Crisis

La industria de la indignación

El (todavía) juez Elpidio Silva visitará próximamente Tenerife para impartir – al parecer —una conferencia. Se cuenta que la organización que lo invitó como fulgurante estrella de unas jornadas de estudios jurídicos se quedó algo pasmada cuando el señor Silva reclamó como condiciones dos billetes en primera clase para él y su esposa y un estipendio de 3.000 euros. Costó bastante que rebajara su merecida soldada. El magistrado ha hecho un hueco en su agenda, es decir, en el delicado proceso judicial que lo tiene como acusado por prevaricación y en su estrambótica campaña electoral en pos de un heroico escaño en Estrasburgo. Para la muy indignada masa de los críticos del pútrido sistema político que nos asola, Elpidio Silva es un paladín y quien no comparta tan particular aserto, simplemente, demuestra su calidad de hediondo desecho moral. Silva está siendo inmolado. Silva es una víctima propiciatoria del oprobioso régimen. Silva está en el banquillo porque osó enchironar a Miguel Blesa – durante unos días – y eso no se le perdona.
La indignación está muy bien siempre que no pretenda usurpar el lugar de la lucidez y, no se diga, del conocimiento empírico de las cosas. Si Elpidio Silva está sentado en el banquillo de los acusados y puede acabar expulsado de la carrera judicial no es por haber encarcelado a Blesa, sino por haberlo hecho conculcando las normas procesales más elementales en una instrucción asombrosamente aberrante. Solo una estupidez granítica es incapaz de reparar en el enorme favor que el magistrado Silva prestó a un sujeto tan (digamos) evidentemente clasificable como Miguel Blesa. Gracias a una instrucción de chichinabo – ante cuyas flagrantes irregularidades  el Ministerio Fiscal ni puede ni debe mirar hacia otro lado – Blesa consigue desempeñar el papel de víctima porque, desde un punto de vista jurídicamente obvio, se han conculcado sus derechos. Para conseguir su objetivo y ver condenado a Elpidio Silva al expresidente de CajaMadrid no le haría falta contratar a Garrigues Walter: ganaría tranquilamente con un abogado de oficio que no hubiera sido sometido recientemente a una trepanación.
Elpidio Silva ha prestado un pésimo servicio a los preferentistas de Bankia. Verlos jaleándole en las puertas del Tribunal Superior de Justicia de Madrid no resulta reconfortante, sino más bien deprimente. Transmutar a un magistrado que ha realizado pésimamente su trabajo en un prodigio de valentía, honradez y civismo acrisolado forma parte de la confusión ceremonial de una izquierda fieramente decidida a no entender nada, en el seno de la cual brotan en esta primavera farsante, cual champiñones redentores, aquellos que como el propio Silva han encontrado en la indignación de los ciudadanos una prometedora industria.

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Trompetazo electoral

El poder aísla de la realidad, dicen los bienpensantes, cuando lo que suele ocurrir es que la falsea. Y cuanto más poder se acumula más fácil es falsearla impunemente. El discurso de Mariano Rajoy en el Congreso de los Diputados no era un diagnóstico sobre la situación política, económica y social de España, sino el trompetazo triunfalista de la campaña electoral: dentro de un par de meses, las europeas, en poco más de un año, las municipales y autonómicas, sin descartar la hipótesis – ya lo dirán las encuestas y la coyuntura económica de la primavera de 2015– de simultanearlas con las generales. El país estará hecho un asco, pero la derecha española vive sus días de gloria: la recesión, en efecto, les ha permitido desarrollar su agenda política e ideológica, sin implementar además una sola reforma estructural seria – en las administraciones públicas, en el mercado laboral, en educación, en el sistema fiscal – que pusiera en peligro el status quo institucional. Si hasta se han inventado competencias a las diputaciones provinciales a fin de tener un pretexto para no cerrarlas. Con cerca de seis millones de parados, un crecimiento de la desigualdad galopante, los servicios sociales y asistenciales desbordados, un déficit público con cifras de dos dígitos desde hace cinco años, una deuda pública monstruosa que se aproxima al 100% del PIB, una incapacidad manifiesta para controlar el gasto – y de la que resulta principal responsable la Administración central del Estado — el ahorro familiar a niveles mínimos y una sequía crediticia interminable cabe cualquier cosa, menos ese grotesco espectáculo de un presidente hinchando pecho patrióticamente y proclamando que lo peor ha quedado atrás.
Mariano Rajoy ha escenificado un deleznable ejercicio de irresponsabilidad política. Su anzuelo para los titulares – todo presidente, en estas ocasiones, se guarda uno – ha consistido en esa tarifa plana  de cien euros mensuales para las empresas que contraten trabajadores indefinidos: la enésima bonificación de esta estirpe que tan excelentes resultados ha proporcionado desde los años ochenta. Pero no nos quejemos. Si a este ensoberbecido botarate parece que le resbala todo es porque todo, en efecto, le resbala, incluido tener en la cárcel al tesorero de su partido durante lustros y los cientos de procesados e imputados en los juzgados que adornan la ejecutoria del Partido Popular. Y la responsabilidad es solo nuestra. Y muy particularmente de los socialdemócratas, los sindicatos y los partidos de izquierda en este país. Porque hoy, aunque gravemente herido, el PP volvería a ganar las elecciones. Básicamente por incomparecencia política, organizativa y programática de los demás.

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Reinvención

Es curioso que los más sabios del lugar se entretengan con lo menos importante de la encuesta encargada por Coalición Canaria –los hipotéticos resultados de unas elecciones autonómicas que se celebraran ahora mismo – y no en lo que es propiamente la lectura política de las preferencias y juicios recogidos y ordenados, al menos, tal y como han sido publicados en los medios de comunicación. En efecto, en la encuesta CC ganaría ampliamente las elecciones autonómicas, pero no a causa de aumentar sus votos sino, principalmente, por el terrorífico hundimiento del Partido Popular en Gran Canaria y Tenerife y el estancamiento agónico del PSC-PSOE. Este sondeo simplemente refleja la intención de voto en una coyuntura determinada. Bastaría con que el PP recuperase poco más de la mitad de los sufragios perdidos desde los comicios autonómicos de 2011 para que el resultado fuera sustancialmente distinto; los partidos de la izquierda minoritaria también deberían tener cuidado al festejar  — un fisco patéticamente — lo que solo es la fotografía demoscópica de un instante.
No, lo realmente interesante de la encuesta es la crisis de valoración que atraviesa CC como marca electoral y, sobre todo, como proyecto político entre la ciudadanía canaria en general y sus propios votantes tradicionales en particular. La respuesta más obvia e inmediata es que los coalicioneros están purgando sus veinte años al frente del Gobierno autonómico desde aquella moción de censura que desplazó a Jerónimo Saavedra y convirtió a Manuel Hermoso en presidente. Pero es una explicación insuficiente. En ningún caso CC se derrumba: conserva un buen depósito de votos. Tampoco resulta del todo satisfactorio el argumento de la gestión de la crisis considerado aisladamente. Quizás lo que ocurre es que los ciudadanos – y en especial sus votantes en pasadas elecciones – ya no saben qué diablos es CC. Durante lustros, y gracias a su grupo o semigrupo parlamentario en el Congreso de los Diputados, los coalicioneros pudieron ofrecer una labor de intermediación entre el Gobierno central y los intereses isleños y obtener mejoras de financiación presupuestaria, pero eso acabó hace tiempo. Lo que rechazan los antaño votantes y simpatizantes de CC es un caricaturesco nacionalismo basado en una mezcla flatulenta entre el enfrentamiento vocinglero con Madrid y las melífluas voces de alerta a los pies de la Corona que Paulino Rivero ha impuesto por encima de cualquier debate político en el seno de la organización. Necesitan urgentemente debate interno, reinvención programática, renovación de liderazgos y admitir que su base socioelectoral no ha compartido nunca otra cosa que un regionalismo bien temperado.   Y lo necesitan ya no para no ganar las elecciones, sino para no perderse a sí mismos, es decir, para ser un proyecto político vivo y coherente, dentro o fuera del poder.

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Canarias: oportunidades y riesgos de una transformación (y 2)

Uno de los rasgos más curiosos de La Transformación, el último libro de José Carlos Francisco, es la carencia de cualquier referencia a la gobernanza de Canarias, en especial cuando el autor propone un conjunto de reformas estructurales y sistemáticas. Desde luego, puede alegarse que se trata de un libro de reflexiones económicas, de los análisis y las propuestas de un economista, pero Francisco – que ha desempeñado relevantes responsabilidades políticas en el Cabildo de Tenerife y en el Gobierno autonómico – no puede ignorar que no se trata, únicamente, de tomar nota de lo necesario y de emprender lo urgente, sino de consensuar política y jurídicamente fórmulas de gestión que combinen la eficacia y la eficiencia económica con la participación democrática. Si el objetivo es transformar realmente la economía canaria ello implica, en caso de no resignarse a modelos de democracia de baja intensidad, reformar igualmente la participación democrática y el control racional – y no necesariamente asfixiante ni ordenancista — de cualquier actividad de interés público. Es razonable una reforma de la Ley de Directrices – una de las bestias negras del fundador de Corporación 5 – con la correspondiente poda de normativas y reglamentos, pero la destrucción creadora de la construcción hotelera en Canarias ya ha evidenciado sus efectos en demasiados espacios de las costas isleñas, y tan peligroso es – en términos económicos y sociales – apretar la camisa de fuerza a la construcción como ignorar cualquier límite al crecimiento. Las dificultades de muchos hoteles de cuatro o cinco estrellas en Tenerife, Fuerteventura o Lanzarote, asfixiados todavía por los créditos bancarios que posibilitaron su construcción, representan una advertencia tan elocuente al menos como el envejecimiento de la planta alojativa en Gran Canaria bajo las condiciones restrictivas de la Ley de Directrices.  La actividad turística también debe someterse a factores de sostenibilidad, desde el ahorro energético hasta el reciclaje, pasando por el tratamiento de aguas residuales y el eslabonamiento con otros subsectores económicos locales. Una sostenibilidad que entrelace el crecimiento cuantitativo de la oferta con el aumento cualitativo de la misma. Y se echa en falta en La Trasformación una reflexión al respecto.

Para Francisco el turismo debe ser el subsector que sirva de locomotora para la economía isleña en las próximas décadas: no hay alternativa posible que atesore semejante experiencia y potencialidad y cualquier planteamiento de diversificación económica – una expresión que al autor encocora – no es, en el mejor de las posibilidades, sino charlatanería bienintencionada. En todo caso pueden y quizás deba facilitarse – o facilitarse más aun – actividades complementarias: desde la industria cinematográfica hasta el desarrollo de software, pasando por las energías renovables y el marketing on-line. Una constelación de actividades que aportaría valor añadido al PIB canario y que no consumirían recursos como el suelo. Ocurre, sin embargo, que este planteamiento no describe precisamente un óptimo social. Las buenas cifras del turismo en Canarias en los tres últimos años no han tirado de la contratación ni siquiera para paliar la catástrofe laboral que ha supuesto la paralización de la construcción. Y los factores son varios y a menudo interrelacionados. Los turistas de la crisis pernoctan menos días y gastan menos que a principios de siglo. Los empresarios turísticos ajustan las plantillas y maximizan las rotaciones de personal – un animador en la piscina por la mañana se convierte en camarero por las tardes -. Por último, la entrada en la madurez del sector, su misma modernización, la exigencia de la mejora de la oferta, dificulta crecientemente la incorporación de canarios al mercado laboral turístico. Entre el 35% y el 40% de los empleados de los hoteles de tres, cuatro y cinco estrellas son foráneos; en Lanzarote el porcentaje supone más del 50%.  El desconocimiento de los idiomas (sobre todo el inglés y el alemán) es todavía una barrera insuperable para muchas decenas de miles de isleños. En un mediano hotel de principios los años noventa, que apenas prestaba servicios al turista más que el habitáculo y la piscina, esa carencia era parcialmente subsanable. Actualmente no puede serlo. Que en uno de los destinos turísticos del mundo la inmensa mayoría de la población no sepa entender ni hacerse entender en inglés es uno de los más estúpidos fracasos de su sistema educativo –incluida la Formación Profesional —  y de su mercado laboral. En estas circunstancias, y aunque se alcancen los doce millones de turistas anuales con carácter estable, la actividad turística no puede absorber directamente ni la décima parte de los más de 280.000 canarios instalados en el desempleo. En la prospectiva más favorable, y admitiendo un crecimiento acumulado del 5% en el próximo lustro, el turismo en Canarias, según varias fuentes patronales, podría crear unos 60.000 puestos de trabajo entre directos e indirectos, lo que no se tendría que traducir necesariamente en 60.000 canarios menos desempleados.

José Carlos Francisco no explica – en realidad no le he escuchado una explicación convincente a nadie –  la razón por la que Canarias, en su mejor coyuntura económica, en los prolegómenos de la crisis, soportaba nada menos que un 10% de desempleo, y que ahora la tasa supere enloquecidamente el 35%. En cualquier país desarrollado una tasa de desempleo del 10% es objeto de escándalo. Aquí no. Aquí se ha normalizado, en los últimos treinta años, un paro estructural que ilumina un modelo económico claramente ineficiente e ineficaz. Y no valen argumentos demográficos para explicarlo o, en todo caso, son claramente insuficientes: a mediados de los noventa, con una carga demográfica muy inferior, el desempleo superó el 28% de la población activa. Un problema en el que no se detiene Francisco en su libro es, precisamente, el asombroso nivel de desigualdad de la sociedad canaria, al que acompaña uno de los salarios medios más bajo del Estado español. La desigualdad queda patente tanto en la estructura de ingresos laborales como en el prodigioso incremento de las rentas e ingresos del capital en la época de vacas gordas. Y aludiendo el título del último libro de Joseph Stiglitz, la desigualdad tiene un precio. Un precio oneroso. La desigualdad conduce a la ineficiencia porque la economía funciona gracias al consumo y a la inversión productiva. En Canarias algunos instrumentos del REF, señaladamente la Reserva de Inversiones, han contribuido perversamente a esta situación.

Muchas de las propuestas de Francisco para la reactivación económica de Canarias son razonables (fusiones municipales, aumento de la productividad de los empleados públicos, racionalización de tasas portuarias y aeroportuarias, bonificaciones para sustituciones y bajas en la Seguridad Social, conseguir una línea de crédito del ICO específica para Canarias, diseñar una estrategia de búsqueda de inversiones extranjeras en el Archipiélago). Otras, como alentar los minijobs, con todo su tufillo macabro, está desbordadas por la realidad: aquí y ahora ya hay gente que trabaja seis horas diarias por 400 euros. Pero la transformación que necesita Canarias no es fruto de deficiencias, históricas o coyunturales: su modelo económico, incluido su acervo fiscal, sirvió para sacar a las islas de la pobreza extrema, pero no es útil para sostener y proyectar una sociedad democrática con un nivel satisfactorio de cohesión social y territorial y un ensamblaje eficaz a la economía globalizada. Las elites del poder político y empresarial esperan erróneamente a que escampe. Por eso la situación actual es tan desesperadamente grave.  El filósofo Slavoj Zízek suele repetir una anécdota de la I Guerra Mundial. Un ejército alemán telegrafía a un ejército austriaco: “La situación aquí es seria, pero no grave”. Los austriacos contestan: “Pues aquí la situación es grave, pero no seria”. En esta crisis interminable los canarios podríamos decir lo mismo.

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Canarias: oportunidades y riesgos de una transformación

El economista y asesor empresarial José Carlos Francisco acaba de publicar su cuarto libro, Canarias. La transformación, que no es un título precisamente memorable, pero tampoco abundan los títulos memorables en la historia de la literatura económica. A decir verdad, en sentido estricto, tampoco es un libro de economía, sino un  interesante y estimulante ensayo, en mayor medida incluso que sus libros anteriores, La cuenta atrás (1998), Canarias, moratoria y REF (2003) y La reforma necesaria: Canarias ante la crisis de nuestras vidas (2010). Lo es por varios motivos, desde los circunstanciales (Francisco, que ha ocupado varios cargos públicos, es desde 2011 presidente de la CEOE de la provincia tinerfeña) hasta los más preocupantemente obvios (la crisis económica no solo no se ha superado, sino que se ha profundizado y tiene visos de agravarse aun más). No es habitual este ejercicio de reflexión abierta en los espacios públicos. Contamos con una respetable tropa de catedráticos, titulares y profesores asociados que imparten disciplinas económicas en la Universidad, pero al margen de algún artículo puntual o una comunicación esporádica en congresos o anuarios, no suelen tener a bien poner a disposición pública su saber (supuestamente crítico) fuera de los recintos académicos. Lo mismo ocurre con colegios profesionales, organizaciones sindicales, partidos políticos, centros culturales. En Canarias el debate público es raquítico, si no miserable, y pretende grotescamente ser sustituido por una cacofonía de descalificaciones, burlas, excomuniones, tópicos mugrientos y argumentos ad hominem.  Es un síntoma patológico más de nuestra inmadurez como sociedad moderna.: la incapacidad para debatir. En este sentido, que José Carlos Francisco se decida a opinar abiertamente sobre el presente –y las hipotéticas apuestas de futuro – de la economía canaria es un ejercicio intelectual que alivia el páramo de análisis y propuestas en un país donde cabe razonablemente dudar que exista eso que se llama opinión pública.
El autor ha tenido cierta fortuna inicial al ser malinterpretado. Todo el mundo se ha quedado con su referencia a los casinos y a la industria del ocio como elemento reactivador del sector turístico: transformar Canarias en Las Vegas de Europa. Ni de lejos esta propuesta constituyen el núcleo central de La transformación, pero los medios de comunicación lo han convertido en el principal reclamo del libro. “Las Vegas y Macao se han convertido en el patio de recreo de América y Asia, pero Europa no tiene el suyo, y podría ser Canarias”.  No se trata de imaginar una ruleta y medio centenar de guiris jugando mientras beben champán, según el autor, sino de seguir, precisamente, las fórmulas norteamericanas y asiáticas: grandes resort, con abracadabrantes casinos y espectáculos y zonas comerciales asociadas. Si se decide por esta vía, sería indispensable desarrollar varias modificaciones legales, desde cambiar la ley del juego hasta disminuir el IGIC incrementado. Francisco incluso cuantifica varios impactos y calcula que los turistas anuales se incrementarían en más de medio millón — unos 113.000 alojados en los flamantes resort-casinos — con un incremento de la recaudación tributaria anual de más de cien millones de euros, la creación de 20.000 empleos indirectos y, lo que más sorprende a uno, un incremento del PIB anual de más del 2%.
Sin duda a la oferta turística canaria le vendría muy bien ampliar su tradicional oferta de sol y playa con casinos y, sobre todo, grandes espectáculos. Digo que sobre todo porque en Las Vegas hace ya muchos años que el grueso de los ingresos no se obtienen a través del juego, sino, precisamente, de la entrada en grandes espectáculos con estrellas y conjuntos conocidos internacionalmente. Sería necesario la construcción de unos treinta resort en el Archipiélago para conseguir el nivel de ocupación que apunta Francisco: un esfuerzo inversor no precisamente desdeñable. Los que somos escépticos ante esta oportunidad de crecimiento no estamos motivados exclusivamente por razones morales. Las Vegas tiene un enorme mercado casi cautivo por sus peculiaridades legales: los Estados Unidos. Macao tiene unos costes salariales – y en general costes fijos –muchos más bajos que Canarias, como ocurre casi toda la industria hotelera asiática. Pero es que, además, la industria del juego tiene pocas externalidades positivas o ninguna. Como explica el profesor Jesús Fernández Villaverde “los casinos y la industria de ocio más en general no suelen crear ninguna de estas externalidades positivas (…) Son industrias intensivas en mano de obra (en su mayor parte poco cualificada), con un reducido componente tecnológico y sin ningún vínculo específico hacia otros sectores. La evidencia empírica en Estados Unidos, donde en la última década se han abierto muchos casinos y otras grandes actividades de ocio como estadios deportivos es que, en efecto, estas externalidades positivas no aparecen por ninguna parte“. En cambio, Fernández Villaverde, señala hipotéticas  externalidades negativas: los grandes casinos suelen estar asociados a problemas de criminalidad organizada, violencia mafiosa, prostitución y corrupción política, a menudo inextricablemente unidas.
Macao es un buen (o mal) ejemplo. En el año 2011 los casinos-resort de la antigua colonia portuguesa generaron una facturación de 27.000 millones de euros. Pero a principios de 2012 la crisis –que también afecta a las potencias asiáticas, sin excluir China – empezó a golpear duramente. Las recaudaciones bajaron de forma alarmante, así como las tasas de ocupación hotelera. El ambiente –digamos—se encabronó. El año pasado se produjeron varios asesinatos en hoteles de lujo y el propietario de uno de los casinos más prestigiosos fue brutalmente agredido a martillazos. A principios de agosto la policía interrogó a más de 1.300 personas, de las cuales fueron detenidas y procesadas unas 150 bajo acusaciones como blanqueo de dinero, juego ilegal y prostitución.  Respecto a Las Vegas, quizás sea conveniente recordar que Nevada se encuentra, entre los estados de la Unión, en los primeros puestos de un triple ranking: desempleo, ejecuciones hipotecarias y criminalidad.
Pero La Transformación no ofrece, únicamente, los casinos y espectáculos en grandes hoteles de lujo como panacea para salir de una crisis económica y social de carácter estructural. En realidad es una llamada de alerta sobre un país (Canarias) que amenaza con convertirse en inviable si no se toman medias políticas, es decir, colectivas, en un plazo de tiempo angustiosamente corto. La próxima semana se analizarán y discutirán aquí.

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