pobreza infantil

El precio de la pobreza

Según el reciente informe de Save the Children sobre pobreza infantil y exclusión social en España (se puede consultar en la red) en Canarias, donde residen 368.000 menores de 18 años, un 35% de los mismos (casi 130.000 niños) viven en hogares bajo el umbral de la pobreza. Unos 145.00 viven en riesgo de pobreza o exclusión social y 44.00 sufren privación material severa en familias que no pueden pagar un alquiler, o comer carne, pollo o pescado tres veces a la semana, o disponer de una lavadora, o abonar las facturas de gastos corrientes, como el suministro de energía eléctrica o agua a domicilio. La metodología del análisis de Save the Children es sencilla y está basada en estadísticas oficiales: no caben muchas reservas formales. Es la enésima bofetada estadística a los poderes públicos pero se les partirá la mano, como quien pega un puñetazo a una pared de mármol. Solo espero que no aparezca Inés Rojas para afirmar, temblando de indignación, que el Gobierno autonómico hace todo lo que puede y a nadie se le puede exigir más.
La pobreza miserable, por supuesto, es éticamente intolerable y un infierno despiadado para quien la vive, pero también resulta, desde el punto de vista de la salud económica de una sociedad, un desastre sin paliativos. En una situación de desempleo cronificado y superior al 25% durante años y años y de subempleos de supervivencia no cabe esperar un aumento significativo del consumo y sin aumento del consumo no remonta la demanda agregada y el sistema económico renquea. La pobreza miserable, como ocurre con una desigualdad creciente, conspiran contra el desarrollo capitalista a largo plazo y desquebrajan la cohesión social. La pobreza supone la amenaza de una condena vitalicia para los niños y adolescentes de la recesión. En la literatura sociológica disponible se ha acuñado una expresión muy precisa, estrés tóxico, para definir las condiciones en las que los niños que viven en el naufragio cotidiano de la pobreza están obligados a desenvolverse. La angustia interminable, las discusiones y broncas, el miedo, la humillación, la falta de atención y estímulos, la incertidumbre de cada mañana afectan directamente al desarrollo cognitivo de los menores, especialmente en sus primeros años, y algunos especialistas indican que podrían reducir el cociente intelectual hasta en quince puntos porcentuales. Simplemente, cuando estás en el borde del abismo de la miseria no puedes pensar en otra cosa. Es una obsesión que castiga el cuerpo y destruye el alma. Desde su sucio trono desdentado la pobreza humilla. La pobreza enferma. La pobreza idiotiza. Más de un tercio de los niños y adolescentes canarios contemplan como la pobreza y la miseria esculpen su futuro de mierda, dolor y resentimiento. Una canallada que transcurre en silencio. Abordar este problema — con una universalización eficaz de la renta de inserción, campañas de formación ocupacional,  bonos de alimentos — no puede esperar un minuto más.  Al cabo cualquiera de estas u otras medidas serán más baratas que este fracaso indecente por el que la sociedad canaria deberá pagar, en las próximas décadas,  un precio exorbitante.

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Veranos públicos e inviernos privados

El vicepresidente y consejero de Educación del Gobierno de Canarias, José Miguel Pérez, ha afirmado tajantemente que no se están privatizando los comedores escolares. Una plataforma integrada por el comité de empresa del departamento, familiares de alumnos de los cuatro (por el momento) centros docentes afectados y las federaciones de asociaciones de padres de Gran Canaria y Tenerife aseguran exactamente lo contrario. No dudo de que José Miguel Pérez sea un caballero cuya vida presiden honradez y la austeridad– sospecho que ninguno de sus ternos los compró después de la caída de Lehman Brothers – pero la demagogia que infecta estos desdichados tiempos me inclina a concederle mayor crédito a la plataforma. Sus miembros han argumentado sólidamente su posición; el señor Pérez y su equipo apenas se han presignado como una monja pillada en malos pensamientos.
Canarias – y esto seguro que no lo ignora el consejero de Educación – es la comunidad autónoma con índice más elevado de pobreza infantil de España y en España solo registra un índice de pobreza infantil mejor que Rumanía en el ámbito europeo. Muy cerca de un 40% de los niños isleños viven sumidos en la pobreza o asomados a su abismo. Quizás haya que retroceder medio siglo para encontrar una situación similar en el archipiélago y solo la existencia de los servicios sociales y asistenciales públicos desarrollados en las últimas décadas, que funcionan como estabilizadores sociales automáticos, impide una catástrofe. Aumentar ahora mismo en 25 o 30 euros mensuales las tasas por el uso de comedor cortaría el resuello de cientos de familias de desempleados y trabajadores precarios y hiela la sangre la expectativa de una eventual universalización de la medida en los centros escolares de Canarias. La respuesta básica de la Consejería de Educación es que se trata de algo inevitable, porque los recursos financieros están al límite y la Ley Presupuestaria de 2014 impide nuevas contrataciones. Es una respuesta tolerable si admitimos que la política ha desaparecido y solo cabe administrar mejor o peor los cuartos; si nos resignamos, como José Miguel Pérez y su equipo, a no buscar fórmulas imaginativas ni escuchar las propuestas de los centros y asociaciones de padres. Es paradójico que se pretenda abrir los comedores escolares durante el verano y se comiencen a exigir más perras y a sustituir los trabajadores públicos por catering privados durante el invierno. El agosto de la caridad institucionalizada y el invierno de los estómagos enguruñados y los bolsillos vacíos.

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