General

Tren y empleo

Como en la isla de Tenerife se registran más de 90.000 personas desempleadas, cabe deducir, según las asombrosas declaraciones de Ricardo Melchior, que la construcción y puesta en funcionamiento del tren del sur creará nada menos que 45.000 puestos de trabajo como mínimo. Siempre he creído que una de las mayores crueldades de la sabiduría consiste en renunciar a trasmitir sus prodigiosos conocimientos al vulgo. Sería singularmente interesante que el presidente del Cabildo de Tenerife  mostrara las retortas de sus nigrománticos cálculos estadísticos. Como es obvio el presidente Melchior no puede referirse a la creación inmediata de empleo en el desarrollo del trazado y la implantación de la vía. Como aquí no fabricamos trenes, ni tecnología, ni nada de nada, tampoco cabe colegir que los empleos brotaran como felices champiñones por el benéfico impacto del proyecto entre industrias auxiliares y proveedores especializados. Quizás Melchior se refiere al estímulo en el tejido empresarial que supone un tren, pero, desde la penosa ignorancia del que suscribe, tal estímulo no lo veo por ningún lado. Un tren (no se diga un sistema ferroviario) no es sinónimo causal de prosperidad, sino el instrumento indispensable de una prosperidad potencial. El tranvía entre Santa Cruz yLa Lagunaha resultado básicamente una buena idea como instrumento de movilidad, pese a su relativamente elevado costo para los usuarios, pero, por supuesto, no ha sido una palanca de prosperidad, y a las cifras de desempleo en el área metropolitana basta con remitirse. Y un sistema ferroviario (no se diga un tren), especialmente cuando se elige un modelo de alta velocidad, no coadyuva al equilibrio territorial: toda la experiencia histórica disponible indica que las líneas de alta velocidad tienden a favorecer la concentración de la población en el centro en prejuicio de las periferias.

El proyecto del tren del sur obligará a una inversión multimillonaria (ya comenzada) al borde del precipicio económico más grave y doloroso desde la posguerra civil. Un proyecto cuya financiación por un Estado económicamente agónico se antoja harto improbable. Lo más pasmoso de todo esto – más incluso que las fantasías sobre el efecto económico y laboral de la mesiánica infraestructura – es que la mayor inversión pública en la historia dela Islaapenas se ha sometido a debate. Como si fuera una obviedad sobre la que toda observación crítica deviniera una impertinencia intolerable.

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SILA

Este año, en el Salón Internacional del Libro Africano, el  SILA, te podrías encontrar con Boubacar Boris Diop, uno de los intelectuales africanos de mayor prestigio internacional, con Juan Goytisolo, que acudió sin cobrar un céntimo aguijoneado por la curiosidad ante una convocatoria tan estimulante y atractiva creada y organizada en Tenerife, con el togolés Sami Tchak, un novelista excepcional traducido desde su magistral francés a varios idiomas, incluido el español, con Hamidou Kane, un clásico vivo de las letras senegalesas, con escritoras como la mozambiqueña Paulina Chiziane, la angoleña Aida Gomes o la beninesa Beatrice Lalinon, con editores llegados de tres continentes, con poetas y cuentacuentos y periodistas que hablaron de la edición de la poesía y de la poesía de la edición, de tradiciones y modernidades, de guerras y esperanzas, de lenguas y lenguaraces, de traducciones y traiciones, de las dictaduras criminales que asolan el continente y de la belleza indestructible de la palabra. Lo que difícilmente se podría encontrar, siempre con las excepciones de rigor, es con un escritor canario, un editor canario, un profesor universitario canario. Ninguno. Deben estar muy ocupados los escritores canarios, los editores canarios, los profesores universitarios canarios. Encerrados en su pomposa insignificancia, escribiendo algún articulito legañoso en una revista de colegachos, emborronando una inminente novela inmortal con su prosa habitualmente tartamuda, preparando alguna conferencia en el Ateneo que escucharán los atentos cadáveres de todas las frioleras tardes, presentando los ripios de un compañero que no se lava los pies ni los endecasílabos hace lustros, corrigiendo exámenes entre bostezos agónicos, repasando las pruebas de la vigésima novela policiaca que se publicará en Canarias en el último año, puro cliché aperejilado antes de terminar el primer capítulo y que evidencia el inmejorable estado de salud de la narrativa isleña del siglo XXI. Los escritores, editores y profesores universitarios canarios están muy ocupados, no lo duden, y han debido prescindir de cualquier curiosidad intelectual y vital, ese vestigio del pasado, para poder culminar sus vastas aspiraciones, antes descritas, con prontitud, decoro y eficacia. Por eso no les interesa nada, absolutamente nada, salvo ellos mismos, microscópicos universos autorreferenciales que escriben, editan y dictan clases con la pasión y la inteligencia con la que las vacas acaban sus digestiones. En cambio, jamás tanta gente asistió a las sesiones del SILA. Nunca antes se discutió con más razón, pasión y participación de los profesionales y del público. Ellos se lo pierden. Como ocurre siempre. Que (las musas) les den lo que merecen.

 

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Teatrillo

Paulino Rivero visita al Rey, María Australia Navarro le pide melodramáticamente al Gobierno autonómico que no asfixie aun más a los ciudadanos con subidas impositivas, Soria está en Harvard, Casimiro Curbelo no está y quizás nunca vuelva a estar en el Gola, llueven las hostias en el PSC tinerfeño para ver quien acompaña en la candidatura al Congreso de Diputados a José Segura,  las izquierdas extraparlamentarias canarias se embriagan con un proceso de unidad electoral trufado de un mesianismo infantiloide. Todo este dramatis personae protagoniza, en sus diversos roles, un teatrillo de marionetas que parece (y es) puramente marginal respecto a lo que está pasando y lo que va a ocurrir. Si los ciudadanos se sienten hastiados no les falta razón. Veamos. Los presupuestos generales del Estado de 2011 se prorrogarán automáticamente para el año próximo, pero antes de la primavera el Gobierno del PP presentará el suyo. Y serán, más que unos presupuestos generales, un precipicio, y por varias razones: el pago de la deuda española y sus intereses y los límites a la ampliación de nuevas emisiones, la inyección financiera que necesitarán varios bancos y numerosas cajas de ahorro, la recesión que está tocando ya a la puerta gracias al indescriptible y miserable guirigay dela UE alrededor de la quiebra de Grecia y la imperiosa necesidad de recortar gastos: hasta ahora, a pesar de los pesares, se ha metido tijera tirando de los percales más socorridos: salarios, jubilaciones, prestaciones sociales dinerarias, paralización de la inversión en obra pública. Recortar gastos en el inmediato futuro consiste en agredir explícitamente a los servicios sociales: desde los sistemas públicos de sanidad y educación hasta los billetes de guaguas, trenes o tranvías.

El presidente Paulino Rivero ha adelantado que los presupuestos generales de la Comunidadautonómica para 2012 se verán reducidos solo en dos o tres puntos porcentuales porque la labor básica de saneamiento de las cuentas públicas ya se hizo en los presupuestos del año en curso. Unas declaraciones que tendrían sentido si ya se hubiera iniciado, siquiera tímidamente, una recuperación económica constatable. Pero no es así. EL PIB canario difícilmente alcanzará a crecer el 1% en 2011, apenas dos décimas más que el año anterior. Ya que los dirigentes políticos europeos, españoles y canarios parecen incapaces de evitar esta derrota de la política democrática frente a los intereses financieros, uno les pediría, al menos, que no sigan exasperándonos con idioteces tan mendaces como cobardes.

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Arrancar la caña

Cuando en el pasado mes de julio Casimiro Curbelo dimitó como senador, explicó que abandonabala CámaraAltapara demostrar su inocencia y la de su hijo “sin ningún tipo de privilegio como aforado, como un ciudadano más”. O el señor Curbelo confía en que las denuncias que ha interpuesto contra la policía nacional terminarán en un proceso judicial con sentencia firme antes del próximo 20 de noviembre o simplemente  cedió en su momento bajo las presiones de autoridades federales del PSOE con la convicción táctica de que, en pocos meses, recuperaría el acta sin mayores problemas, y sus palabras, henchidas de dignidad ciceroniana, fueron una burla a los ciudadanos. Yo me inclino, sin duda malévolamente, por la segunda opción.

El error de Curbelo – quizás siga considerándolo una minucia episódica y subsanable: no lo es –  consistió en colocarse bajo los focos políticos y mediáticos, en una noche madrileña etílica y ensoberbecida, mientras se acentuaba el intercambio de obuses verbales entre el PSOE y el Partido Popular a pocos días de la dimisión de Francisco Camps. EnLa Gomeraestaba a salvo.La Gomeraqueda lejos, muy lejos, pero transformarse de repente, por su propia torpeza, en carne de titulares escabrosos, en una coyuntura en la que los propios políticos asumen, más o menos hipócritamente, que los políticos siempre están a punto de ser vituperables, cuando no merecen ser ahorcados, le ha resultado fatal. Entre las brumas alcohólicas el esperpento del senador quedó grabado en los espejos del callejón del Gato. Son espejos que deforman las imágenes, sin duda, pero lo hacen para decir mejor la verdad.

Es significativo que el único gesto de airada autonomía de la actual dirección del PSC frente a Ferraz se centre en la defensa a ultranza de la candidatura de Casimiro Curbelo al Senado. Para Curbelo el escaño en el Senado es fundamental. Por las ventajas del aforamiento y porque en los pasillos del Senado urde y zurce relaciones con ministros y secretarios de Estado que se traducen en financiación de proyectos, programas y subvenciones. Si la nueva dirección del PSOE – la que se nucleará alrededor de Alfredo Pérez Rubalcaba – lo considera como un apestado político, bien podría Casimiro Curbelo arrancar la caña y vender el curbelismo – un populismo clientelar como base de un apabullante mecanismo de control político y electoral —  bajo siglas propias. Y su efecto en la organización del PSC en todo el Archipiélago sería de muy difícil gestión para José Miguel Pérez.

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Estupefacción

En un programa de televisión, 59 segundos, escucho estupefacto al presidente del Gobierno autonómico recurrir de nuevo a la fantasía demográfica de la superpoblación para explicar el elevado desempleo en Canarias. Según sostiene Paulino Rivero, si el paro no desciende en las islas, pese a los magníficos resultados del sector turístico, es porque aquí llegó demasiada gente en los años dorados. Es una ocurrencia infinitamente rebatible. Para comenzar basta con revisar los registros estadísticos: el 1993, mucho antes de la invasión fantaseada por el presidente, el desempleo en Canarias era superior al 25%.  Y en los años de mayor dinamismo económico jamás se consiguió que la tasa de paro bajara del 11%.  La incapacidad de la economía canaria para mantener ocupada satisfactoriamente a su población activa está relacionada con un conjunto de factores estructurales que conforman un modelo de desarrollo económico tan atractivo como peligroso. Un pequeño, tramposo y malencarado gigante con pies de barro. Los que se domiciliaron en Canarias entre 1996 y 2006 no sustrajeron canallescamente los puestos de trabajo a los isleños: atendieron una oferta que no se cubría en las islas y que, por cierto, en términos de plusvalías y creación de empleo, radicaba más en el sector de la construcción que en el turismo. Porque fue la construcción, y no la llamada industria turística, el motor más potente del crecimiento del PIB canario en esos lustros ambiguamente prósperos que ya no volverán. Se me antoja angustioso – ya  no me alcanza el resuello para el sarcasmo o la ironía– que el presidente del Gobierno, en una situación de emergencia social y económica como la que padecemos, continúe achacando empecinadamente la lacra del desempleo a factores exógenos, a una suerte de perturbación ajena, incontrolada e invasiva que nos impide vivir en una Arcadia de gofio, nísperos y pleno empleo.

¿Y lo del plan renove para el turismo?  Soy incapaz de entenderlo. Por lo que oigo no lo entiende nadie. El presidente lo compara con la reconversión de la industria minera o naval española en los años ochenta, pero esta operación, en la que se emplearon muchos miles de millones de pesetas de la época, consistió en prejubilaciones, cierre de minas deficitarias y recolocación – bastante fallida – en otras actividades productivas. No consistía en meter dinero en las minas de carbón o en los astilleros, sino en cerrarlos. Justo lo contrario de lo que busca Rivero.

 

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