Victoria Rosell

Democracia entre puñetas

¿Santiago Alba continúa siendo magistrado? Mala noticia. Si el gobierno judicial quiere salvar algo de su muy carbonizado prestigio debería acelerar la investigación sobre el señor Alba y separarlo prudencialmente del que continúa siendo su juzgado.  Todo este asunto es aterrador y no ha recibido la atención periodística que merece: un juez que es perfectamente capaz de reunirse privadamente con un empresario (Miguel Ángel Ramírez, quien graba hasta los pedos de los gatos de su vecindario) para proponerle favores procesales si apoyaba con sus declaraciones la causa abierta contra Victoria Rosell en el Tribunal Supremo, a quien sustituyó Alba cuando fue elegida diputada de Podemos por la provincia de Las Palmas. “Tu dices o aportas esto o aquello”, le explica el señor Alba al señor Ramírez, “y entonces podemos en marcha la maquinaria”. La maquinaria judicial para aplastar a la señora Rosell, quien en su día fue denunciada por el señor José Manuel Soria (el señor Soria se instalará próximamente en la Oficina del Ministerio de Turismo de España en Nueva Cork, en un despacho de obscena comodidad con vistas al Central Park, pero esa es otra historia. O tal vez no tanto. Vaya usted a saber).
Dentro de la gran reforma nunca abordada de España en los últimos cuarenta años  — la reforma de las administraciones públicas después del enloquecido y atomizado desarrollo autonómico – la reforma de la administración de Justicia es la prioridad entre las prioridades, pero los principales partidos políticos del país han preferido que la justicia sea manipulable a que sea eficaz y eficiente bajo los objetivos que para la misma establece la Constitución. Finalmente la judicialización de la actividad política y la politización de la justicia han terminado por confluir en un pantano de inercias, fracasos profesionales, desánimo y resignación. Como decía Alejandro Nieto en su libro El descrédito judicial los magistrados son concientes de circunstancias insuperables: su manipulación política, la técnicamente deleznable y éticamente intolerable masa normativa que deben aplicar, la falsedad de los fundamentos constitucionales (la independencia y la responsabilidad en que dice basarse todo el sistema) y, sobre todo, su incapacidad de actuar legalmente: no disponen de tiempo, ni de recursos humanos, ni de medios técnicos para aplicarse de manera solvente a ello.  Han pasado nada menos que diez años desde la publicación del lúcido volumen del profesor Nieto, pero las patologías de la administración de justicia solo se han agravado y ha crecido, desvergonzada y artera, la más grave y terminal: la utilización expeditiva de fiscales y magistrados para destruir al adversario político. Y cuando ocurre eso – y ha ocurrido – el sistema democrático se está asfixiando y todos somos víctimas potenciales de los poderosos

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Maltrato o persecución

 

Durante años, perdón, legislaturas, una de las más veteranas figuras de la política canaria debió sufrir pequeños suplicios en los aeropuertos al regresar a su isla natal. El caballero en cuestión llevaba media eternidad en política, pero un guardia civil especialmente puñetero – y ese cariño fue luego heredado por otro que acababa de salir de la academia – se distraía exigiéndole la documentación, hurgando en su equipaje, obligándole a bailar la lambada bajo el arco de seguridad. En un par de ocasiones fui testigo de la putadita y le comenté al político por qué lo soportaba: “Ese guardia civil me detesta, pero no gano nada quejándome, no me van a hacer maldito caso”. Poco a poco desapareció el pequeño martirio aeroportuario. El joven guardia civil había recibido otro destino.
La diputada Victoria Rosell ha sufrido dos desagradables incidentes en el aeropuerto de Gran Canaria en pocos meses. Son situaciones ligeramente extrañas. No porque un guardia civil le solicite la documentación – se crea o no, la mayoría de los guardias civiles, como ocurre con la inmensa mayoría de los mortales, no conocen los rostros de diputados y senadores – sino que se lo pidan a ella reiteradamente. Me parece razonable argumentar una sospecha de maltrato, pero no una denuncia de persecución política. Que en tres meses te pidan en un par de ocasiones la documentación en el aeropuerto no puede entenderse como tal. En este país, al parecer, hemos olvidado felizmente lo que es una persecución política, que no consiste  tanto en pedirte reiteradamente la documentación como en despreciar invariablemente la que lleves encima. Lo cierto es que Rosell no ha reaccionado con demasiada inteligencia y yo sospecho que su hiperestesia tiene más relación con una piel acostumbrada al efecto enaltecedor de la toga que a una sensibilidad propiamente democrática. Cabe entender que en la primera ocasión perdiera los papeles; pero ahora, en la segunda, su irritación  —sin duda sincera –parece algo impostada. ¿Por qué esa obsesión con Soria? ¿Por qué negarse a identificarse si se lo pide la guardia civil y alargar la situación, en lugar de cursar posteriormente  una denuncia en el juzgado que corresponda? Si la propia diputada entrega a los medios de comunicación una grabación de su conversación con el agente, ¿cómo puede mostrarse sorprendida – y mucho menos indignada –si los propios medios le conceden relevancia y espacio a esta nueva trifulca? ¿Cree la señora Rosell que facilitando esta grabación a periódicos, radios y televisiones los periodistas encontrarían que lo más adecuado era publicar la información al respecto a una columna, junto al crucigrama, o después del parte metereológico? Lo más increíble es que a Rosell no le basta con eso, sino que afea la conducta a aquellos que se limitan a ofrecer como noticia de interés público un enfrentamiento que ella misma se ha encargado de agrandar, dramatizar y vocear.
De manera que proclamo una persecución política digna de la incansable crueldad de la Gestapo pero me sulfuro si los periódicos se dedican a publicarla, y no se diga si la ponen en primera. En realidad que la pongan en primera no molesta a su señoría. Lo que le molesta es que la noticia no le de la razón, toda la razón y nada más que la razón. Lo que le molesta es que no se cuenten las cosas tal y como ella quiere y sacando las conclusiones – épicas — con la que ella se identifica. Pero para eso la señora Rosell ya tiene un periódico. No se pueden tener todos.

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Ministros, miren qué ministros, que me los quitan de las manos

¿Recuerdan cuando nos íbamos a empoderar como auténticos ciudadanos gracias a Podemos? La maldita casta de los partidos sería herida de muerte por una organización dinámica, espontánea,  de puro gozo instrumental en la que la que tanto la primera como la última palabra la tendrían los ciudadanos que decidirían soberanamente estrategias, programas, candidatos. Bueno, toda esa tontería no podía durar mucho y al cabo de apenas año y medio de su aparición los fundadores  — y máximos dirigentes – de Podemos han dejado perfectamente claro su furibundo aunque taimado oportunismo. Ahora cabe disfrutar del espectáculo de un Pablo Iglesias presentándonos a quienes nombrará ministros nada más tomar posesión como presidente del Gobierno. Un exjefe del Estado Mayor de la Defensa,  Julio Rodríguez, será, por supuesto, ministro de Defensa. Una jueza, Victoria Rosell, es fichada  — la expresión ya no tortura los delicados labios podemistas – como cabeza de lista al Congreso de los Diputados por la provincia de Las Palmas, sin enojosas primarias por medio, y Pablo Iglesias anuncia asimismo que la designará ministra de Defensa. Yo no recuerdo jamás que Felipe González, José María Aznar o sus sucesores anunciaran antes de las elecciones a quienes harían ministros. Pero Iglesias y sus conmilitones necesitan vender género. “Ministros, ministros, fíjense en estos ministros, que me los quitan de las manos…” Por tanto no se trata de que los candidatos sean elegidos por los militantes ni que el programa sea el fruto de un sesudo y participativo debate (solo el 4,4% de los militantes participaron en el debate programático de Podemos) sino de puro marketing personalista. Por supuesto Iglesias no ha consultado a nadie sobre ministrables, ni lo hará jamás. Para conseguir un futuro grupo parlamentario dócil y ovejuno a Iglesias y sus cuñaos – ejemplar el trabajo de estirpe leninista del secretario de Organización, Sergio Pascual —  no les ha importado tensionar hasta cerca de la ruptura al partido en Andalucía: en Córdoba la dirección nacional ha impuesto a Marta Domínguez como número uno al Congreso aunque militantes y simpatizantes hubieran votado mayoritariamente por Antonio Manuel Rodríguez.
Entre los que critican a los dirigentes de Podemos por estas tarascadas, por este descaro entusiástico, por este travestismo comercial, gárrulo e incansable, en fin, veo siempre mucha y florida indignación hacia Iglesias, Errejón y compañía. No entiendo, en cambio, que no se muestre una migaja de crítica hacia personas como Julio Rodríguez o Victoria Rosell por entrar así, como héroes del silencio, apenas un mes antes de las elecciones, en un experimento político tan velozmente degradado por sus propios inventores y sin necesitar de otro nihil obstat para sentarse en un escaño que la sagrada y promisora palabra de Pablo Iglesias.

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