Canarias

Somos tan buenos

La sentimentalización de la política –de prácticamente todo lo que ocurre en el espacio público — es uno de los principales síntomas de nuestro fracaso social, de nuestra estupidez consuetudinaria e irrecuperable.  Aqí todo es puro sentimiento y cualquier cosa termina siendo una murga, una romería o un emocionado recuerdo a la madre: los tres formatos expresivos básicos del canario, a la que cabe añadir parcialmente el fútbol, siempre que el equipo no pierda, por supuesto. Uno debe emocionarse con todo, pero tomar precauciones para no detenerse a pensar jamás. Carece de sentido pensar con una media anual de 22 grados centígrados. Y como ocurre habitualmente con los adolescentes, con lo que hay que emocionarse, sobre todo, es con las propias emociones. Para el canario no hay cosa más emocionante que estar emocionado. El motivo es casi irrelevante. Lo importante es la emoción, porque de la emoción –siempre fugaz e intrascendente — se extraer un corolario moral inmediato: si estás emocionado eres buena gente. Gritar, llorar, reírse o indignarse solo se hace en comandita y mientras no intente promover ningún cambio real. El canario se siente confortado por la emoción ajena, con la que se funde con venturoso fervor, y desconfía profundamente de quien no comparte sus pringosas bascas sentimentales. No hay como emocionarse para constatar que somos buenos. Buena gente. Buenas personas. Personas admirables en su sencillez bajo la que late un corazón de oro. Transpiramos una inefable nobleza, incluso más allá de los 22 grados centígrados. Si no existe por estos andurriales una sociedad civil vertebrada y autónoma no es porque el canario sea individualista – el isleño detesta el individualismo y sus exigencias intelectuales y sentimentales—sino porque le basta solazarse en el espectáculo de la emoción multitudinaria encajonada en el calendario laboral, en sus rutinas mentales, en su chato universo simbólico en el que la lástima sustituye a la solidaridad, la lánguida esperanza al proyecto, las ocurrencias a las ideas, el espectáculo a la crítica, las tribus vocingleras a la organización de la inteligencia. Se trate de un incendio forestal, de un accidente carnavalero o de un acto de solidaridad televisada lo importante, sin duda, es emocionarse hasta el frenesí y huir de esa realidad asquerosa que nos devuelve nuestro propio y verdadero rostro como un horripilante espejo.

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Falacias

Lo escucho muy a menudo en esta discusión, que jamás ha considerado convertirse en un debate: “No conozco ningún país que haya renunciado a explotar un yacimiento de petróleo”. Sinceramente me asombra una aseveración como esa. Porque lo que demuestra la experiencia histórica disponible es que, desde un punto de vista democrático, pocos países han decidido nada al respecto. Fuera de Europa y Norteamérica la mayoría de las naciones petroleras fueron sujetos pasivos de una explotación petrolera controlada y rentabilizada por intereses empresariales foráneos que disfrutaron de su pertinente protección política y en su caso, militar. Pueblos como los venezolanos, los saudíes o los camerunenses no decidieron absolutamente nada y por eso mismo, desde los años setenta, se han desarrollado en África, Asia y Latinoamérica procesos de expropiación y nacionalización de los pozos de petróleos y de las industrias de refino. Otro argumento contundente en esta interminable bullanga alude siempre a Noruega: gracias al petróleo del Mar de Norte los noruegos disponen de un espléndido Estado de Bienestar. Se trata más de una falsedad que de una inexactitud. El modelo social noruego estaba sólidamente consensuado cuando, a finales de la década de los sesenta, se descubrió petróleo y gas natural. La explotación de tales riquezas  se gestiona por empresas de titularidad pública y es el Gobierno quien controla, fiscaliza y planifica los recursos. Una inteligente legislación establece que la gran mayoría de los beneficios obtenidos se ingresan en el Fondo Nacional de Petróleo, convertido en uno de los mayores fondos de inversiones de todo el planeta.

Considerando algunas cansinas obviedades (esto no es el Mar del Norte, Canarias no es Noruega, Repsol no es una empresa pública, ni siquiera una ONG, existe un riesgo potencial nada desdeñable que afectaría a la industria turística) la oposición a las prospecciones en las inmediaciones de Fuerteventura y Lanzarote cuenta, me parece, con argumentos válidos, que resultan poco afectados con vagas e improvisadas promesas sobre un impuesto especial sobre extracciones petrolíferas en Canarias. Los defensores de las prospecciones podrían y quizás deberían aportar razones más ponderadas y realistas y no limitarse a emulsionar el sueño de una lotería petrolera que, en demasiados casos, ha terminado transformándose en una pesadilla.

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Contrato

Que dice el presidente del Gobierno autonómico, Paulino Rivero, que debe reformularse el contratoentre Canarias y el Estado español. Un contrato, tenemos un contrato, y nosotros, y los notarios, sin enterarnos. Quizás cabe advertir que el presidente Rivero habla metafóricamente, que es como suele hablar en su blog, que a ratos parece escrito por Gabriel y Galán y a ratos por el guionista de Spiderman. La almendra del contrato que el jefe del Ejecutivo quiere reformular no es otra que la lealtad institucional al Reino de España: el propio sentido de pertenencia al Estado español. Ese contrato político, ciertamente, existió durante siglos. La oligarquía canaria (primero la élite terrateniente y agroexportadora, luego una burguesía que, con importante lazos con la primera, se dedicó al comercio portuario) mantenía la lealtad a la Corona, o si se prefiere, al Estado, a cambio de un conjunto de libertades exenciones y excepciones comerciales y fiscales (desde la suspensión del monopolio de Sevilla hasta la creación de los puertos francos) en un acuerdo que se entendía como mutuamente beneficioso para ambas partes. Hasta cierto punto, impremeditada y confusamente, Coalición Canaria ha querido actuar, desde mediados de los años noventa, como la sucesora, desde el Archipiélago, de esa venerable praxis política, y como tal registró algunos éxitos en el pasado inmediato. Pero el viejo contrato entre el Estado español y Canarias parece irremediablemente roto. Es ya un artefacto inservible. Y ni Rivero ni CC parece en condiciones de recomponerlo ni, menos aun, agitarlo como espantajo amenazante.

El contrato se empezó a cuartear cuando los fondos europeos empezaron a adquirir mayor volumen y (sobre todo) importancia estratégica que los presupuestos generales del Estado. Como cabe adivinar por el peso económico y político de las islas, el nacionalismo canario necesita imperiosamente el concurso de conservadores y socialistas en Bruselas y Estrasburgo. Todavía peor: Rivero no puede avanzar por la senda del enfrentamiento con el Estado a la grupa de una retórica soberanista. Básicamente porque está solo, como lo estaría Coalición en semejante tesitura. En Cataluña Artur Mas y CiU cuentan con el apoyo de una fracción no desdeñable del empresariado catalán – que no se limita al Círculo Catalán de Negocios – a favor del nuevo pacto fiscal e, incluso, de la apertura  formal de un proceso de independencia a lo largo de la próxima década, y lo mismo ocurre en la izquierda catalana, en el mundo sindical y en ámbitos universitarios e intelectuales. Los coalicioneros, con Paulino Rivero al frente, no pueden ni soñar con una situación semejante. Por eso, cuando el presidente afirma que tiene la renovación del contrato entre Canarias y el Estado español sobre la mesa, cabe deducir que se refiere a la mesa de su cocina, entre una ensalada de la huerta y una tacita de agua de toronjil.

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El jarrón en la cucaña

La huelga convocada en la sanidad pública ha sido un huelguita. Ni siquiera un aperitivo de lo que nos espera en los próximos meses. Ningún sector dejará de salir a la calle para desgañitarse. Circula por ahí una interpretación sobre la voluntad cumplida del Gobierno autónomo de presentar un proyecto de presupuestos generales para 2012 en lugar de limitarse a prorrogarlos hasta que el PP de Mariano Rajoy elabore y apruebe los suyos. El Ejecutivo presidido por Paulino Rivero, y sostenido por CC y PSOE, presenta un proyecto presupuestario para evidenciar que los recortes que, hablando con rigor, pondrán nuestra supervivencia en la picota serán responsabilidad del Partido Popular y su majestuosa mayoría absoluta. Canarias, efectivamente, presenta unas singularidades muy preocupantes, que confluyen en una fragilidad central. Canarias, si merman sustancialmente los recursos de las transferencias del Estado, entrará en una espiral de colapso económico, porque se ha construido una sociedad en el que la modernización de sectores estratégicos y la articulación de un Estado de Bienestar Social, en los últimos veinticinco años, está enchufada a los fondos del Estado y dela UniónEuropea.Porque se ha hablado hasta la nausea del impulso económico y la generación de plusvalías y puestos de trabajo que representaron la construcción y el turismo y, en cambio, se ha hablado muy poco de la relevancia estructural que en Canarias ha supuesto (y sigue suponiendo) la inversión y el gasto públicos. Sin llegar al extremo de definir Canarias como un país subsidiado, sin renunciar a la crítica y a la corrección del derroche, el aquelarre burocrático y la hipertrofia de las administraciones públicas, está muy claro que, desprovista del sostén de los recursos públicos (bonificaciones, subvenciones, programas) no solo los servicios sociales y asistenciales, sino la agricultura, la industria, los transportes quedarían infartados. Somos como un precioso jarrón chino colocado en lo alto de una cucaña en medio del Atlántico. Las crisis económicas internacionales no se nos han dado históricamente demasiado bien. Somos más ricos y a la vez más quebradizos que hace cincuenta, sesenta, setenta años: un síntoma de fracaso insoslayable. Recortar 35.000 millones de euros – ese es el precio que supone cumplir con un déficit fiscal de un 4,2% a finales de 2012 – va a significar una tormenta espeluznante porque coincidirá con una tasa de desempleo que seguirá incrementándose. Es una abominable falsedad que esta carnicería presupuestaria no impacte brutalmente en la calidad de la vida cotidiana de las personas, en los cimientos del Estado de Bienestar, en la depresión del consumo, en la paralización mortuoria de la actividad económica.  Y en Canarias abre un panorama muy parecido a la condena de un retroceso económico que someterá a estas islas a tensiones sociales y políticas impredecibles.      

 

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Renacidos

A mí me emociona la grandeza del PP en la oposición. Porque, aunque la modestia les lleve a ocultarlo, el Partido Popular de Canarias no pisaba oposición firmemente desde el año 1996. Entre Manuel Hermoso y Bravo de Laguna se firmó, en 1995, un pacto que, sometido a tensiones y rifirrafes, a actualizaciones y relecturas, se prolongó hasta hace un año, en unas ocasiones, con el PP compartiendo tareas de gobierno con los coalicioneros; en otras, limitándose los primeros a un leal apoyo parlamentario a los segundos. Ahora, por fin, liberado de las pesadas cadenas de los pactos, esos acuerdos que solo suscribieron por su heroico patriotismo y su responsable afán por la estabilidad institucional, el PP puede comenzar a ser él mismo. Qué alivio, chico, poder ser uno mismo, sin enjuagues ni ataduras. Obviamente ser uno mismo obliga inexorablemente, después de tanto tiempo congelado en la responsabilidad como un pargo en una cámara frigorífica, a reinventarse profusamente, y el PP de José Manuel Soria lo está haciendo con un entusiasmo digno de Madonna.  Y el principio básico de la metodología de la reinvención automática es que el PP no tiene absolutamente ninguna responsabilidad en la acción del Gobierno de Canarias y jamás la ha tenido y nadie podrá demostrar lo contrario, aunque más de un centenar de sus militantes hayan sido consejeros, viceconsejeros y directores generales bajo los mandatos de Hermoso, Román Rodríguez, Adán Martín y Paulino Rivero.

De esta manera el PP, y en particular su grupo parlamentario, atizado por la férula de la señora María Australia Navarro, es capaz de criticar duramente la política económica del Ejecutivo, que se empecina en no acatar la sana doctrina conservadora. Esta operación debe omitir, necesariamente, los caóticos presupuestos generales para el año 2010 que diseñaron el señor Soria y su particular Atila económica, la señora Rosa Rodríguez, prodigioso artefacto contable que abocó al Gobierno a cerrar precipitadamente las cuentas públicas en octubre del pasado año para evitar una generalizada suspensión de pagos. Que los responsables de semejante desaguisado ofrezcan ahora lecciones de eficacia y eficiencia es una prueba más del admirable rebirthing del Partido Popular, que se manifiesta, con similar intensidad, en su reclamación de la presidencia dela Audiencia de Cuentas y la exigencia de una participación mayoritaria en el Consejo Consultivo ola Comisión de Control dela RTVC. Durante cuatro años colaboraron con CC para bloquear la renovación de estos órganos porque el PSOE disponía de 26 diputados. Pero el pasado no existe. El PP solo es presente. Soria jamás ha llevado bigote, y quien lo niegue, miente.    

 

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