Ciudadanos

El fin de Ciudadanos

Ayer, creo que fue ayer, me enteré de que Ciudadanos había nombrado a una señora como candidata a la alcaldía de La Laguna, lo que se me antoja que linda con lo portentoso. Es como si mandasen a un velociraptor a un concurso de cochinos negros. O a un zombi a participar en una maratón. No sé si Ciudadanos agoniza en Madrid, pero hace mucho tiempo hiede a cadaverina en Canarias. Lo que en la Península algunos pueden entender como una tragedia, aquí es imposible no vivirlo como una farsa.

Porque eso es lo que desde siempre fue Ciudadanos en Canarias. Una vaga caricatura del proyecto reformista liberalmente socialdemócrata o socialdemócratamente liberal – en un principio – que partió de la excepcionalidad catalana y quiso transformarse en una opción transformadora en toda España. A Ciudadanos no le era necesario un gran equipaje programático e ideológico en Madrid – o antes en Barcelona –. Le bastaba con denunciar explícita y básicamente tres cosas: el bipartidismo del PSOE y el PP bajo la bandera de la regeneración política, los nacionalismos periféricos, con particular énfasis en el catalán y el vasco, que socialistas y conservadores empleaban para  crear mayorías parlamentarias en su beneficio a cambio de privilegios económicos y fiscales, y la carencia de reformas modernizadoras en ámbitos como la enseñanza, la legislación fiscal o el sistema de financiación autonómica. La evolución de Ciudadanos y su caída en la insignificancia es conocida: Albert Rivera soñó alguna vez con el sorprasso al PP pero luego se empecinó en servirle de apoyo ortopédico en toda España. Cuando se decidió por la huida sus votantes catalanes – que habían convertido a Ciutadans en primer a fuerza del Parlament – se quedaron estupefactos al ver a Inés Arrimadas volar a Madrid para ungirse como lideresa. Desde entonces ese vago perfume de indecisión y oportunismo que reinaba en la organización se agrió día a día y hoy es un hedor  insoportable de chalaneo entre cómico y vomitivo.

Ciudadanos no tuvo jamás un proyecto para Canarias, entre otros motivos, porque sus dirigentes en las islas carecían de capacidad para diseñarlo y de autoridad para imponerlo. Todo lo importante – y algunas cosas que no lo eran tanto – se decidían desde Madrid, como la candidata presidencial en las elecciones de 2019, Vidina Espino, una periodista de televisión que carecía de cualquier experiencia de gestión pública o privada. El ukase madrileño fue, en realidad, el detonante de una primera implosión de Ciudadanos, aunque tardó meses en materializarse. Los relativamente buenos resultados del partido de Albert Rivera en las autonómicas y locales de mayo de 2019 se debieron, casi exclusivamente, a la extrema debilidad del PP canario en esa coyuntura electoral.  La testarudez de la dirección madrileña en que los cargos electos se votasen a sí mismos para impedir gobiernos del PSOE no derivaba de su amor por el PSOE, sino de su odio africano por los socialistas de Pedro Sánchez. En todo caso no había una estrategia de alianzas definida, sino un conjunto de pretextos para pillar chacho en todas direcciones: Evelyn Alonso hacia CC, Matilde Zambudio hacia el PSOE, Teresita Berástegui hacia la Agrupación Socialista Gomera navegando en una viceconsejería que no siente ni padece, y la misma Vidina Espino, en la lista de los coalicioneros grancanarios, pero como independiente, vaya usted a saber exactamente de qué. También circula rumorosamente que don Ricardo Fernández de la Puente podría incorporarse a un hipotético Gobierno del Partido Popular. No sobra recordar que ya fue viceconsejero de Turismo con Paulino Rivero: uno de los poquísimos casos de figura política que pasó de trabajar en un gobierno nacionalista a figurar en las listas de Ciudadanos, una caja de bombones caducados, un club cuchillero de narcisos, ingenuos y arrebatacapas, un fraude en la política isleña que ya duró demasiado tiempo. 

 

 

 

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Frentismo y parálisis

Según casi todas las encuestas las únicas fuerzas políticas que aumentan sustancialmente su intención de votos son el Partido Popular y la coalición entre Podemos e Izquierda Unida (Podemos Liquidar a Izquierda Unida según un examigo del PCE). Cualquier horizonte de reformas se evapora así en un frentismo que ambos agentes alimentan con fruición: la racionalidad pancista y la unidad de la patria contra un maremoto comunista según Rajoy y el asalto a los cielos para conseguir un mundo más justo y recuperar derechos perdidos y reiventar la vida cotidiana, en fin, según Pablo Iglesias y su joven valet de chambre,  Alberto Garzón. El PP no va a hacer absolutamente nada, salvo atonillarse en el poder y resistir pagando las fianzas judiciales que haga falta y recortando aplicadamente gasto e inversión públicas. Por muy escandaloso que parezca, un gobierno de Iglesias no sería muy distinto: no dispondría de una base parlamentaria lo suficientemente sólida siquiera para poner en marcha su programa electoral, y finalmente, como en el caso de Grecia y Portugal, renegociaría con Bruselas minucias de calendario para salvar la coleta y se multiplicaría en campañas publicitarias incesantes para demostrar que mejor que te recorten inversiones, gastos y derechos sociales los que más empatizarán con tu dolor. Rajoy, semoviente barbudo y predecible hasta a la hora de eructar, no siente nada al putearte. Pablo Iglesias e Iñigo Errejón te joderán vivo con lágrimas en los ojos y, de vez en cuando, con una sonrisa de esperanza.
Contra lo que leo habitualmente creo que la gran oportunidad de articular e impulsar un programa de reformas políticas, institucionales, económicas y laborales – que en ningún caso puede ser entendida como un regreso a 2007 y menos todavía a 1931 – se perdió en la brevísima y tartufesca legislatura que acabamos de enterrar. La situación del país era lo suficientemente grave – y la imperiosa necesidad de consensuar un conjunto de grandes políticas reformistas, sin excluir cambios constitucionales para readaptar el modelo de Estado – como para que una confluencia de fuerzas de centro derecha, centro izquierda e izquierda pragmatista se pusieran de acuerdo en un programa básico para (digamos) una legislatura de tres años. El mapa político de la UE está repleto de escenarios donde la derecha liberal gobierna con los socialdemócratas, un partido de izquierdas tiene el apoyo de una fuerza claramente derechista (como en Grecia) o un gobierno izquierdista no desprecia acuerdos con organizaciones de derechas. Ahora será imposible: el PP solo lucha por su supervivencia en el corto plazo y Podemos está tan preparado para llegar al Gobierno como para convertirse en el referente de cualquier izquierdismo moderado, radical o mediopensionista con el objetivo de una oposición wagnerianamente populachera a un Rajoy apoyado por Ciudadanos. Nos vamos a divertir mucho. Lo que se pueda comer entre pleno y pleno (o entre multa y multa de la ley Mordaza) es otra cosa.

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Opciones abiertas

Todos negocian con todos. Se llama democracia parlamentaria aunque casi se nos había olvidado, en especial, durante los últimos e interminables cuatro años. La situación incluye y subsume tres planos: el PP ganó las elecciones aunque fuera pírricamente; el PSOE es en realidad quien decide si se producen pactos; Podemos es quien determina si existe pacto entre las izquierdas. Por los cielos de la villa y Corte vuelan brujas negociadoras – María Dolores de Cospedal ha sido vista a bordo de una escoba por las azoteas de varios hoteles – y por sus calles se tropiezan y pisotean varios cientos de negociadores, delegados y culichichis que se reúnen en baretos con suelos cubiertos de gambas prehistóricas y en reservados de cinco tenedores. Pero bueno. Más o menos todo el mundo sabe cuáles son las opciones. Básicamente dos si se excluye una nueva convocatoria de elecciones. A saber:
a) Un pacto entre el Partido Popular y Ciudadanos – que se abstendría de entrar en el Gobierno –. Dos o tres años de legislatura dotada con una agenda de reformas de regeneración democrática – que Albert Rivera se apuntaría como un tanto propio – y de política económica, fiscal y educativa. El principal escollo es Mariano Rajoy. El producto es absolutamente invendible si Rajoy continúa al frente del Gobierno: una evidencia que muy lentamente está entrando en la masa encefálica de destacados dirigentes y altos cargos conservadores. Hay que sacrificar al registrador de la propiedad y encontrar urgentemente una Cristina Cifuentes para sustituirlo. A ser posible que no sea más guapa que Rivera, obviamente. Al pacto de legislatura se podrían sumar algunas fuerzas nacionalistas y regionalistas, para disolver la imagen de centralismo carpetovetónico del PP y neoespañolismo juramentado de Ciudadanos. ¿Y los socialistas? No quieren, acaso no pueden montar una troika. Están convencidos de que cavarían su tumba político-electoral y no andan desencaminados.
b) Un pacto de legislatura entre PSOE, Podemos, Izquierda Unida y Ezquerra Republicana, al que se podrían sumar otras fuerzas nacionalistas y regionalistas, para diluir la imagen de un concentrado de fuerzas proindependentista y filosecesionistas. Es mucho más complejo, difícil y previsiblemente inestable. Caben dudas razonables sobre la capacidad de Pablo Iglesias para mantener la unidad de acción y las buenas relaciones internas entre Podemos y sus socios territoriales. Imagínese sostener los compromisos, equilibrios y tragaderas que exige un pacto de legislatura. Podemos está fuertemente incentivado hacia  la espectacularización de una ruptura de relaciones con el PSOE y la celebración de elecciones anticipadas, donde está convencido que aumentaría sus apoyos electorales. Por eso lleva advirtiendo hace semanas que un referéndum vinculante en Cataluña deviene condición imprescindible para llegar a un acuerdo con los socialistas.

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Sumas y restas

Los tres grandes partidos del sistema político canario han perdido apoyos electorales el pasado domingo. Incluso el PSC-PSOE, que celebró convertirse en la fuerza más votada con la retórica delirante de un acontecimiento histórico, pierde unos 10.000 votos aproximadamente respecto a los comicios autonómicos de 2011. Más o menos los que hubiera conservado sin la anomalía del curbelismo desatada en La Gomera por los propios socialistas. El PP pierde cerca de 120.00 votos en lo que seguramente es el mayor castigo electoral que registra nuestra breve crónica parlamentaria, pero no esperen dimisiones, es que la gente no ha pillado el mensaje. Les ha faltado piel, que diría Floriano viendo el poster de María Australia Navarro. Gracias al régimen electoral y su implantación en cinco de las siete islas, Coalición Canaria es el partido con mayor número de diputados, pero por primera vez sufre un golpe fulminante en su espina dorsal municipal, especialmente en Tenerife. Es Antonio Morales (y no Román Rodríguez y su disparatada política de pactos) el que consigue grupo parlamentario para Nueva Canarias. Podemos suma nada menos que 130.000 sufragios, pero paga obviamente su escaso desarrollo organizativo y su presencia prácticamente testimonial en la mayoría de las islas no capitalinas. Incluso con siete diputados en la mochila es precipitado afirmar que Podemos llega para quedarse. Dependerá de  gestionen semejante capital en la oposición y de su capacidad para construir partido dentro y fuera de las grandes ciudades de la región. Pero anoche algún que otro dirigente podemista, además de feliz, se le veía súbitamente tranquilizado. Podrán oponerse hasta el frenesí frente a todos los malignos matices de la casta (clavijos, patricias, romanes) sin arriesgarse a pagar ningún coste de imagen. Ciudadanos se queda a un puñado de votos para entrar en la Cámara regional.

Aunque la suma aritmética resulta evidente, el pacto de gobierno entre CC y PSOE no será precisamente sencillo porque, según es tradición en nuestras ínsulas baratarias, se interferirán los acuerdos y desacuerdos en cabildos y ayuntamientos (entre los primeros el de La Palma y entre los segundos el de La Laguna son dos buenos y espinosos ejemplos). Pero sobre todo corresponde a Fernando Clavijo y a Patricia Hernández consensuar un conjunto de reformas políticas, económicas y sociales que los anteriores gobiernos no quisieron ni pusieron poner en marcha, y al mismo tiempo, reformar estructuralmente sus respectivas organizaciones políticas, para cuyos máximos puestos de responsabilidad (en CC y el PSC-PSOE) están legitimados por sus resultados electorales.

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No, no puede pasar cualquier cosa

¿Pasado mañana puede ocurrir cualquier cosa en las urnas, como exudan algunos periodistas histriónicos? No exactamente. No ocurrirá, por ejemplo, que alguno de los tres grandes partidos de Canarias (CC, PSOE y PP) obtenga la mayoría absoluta. Tampoco sucederá que Podemos se convierta en la primera fuerza parlamentaria. Ni en la segunda, ni en la tercera tampoco. No pasará que la Nueva Canarias de Román Rodríguez se transforme  — gracias a pactitos residuales con organizaciones diminutas y con expulsados o prófugos de otros partidos – en una alternativa nacionalista a los coalicioneros. Más bien es más probable lo contrario: que el ascenso de Podemos ahogue las expectativas de crecimiento de NC. Rodríguez está nervioso: si se produce una hecatombe el responsable deberá asumirla él, si su partido resiste, será gracias a la capacidad de tracción de la candidatura al Cabildo de Gran Canaria que encabeza Antonio Morales, y el liderazgo del expresidente del Gobierno empezará a estar amortizado. También resulta probable que Ciudadanos obtenga grupo parlamentario propio, pero en contra de lo que ocurre en otras comunidades autónomas (Valencia, Madrid) resulta muy difícil que se convierta en llave para garantizar la gobernabilidad.

Tal y como explica Dámaso Luis en un reciente artículo publicado en politikon.es  el sistema electoral canario favorece a los partidos cuyos apoyos se distribuyen más homogéneamente en todas las islas. Esa es la clave del reiterado éxito electoral de Coalición Canaria, y no tanto los (desde luego) abusivos topes electorales establecidos para la isla (30%) y la región (6%). Esta circunstancia explica (por solo poner un ejemplo cuantificable) que en 2011, con 60.000 votos menos que el PP, Coalición obtuviera los mismos escaños que los conservadores, 21, porque salvo en La Gomera y Gran Canaria el proyecto coalicionero ha echado raíces en municipios y cabildos. El PP está fuertemente implantado en Gran Canaria, pero en ninguna otra isla dispone del mismo apoyo electoral. Y lo mismo ocurre con las fuerzas políticas emergentes. Tanto Podemos como Ciudadanos pueden contar hipotéticamente con un respaldo significativo en las urnas de las grandes conurbaciones del Archipiélago (Las Palmas-Telde y Santa Cruz de Tenerife-La Laguna) pero mucho más reducido en el resto de las islas, lo que convierte en ridícula cualquier ilusión de sorprasso.

Entre lo improbable y lo posible se dibuja el horizonte poslectoral: un pacto entre las dos fuerzas políticas mayoritarias para conseguir una muy ajustada mayoría absoluta que se complicará por la nueva situación política de varias de las capitales de Canarias, y una amplia oposición, inicialmente errática y sin duda particularmente crítica y fiscalizadora, en un parlamento más fragmentado y batallador. Hace unos días un candidato al Parlamento vaticinaba que llegarían para limpiar y desinfectar la Cámara. Pues ya puede ir cogiendo el mocho, porque el Boletín Oficial de Canarias no lo va a tener. Qué simpática es esta gente que cree que subiéndose a la coleta ajena le va a crecer de nuevo el pelo.

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