humorismo

Manolo Vieira

Se le murió a la gente Manolo Vieira y de inmediato, es inevitable, comenzó la llovizna de elogios, encomios, ditirambos, parabienes. Vieira es el mayor humorista que ha tenido en Canarias y durante algunos años, sinceramente, pareció el único. Y también el primero. ¿Alguien conoce algún predecesor mínimamente interesante? Existe literatura humorística – en la poesía satírica y burlesca de finales del XIX y principios del XX se puede encontrar, así como en novelistas del último medio siglo – pero humoristas no. Es un hecho interesante y tal vez culturalmente significativo. El canario sabe reírse pero no hacer reír. Durante mucho tiempo el chistoso, el gracioso, el ocurrente, estaba mal visto. En el fondo todavía lo está: maldito burletero. Por supuesto lo que se puso a hacer Vieira muy a principios de los años ochenta, cuando pasó de camarero a cómico, era stand up, el formato cómico creado en Estados Unidos más o menos después de la II Guerra Mundial, algo que el joven Vieira posiblemente no sabía. Por entonces solo existía un referente lejano, Gila, y los  chistosos que salían en los programas de espectáculo de TVE, de Fernando Esteso a Pepe Da Rosa. Dice la leyenda que Vieira comenzó contando chistes pero que poco a poco – o quizás rápidamente – introdujo narraciones y observaciones sobre la vida cotidiana y populosa de Las Palmas, especialmente de La Isleta, que era su barrio.

No tardó en saborear el éxito. Una de sus claves fue que  Manolo Vieira encarnó, en sus monólogos narrativos, el papel de observador concernido. Era un tipo de La Isleta que contaba cosas que le ocurrían a otros tipos de La Isleta. Con su mismo léxico, su mista sintaxis, sus mismos ritmos y silencios irónicos. Vieira eras tú, él y ella, nosotros o yo, pero mucho más astuto que todos: había transformado menudencias cotidianas en una identidad compartida, en un código emocional, en un espejo hilarante.  Sus discípulos e imitadores (a veces no es fácil distinguirlos) nunca lo superaron porque Vieira se nutría de su propia biografía, de sus experiencias cotidianas, de su interacción con una realidad dura y jodida, pero finalmente acogedora. Y cuando todo eso acabó le bastó con la memoria, por supuesto. Lo mismo que ocurre con otro camarero egregio, Alexis Ravelo. En ambos casos el oficio era su vida y su vida alimentaba su oficio devorador. Observación penetrante, capacidad de simbolizar un mundo de relaciones y asociaciones, excepcional talento narrativo. Se pueden transmitir técnicas, pero no se puede enseñar un espíritu artístico.

Vieira, sin embargo, es un humorista cuya complejidad va más allá de un costumbrismo afable y cómplice. La identidad le servía, más como escudo que como espada, para burlarse de todas las cosas – la ridiculez, los toletes, el godo, la cursilería, los abusadores, la petulancia, los cobardes, los chismosos, la pedantería – salvo de una: la propia identidad. Es cierto que en algunos monólogos – no siempre los mejores – parece desdoblarse por un instante y aquí y allá llega al límite, pero jamás lo cruza. Era demasiado inteligente y, sobre todo, conocía demasiado a su público para saber que el canario no sabe ni quiere ni soporta, en realidad, reírse de sí mismo. Al canario reírse de sí mismo se le antoja algo inimaginable: un pueblo masoquista cree que ya está bien criticado y ridiculizado por los demás. Es comprensible que Manolo Vieira, por su edad y su experiencia vital, no diera el paso. El paso de reírse abierta y si cabe ferozmente de nuestras idioteces, nuestras miserias, nuestros terrores, nuestros complejos y pesadillas, nuestros sueños y fantasías. Pero los que se llaman sus discípulos – ahora mismo todos – han incumplido ese tránsito imprescindible para llevar al humor canario a la madurez y abrirlo a nuevos caminos que no sea complacerse con nuestros tics, nuestras inercias mentales, nuestras mentiras. Pasar de reírse con tu público a reírse contra tu público y seducirlo con esa apuesta. Para que el humorismo canario alcance su madurez definitiva debe superar la self pity risueña, la indulgencia para con nuestras tonterías.  Los canarios deben aprender a reírse de sí mismos.  Después del comienzo irrepetible — y demasiado repetido — de Vieira esa debiera ser el objetivo de los humoristas isleños A ver cuándo empiezan.

Publicado el por Alfonso González Jerez en Retiro lo escrito ¿Qué opinas?

Despierten

“Todas las religiones son cruzadas contra el humor” (Cioran)

No voy a escribir un artículo sobre los humoristas de Charlie Hebdo asesinados en París por dos miserables fanáticos. Espero que la policía los atrape, que sean juzgados con las debidas garantías procesales y que no vean jamás la luz del sol mientras son alimentados el resto de sus vidas exclusivamente con productos porcinos. Oh, ya he cometido una incorrección. Quería escribir precisamente de eso. De las estúpidas miasmas que han circulado por las redes sociales con el sano propósito de advertirnos que las cosas no son tan sencillas, que la religión poco o nada tiene que ver con esta masacre, que mucho cuidado con la islamofobia, que ya se ve a lo que conduce la infinita arrogancia eurocéntrica y criptocolonialista, por no recordar los que saben de buena tinta que todo este horror está diseñado por la CIA, el Pentágono, el gobierno israelita y el Fondo Monetario Internacional.

Mucho cuidado, sí, con la religión. Esta obsesión izquierdosa por borrar la religión como factor nuclear del yihadismo sería hilarante si no estuviera nutrida por una idiotez inacabable, siempre autosatisfecha e incapaz de entender que entre los combatientes islamistas no son motivaciones políticas las que utilizan las convicciones religiosas como excusa, sino aproximadamente lo contrario. O por decirlo con mayor precisión: para los yihadistas no existe diferencia alguna entre opción política e identidad religiosa. La afiliación religiosa agota su identidad política. Es una incompresión radical y patética aquella que no entiende, que se niega resueltamente a entender, que alguien mate por razones religiosas, porque crea con una atroz fuerza interior que su dios exige un  tributo de sangre y recompensará su voluntad de exterminio del infiel. La falta de costumbre, imagino, por parte de europeos para los que la religión supone, mayoritariamente, un vago recuerdo infantil. La religión –según los esquemas interpretativos asumidos por ese progresismo batueco y altisonante que niega así la tradición intelectual de la que se supone forma parte  – debe ser siempre un epifenómeno. Una excrecencia superestructural. Pues no lo es. La religión, para los fanáticos religiosos, lo es todo; es, precisamente, una forma de totalitarismo, una ideocracia cerrada e incuestionable. Política, moral e intelectualmente el Corán es tan despreciable como las Escrituras cristianas. La única diferencia relevante es que en los últimos 300 años hemos conseguidos domesticar civilmente (más o menos) a las iglesias cristianas. No ha ocurrido así con el Islam, que no necesita a moderados sino, en todo caso, a reformistas que consigan secularizarlo.  No aparecen por ningún lado. En cambio lo que se ha fortalecido en las últimas décadas es un movimiento político de vocación universal que basa en supersticiones y prejuicios de cabreros medievales su anhelado modelo de organización y control social y que, divididos entre facciones y ejércitos en disputa, se extiende pujantemente en el norte de África. Y llegan a París y asesinan una docena de escritores y viñetistas. Despierten de una puñetera vez.

Frente a la violencia ideológica en las sociedades democráticas – o que aspiren a no dejar de serlo – no puede concebirse mayor error que concederles la razón a medias a los violentos, los asesinos y extorsionadores.  No es otra cosa practicar desde la comodidad del ordenador o la tablet la victimización de los verdugos,  elevados desde su condición de repugnantes criminales a la digna categoría de signos políticos que apuntan a otras responsabilidades ajenas a su vesania, al fin de cuentas, pura subjetividad fanática. Que apuntan a Europa. Que apuntan, en definitiva, a los propios masacrados. Esta sórdida inmoralidad se enmascara bajo ese ejercicio de masoquismo eucarístico que repite incesantemente que todo ocurre por nuestra culpa, por nuestra grandísima culpa, por nuestra eurocéntrica y colonialística culpa. Una forma particularmente oligofrénica y ruin de regir un problema áspero, complejo y trufado de amenazas y peligros, y en el que no se juega únicamente el destino de las frágiles democracias europeas, sino también el de muchos millones de musulmanes brutalmente sojuzgados por tiranos, militares y clericanallas que aplastan cotidianamente sus libertades. Incluida, por cierto, su libertad religiosa.

Publicado el por Alfonso González Jerez en Retiro lo escrito ¿Qué opinas?