pobreza

Una herida que no cicatrizará

El descenso del desempleo en el pasado mes de marzo en Canarias ha sido relevante, pero no pasmoso  — unos 20.000 parados menos respecto a marzo de 2014  — y debe tomarse con pinzas si se recuerda la tendencia a contrataciones temporales muy cortas con motivo de la semana santa. No parece que marchemos a toda velocidad hacia el pleno empleo, una situación tan desconocida en las islas como las tormentas de nieve. Tal y como ha explicado José Conde-Ruiz (y su análisis es tan pertinente, con las cifras delante, en Canarias como en toda España) se ha iniciado una recuperación económica (y laboral) ya evidente, pero lastrada por los desequilibrios que la misma está generando: precariedad, aumento de las deudas paras las futuras generaciones y, muy especialmente, “un crecimiento no inclusivo que, por un lado, está dejando atrás colectivos importantes como los parados de larga duración, y por otro, provoca ajustes salariales desproporcionados”. Dos tercios de los isleños cobran menos de 1.000 euros mensuales, pero no es una situación inédita, sino una caída más pronunciada respecto a los bajos niveles salariales que ya se registraban en 2008.
La situación de los 133.000 desempleados canarios que no perciben absolutamente ninguna ayuda pública es particularmente angustiosa. Son decenas de miles de ciudadanos que en vez de vivir gastan todas sus energías en sobrevivir milagrosamente. Más de 90.000 cuentan con más de 45 años y su incorporación al mercado laboral se antoja muy incierta. Constituyen un problema político y social de primer orden pero, pese a que nos encontremos ya instalados en las espeluznantes delicias de la campaña electoral, resulta imposible encontrar una sola respuesta  específica para este problema sangrante y mendicante a derecha o a izquierda, entre las viejas fuerzas políticas o las nuevas. Como respuesta instantánea se escucha en las conversas de café electrónicas (vulgo chats) la reclamación inmediata de una renta universal acotada para los desempleados de larga duración en el Archipiélago: aquellos que han agotado todos los subsidios. Si estipulamos una prestación de 500 euros mensuales para cada afectado el coste anual de esta medida rondaría los 800 millones de euros anuales. A lo largo de la próxima legislatura significaría un desembolso global de unos 3.200 millones de euros aproximadamente. Es difícil concebir las fuentes fiscales que proporcionarían estas cantidades y más complejo todavía imaginar donde meter tijera en los gastos autonómicos para obtener semejante dineral cuando la situación de los servicios sociales y asistenciales se mantiene en un muy precario equilibrio entre la disfuncionalidad y el colapso. Mientras estallan los fuegos artificiales de la resignación ciega y sorda o de la fantasía voluntarista que todo lo puede un ejército de derrotados aprende a vivir de la limosna y el trueque y se ahoga en la indignidad en las calles y plazas de Canarias.

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El precio de la pobreza

Según el reciente informe de Save the Children sobre pobreza infantil y exclusión social en España (se puede consultar en la red) en Canarias, donde residen 368.000 menores de 18 años, un 35% de los mismos (casi 130.000 niños) viven en hogares bajo el umbral de la pobreza. Unos 145.00 viven en riesgo de pobreza o exclusión social y 44.00 sufren privación material severa en familias que no pueden pagar un alquiler, o comer carne, pollo o pescado tres veces a la semana, o disponer de una lavadora, o abonar las facturas de gastos corrientes, como el suministro de energía eléctrica o agua a domicilio. La metodología del análisis de Save the Children es sencilla y está basada en estadísticas oficiales: no caben muchas reservas formales. Es la enésima bofetada estadística a los poderes públicos pero se les partirá la mano, como quien pega un puñetazo a una pared de mármol. Solo espero que no aparezca Inés Rojas para afirmar, temblando de indignación, que el Gobierno autonómico hace todo lo que puede y a nadie se le puede exigir más.
La pobreza miserable, por supuesto, es éticamente intolerable y un infierno despiadado para quien la vive, pero también resulta, desde el punto de vista de la salud económica de una sociedad, un desastre sin paliativos. En una situación de desempleo cronificado y superior al 25% durante años y años y de subempleos de supervivencia no cabe esperar un aumento significativo del consumo y sin aumento del consumo no remonta la demanda agregada y el sistema económico renquea. La pobreza miserable, como ocurre con una desigualdad creciente, conspiran contra el desarrollo capitalista a largo plazo y desquebrajan la cohesión social. La pobreza supone la amenaza de una condena vitalicia para los niños y adolescentes de la recesión. En la literatura sociológica disponible se ha acuñado una expresión muy precisa, estrés tóxico, para definir las condiciones en las que los niños que viven en el naufragio cotidiano de la pobreza están obligados a desenvolverse. La angustia interminable, las discusiones y broncas, el miedo, la humillación, la falta de atención y estímulos, la incertidumbre de cada mañana afectan directamente al desarrollo cognitivo de los menores, especialmente en sus primeros años, y algunos especialistas indican que podrían reducir el cociente intelectual hasta en quince puntos porcentuales. Simplemente, cuando estás en el borde del abismo de la miseria no puedes pensar en otra cosa. Es una obsesión que castiga el cuerpo y destruye el alma. Desde su sucio trono desdentado la pobreza humilla. La pobreza enferma. La pobreza idiotiza. Más de un tercio de los niños y adolescentes canarios contemplan como la pobreza y la miseria esculpen su futuro de mierda, dolor y resentimiento. Una canallada que transcurre en silencio. Abordar este problema — con una universalización eficaz de la renta de inserción, campañas de formación ocupacional,  bonos de alimentos — no puede esperar un minuto más.  Al cabo cualquiera de estas u otras medidas serán más baratas que este fracaso indecente por el que la sociedad canaria deberá pagar, en las próximas décadas,  un precio exorbitante.

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La turronera

Nunca he sido capaz de ver en Inés Rojas una consejera del Gobierno regional o una dirigente política. Por su planta, su gestualidad, sus andares, su voz  de bolerista que hace gárgaras de pólvora y su misma forma de gestionar su chiringuito siempre me ha recordado a una turronera. “A todos los lugares llega la turronera”, cuenta Amaro Lefranc en un viejo libraco sobre las islas, “al amanecer del día en que se celebra la fiesta local. Se emplaza en el sitio de mayor tráfico o afluencia, y permanece horas y horas sentada sobre una piedrezuela aparente o sobre una banqueta de tijera que forma parte de su ajuar ambulante”. En su caso Rojas ha sustituido el tonique por una Consejería y la silla de tijera por un escaño, pero el caso es el mismo. Ahí está sentada ofreciendo sus turrones de buena voluntad con expresión generalmente compungida, como lamentando la pobreza involuntaria de su género. No tardará el día en que proclame que somos unos desgraciados. Ayer estuvo a punto de decirlo en el pleno parlamentario mientras la oposición descubría, por enésima vez, que en su caja de turrones no había nada y que no queda una mísera peladilla para las decenas de miles de ciudadanos que no disponen de recursos para tres comidas decentes diarias.
Una cosa es no tener dinero y otra no tener vergüenza, pero las turroneras, a menudo, saben que con vergüenza no se puede visitar feria alguna. Antes de fin de año llegaremos a los 400.000 desempleados en el Archipiélago pero las administraciones públicas siguen sin consensuar la organización de  la apertura de los comedores escolares durante el verano y la señora Rojas y sus turroneros son incapaces de presentar en la Cámara un plan de choque contra la pobreza y la exclusión social. Rojas y sus turroneros no se conforman con un plan, sino que se han lanzando a diseñar toda una estrategia, y ya se sabe que una estrategia exige sosiego, meticulosidad, información precisa, paciencia. Para entretener el tiempo los futuros beneficiarios de la Estrategia contra la Pobreza en Canarias — que estará preparada, no nos precipitemos, allá por diciembre — pueden seguir creando menús improvisados en los contenedores de basura o merendando en la casa de los abuelos o interponiendo acciones judiciales cuando los desalojen de viviendas públicas. Cada cosa a su tiempo, cada estrategia en su caja de turrón, cada turronera en su escaño mientras se escucha el viejo cantar de las ferias de toda la vida e Inés Rojas, presencia ausente en todas las catástrofes, practica uno de sus mohines de conmiseración:

                                                             “Te he visto en Guía, en Los Silos,
                                                             en Güimar, Fasnia y La Cuesta:
                                                            si en tanto sitio te encuentro
                                                           es porque sos turronera”
(Nota: el chiste gráfico que se incluye aquí es obra de uno de los grandes humoristas canarios de estos desgraciados años, Archipiélago Machango, que a su vez es el generoso autor de la cabecera de este blog. Para disfrutar de su ingenio mordaz y a veces desolador no duden en visitar su sitio: www.archipielagomachango.com)

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Hambre

El pasado fin de semana muchos cientos de padres de Santa Cruz de Tenerife – probablemente varios miles en toda la isla – esperaron con cierta angustia la decisión del Gobierno autonómico de suspender o no las clases en las horas siguientes. Finalmente se confirmó la mala noticia: los colegios permanecerían cerrados durante el lunes. Estos cientos de padres de la capital tinerfeña – varios miles en toda la isla – no estaban preocupados por los efectos del temporal de viento y lluvia. El temporal no mataría a nadie. Estaban preocupados porque, en el caso de cierre escolar, sus hijos no tendrían qué comer.

En muchos barrios de Santa Cruz (pero en especial en el distrito suroeste) el único desayuno o almuerzo que toman los niños es el que le sirven en las escuelas. Hace unas horas lo denunciaban las asociaciones de vecinos y la denuncia se corresponde con espantosa precisión a la realidad. Muchos profesores están pagando bocadillos o traen una bolsa de piezas de fruta al centro. Las mismas empresas de transporte escolar hacen a menudo otro tanto. Todos de su propio bolsillo. En la capital de la isla cientos de niños comienzan a sufrir desnutrición. Se desmayan durante las clases, padecen migrañas terribles durante toda la mañana y en los últimos meses una estampa espeluznante se puede ver en muchos centros: niños y preadolescentes que, en la hora del recreo, se limitan a sentarse en unas escalones, con la mirada perdida y sonrisas exangües,  para esperar a que pasen los minutos. Están demasiado débiles para jugar, correr, saltar. Y algunos saben, sin duda, que si lo hacen el aguijón del hambre les atormentará muy poco tiempo después. No sé si todo el mundo me entiende. Es el hambre. Sentir que te roen las tripas. Quedar apenas satisfecho con un jugo diminuto y medio de choped del que se devora fieramente hasta la última migaja. Es el hambre y toda su pavorosa secuela de miserias físicas, morales y espirituales. El hambre que si se prolonga días, meses, años, solo lleva a la desesperación, la idiotez, la extinción de cualquier proyecto vital basado en la dignidad y el respeto. Aquí ya pasea el hambre por la calle y por los colegios y al que no lo quiera ver o admitir nada le será perdonado cuando llegue el momento, y el momento quizás no se exprese en las urnas. No son ustedes invulnerables, intocables o imperceptibles. Sobre todo cuando rechazan, hasta en el Parlamento, un plan de choque contra la pobreza de treinta cochinos millones de euros.

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Alergias

En una de sus giras madrileñas el presidente Paulino Rivero ha declarado que no entiende cómo alguien puede no ser nacionalista. Yo la evaluaría como una declaración preocupante si desde la ventana de mi despacho no observara, cada noche, como es saqueado un contenedor de basura. Cada semana hay menos basura y más saqueadores. No me atrevo a preguntarles si son nacionalistas o maoístas, porque de su código gestual no se derivan angustias ideológicas demasiado acentuadas. Pienso que si un señor (o una señora) con cierta proyección pública profiriera reflexiones como “no entiendo como alguien puede no ser liberal” o “no comprendo, sinceramente, como todo el mundo no es socialdemócrata, neoconservador o leninista”  la tentación de telefonear al frenopático más cercano seria irreprimible. Curiosamente con los nacionalistas no pasa eso. Los nacionalistas siempre suponen que todo el mundo debe ser nacionalista si es bien nacido, es decir, si nació precisamente aquí y no en Mongolia. Para los nacionalistas, en fin, todos somos nacionalistas, en acto o en potencia, y si no nos hemos descubierto como tales es a causa de alguna tara oculta, a menudo tan sórdida como vergonzosa, que nos impide reconocernos en el luminoso espejo de la identidad.

En cambio lo que resulta escandalosamente incomprensible es que CC y el PSC-PSOE hayan ejercido su mayoría parlamentaria para rechazar una humilde proposición de Nueva Canarias destinada a diseñar y poner en marcha urgentemente un plan de choque contra la pobreza y la exclusión social. Inútilmente el portavoz de NC, Román Rodríguez, recordó la atroz situación por la que atraviesan decenas de miles de familias isleñas: cerca de 300.000 desempleados, de los cuales más de un tercio ya no reciben ninguna prestación, y casi el 18% de los hogares del Archipiélago con todos sus miembros en el paro. Rodríguez podría haber sido más dramático. Podría haberse referido a la desnutrición de cientos de niños y ancianos, al aumento de la delincuencia callejera, al incremento de la mendicidad, al desbordamiento de las organizaciones no gubernamentales. La mayoría parlamentaria que sustenta al Gobierno regional no se inmutó y la propia consejera de Asuntos Sociales se ausentó del salón de plenos. No es que el Gobierno tenga un plan alternativo. Es que le tiene alergia a la realidad. Falta saber hasta cuando aguantará la realidad la alergia (por no hablar de otras patologías) que le provoca el Gobierno.

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