Karl Hraus

La lengua sacrificada

De vez en cuando, desde que tengo (mala) memoria, se publica algún curioso estudio o una estadística tremolante que insiste en la pobreza de lenguaje de los adolescentes o los jóvenes. En los últimos años lo más frecuente es relacionarla con el voraz consumo de televisión, el fracaso escolar o el uso de las videoconsolas. Más recientemente se insiste en la malvada influencia de la telefonía móvil e Internet. No sé. Es posible. Un amigo me insiste en que gracias a las redes sociales, particularmente a facebook y a twitter, la gente escribe más que nunca. Expreso mi escepticismo de guardia. El twitter es una falsa conversación entre aforistas frustrados. Un señor que sabe mucho de esto, don José Luis Orihuela, el responsable de una bitácora de referencia, e.cuaderno.com, seleccionó hace algún tiempo sus “favoritos en twitter”, una suerte de antología de mensajes memorables en 140 caracteres. Entre los más brillantes figuran los siguientes:
“Cuando el título del cargo del funcionario (sic) ocupa más de una línea ese tipo está puesto para complicarlo todo”
“¿Y tu media naranja? Por ahí, rodando con las mandarinas equivocadas”
“Haciéndome demasiadas preguntas que nadie podrá contestar…Relax, estamos a lunes”
“La mujer maravilla, el hombre araña”
“Que no te preocupe la muerte, sino poner algo importante entre tú y la muerte”
“Qué difícil es decir no y hacerlo bien”
“Conozco a una chica tan fashion que en ligar de nachos pide Ignacios”
“Trabajar es la manera más rentable de perder el tiempo”
“No quiero comodines, sino bazas firmes. Si no llegan, continuaré haciendo solitarios”.
“En el descanso, Internet sigue 2.0”
Ejem. Maese Orihuela debió leerse muchos miles de mensajitos durante un año para espigar este florilegio de prodigios, en los que es difícil encontrar influencias de Canetti o de Óscar Wilde, precisamente. La mayoría de los twitter seleccionado se me antojan greguerías frustradas, como las que sus seguidores le remitían inmisericordemente en cartas o postales al pobre Ramón Gómez de la Serna, cuando no chistecillos del tres al cuarto. Por supuesto, en cualquier momento puede llegar Agustín Fernández Mallo y convertir esto en un subgénero posliterario. Creo que la más prudente es no lanzar análisis precipitados (como los del propio Orihuela: “twitter es el sistema nervioso de la nueva sociedad de la información”) ni confundir las redes sociales con una explosión de participación en lo público o una salutífera recuperación de la palabra y sus valores éticos y estéticos. A mi amigo le contesté que, en el plazo de una década, sería posible eludir la escritura en facebook o en el twitter: emitirías oralmente tu mensaje o tu apunte y el dispositivo técnico en cuestión se encargaría de convertirlo en letra impresa o imprimible. Quizás puedas igualmente, a golpe de voz, colgar fotografías, gráficos o vídeos. Veamos entonces lo que queda de excipiente literario en las redes sociales.
La habitual jeremiada del empobrecimiento lingüístico entre los adolescentes es más una expresión de hipocresía que la constatación de una obviedad. Basta con un somero análisis de las retóricas y los mensajes de candidatos y partidos políticos en la actual campaña electoral para comprobar que su uso del lenguaje no desdice el de un adolescente con problemas para superar el bachillerato. De hecho, después de leer tres intervenciones públicas, espigadas al azar, de Paulino Rivero, José Miguel Pérez y José Manuel Soria puede asegurarse que ninguna de las mismas utiliza más de un millar de palabras, poco más de las 700 que puede manejar con cierta soltura un quinceañero escolarizado. Lo peor, con todo, no es la pobreza léxica y la expulsión del matiz a los infiernos, sino la momificación de una sintaxis misérrima que a veces linda con el agramatismo. No se trata de una torpeza compartida que tenga como precio la insignificancia: es la insignificancia mantenida como objetivo comunicativo central. La insignificancia del mensaje político (sea nacionalista, conservador o socialdemócrata) busca la desidentificación frente al electorado para no perder un solo voto: los coalicioneros buscan no parecer demasiado nacionalistas para no extraviar sufragios que ni siquiera merecen ser llamados regionalistas, los conservadores persiguen no ahuyentar a ningún segmento del electorado centrista y moderado, los socialdemócratas, atraer a quienes no son socialdemócratas. La simplificación y la rutinización de la banalidad resultan, igualmente, el soporte de la crítica y descalificación del adversario político-electoral, que viene a ser la principal actividad retórica de los partidos mayoritarios y de muchos que no lo son: el adversario ni siquiera es descalificado por lo que hace y propone sino, especialmente, por lo que es: un nacionalista, un derechista, un socialdemócrata, un ecologista o hasta un antisistema.
En un espacio público fuertemente intervenido por los intereses partidistas y por la ideología de status quo, este miserabilismo lingüístico y cultural se convierte en el sistema gramatical de legitimación de las estructuras de poder. A través de un conjunto de técnicas y recursos lingüísticos (circunloquios, elìpsis, frases-titulares, adjetivos de distracción, falacias esculpidas en el mármol de la estupidez propia y ajena) la realidad queda debidamente amaestrada y a cualquier intromisión en este enjuague se le aplica la disonancia cognitiva. Los medios de comunicación tradicionales tienen una responsabilidad ineludible en esta catástrofe cotidiana que convierte cualquier proclamación de pluralismo, en el mejor de los casos, en un propósito hilarante y al cabo frustrado. Y eso es lo peor, porque como nos enseñó Karl Kraus, la degradación de la lengua es equivalente a la degradación del pensamiento, de la cultura y de la participación política. “El poder no solo no es separable de las víctimas, sino también de la lengua. Lengua y poder se nutren”. Gracias a eso, a la destrucción del lenguaje como instrumento de reflexión y crítica, Paulino Rivero puede afirmar que Canarias tiene el mejor sistema educativo de Europa, José Manuel Soria criticar acerbamente la política económica de un Gobierno en el que fue consejero de Economía y Hacienda durante tres años y medio, José Miguel Pérez aseverar que su objetivo principal será la mayoría social cuando sus compañeros en el Gobierno español están aplicando una política de ajustes presupuestarios brutales y recorte de derechos sociales, los dirigentes socialistas andaluces proclamar su honestidad incólume o Francisco Camps presentarse de nuevo a la Presidencia de la Generalitat valenciana rodeado de una docena de imputados en las listas del Partido Popular. Un carrusel de insignificancias verbales adorna y pretende justificar esta descarada putrefacción moral cuya descomposición comienza a heder en los adjetivos y circunloquios empleados en cada caso. Nadie respeta la lengua porque nadie respeta ya los principios y exigencias del sistema democrático y viceversa. En el altar de los parlamentos, las cúpulas empresariales y los grandes medios de comunicación la lengua es burlada, martirizada y reducida a un guiñapo e ignoramos que lo que se está sacrificando no es otra cosa que nosotros mismos. “Enseñar a ver abismos allí donde aparecen lugares comunes: eso sería una tarea pedagógica para una nación crecida en pecado (…) Ninguna imaginación es más grande que la posibilidad de pensar dentro de ella. La imaginación consigue figurarse un afuera que abarca la plétora de felicidades de las que uno ha carecido: es una recompensa para el alma y para los sentidos y aun así abrevia. La lengua, en cambio, es la única quimera cuya capacidad de engaño no acaba nunca: es lo inagotable que no empobrece la vida. ¡Que el ser humano aprenda a servirle!” (Karl Kraus, La Antorcha).

Publicado el por Alfonso González Jerez en General 1 comentario