notables dentro de dos años. Por no hablar del desgaste coalicionero, cabe aguardar una altísima abstención, pero sobre todo es perfectamente imaginable un desmoronamiento brutal del PSC-PSOE que, entre otras variables, prácticamente está desintegrado en Gran Canaria y apenas renquea penosamente en Tenerife. Sus votos pueden quedarse en casa o traspasarse a una amplia coalición de izquierdas, si las izquierdas isleñas ahora extraparlamentarias practican un ejercicio mínimamente inteligente de pragmatismo y oportunidad. Curiosamente CC necesita, para mantener su privilegiada condición, que ninguno de sus dos socios alternativos padezcan una derrota estruendosa que los reduzca, por ejemplo, a una docena de escaños. Porque el pacto con el perdedor se hace aritméticamente imposible y la Presidencia del Gobierno – y el peso en áreas decisivas del Ejecutivo – se esfuma en el aire turbulento del cataclismo. No se trata de quien vaya a sentarse en la silla: eso es casi un asunto interno que apenas interesa a los electores. Es que la silla está a punto de dejar de existir para trasformarse en un taburete y ni quiera es seguro si podrá utilizarse para sentarse o será más útil para ahorcarse de una soga.

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Inconvenientes

La frase, claro, la llevan los compañeros inmediatamente al titular: “No hay ningún inconveniente para que vuelva a ser el candidato a la Presidencia del Gobierno”. Es una frase sencilla, modesta, de apariencia inofensiva, que incluso elige el vocablo inconveniente por su carácter supuestamente neutro, suave, lavado con perlán. No problema, ni dificultad, ni disconformidad siquiera, no: simplemente, inconveniente. Lo que ocurre es que quien la pronuncia no es quien está llamado a hacerlo. La decisión de la inconveniencia o no de la candidatura presidencial corresponde a los militantes y a los órganos de dirección de Coalición Canaria, no al interesado. Pero lo más llamativo es descubrir que la locución está instalada, como una humilde pitera, en medio de un páramo de significados bajo el sol de un personalismo llameante.
¿Para qué quiere un gobernante aspirar de nuevo a ser candidato? Es imposible saberlo a través de la entrevista del pasado domingo, y no por falta de sagacidad de los periodistas. En realidad ha sido imposible saberlo desde siempre. Un dirigente político suele llevar en los bolsillos las suficientes explicaciones, que no tienen por qué ser siempre polvo retórico: una justificación que exija (o disculpe) la salutífera necesidad de su presidencial concurso. Un proyecto político para mejorar las condiciones de vida de su país, una praxis de sensatez y consenso contrastada por la experiencia, un conjunto de reformas irremplazables cuyo diseño y liderazgo no puede estar en mejores manos. He repasado varias entrevistas de los últimos seis años y he sido incapaz de encontrar nada remotamente parecido. En el subtexto de todas ellas, esmaltadas de observaciones y afirmaciones de mayor o menos interés, siempre funciona un silogismo que circula como un ciempiés: el presidente debe ser el candidato porque es el presidente y como es el presidente obviamente debe ser el candidato. Inexorablemente el ciempiés termina siendo el único que recorre todos los discursos y un día, obedeciendo una orden de la madre naturaleza, se transforma en una mariposa que aletea hacia una nueva investidura. Es muy bucólico pero tiene poca relación con los hábitos de las democracias más avanzadas, entre los cuales no es el más irrelevante el establecimiento, de iure o de facto, de mandatos limitados.
He estado leyendo en los últimos días una biografía de Joaquín Balaguer. Gobernó durante décadas la República Dominicana e insistió en postularse como candidato cumplidos los noventa años, ciego y casi solitario. He aquí algunos de sus lemas electorales a lo largo de los años y las convocatorias: “Lo bueno no se cambia”, “Y vuelve y vuelve Balaguer”, “Y sigue y sigue Balaguer”, y mis preferidos, “Cuatro años más y después hablamos” y “Mientras Balaguer respire, que nadie aspire”. Por si le sirven a alguien.

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