Patricia Hernández

José Miguel Pérez y el hambre

José Miguel Pérez, vicepresidente y consejero de Educación del Gobierno de Canarias, debe estar muy satisfecho de sí mismo y cabe sospechar que se trata de una actitud de la que ha disfrutado durante toda su vida. Siempre que he escuchado al señor Pérez he percibido esa afabilidad superior y condescendiente, suavemente aplomada, de los que creen que sus razones y merecimientos se ajustan como un tanga al culo del Universo. Pérez afirmó anteayer que en Canarias nadie pasaba hambre y dejó más o menos claro que semejante prodigio evangélico era fruto de la presencia del PSC-PSOE en el Gobierno autónomo en los últimos cuatro años. Quizás si hubieran gobernado el PP, Izquierda Unida o los carlistas ya hubiéramos caído en el canibalismo.
La aseveración de José Miguel Pérez no es escandalosa porque sea totalmente inexacta, sino por su indignante frivolidad. Sacar en procesión de nuevo los datos resulta cansino; basta con señalar que en Canarias cerca de 50.000 familias viven entre la pobreza y la exclusión social y que varias organizaciones –entre ellas Cáritas – ha cifrado en más de 100.000 niños canarios los que reciben una ingesta insuficiente y mal equilibrada. Porque el pobre, además de comer poco, suele comer mal, y no por prejuicios alimentarios precisamente, sino porque no tiene un céntimo con el que pagar carne, frutas o lácteos. Probablemente la expresión del vicepresidente Pérez se ajustaría más a la verdad si hubiera dicho que en las islas nadie se muere de hambre, pero aun así las matizaciones, por un mínimo sentido de la decencia, resultarían obligatorias. No, ningún canario se muere de hambre, pero sí comienzan a ser médicamente evidentes los resultados de la malnutrición, sobre todo, entre niños y adolescentes: cefaleas, debilidad orgánica, crecimiento óptimo amenazado, mayor vulnerabilidad hacia infecciones y afecciones patológicas. Las consecuencias de todo orden de una malnutrición cronificada son realmente destructivos en el orden psicológico, familiar, convivencial, educativo. Presumir frente a esta situación de que la gente no cae fulminada por la inanición en las calles es bastante repugnante y apoltronarse en la medida de abrir los comedores escolares en verano (sin duda oportuna) pasa por olvidar la semiprivatización de estos servicios que el propio departamento que dirige José Miguel Pérez ha impulsado en los tres últimos años.
La candidata presidencial socialista, Patricia Hernández, se ha apresurado, por supuesto, a rechazar la satisfacción del secretario general del PSC-PSOE por las plácidas digestiones de todos los canarios. Claro que hacerlo así significa que Hernández está de acuerdo de que en el Archipiélago se pasa hambre después de cuatro años de estancia socialista en el Gobierno autonómico. Es el terrible dilema de Patricia Hernández: simular que los socialistas canarios no han participado ni son corresponsables, en la última legislatura, en los recortes presupuestarios y en la desertización de las políticas sociales del Ejecutivo presidido por Paulino Rivero.

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Barra libre en El Aconcagua

La grima que producen algunos candidatos es superior a la que producen otros, por supuesto. Quizás tengo que hacérmelo mirar, porque se me antoja que son los dos candidatos presidenciales nacionalistas (Fernando Clavijo y Román Rodríguez), a los que quizás sumaría Ramón Trujillo, los que emiten menor número de memeces y muestran cierta resistencia al aullido buhonero y a invocar la lluvia de café en el campo.  A medida que se acercan los comicios las pujas aberrantes y fantasiosas de unos y otros alcanzan mayores niveles de delirio, como aquel montañero que cerca de la cima del Aconcagua creyó que podría volar, soltó el piolet y terminó empurrado en un glaciar poco acogedor. La crisis económica – y la todavía germinal crisis del sistema de partidos – no les ha enseñado nada: en lugar de optar por tratar a la ciudadanía como adultos justificadamente insatisfechos, se empeñan en la infantilización de las propuestas, en la multiplicación de los panes y los peces para pasado mañana a primera hora, en la barra libre para cubrir cualquier expectativa.
María Australia Navarro promete bajar los impuestos y simultáneamente mejorar la sanidad pública sin tomarse un respiro para explicar cómo hacerlo, es más, cómo no lo ha hecho el Gobierno de Mariano Rajoy en los últimos tres años y medio, en los que ha conseguido precisamente lo contrario: un incremento tributario notorio a las clases medias y a las pymes y un colapso de la sanidad pública. Lo más reciente en este bestiario chiripitiflaútico de ofertas electorales, sin embargo, se pudo escuchar en boca de Patricia Hernández, que ha dicho que los salarios en Canarias son muy bajos, y que no basta con equipararlos a la media española, sino que deben alcanzar la robustez de Suecia o Noruega. Ya se sabe que a Hernández la economía le importa un pimiento y pretende triturarla en sonrisas de dientes incontables. Su lema es que ningún dato, ninguna estructura, ninguna realidad le pude chafar un titular patéticamente triunfalista, una profecía que cumplirá ahí donde coinciden los desigmios de la Historia y Tweeter. Los salarios noruegos no se imponen por decreto, ni siquiera en Noruega. Si en las islas los salarios son menores es porque nuestros empleos son un asco y se crean en actividades que generan escasísimo o nulo valor añadido; porque nuestras empresas son pequeñas y escasamente profesionalizadas; porque nuestra productividad jamás ha sido relevante y cae en picado desde hace casi una década, porque el mercado laboral está pésimamente regulado, porque nuestro sistema educativo es muy deficiente y nuestra inversión en I+D+I es grotescamente insignificante. Los salarios, en Canarias, no son el maligno fruto  empresarios inescrupulosos – que abundan — sino de las condiciones económicas y sociolaborales de un modelo de desarrollo basado en la burbuja inmobiliaria y el turismo de masas. Transformar esta realidad lleva más tiempo, incluso, que convertirse en la candidata del PSC-PSOE a la Presidencia del Gobierno de Canarias.

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Cólicos y vertederos

El asombro no debiera estar en que Manuel Fumero haya dimitido como secretario general del PSOE de Tenerife, sino en que lo haya sido. Es más sintomático de la actual situación de la organización socialista lo primero que lo segundo. Un síntoma, sobre todo, de un proceso de consunción política que se arrastra hace lustros. El señor Fumero – que tiene una causa judicial abierta desde hace meses – no encuentra el mejor momento para dimitir como secretario general del PSOE tinerfeño que un mes antes de las elecciones. El señor Fumero decide abandonar la lista electoral al Parlamento de Canarias diez o doce días antes de que expire el plazo legal para su presentación, porque al parecer antes no había encontrado tiempo para pensar sobre su delicada situación procesal.  Hay quien dice – aaah, lenguas de trapo – que el señor Fumero aspiraba a convertirse en diputado para que su expediente judicial se trasladara al Tribunal Superior de Justicia de Canarias. Los mismos maldicientes señalan que Patricia Hernández estaba dispuesta a tolerar semejante ambición, y que fueron otros compañeros, entre los cuales se encuentra Javier Abreu, quienes se opusieron en redondo. En realidad la candidatura parlamentaria de Fumero se desinfló – y con ella las ganas de batalla del todavía alcalde de Vilaflor – cuando desde la dirección federal fue desplazado del segundo puesto hasta el cuarto, porque todo el mundo sabe en el PSC-PSOE que sería un auténtico milagro que obtuvieran cuatro diputados por la circunscripción tinerfeña.
Los socialistas siguen en lucha final contra sí mismos, pero la dimisión de Fumero no es un detonante de cabreos y quebrantos internos, sino un resultado casi lateral de los mismos. El silvestre Fumero representaba el gestor de los intereses estratégicos y sobre todo tácticos del psocialismo del sur de Tenerife, donde el partido – con la excepción histórica de La Laguna, cada vez más debilitada en los últimos años – tiene su principal granero de votos. Sin la solícita ayuda de los alcaldes socialistas de la zona, y en especial de José Miguel Rodríguez Fraga, Patricia Hernández jamás hubiera conseguido la candidatura presidencial del PSOE al Gobierno regional. Si Rodríguez Fraga ha sido su padre político en la aventura autonómica, Fumero ha actuado cual José Luis López Vázquez como padrino en La gran familia. Nadie lo tomaba demasiado en serio, pero todos se divertían un ratito con él. Mientras tanto el PSOE sigue sin ofrecer un atisbo de sus propuestas políticas para Canarias más allá de eslóganes que podrían pasar por titulares de Ragazza (mi preferido: Un REF que piense en tí) y la lista del Cabildo es tan difícil de cerrar como las desconfianzas de Aurelio Abreu a todo lo que se mueva por tierra, mar, aire y especialmente autopistas. Ya lo dijo el propio Fumero tras anunciar su dimisión: “Me voy con la sensación del deber cumplido”.  No la satisfacción, sino la sensación. Una sensación vaga y molesta, cabe imaginar. Algo así como cuando te asalta un cólico en un vertedero.

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Una (otra) campaña electoral

¿Propuestas? No, no he escuchado ni leído nada semejante en los meses previos a las elecciones autonómicas y locales. Quizás estemos en los prolegómenos de un nuevo ciclo político y demás gaitas melodiosas entre la esperanza y el recelo, pero todo esto se parece sospechosamente a una campaña electoral. A una campaña electoral de las de toda la vida, vamos. Fernando Clavijo habla de simplificar las gestiones de las administraciones públicas y desburocratizar la creación de empresas como portentoso instrumento de crecimiento económico: retite usted  papeleos y baja impuestos y Canarias se llenará de gastrotascas y dulcerías, como La Laguna. A María Australia Navarro solo se le conoce la promesa, casi un grito en el último pleno parlamentario, de crear 100.000 puestos de trabajo en el Archipiélago, se ignora si en su totalidad a cargo de Corporación Dermoestética. Patricia Hernández se multiplica en micromítines donde expone sus microocurrencias. Y Podemos – con o sin el acompañamiento matrimonial de Sí se puede – se dedica, tampoco cabe esperar otra cosa, a afearle la conducta a la casta, ese malvado polimorfo, y a posicionarse contra el Mal y a favor del Bien. Eso es más o menos todos, si exceptuamos las faenas submarinas de Román Rodríguez y la soledad en el ángulo oscuro por sus votantes tal vez olvidada de Izquierda Unida.
Las circunstancias han hecho coincidir el hartazgo de las gentes – y la creciente e irritada desafección hacia el sistema institucional — con las crisis de los partidos instalados y las cuitas de los partidos que pretenden instalarse en el ecosistema político. Si Patricia Hernández, por ejemplo, no concreta análisis solventes y propuestas específicas no es únicamente porque no disponga de equipos y analistas en una organización desertizada de talentos y cada vez más desconectada con la sociedad civil, sino porque debe combatir con una dirección regional que la contempla, en los momentos más cariñosos, casi como un capítulo de eCarly. Hernández no vive únicamente para sortear las trastadas e indiferencias de José Miguel Pérez, Julio Cruz y compañía, sino que se exaspera por lo que puede ocurrir a partir del próximo junio. Sabe que su máxima aspiración solo puede ser repetir los muy mediocres resultados cosechados por Pérez en el año 2011, pero si a partir de los mismos no suma la Secretaría General del PSC-PSOE, está políticamente muerta, y con ella, probablemente,  cualquier posibilidad de supervivencia a medio plazo de la propia organización socialista. Por eso se opone a que Carolina Darias  –su oponente en las primarias a la candidatura presidencial –encabece la lista parlamentaria por Gran Canaria. Porque Darias puede ser la alternativa del capidisminuido aparato josemiguelista después de la hecatombe electoral. Entre un encuentro ciudadano y otro Hernández no se separa del móvil. Ferraz. Que se ponga Pedro. Que localicen a Pedro. Soy Patricia. ¿Dónde está Pedro? Soy Patricia Hernández. Pedro, llámame. Llámame ya.

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Pip…pip…pip…pipsoe

Unas 250 personas. Quizás 300. No más. En los años ochenta y principios de los noventa Felipe González llenaba la Plaza de Toros de Santa Cruz. Pero eso no volverá y no exclusivamente por culpa de las nuevas tecnologías de la información, muchachos, sino también porque ustedes se lo han ganado a pulso. La inmensa mayoría militantes del PSOE procedentes de varias islas y, en una proporción nada desdeñable, cargos públicos y excargos públicos socialistas. Si intentabas el ejercicio mental de sustraerte de la música de campaña, de las cámaras y los focos, de los periodistas y los incansables pibes de la organización la escena no era precisamente estimulante. Llegaban los gerifaltes –consejeros del Gobierno regional, diputados, alcaldes – y se lanzaban en picado hacia la fila de sillas reservadas a las autoridades. “¿Yo? ¿Ahí? Si ahí no me pilla ningún objetivo”. Descubrí a algunos veteranos militantes socialistas – de los que nunca habían disfrutado de una poltrona o lo habían hecho en el pleistoceno democrático – a los que, por supuesto, nadie, absolutamente nadie, hacía puñetero caso. Observé a un par de dignos y valiosos intelectuales virtualmente invisibles para toda la desmochada aristocracia psocialista, porque, seguramente, al PSC-PSOE le sobran los intelectuales desde hace bastantes legislaturas. La dirección del PSC lleva lustros ya entregada a los principios de aquel concurso televisivo que se inventó Les Luthiers: “Quien piensa, pierde”.

Repentinamente entraron a la carrera los servicios auxiliares aplaudiendo enloquecidamente. Era la señal y aparecieron, en efecto, Pedro Sánchez y Patricia Hernández, saludando enfáticamente con brazos y sonrisas simétricas, como si se dirigieran a una multitud infinita a punto de asistir al milagro de los panes y los peces. Pero nadie parecía especialmente afectado, la verdad. Yo lo estuve cuando la candidata presidencial del PSC-PSOE comenzó a peroratear. Porque Patricia Hernández  –cuyas habilidades para maniobrar, primero en las Juventudes Socialistas y luego en el aparato del partido, y conseguir sobrevivir a sus propias apuestas y encontrar un soleado lugar en las listas, son innegables – deviene un ejemplo perfecto de que la democracia interna no lleva a tomar las mejores decisiones. Hernández carece de un diagnóstico mínimamente riguroso y coherente sobre la situación de Canarias y sus propuestas –por llamarlas así – se reducen a naderías estomagantes. Pero lo más irritante de su discurso es esa actitud frívola y postinuda que pretende transformar la ignorancia pertinaz en un valor retórico y hasta político. Allí, ante los 300 a los que aguardan las Termópilas electorales, comentó que el crecimiento de la economía canaria era una línea que hacía pip-pip-pip hacia abajo y ella quería que hiciera pip-pip-pip hacia arriba. Y la aplaudieron. La aplaudieron todos aquellos que con lóbrega perseverancia han reducido al PSC a sí mismos, a sus propias y ratoniles ambiciones, a un mezquino canibalismo en un círculo cada vez más reducido y agorafóbico. Aplaudieron esa memez vergonzosa. Se lo merecen.

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