Ciudadanos

Frentismo y parálisis

Según casi todas las encuestas las únicas fuerzas políticas que aumentan sustancialmente su intención de votos son el Partido Popular y la coalición entre Podemos e Izquierda Unida (Podemos Liquidar a Izquierda Unida según un examigo del PCE). Cualquier horizonte de reformas se evapora así en un frentismo que ambos agentes alimentan con fruición: la racionalidad pancista y la unidad de la patria contra un maremoto comunista según Rajoy y el asalto a los cielos para conseguir un mundo más justo y recuperar derechos perdidos y reiventar la vida cotidiana, en fin, según Pablo Iglesias y su joven valet de chambre,  Alberto Garzón. El PP no va a hacer absolutamente nada, salvo atonillarse en el poder y resistir pagando las fianzas judiciales que haga falta y recortando aplicadamente gasto e inversión públicas. Por muy escandaloso que parezca, un gobierno de Iglesias no sería muy distinto: no dispondría de una base parlamentaria lo suficientemente sólida siquiera para poner en marcha su programa electoral, y finalmente, como en el caso de Grecia y Portugal, renegociaría con Bruselas minucias de calendario para salvar la coleta y se multiplicaría en campañas publicitarias incesantes para demostrar que mejor que te recorten inversiones, gastos y derechos sociales los que más empatizarán con tu dolor. Rajoy, semoviente barbudo y predecible hasta a la hora de eructar, no siente nada al putearte. Pablo Iglesias e Iñigo Errejón te joderán vivo con lágrimas en los ojos y, de vez en cuando, con una sonrisa de esperanza.
Contra lo que leo habitualmente creo que la gran oportunidad de articular e impulsar un programa de reformas políticas, institucionales, económicas y laborales – que en ningún caso puede ser entendida como un regreso a 2007 y menos todavía a 1931 – se perdió en la brevísima y tartufesca legislatura que acabamos de enterrar. La situación del país era lo suficientemente grave – y la imperiosa necesidad de consensuar un conjunto de grandes políticas reformistas, sin excluir cambios constitucionales para readaptar el modelo de Estado – como para que una confluencia de fuerzas de centro derecha, centro izquierda e izquierda pragmatista se pusieran de acuerdo en un programa básico para (digamos) una legislatura de tres años. El mapa político de la UE está repleto de escenarios donde la derecha liberal gobierna con los socialdemócratas, un partido de izquierdas tiene el apoyo de una fuerza claramente derechista (como en Grecia) o un gobierno izquierdista no desprecia acuerdos con organizaciones de derechas. Ahora será imposible: el PP solo lucha por su supervivencia en el corto plazo y Podemos está tan preparado para llegar al Gobierno como para convertirse en el referente de cualquier izquierdismo moderado, radical o mediopensionista con el objetivo de una oposición wagnerianamente populachera a un Rajoy apoyado por Ciudadanos. Nos vamos a divertir mucho. Lo que se pueda comer entre pleno y pleno (o entre multa y multa de la ley Mordaza) es otra cosa.

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Opciones abiertas

Todos negocian con todos. Se llama democracia parlamentaria aunque casi se nos había olvidado, en especial, durante los últimos e interminables cuatro años. La situación incluye y subsume tres planos: el PP ganó las elecciones aunque fuera pírricamente; el PSOE es en realidad quien decide si se producen pactos; Podemos es quien determina si existe pacto entre las izquierdas. Por los cielos de la villa y Corte vuelan brujas negociadoras – María Dolores de Cospedal ha sido vista a bordo de una escoba por las azoteas de varios hoteles – y por sus calles se tropiezan y pisotean varios cientos de negociadores, delegados y culichichis que se reúnen en baretos con suelos cubiertos de gambas prehistóricas y en reservados de cinco tenedores. Pero bueno. Más o menos todo el mundo sabe cuáles son las opciones. Básicamente dos si se excluye una nueva convocatoria de elecciones. A saber:
a) Un pacto entre el Partido Popular y Ciudadanos – que se abstendría de entrar en el Gobierno –. Dos o tres años de legislatura dotada con una agenda de reformas de regeneración democrática – que Albert Rivera se apuntaría como un tanto propio – y de política económica, fiscal y educativa. El principal escollo es Mariano Rajoy. El producto es absolutamente invendible si Rajoy continúa al frente del Gobierno: una evidencia que muy lentamente está entrando en la masa encefálica de destacados dirigentes y altos cargos conservadores. Hay que sacrificar al registrador de la propiedad y encontrar urgentemente una Cristina Cifuentes para sustituirlo. A ser posible que no sea más guapa que Rivera, obviamente. Al pacto de legislatura se podrían sumar algunas fuerzas nacionalistas y regionalistas, para disolver la imagen de centralismo carpetovetónico del PP y neoespañolismo juramentado de Ciudadanos. ¿Y los socialistas? No quieren, acaso no pueden montar una troika. Están convencidos de que cavarían su tumba político-electoral y no andan desencaminados.
b) Un pacto de legislatura entre PSOE, Podemos, Izquierda Unida y Ezquerra Republicana, al que se podrían sumar otras fuerzas nacionalistas y regionalistas, para diluir la imagen de un concentrado de fuerzas proindependentista y filosecesionistas. Es mucho más complejo, difícil y previsiblemente inestable. Caben dudas razonables sobre la capacidad de Pablo Iglesias para mantener la unidad de acción y las buenas relaciones internas entre Podemos y sus socios territoriales. Imagínese sostener los compromisos, equilibrios y tragaderas que exige un pacto de legislatura. Podemos está fuertemente incentivado hacia  la espectacularización de una ruptura de relaciones con el PSOE y la celebración de elecciones anticipadas, donde está convencido que aumentaría sus apoyos electorales. Por eso lleva advirtiendo hace semanas que un referéndum vinculante en Cataluña deviene condición imprescindible para llegar a un acuerdo con los socialistas.

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Sumas y restas

Los tres grandes partidos del sistema político canario han perdido apoyos electorales el pasado domingo. Incluso el PSC-PSOE, que celebró convertirse en la fuerza más votada con la retórica delirante de un acontecimiento histórico, pierde unos 10.000 votos aproximadamente respecto a los comicios autonómicos de 2011. Más o menos los que hubiera conservado sin la anomalía del curbelismo desatada en La Gomera por los propios socialistas. El PP pierde cerca de 120.00 votos en lo que seguramente es el mayor castigo electoral que registra nuestra breve crónica parlamentaria, pero no esperen dimisiones, es que la gente no ha pillado el mensaje. Les ha faltado piel, que diría Floriano viendo el poster de María Australia Navarro. Gracias al régimen electoral y su implantación en cinco de las siete islas, Coalición Canaria es el partido con mayor número de diputados, pero por primera vez sufre un golpe fulminante en su espina dorsal municipal, especialmente en Tenerife. Es Antonio Morales (y no Román Rodríguez y su disparatada política de pactos) el que consigue grupo parlamentario para Nueva Canarias. Podemos suma nada menos que 130.000 sufragios, pero paga obviamente su escaso desarrollo organizativo y su presencia prácticamente testimonial en la mayoría de las islas no capitalinas. Incluso con siete diputados en la mochila es precipitado afirmar que Podemos llega para quedarse. Dependerá de  gestionen semejante capital en la oposición y de su capacidad para construir partido dentro y fuera de las grandes ciudades de la región. Pero anoche algún que otro dirigente podemista, además de feliz, se le veía súbitamente tranquilizado. Podrán oponerse hasta el frenesí frente a todos los malignos matices de la casta (clavijos, patricias, romanes) sin arriesgarse a pagar ningún coste de imagen. Ciudadanos se queda a un puñado de votos para entrar en la Cámara regional.

Aunque la suma aritmética resulta evidente, el pacto de gobierno entre CC y PSOE no será precisamente sencillo porque, según es tradición en nuestras ínsulas baratarias, se interferirán los acuerdos y desacuerdos en cabildos y ayuntamientos (entre los primeros el de La Palma y entre los segundos el de La Laguna son dos buenos y espinosos ejemplos). Pero sobre todo corresponde a Fernando Clavijo y a Patricia Hernández consensuar un conjunto de reformas políticas, económicas y sociales que los anteriores gobiernos no quisieron ni pusieron poner en marcha, y al mismo tiempo, reformar estructuralmente sus respectivas organizaciones políticas, para cuyos máximos puestos de responsabilidad (en CC y el PSC-PSOE) están legitimados por sus resultados electorales.

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No, no puede pasar cualquier cosa

¿Pasado mañana puede ocurrir cualquier cosa en las urnas, como exudan algunos periodistas histriónicos? No exactamente. No ocurrirá, por ejemplo, que alguno de los tres grandes partidos de Canarias (CC, PSOE y PP) obtenga la mayoría absoluta. Tampoco sucederá que Podemos se convierta en la primera fuerza parlamentaria. Ni en la segunda, ni en la tercera tampoco. No pasará que la Nueva Canarias de Román Rodríguez se transforme  — gracias a pactitos residuales con organizaciones diminutas y con expulsados o prófugos de otros partidos – en una alternativa nacionalista a los coalicioneros. Más bien es más probable lo contrario: que el ascenso de Podemos ahogue las expectativas de crecimiento de NC. Rodríguez está nervioso: si se produce una hecatombe el responsable deberá asumirla él, si su partido resiste, será gracias a la capacidad de tracción de la candidatura al Cabildo de Gran Canaria que encabeza Antonio Morales, y el liderazgo del expresidente del Gobierno empezará a estar amortizado. También resulta probable que Ciudadanos obtenga grupo parlamentario propio, pero en contra de lo que ocurre en otras comunidades autónomas (Valencia, Madrid) resulta muy difícil que se convierta en llave para garantizar la gobernabilidad.

Tal y como explica Dámaso Luis en un reciente artículo publicado en politikon.es  el sistema electoral canario favorece a los partidos cuyos apoyos se distribuyen más homogéneamente en todas las islas. Esa es la clave del reiterado éxito electoral de Coalición Canaria, y no tanto los (desde luego) abusivos topes electorales establecidos para la isla (30%) y la región (6%). Esta circunstancia explica (por solo poner un ejemplo cuantificable) que en 2011, con 60.000 votos menos que el PP, Coalición obtuviera los mismos escaños que los conservadores, 21, porque salvo en La Gomera y Gran Canaria el proyecto coalicionero ha echado raíces en municipios y cabildos. El PP está fuertemente implantado en Gran Canaria, pero en ninguna otra isla dispone del mismo apoyo electoral. Y lo mismo ocurre con las fuerzas políticas emergentes. Tanto Podemos como Ciudadanos pueden contar hipotéticamente con un respaldo significativo en las urnas de las grandes conurbaciones del Archipiélago (Las Palmas-Telde y Santa Cruz de Tenerife-La Laguna) pero mucho más reducido en el resto de las islas, lo que convierte en ridícula cualquier ilusión de sorprasso.

Entre lo improbable y lo posible se dibuja el horizonte poslectoral: un pacto entre las dos fuerzas políticas mayoritarias para conseguir una muy ajustada mayoría absoluta que se complicará por la nueva situación política de varias de las capitales de Canarias, y una amplia oposición, inicialmente errática y sin duda particularmente crítica y fiscalizadora, en un parlamento más fragmentado y batallador. Hace unos días un candidato al Parlamento vaticinaba que llegarían para limpiar y desinfectar la Cámara. Pues ya puede ir cogiendo el mocho, porque el Boletín Oficial de Canarias no lo va a tener. Qué simpática es esta gente que cree que subiéndose a la coleta ajena le va a crecer de nuevo el pelo.

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Cerveza sin alcohol

En una esquina del centro de la ciudad un bullicioso grupito de pibes y pibas  uniformados con camisetas naranja y vaqueros intercambian bromas y hablan del trabajo electoral de los próximos días.  Ah, son de Ciudadanos. El viandante no puede evitar la pregunta: ¿de dónde sale estos ciudadanos (jóvenes) cargados de entusiasmo por un proyecto político que, hasta hace tres meses, parecía confinado a Cataluña? Sin embargo, la pregunta más central y sustancial es otra. ¿Cómo es posible que dicho proyecto registre en las encuestas demoscópicas que se realizan en Canarias apoyos electorales más que apreciables? Hasta cinco diputados en el parlamento regional. Varios concejales en las capitales de la Comunidad autonómica. Los encuestados, obviamente, no tienen ni puñetera idea de la oferta programática de Ciudadanos para las islas, si es que existe guardada en alguna gaveta o colgada como un cristo mudo en una página web. Es un fenómeno parecido al de Podemos, pero todavía más enigmático, porque Podemos tiene una genealogía más o menos clara – que se sitúa germinalmente en el 15-M – y desde un conjunto de convicciones y propuestas convencionalmente izquierdista ha desplegado su estrategia hacia el centro político, para deglutir a Izquierda Unida y desarbolar al PSOE, con el objetivo último de transformarse en la única referencia progresista sólida y ganar las elecciones. Pero, ¿y Ciudadanos?
Cuando en los prolegómenos de la campaña electoral de 1977 le preguntaban al valetudinario José María Gil Robles si conseguiría grupo parlamentario propio el exdirigente de la CEDA respondía impávido que por supuesto. “Piense en todos los farmacéuticos que hay en España y todos los farmacéuticos son democracristianos”. No obtuvo una miserable acta de diputado. Tan verosímil como los augurios de Gil Robles es suponer que cientos de miles de españoles (y canarios) han descubierto que son liberales, no unos falsos liberales como los truhanes del PP, sino buenamente liberales o liberalmente buenos, y todos entienden al profesor Luis Garicano y están a favor de un capitalismo sano y competitivo, una reforma institucional higienizante y un Estado de Bienestar redimensionado. No sé ustedes, pero no me creo ni lo de los boticarios democratacristianos ni lo de los liberales que felizmente se han reconocido como tales y brotan como hongos anaranjados en todas partes. Más bien pienso que la lógica del consumidor televisivo se ha convertido en el eje decisorio del votante español. Y más exactamente está triunfando la ideología posmoderna – un constructo de matriz televisiva – de comprar lo que se quiere sin sufrir las consecuencias: chocolates sin calorías, tabaco sin nicotina, cerveza sin alcohol, liberalismo sin desigualdad o renta básica semiuniversal sin incómodos corolario fiscales. Lo malo, por supuesto, es que los spots televisivos duran treinta segundos mientras los resultados electorales pueden tener efectos perversos durante bastante más de tres años.

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