Juan Carlos I

Epístolas paulinas

Otro asunto candente que me aburre hasta el paroxismo son las cartas que el presidente del Gobierno autonómico, Paulino Rivero, ha dirigido a Mariano Rajoy y al Rey Juan Carlos I. Las admonitorias epístolas de Rivero son únicamente uno de sus penúltimos artefactos propagandísticos en la búsqueda perpetua y cada vez más descangallada de un titular. Por supuesto, se trata de cartas cuyo objetivo es ser publicadas, y los melífluos comentarios sobre su ambigüo carácter, entre público, privado y mediopensionista solo añaden más estupidez al asunto. He aquí al presidente de un Gobierno que se denomina nacionalista alertando al Rey y a Rajoy de una creciente desafección de los ciudadanos canarios hacia el Estado español. Curioso nacionalista: eeeh, pssst, señores, cuidado, mucho cuidado, porque cada vez hay más nacionalistas en Canarias, esto es una situación muy peligrosa, pero si ustedes me sueltan unas perritas como lubricante de amarguras, hoy por ti y mañana por mí, ya saben…
En Canarias, por supuesto, no existe ningún aumento perceptible en la desafección política hacia el Estado español, ninguna crisis evidente o potencial en el sentido de pertenencia. Lo que está en crisis larvada en Canarias – como en toda España y no únicamente en España – en la legitimación misma del sistema político-institucional y los mecanismos de la democracia representativa, como amargo fruto de la recesión económica, la corrupción rampante y los ajustes presupuestarios y fiscales que padecen especialmente las clases medias y trabajadoras del país y que significan una voladura controlada del Estado de Bienestar. Y Rivero lo sabe perfectamente. Pero las cartas. Las cartas fueron una ocurrencia político-electoral muy provechosa en los viejos tiempos de ATI. ¿Recuerdan ustedes aquella supuesta carta, a mediados de los noventa, que redactaba un joven canario desde Madrid y que tanto éxito obtuvo en una campaña electoral de la época? Esto es lo mismo. Rivero va saltando entre titulares como los protagonistas de aquel programa, Humor amarillo, saltaban entre obstáculos levantados sobre un pantano cenagoso. Se cae siempre, pero como siempre se levanta, cree que lo hace cojonudamente.
Un presidente del Gobierno no se dedica a la literatura epistolar o al voyeurismo bloguero. Gobierna. Estudia expedientes, dirige y dinamiza equipos de trabajo, desarrolla diagnósticos, toma decisiones. Escribir cartas a los reyes es algo que se hace hasta los ocho o diez años, cuando uno descubre que los reyes son los padres y no tienen una perra chica.  En la primera epístola a los Corintios, Pablo de Tarso escribió:  «Destruiré la sabiduría de los sabios y rechazaré la ciencia de los inteligentes».  Paulino de El Ravelo, en este punto, puede presumir de discípulo aventajado del más taimado y energuménico de los apóstoles.

Publicado el por Alfonso González Jerez en Retiro lo escrito ¿Qué opinas?