Eugenio Trías

ILP

En la mañana de ayer el jabalí Pérez Pujalte se desgañitó en la radio justificando que el PP votase en contra del debate de la Iniciativa Legislativa Popular (ILP) presentada por la Plataforma Antidesahucios  y avalada por más de 1.400.000 firmas. Este ríspido botarate  repetía como principal argumento que la dación en pago “dejaba a la gente en la calle y sin casa”, frente a la opción de quedarse en la calle, sin casa y pagando la hipoteca, que al parecer le parecía más caritativa. En el fondo de todos los discursos que he escuchado al PP – desde las lagrimitas de la vicepresidenta Saénz de Santamaría a las reflexiones asnales de Pujalte – siempre se encuentra ese sabor, ajeno y aun contrapuesto a cualquier concepto de justicia social: el sabor de la caridad bien entendida. Claro que la caridad bien entendida empieza, como nadie ignora, por los bancos mismos. Por la tarde llegó la sorpresa: el grupo parlamentario del PP admitía tramitar la ILP y el figurín conservador que, desde la tribuna de oradores, anunciaba la buena nueva, exhibía una jerola elefantiásica al dirigirse a la Plataforma y proclamar que el Partido Popular tenía los mismos objetivos que Ada Colau y sus compañeros y simpatizantes. No basta con ser un provocador para afirmar tal cosa: hay que ser un poquito miserable.

El cambio de actitud del PP – y antes de los socialistas- solo se debe a un motivo: la presión organizada de la sociedad civil, el activismo dinámico y comprometido de varios miles de ciudadanos en todas las comunidades autonómicas, la información que ha puesto nombres y rostros, a través de las redes sociales, a los condenados a quedarse en la calle y arruinados de por vida por una de las leyes hipotecarias más brutales de toda Europa. Al mediodía llegaba otra terrible noticia: dos jubilados, a punto de ser desahuciados, se suicidaban en Palma de Mallorca. Ya es más, mucho más que suficiente. Es probable que algunas de las afirmaciones en televisión de Colau sean desafortunadas, es posible que algunas de las estrategias informativas de otras plataformas y colectivos resulten de todo punto censurables, pero que estos ganapanes sigan apoltronados en sus escaños, mientras crece el hambre, la desesperación y la ruina entre la gente no tiene ninguna excusa democrática. Finalmente quienes están demostrando que el sistema político puede tener una oportunidad son los de la Plataforma Antidesahucios; los diputados del PP, en cambio, y el propio Gobierno de Mariano Rajoy, son los que actúan como fuerzas antisistema y colaboran activamente en su creciente deslegitimación.

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Eugenio Trías

 

Entre las últimas crónicas de empresarios trincones y papas dimisionarios ha muerto el filósofo Eugenio Trías. Murió trabajando y curioseando, como debe ser, como debería morir cualquier hombre, si todos los hombres pudieran celebrar el prodigio de estar vivos. Eugenio Trías representó una anomalía en este país, un país que, por un momento, pareció más o menos normalizado, pero que ahora esta a punto de destartalarse, y me cuesta no caer en metáforas ineptas comparando un destino colectivo con otro individual. Como Lledó, como Manuel Sacristán, el profesor Eugenio Trías creció en las aulas universitarias del franquismo duro, finales de los cincuenta y principios de los sesenta, y se largó a respirar filosofía alemana a pleno pulmón. Qué jaulas nauseabundas deberían ser esas Facultades de Filosofía patrias, todavía trufadas de excombatientes por sus cojones y curas casposos para los que la última palabra correspondía a Santo Tomás de Aquino.  Trías no se resignó a difundir críticamente a los pensadores del siglo (y a algunas luminarias menores, pero estimulantes) en los páramos culturales del franquismo. El profesor Eugenio Trías, rodeado de fragmentarismo filosófico, filosofías narrativas y apologías del pensamiento débil, tomó una decisión enloquecida: construir, en el último tercio del siglo XX, un sistema filosófico. Hay gente, con la que no consigo estar totalmente en desacuerdo, para la que construir actualmente un sistema filosófico es como diseñar un refugio en previsión de un apocalipsis zombi. Trías lo hizo con una testarudez que es un ejemplo de inteligencia, coherencia, rigor y elegancia. Quizás los sistemas filosóficos ya no sean otra cosa que palacios deshabitados – o mejor, inhabitables – que se visitan para volver con algunas emociones fuertes, algunos deslumbramientos definitivos, algunos estímulos que nos llevarán a entender lo cotidiano con una mirada ligeramente distinta. Tal vez no puedan aspirar a más, pero el sistema  especulativo de Trías nunca conseguirá menos.

Eugenio Trías intentó desecularizar la razón. Bajarla de su condición de oráculo inapelable para liberarla, precisamente, de cualquier instrumentalización filosófica, política, burocrática, ideológica. Lo hizo desde un diálogo interminable con otras tradiciones filosóficas, con la religión, la música o el cine y gracias a su lúcido entusiasmo en cualquier libro suyo hay mucho que aprender.

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