Crisis económica

La evaporación del futuro

Uno de los productos cuyo consumo está garantizado en los próximos años es el miedo. El Estado consumirá muchísimo miedo en el futuro inmediato y lo mismo harán los ciudadanos: miedo a la pobreza, miedo a incumplir compromisos, miedo a perder el trabajo, miedo a ser incapaz de diseñar un análisis comprensible de lo que está ocurriendo, miedo a no poder pagar la hipoteca, miedo porque se agota tu subsidio de desempleo, miedo a que la deuda pública llegue a ser inmanejable por las presiones de los mercados.  Nos llevará mucho tiempo volver a domesticar aceptablemente la incertidumbre, si es que ocurre. En la presente campaña electoral se ha agregado un nuevo – pero fundamental – matiz a la estafa política e intelectual habitual en estas liturgias democráticas: los principales partidos, sus respectivas cúpulas directivas, sus mismos candidatos, no saben ni pueden saber lo que ocurrirá ya no el próximo año, sino el próximo mes. ¿La economía italiana saltará por los aires? ¿Los Gobiernos alemán y francés desarbolarán la UniónEuropeapara crear su zona euro? No es ya disparatado, en este vertiginoso momento, plantearse si los próximos presupuestos generales del Estado, los que con toda seguridad presentará Mariano Rajoy a las Cortes en el próximo febrero o marzo, estarán redactados en pesetas o en euros. Más que nunca los programas electorales están escritos en el aire mefítico del fondo de un pozo a oscuras. Más que nunca las propuestas desprenden el tufo rancio de la nadería, porque todo se puede ir al diablo en cuestión de días o semanas o meses.

Todavía viviremos –salvo sorpresa mayúscula, en absoluto descartable – unas semanas de prórroga. Con suerte las navidades constituirán el paréntesis habitual de narcolepsia lúdica y festiva. Pero a partir de enero todo cambiará.La UniónEuropeaha establecido ya que España no cumplirá el déficit comprometido del 6% y con la boca chiquita el PP ha condicionado sus prometidas rebajas fiscales a que el mismo no se haya superado a finales de diciembre. Las perspectivas de crecimiento y paro en España anunciadas desde Bruselas son bastante espeluznantes: la primera registrará un encefalograma plano, si es que no se entra en una nueva recesión, y las segundas indican que continuará el aumento del desempleo: varias decenas de miles de parados más se sumarán a lo largo del próximo 2012. Cabe recordar que el objetivo de reducción del déficit público para 2012 es del 4,4%. Si finalmente –como auguran los oscuros profetas dela Unión– el déficit a finales de 2011 se queda en un 7% aproximadamente, en 2012, se quiera o no, se reconozca o se ignore, el nuevo Gobierno deberá llevar a cabo un recorte en las cuentas públicas superior a los 30.000 millones de euros, casi tres veces superior al que, en el año 2010, aplicó José Luis Rodríguez Zapatero. 30.000 millones de euros. No es una cifra modesta, no. Si quiere puede usted, desocupado lector – un 28% de los potenciales lectores de este artículo se encuentra, precisamente, desocupados – sumarle los 180.000 millones que el Estado deberá pagar a los tenedores de bonos y obligaciones. Y los 60.000 millones que, muy probablemente, haya que destinar para el saneamiento, supuestamente definitivo, de las entidades financieras, bancos y cajas de ahorro, por las nuevas normas sobre la composición de sus depósitos, su exposición al ladrillo o su desastrosa gestión en el caso de las segundas.

Que a estas alturas, y con todas las señalas rojas de emergencia encendidas, se continué cínicamente sosteniendo, por socialdemócratas y conservadores, que se mantendrá el malherido Estado de Bienestar, que no sufrirán aun más los sistemas públicos de educación y sanidad hasta un punto de implosión operativa, que los servicios sociales y asistenciales se conservarán milagrosamente, es una bofetada a los ciudadanos. Una burla grotesca y humillante. Una mentira ponzoñosa digna de auténticos rufianes y no de responsables políticos en una democracia más o menos civilizada. La política parece a punto de desaparecer, volatilizada su autonomía frente a los poderes financieros globalizados, pero la élite política pretende seguir autorreproduciéndose como si no ocurriera nada. El establishment político cada vez gobierna menos – y no se trata de añorar románticamente soberanías nacionales, sino de asumir que las cesiones de soberanía a estructuras vagamente federales son todavía más vagamente democráticas —  pero su obsesión por ocupar ese Gobierno minusválido continúa, como es obvio, intacta. Suponen – y a un servidor le pasma semejante suposición – que el sistema político e institucional no puede sufrir una crisis de legitimación tan extensa y grave que acabe socavándolo irremediablemente. Es su penúltima certidumbre. Sinceramente, a medio plazo, no estaría tan seguro. Las consecuencias económicas de la crisis sistémica – producto de la convergencia global entre una revolución tecnoindustrial inusitadamente poderosa y un reformismo retrógrado que ha eliminado las limitaciones y obligaciones del capital financiero – están entrelazadas a sus consecuencias políticas, y la consecuencia política más trascendental consiste, precisamente, en la erosión de la democracia, en la desintegración de la autonomía de la acción política, en el descalabro de la autonomía de los individuos, en  la evaporación del concepto de ciudadanía.

¿Y Canarias? Canarias – esta es otra realidad elemental cuidadosamente censurada – lo va a pasar mal. Especialmente mal. Y lo pasará mal porque, sencillamente, dispone de un sistema económico extremadamente dependiente del gasto público – de una amplísima panoplia de subvenciones y ayudas que abarcan desde la agricultura a los transportes – y de la inversión pública. Quizás, como gusta en repetir premonitoriamente el presidente del Gobierno autonómico, Paulino Rivero, Canarias se convierta en un problema de Estado pero, en ese caso, no será el mayor problema que deba soportar el Estado español.

¿Y las izquierdas? Muchos se preocupan – y no niego que sea preocupante – por su situación en el presente. Pero lo más dramático, respecto a la izquierda, es precisamente el futuro. Para las izquierdas, que durante doscientos años lucharon (y en muchos sitios y coyunturas consiguieron) un mundo más habitable, más digno y más justo, el presente solía ser de otros. El presente era de la injusticia, de las causas perdidas, de los objetivos no plenamente conseguidos, de las derrotas atroces, de los trileros y los explotadores, pero el futuro era suyo: el futuro era el espacio de un proyecto político democrático, participativo, distributivo y benemérito. Pero en el universo cognitivo de las izquierdas el futuro se ha diluido como categoría significativa. Antes era un dato conocido, y hoy es el vacío más vertiginoso, y por eso los que hasta anteayer anhelaban la disolución del Estado ahora lo defienden (llamándolo lo público) fervorosamente, y los que tachaban al Estado de Bienestar como una engañifa socialdemócrata para abandonar la revolución, son sus más ardorosos apologetas. Las izquierdas miran hacia el pasado inmediato en una actitud paradójicamente conservadora y solo oponen, desvaídamente, una ética de la resistencia   frente a la antaño heroica (y a menudo catastrófica) ética de la emancipación. Los más estúpidos siguen confiando en el derrumbe total y definitivo para construir entre las ruinas la enésima utopía. A estas alturas no es raro que la escriban con hache.

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De acuerdo

La pregunta es previa al debate – que en el momento de escribir este articulejo empezará en un par de horas – pero se prolongará más allá de su finalización. Estos dos señores, ¿ofrecen algo sustancialmente distinto? Para los potenciales votantes del PSOE la pregunta es más precisa y a la vez más desasosegada: ¿qué credibilidad merece una supuesta estrategia socialdemócrata para una salida de la crisis, después de lo que ha hecho el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero desde mayo de 2010, entre cuyos ministros figuraba Alfredo Pérez Rubalcaba?  Me temo que la respuesta es necesariamente negativa y no me agrada adivinarlo. Cuando Pérez Rubalcaba insiste en que junto a los recortes se debe impulsar la inversión pública y una reforma fiscal más equilibrada practica, básicamente, un inverosímil verbalismo. Para empezar no hay salidas nacionales a la crisis sistémica y estructural que asfixia a las economías y alimenta el desempleo y la exclusión social. El mismo Pérez Rubalcaba afirmaba con involuntario humorismo, el pasado viernes, que “el PSOE dice lo mismo que el G-20”. Acabáramos: la conferencia de Cannes se resumió el una cacofonía vacía de cualquier contenido propositivo mínimamente consensuado. Se insiste en que las políticas antisociales del Gobierno de Rodríguez Zapatero durante el último año y medio tenían carácter de emergencia, pero es que nos encontramos instalados en una situación de emergencia perpetua y vertiginosa, y ni el Gobierno socialista, ni el PSOE, ni sus silenciosos think tank han ofrecido un diagnóstico y una alternativa desde el reformismo socialdemócrata a la debacle que nos espera, ni mucho menos, como apunta Sami Nair, los gobiernos de centroizquierda europeos han mostrado un frente común en las trashumantes negociaciones de Bruselas bajo una teología de la disciplina fiscal y el ajuste presupuestario que la pastora Merkel y compañía están empecinados en asumir e imponer como un orden tan natural como el de las constelaciones celestes.

¿Qué nos ofrecen, sinceramente? Si la derecha que representa al PP se lanzará en pocos meses a una operación de cirugía brutal para amputar las políticas sociales y asistenciales, el PSOE  opta por la más piadosa inyección letal mientras le canta una nana al moribundo Estado de Bienestar.  Este armagedón no lo ha provocado la gente del común, como se repite con una obscenidad inigualable, sino el modus operandi de un capitalismo financiero globalizado que encontró en nuevas fórmulas y productos crediticios –  destinados a particulares y Estados – un río de oro con un riesgo supuestamente insignificante. Se ha dictado que es preferible salvar el sistema que a esas chinches, los ciudadanos, y en eso se han mostrado de acuerdo conservadores, socialdemócratas y liberales.

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Tres letritas

La consulta popular anunciada por Papandreu – qué recuerdos, cuando uno leía a su señor padre, don Andreas, y se hacía cruces con su lucidez económica neomarxista; el líder de la oposición, por cierto, es asimismo hijo de un exprimer ministro —  muy probablemente no se celebrará, pero la opción todavía culebreará durante unos días por despachos y cancillerías. Las consecuencias serán malas, es decir, no habrá consecuencias. Los gobiernos de Alemania y Francia seguirán adelante con ese engendro de fondo de estabilización financiera  — ese billón de euros que, si fueran necesarios, nadie sabe a buen seguro de dónde saldrían – y con la receta de que solo la más estricta austeridad presupuestaria y el rigor mortis fiscal seremos felices y comeremos de nuevo perdices hacia mediados de siglo. Merkel sigue difundiendo entre sus conciudadanos la especie de que todos los griegos son como Anthony Quinn bailando el sirtaki en las playas hasta que se vacía el ánfora de vino, para luego volver a casa en un ferrari. La crítica de izquierdas charloteará del macabro triunfo de los mercados sobre la democracia porque los griegos no podrán elegir entre dos opciones claras, definitivas, concluyentes:

a)¿Quiere hambre, pingajos y miseria, con el euro?

b) ¿Quiere miseria, pingajos y hambre, con el dracma?

Cuando a uno no lo dejan elegir, la verdad, es para disgustarse. La democracia queda así tocada definitivamente, ya ven. Y para variar nadie sabe lo que ocurrirá ya no en la próxima semana, sino en los próximos días, con una Italia que parece al borde de la ruina. En Canarias nuestra ignorancia es más profunda, pero también es más particular, como el patio de nuestra casa, que es donde volveremos a cultivar papas y tomates para asegurarnos un mínimo proteínico en la renovada Unión Europea. Nadie sabe nada respecto al futuro inminente del Régimen Económico y Fiscal, que deberá ser renegociado con esta Europa agónica antes de 2014  — el tiempo de negociación real es apenas de dos años —  si todo no vuela por los aires. Lo último que se conoce con cierta enjundia institucional es esa dadaísta declaración de intenciones sobre el REF que los tres grupos parlamentarios de la Cámararegional difundieron urbe et orbi el pasado marzo. Desde las pasadas elecciones autonómicas y locales la reforma del REF ha desaparecido virtualmente de la agenda política canaria, lo que resulta particularmente pasmoso en un contexto económico de crisis galopante y en medio de una situación política que se agrava por el momento en el continente. Es imposible detectar siquiera un rudimento de estrategia política sobre el REF – sustentada en propuesta concretas y argumentadas – en la acción del Gobierno autonómico. Como si aquí también se esperara a que escampe. Un error y, sobre todo, una insólita irresponsabilidad.

 

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Magia potagia

Mientras escribía la columna publicada ayer los dirigentes políticos  y los eurócratas suscribían por fin un acuerdo que transformaba mis misérrimos renglones, ay mísero, ay infelice, en instantáneo anacronismo. Lo más llamativo, desde luego, es el tamaño. Quizás lo más importante. Un billón de euros para el flamante plan de estabilidad financiera de la UE, acompañado de una quita del 50% de la deuda pública griega, que antes era una fantasía monstruosa y ahora, aligerada, resulta simplemente impagable. Sin embargo, persiste una pregunta embarazosa, y es dónde está la pasta. Para responderla los mandamases han creado un artilugio financiero para cuya comprensión son imprescindibles conocimientos insondables de economía, finanzas, teología y kung fu. Se venderán bonos para llenar tan formidable buchaca y si no llega lo suficientes, los estados miembros se comprometen a poner la pasta restante. Para estupefacción de los legos (como yo mismo) el Banco Central Europeo no tiene inicialmente ni arte ni parte en este asunto. Mientras tanto, y con el objeto de que el megafondo no se utilice nunca jamás, y quede como una portentosa metáfora para tranquilizar a los mercados, los estados miembros debe seguir la misma miserable receta que les condena a un crecimiento económico estrangulado: recortes, recortes y luego, por si no son bastantes, más recortes. Como si el problema central dela Unión Europea – y en particular de los países más afectados por la crisis – fuera el riesgo de inflación y la imposición de una austeridad presupuestaria perpetua y sistemática, y no, precisamente, un crecimiento económico ridículo que condena a las empresas, frena el consumo y es incapaz de crear empleo.

Bajo una llovizna semitropical corren por la calle los quejumbrosos fantasmas de las empresas culturales canarias. Sus portavoces sostienen que con 15 millones de euros más podrían “mantenerse las políticas” dela Viceconsejeríade Cultura y Deportes en el año2012. Amí no me salen esas cuentas. Pero ese no es el fondo de la cuestión. Solo faltaría que el señor Alberto Delgado anunciara que se le perdonan seis o siete millones de euros y que, arrimando el hombro del pragmatismo, se puede hacer más con menos y etcétera etcétera: otro caso de chafarmeja magia potagia. Acoger este recado limosnero con resignación e insistir en este modelo de dependencia estructural a los presupuestos públicos del Gobierno regional, sería la peor opción de las empresas canarias. Sería elegir, en definitiva, un suicidio inducido a cambio de no ser aniquilados.

 

 

 

 

 

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Desintegración

Como pollos sin cabeza corretean por los pasillos de Bruselas los presidentes, ministros de Economía y asimilados al apocalipsis para evitar un pánico bancario que vuele por los aires no solo el sistema financiero del continente, sino la propia UE. Desde hace tiempo me acongoja una pregunta frívola, como todas a estas alturas: ¿de qué mecanismos informativos dispone el Gobierno de Canarias para conocer lo que se cuece – o mejor dicho, lo que se pudre – en la malaventurada Unión? Uno espera que no se limite a la prensa salmón y a los telediarios, pero vaya usted a saber.  Lo que ocurre básicamente en el infartado corazón burocrático de Europa es que nadie se fía de que nadie pague finalmente nada. Por muy ordenada que sea la quiebra de Grecia – por muy art decó que se amueble el hundimiento – lo cierto es que hay bancos alemanes, austriacos y, sobre todo, franceses, a los que los bonos griegos le salen por las orejas. Huum. ¿Cuántos miles de millones de euros deberá inyectar el Gobierno francés a sus grandes bancos para evitar su bancarrota? ¿Y si no dispone de la pasta suficiente, acudirán Sarkozy y sus mariachis al fondo de rescate? Es una buena idea, si no fuera porque Francia realiza una de las principales aportaciones al fondo del rescate ese. ¿Y qué ocurre con Italia, con una deuda pública en relación al PIB que supera en un más de un 50% a la de España y una deuda privada que casi la duplica? Si el fallido rescate a Grecia ha sido un transitar interminable por el gólgota de ministerios, gobiernos y parlamentos, un hipotético rescate de Italia es, en realidad, más que una pesadilla, un escenario impensable. La ampliación del fondo de rescate hasta un billón de euros, adelantada por la señora Merkel, no es necesariamente una noticia insignificante, pero persisten las dudas y no llama al entusiasmo de los inversores privados que, para complementarlo, deberían comprar bonos buenos, bonitos y baratos…

En este contexto el Gobierno autonómico saca a subasta una emisión de deuda pública por valor de 200 millones: los bonos se podrán comprar con dinero dela RIC.Esuna broma fiscal formidable: gracias ala RICte ahorro el impuesto de sociedades y ahora, en estos momentos de desolación, te invito a que emplees las perras exoneradas por el fisco a permitirme que me endeude contigo. El consejero de Economía y Hacienda, Javier González Ortiz, ha indicado que el resto de la deuda pública autorizada a Canarias se emitirá a lo largo de 2012 “según los problemas de tesorería” que presentela Comunidad.Loveo excesivamente confiado. No es impensable, sino todo lo contrario, que un Gobierno del PP no revoque tal autorización en la próxima primavera.

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