Montoro

Ficción mortal

Los cuatro últimos presupuestos generales del Estado (el final de Rodríguez Zapatero y los tres de Mariano Rajoy) son películas de terror. Quiero decir que son básicamente complejas ficciones contables a las que se ha encargado convencer a la Unión Europea y a los mercados financieros, pero ficciones capaces de matar. Como si usted disfrutase en casa de la proyección de Abierto hasta el amanecer y los vampiros le saltasen desde la pantalla a la yugular. Una y otra y otra vez el Gobierno del PP ha fracasado en sus compromisos fiscales y de gasto público, una suerte de tocomocho que Bruselas ha admitido mirando para otro lado, y ahora, de nuevo, se nos presentan para el ejercicio de 2004 unos presupuestos capaces de cumplir todos los objetivos. Es la misma basura que siempre, por supuesto, pero trampeando aquí y allá – como todavía, aunque con márgenes mucho más estrechos, continúan haciendo ayuntamientos y comunidades autonómicas –  Rajoy y el Partido Popular creen que pueden llegar a las vísperas electorales con la piel más o menos intacta.
Si algo demuestra el proyecto de presupuestos generales del Estado para 2014 es que el propio Gobierno no confía en ninguna recuperación económica, siquiera incipiente. Por eso mismo son los presupuestos con mayor carga tributaria que se recuerde  — aunque el Ministerio de Hacienda admita ya que se cerrará 2013 con una recaudación fiscal 2.300 millones por debajo de lo previsto – y la inversión directa del Estado baja aun más estruendosamente, mientras el peso granítico de la deuda pública roza ya el 100% del PIB y se deja claro que tanto la confianza en un aumento del crédito bancario como la creación de empleo neto son chistes complementarios. Concretamente la inversión directa del Estado en Canarias desciende otro 5% para reducirse a 255 millones, como lo hacen las transferencias a través de sus variados instrumentos: en el Fondo de Compensación Interterritorial se pega un nuevo hachazo del 35,44% y la cifra final mengüa hasta unos ridículos 44 millones de euros. El consejero de Economía y Hacienda, Javier González Ortiz, deberá practicar una nueva autopsia a los presupuestos autonómicos en las próximas semanas. La flexibilización de los objetivos de déficit público ha pasado –en Canarias — de respiro momentáneo a gargajo asfixiante.
Lo peor es la mentira como principio básico de la praxis política: no contar la realidad social que nos espera (concentración de renta, desigualdad, debilitación terminal de los servicios públicos, empobrecimiento del capital humano del país) al final del interminable camino de la consolidación fiscal  y la austeridad presupuestaria.

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Vacío

“Hay que vivir en la realidad”, dijo ayer la vicepresidenta Saenz de Santamaría al salir de la Tienda de los Horrores, es decir, del Consejo de Ministros, y lo dijo con una entonación extraña, como si no se decidiera entre una sentencia existencialista y la letra de un bolero. A su lado, con la habitual sonrisita de hurón perdonavidas, el ministro Cristóbal Montoro dirigía ocasionales miradas de desprecio burlón a los periodistas. Cuando más acojonado se encuentra este pobre diablo más ensoberbecido se muestra. Los analistas económicos cuentan que sus palabras el pasado jueves, en la tribuna de oradores del Congreso de los Diputados, han contribuido sustancialmente a la escalada vivida por la prima de riesgo española en las últimas 24 horas. Ya saben, aquello de que el Gobierno no podía garantizar el pago de las nóminas de los funcionarios. Lo dijo. Y lo dijo cuando se estaba celebrando, precisamente, una subasta de deuda pública, que pudo ser cubierta casi milagrosamente elevando los intereses medio potosí. Aun más: un ratito antes de comenzar la rueda de prensa del Consejo de Ministro comparece en Valencia el portavoz del Gobierno de la Generalitat y anuncia que su comunidad autonómica solicita el rescate al Gobierno central. La Comunidad de Valencia está en quiebra, en definitiva, y necesita fondos estatales para hacer frente a sus obligaciones de gasto más elementales. Al parecer a Fabra y a su colección de gaznápiros y trincones no se les ocurrió esperar hasta la noche o mejor aun, hasta el sábado.

Todo esto es alucinatorio, porque es cierto: hasta la ilusión de que no podría encontrarse peor presidente para una crisis de semejante envergadura que Rodríguez Zapatero nos han quitado. Si el Gobierno de Mariano Rajoy está desacreditado –aun más fuera que dentro de  España – es porque se trata de un pésimo Gobierno que llegó al poder sin un diagnóstico preciso de una situación angustiosa ni una estrategia para desbrozar dificultades y salir de la misma. Ni reformas económicas y fiscales estructurales, ni plan de reforma de las administraciones públicas, ni diseño de un mapa inteligente para navegar por las revueltas aguas de la Unión Europea. Absolutamente nada. Un vacío perfecto bajo la batuta de un líder pancista y cortesano cuya sabiduría y diligencia se limitan a haber sobrevivido a todas las zancadillas, descalificaciones y puñaladas políticas en la cúspide de su organización. Desde luego, son un Gobierno de derechas, de la rancia derecha nacionalcatólica española, que desprecia al Estado, salvo cuando se trata de incrustar a los suyos en sus más doradas covachuelas, y que al socaire de la catástrofe introducirá  sus ñames para promover privatizaciones de servicios públicos e imponer sus valores educativos y culturales. Pero es interesante insistir en que son un Gobierno inepto, torpe, estúpido y mentiroso.

El próximo octubre España deberá pagar 27.000 millones de euros de vencimiento de su deuda pública. Hasta entonces el país atravesará un infierno con aumento del desempleo, cierres patronales y encarecimiento del coste de la vida. La quiebra del Estado parece inevitable. Ya no estamos al borde del precipicio: caemos en el vacío a toda velocidad abrazados a un futuro que no existe.

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