elecciones autonómicas 2015

Una hoja de parra

En una nueva demostración de inteligencia táctica, el secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, presentó ayer una suerte de “programa marco” para las elecciones autonómicas del próximo día 24. Puede que alguien se despiste, pero los dirigentes nacionales de los grandes partidos no se presentan tres semanas antes de las elecciones frente a las cámaras de televisión para ofrecer un programa generalista para gobernar en las distintas comunidades autonómicas. Si Podemos lo hace así es para establecer unos límites programáticos a sus organizaciones subestatales, dotar de coherencia las ofertas y, sobre todo, suplir las carencias propositivas –bastante escandalosas – evidenciadas en numerosos territorios como, por ejemplo, Canarias.
Lo más predecible, precisamente, es que en los lugares de menor madurez organizativa y política los candidatos de Podemos se aferren al programa marco de Iglesias y su dirección — que supone, por cierto, otra vuelta de tuerca moderantista — como a un salvavidas conceptual. Con toda seguridad lo hará Noemí Santana, la candidata de Podemos para la Presidencia del Gobierno de Canarias, a la que, hasta el momento, solo se le han escuchado salmodiar apotegmas pancarteros y eslóganes muy sentidos. ¿Quién está redactando y con qué metodología el programa autonómico de Podemos en Canarias? Vaya usted a saber.

Por el momento la señora Santana ha insistido perentoriamente en dos ocurrencias. La primera, eliminar gasto público, que para la candidata de Podemos es una labor muy sencilla: basta con deshacerse de políticos, de cargos públicos, de asesores, de ruin, superflua y chupóptera casta. Este tierno infantilismo olvida convenientemente que más del 70% de los 6.195 millones de euros del presupuesto general de la Comunidad autonómica se destina a abonar los sueldos, materiales y tecnología de las consejerías de Educación y Sanidad. La otra obsesión tartamuda de Santana consiste en una renta básica para las 50.000 familias canarias que se encuentran bajo el umbral de la pobreza. Si fijamos 600 euros mensuales para cada unidad familiar el coste de esta medida se dispara a unos 360 millones de euros al año. Admitiendo un desempleo ligeramente decreciente en la próxima legislatura podrían aventurarse unos 1.100 millones de euros para los próximos cuatro años; aproximadamente, un 2,1% del PIB del Archipiélago en 2014. Obviamente Noemí Santana no especifica ni de broma de dónde sacará esta pasta para una renta básica que además promete comenzar a aplicar en sus primeros cien días de mandato. La comunidad autonómica tiene una deuda de más de 7.900 millones de euros y ahora mismo representa el 14,5 de su PIB anual. Globalmente es de las más bajas del Estado, pero si se mide la deuda per cápita, mientras a cada isleño le correspondían 638 euros en 2004, ahora te tocan nada menos que 2.839. Santana y sus compañeros no encontrarán estas cifras en el documento presentado ayer por Pablo Iglesias y que pretende cubrir su desnudez vocinglera. Pero seguro que no les intranquilizará.

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Puro cuento

Durante los últimos ocho años (y muy en particular durante esta legislatura que agoniza) la política de comunicación del Gobierno de Canarias ha sido, en realidad, la política de comunicación de la Presidencia del Gobierno de Canarias. Como demuestran hasta el bostezo hemerotecas y videotecas el objetivo básico de la misma fue una vibrante e inacabable exaltación de la figura del presidente del Gobierno, omnisciente y omnipresente, quien igual improvisaba un análisis de la crisis financiera estadounidense que explicaba la importancia de creer en un Ser Superior creador del cielo y de la tierra. Paulino Rivero estaba presente en todas las reuniones de las RUP, en todas las romerías, en congregaciones de cristianos evangélicos, en congresos de ornitólogos y asambleas de homeópatas, en los partidos del CD Tenerife y la UD Las Palmas, en torneos de bolas y petancas, discurseando cantinflescamente y sin desmayo, repartiendo premios y medallas, ordeñando vacas, cargando espuertas de uvas, arando campos, besando niños y corriendo atléticamente por todos los andurriales archipielágicos. El núcleo inicial del imaginario aliñado en las retortas de Presidencia del Gobierno era un líder cercano, sencillo, inmediato, incansable, un self made man cuyos modestísimos orígenes sociales demostraban sus virtudes de esfuerzo, disciplina, pundonor y afán de superación, volcados ahora generosamente en el bienestar de Canarias. Pero en los últimos cuatro años eso no bastaba. La crisis económica y social se endurecía y cientos de miles de isleños la sufrían en sus carnes y los servicios sociales y asistenciales crujían al borde del colapso. El responsable, por supuesto, era Madrid, es decir, el PP, y Rivero se convirtió así en un progresista que intentaba heroicamente salvar el Estado de Bienestar en un Gobierno con los compañeros del PSOE. El relato se renovó porque, además, tenía una afilada utilidad contra los que discutían a Rivero en CC una nueva candidatura presidencial: eran los representantes de la derecha insularista contra un progresista que defendía una Canarias desde un nacionalismo de izquierdas, equilibrado,  integrador,
Paulino Rivero jamás ha sido un político progresista. Pactó con el PSOE en 2011 – como lo hubiera hecho cualquier dirigente coalicionero — porque era la única fórmula para conservar la Presidencia del Gobierno, de la misma manera que en 2007 pacto con el PP, pese a la abultada mayoría que obtuvieron entonces los socialistas encabezados por Juan Fernando López Aguilar, cuyo éxito no reconoció públicamente jamás. Durante quince años, como secretario general de ATI, su labor consistió en desplazar al PSOE en las alcaldías tinerfeñas y no lo hizo nada mal. Se ha negado a apoyar al candidato presidencial de CC en campaña electoral y ahora solo espera un fracaso de su partido para tener un pretexto e incorporarse a otro, por ejemplo, a Nueva Canarias. Por eso ese cuidadoso relato político – siempre en clave personal, nunca en relación realista y contrastable con su gestión – no es un relato. Es un cuento. Es puro cuento.

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No pervivirá este hermoso paraíso

El rito tradicional marca que uno debe sentirse decepcionado por las campañas electorales, monótonas cacofonías intercambiables y espectacularización de una política que ya es puro espectáculo en todos sus formatos, desde el mimo – María Australia Navarro, sonrisa de Joker y estilismo de adolescente sin causa, prometiendo 100.00 puestos de trabajo – hasta la ópera de cuatro perras – Noemí Santana explicando que gracias a Podemos en Canarias no ha estallado una revuelta popular, es decir, reivindicando lo que no ha ocurrido –. Pero estas elecciones autonómicas y locales no se merecen esto. Este pequeño país está en un brete de cuya salida dependerá su viabilidad como proyecto de convivencia con garantías de futuro. O no. Porque ningún país resulta viable con unas tasas de desempleo superiores al 20% durante lustros y con casi una generación completa resignada a los baretos y a la televisión. Podemos engañarnos – las élites políticas y empresariales pueden hacerlo, los deudos de la revolución pendiente pueden hacerlo– pero no lo es. Mientras aquí nos estancamos contando turistas y esperando una recuperación parcial de la construcción (con o sin Cotmac) allá afuera la economía mundial sigue su camino a través de procesos y ajustes de cambio y transformación cada vez más complejos y acelerados. Pasan los años, se cronifican los problemas, la crisis muta de coyuntura a vencer a estructura de comportamiento y Canarias parece haberse arrancado los ojos, como Edipo, y camina a trompicones por el escenario, carente de cualquier inteligencia prospectiva. Ninguna atención geoestratégica. Una calidad institucional (pública y privada) entre mediocre y pésima que se contenta con mantener en lo posible el status quo hasta el punto que a veces dibuja una voluntad suicida. No pervivirá este hermoso paraíso de turistas munificentes, constructores y operadores rapaces, salarios miserables, productividad en picado, rentas de la UE y un famélico ejército laboral de reserva.
Canarias necesita un agenda reformista que admita como obviedades la necesidad de una reforma de las administraciones públicas y el desarrollo de nuevos modelos e iniciativas de crecimiento económico porque, sencillamente, ni un turismo floreciente ni una construcción necesariamente limitada pueden absorber cerca de 350.000 desempleados. La única alternativa en un sistema económico globalizado es lo que Rodríguez Martín ha llamado territorialización activa: nuevos diseños funcionales, superación de economías de escala, proyectos de glocalización en el tejido empresarial isleño vinculados a energías alternativas, por ejemplo, y en todo caso, apuntalados por inversiones importantes en educación y en I+D+I.  Pero en esta algarabía previa a las urnas no se escuchan proyectos, sino discursos, no se perciben programas integrales, sino sugerencias, no se aportan herramientas, sino nuevas y ya ancianas promesas inverosímiles.

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Cólicos y vertederos

El asombro no debiera estar en que Manuel Fumero haya dimitido como secretario general del PSOE de Tenerife, sino en que lo haya sido. Es más sintomático de la actual situación de la organización socialista lo primero que lo segundo. Un síntoma, sobre todo, de un proceso de consunción política que se arrastra hace lustros. El señor Fumero – que tiene una causa judicial abierta desde hace meses – no encuentra el mejor momento para dimitir como secretario general del PSOE tinerfeño que un mes antes de las elecciones. El señor Fumero decide abandonar la lista electoral al Parlamento de Canarias diez o doce días antes de que expire el plazo legal para su presentación, porque al parecer antes no había encontrado tiempo para pensar sobre su delicada situación procesal.  Hay quien dice – aaah, lenguas de trapo – que el señor Fumero aspiraba a convertirse en diputado para que su expediente judicial se trasladara al Tribunal Superior de Justicia de Canarias. Los mismos maldicientes señalan que Patricia Hernández estaba dispuesta a tolerar semejante ambición, y que fueron otros compañeros, entre los cuales se encuentra Javier Abreu, quienes se opusieron en redondo. En realidad la candidatura parlamentaria de Fumero se desinfló – y con ella las ganas de batalla del todavía alcalde de Vilaflor – cuando desde la dirección federal fue desplazado del segundo puesto hasta el cuarto, porque todo el mundo sabe en el PSC-PSOE que sería un auténtico milagro que obtuvieran cuatro diputados por la circunscripción tinerfeña.
Los socialistas siguen en lucha final contra sí mismos, pero la dimisión de Fumero no es un detonante de cabreos y quebrantos internos, sino un resultado casi lateral de los mismos. El silvestre Fumero representaba el gestor de los intereses estratégicos y sobre todo tácticos del psocialismo del sur de Tenerife, donde el partido – con la excepción histórica de La Laguna, cada vez más debilitada en los últimos años – tiene su principal granero de votos. Sin la solícita ayuda de los alcaldes socialistas de la zona, y en especial de José Miguel Rodríguez Fraga, Patricia Hernández jamás hubiera conseguido la candidatura presidencial del PSOE al Gobierno regional. Si Rodríguez Fraga ha sido su padre político en la aventura autonómica, Fumero ha actuado cual José Luis López Vázquez como padrino en La gran familia. Nadie lo tomaba demasiado en serio, pero todos se divertían un ratito con él. Mientras tanto el PSOE sigue sin ofrecer un atisbo de sus propuestas políticas para Canarias más allá de eslóganes que podrían pasar por titulares de Ragazza (mi preferido: Un REF que piense en tí) y la lista del Cabildo es tan difícil de cerrar como las desconfianzas de Aurelio Abreu a todo lo que se mueva por tierra, mar, aire y especialmente autopistas. Ya lo dijo el propio Fumero tras anunciar su dimisión: “Me voy con la sensación del deber cumplido”.  No la satisfacción, sino la sensación. Una sensación vaga y molesta, cabe imaginar. Algo así como cuando te asalta un cólico en un vertedero.

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Podemos un poquito

Lo que está ocurriendo con Podemos en Andalucía amenaza con convertirse en un antecedente que tendrá sucesivas entregas después de las próximas elecciones de mayo en comunidades autonómicas y ayuntamientos. Para decidir el voto de Podemos en la sesión de investidura de Susana Díaz – que no para consensuar o aprobar unos presupuestos generales o integrarse en un gobierno de coalición – la dirección nacional encabezada por Pablo Iglesias ha impuesto a Teresa Rodríguez y a los diputados andaluces un equipo negociador integrado por un alto cargo de la jerarquía podemista (Sergio Pascual, secretario de Organización) y un militante andaluz que no ostenta ningún cargo público u orgánico. Del discurso aflautado del empoderamiento ciudadano a pulverizar cualquier autonomía de Rodríguez y sus compañeros en la primera decisión que debían tomar como partido y grupo parlamentario. Los podemistas andaluces han demostrado disfrutar de menos potestad que sus homólogos del PSOE o de Izquierda Unida. Es francamente difícil imaginar a los socialistas cántabros o a los de IU en Extremadura admitiendo semejante atropello por parte de sus respectivas direcciones federales.  Iglesias y compañía siempre han insistido en que ya no era admisible la vieja política de que santificaba la toma de decisiones relevantes en oscuras reuniones de un puñado de personas. En este sentido su voluntad es tan rotunda e inequívoca que se las han arreglado para que Teresa Rodríguez no esté presente en los despachos en los que se decidirá su voto en la investidura presidencial.
La obsesión por el control vertical de la organización – que se quiso opacar con la renuncia a participar directamente en las elecciones municipales – es comprensible desde un punto de vista operativo, pero destruye ese vibrante imaginario que privilegiaba la autonomía de círculos e individuos para una praxis política ferozmente independiente. Podemos es un partido político (sus máximos dirigentes han querido serlo) y funciona como tal, con sus intereses e incentivos, en el ecosistema político español. Un partido de aliento jacobino, alma centralizadora y vocación de poder. Un partido, por tanto, cuyos máximos dirigentes no pueden dejar operar libremente a sus organizaciones territoriales con el riesgo de desgastar sus opciones y contradecir sus estrategias. El espectáculo pude ser fastuoso en Canarias en los próximos meses, porque aquí Podemos ha terminado por convertirse, en una situación de creciente confusión y desorden, y con una muy modesta participación de militantes y simpatizantes, en el acogedor receptáculo de otras opciones ya instaladas electoralmente (como Sí se Puede) o momificadamente testimoniales (como Canarias por la Izquierda). Ha sido una atropellada confluencia más atenta a las cuotas en los neonatos aparatos de dirección y a las candidaturas electorales que en redefinir análisis críticos y especificar propuestas de reforma y en la que podrá mencionarse el nombre de Podemos en vano hasta el mismo momento en que se consigan cargos públicos. Ni un minuto más.

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