España

La bobada del día

“Nunca descubrimos a América, masacramos y sometimos un continente”. La síntesis de la bobada más repetida ayer en las redes sociales se la debemos al alcalde de Cádiz, un admirable indignado de manual. Se trata de simplificar la historia para sentenciarla moralmente en un ejercicio impostado de autoinculpación. Es bastante deprimente que encuentren eco ahora las tonterías militantes y las miserias intelectuales de una izquierda ágrafa que, por supuesto, tiene toda la razón y nada más que la razón, sin contar con que sale gratis solidarizarse con indígenas americanos muertos hace 300 años. Esas enormidades las encontraba uno en cartelitos colgados en la Universidad hace treinta años. Cuchufletas como la González Santos son, en realidad, apelaciones emotivistas: actúa como si el mejor respaldo de una afirmación no fuera su correspondencia con los hechos, sino más bien el grado de satisfacción y autocomplacencia que infunde a quien la ha formulado, gratificado por haber dado expresión a tan elevados sentimientos. Primero está esa curiosa transferencia espaciotemporal de responsabilidad: al parecer somos responsables – los que hemos rechazado la violencia política, los que votamos una Constitución democrática y pluralista como la de 1978, los que estamos a favor de una política migratoria de la UE para acoger de manera estable a millones de asilados que huyen del hambre y la guerra, los españoles que vivimos en el siglo XXI, por ejemplo – de lo que hicieron en América conquistadores y soldados andaluces y extremeños hace tres, cuatro, cinco siglos. Hace décadas – lo pueden comprobar en documentos, en tratados, en convenios de colaboración, en actas de congresos y simposios – que en el 12 de octubre no se festeja ni una invasión, ni un régimen colonial, ni la imposición de una religión. ¿Un continente? Jamás pudo la Corona española someter un continente – no formaba parte de sus posesiones Canadá ni la inmensa mayoría de los futuros Estados Unidos – ni su modelo de organización política y territorial en las colonias americanas respondía a un centralismo capaz de enfrentarse a todo y resolverlo todo bajo la batuta de un rey malévolo. La autonomía de los virreinatos era amplísima y dotada de una organización interna muy flexible (y a menudo caótica). Sin embargo, lo más pertinente en este asunto es conocer y comprender el marco del proceso de colonización español, sus criminales miserias, desde luego, pero también sus grandezas jurídicas, religiosas y culturales, un modelo tan diferente al inglés. El encuentro entre los españoles y las civilizaciones indígenas fue tan brutal y traumático que solo se ha podido apalabrar desde el mito: el mito del prodigioso descubrimiento, civilización y evangelización de millones de personas frente al mito de una maravillosa cultura del buen salvaje cruelmente destruida por los colonizadores. Y viceversa.
Con todo, lo más despreciable de tonterías como las segregadas por González Santos o Colau es su antihistoricismo de pacotilla. Cualquier acontecimiento histórico, cualquier fecha en el calendario, está cargado de connotaciones positivas y negativas. Cualquier jornada memorable recuerda sangre vertida o prefigura sangre, traiciones, o crueldades por aparecer. Que haya quienes en el año 2015 perseveren en regalar el concepto de hispanidad al doctor Menéndez Pelayo o al general Francisco Franco solo es un síntoma de una pobreza política e ideológica lamentable, gandula y narcisista.

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Guerra y parranda

Con Mariano Rajoy ya embarcado hacia Buenos Aires para participar en el esperpento cañí de la candidatura olímpica española, una nota informativa de la Casa Blanca informaba de que el Gobierno estadounidense había tenido el apoyo de su homólogo español para el ataque militar a Siria. Ni una puñetera palabra a pronunciado Rajoy públicamente al respecto y las declaraciones de sus ministros de Asuntos Exteriores habían sido limitadas, lacónicas, ligeramente abstractas. Mientras Obama y Cameron defendían la intervención ante sus respectivos países e intentaban, con disímil suerte, un apoyo de sus cámaras parlamentarias, Rajoy callaba y su silencio, como siempre, resumía un desprecio brutal y acobardado a la vez hacia los hábitos políticos mínimamente exigibles en una democracia parlamentaria. Quizás Rajoy considere esta decisión, como su entrevista con Artur Mas, como un asunto privado. Después de año y medio de gobierno creo que Rajoy ha demostrado ya suficientemente lo que es: un desolador mediocre obsesionado por su supervivencia y que asombrosamente ha conseguido dirigir un Gobierno como quien maneja un casino de pueblo. Incluso como mentiroso Rajoy supura mediocridad: no es un embustero creativo y diligente, sino un torpe charlatán que se mira los zapatos mientras desgrana solemnemente necedades a las que solo acude cuando se siente acorralado.
Por supuesto, antes de brindar una explicación a su país a la hora de entrar en una guerra, Rajoy tenía que volar hasta la capital argentina para no perderse la foto si, milagrosamente, Madrid resulta elegida como sede de los Juegos Olímpicos del año 2020. No conozco un solo economista sensato, a derecha o izquierda, que defienda una sede olímpica como garantía de beneficio económico a corto o largo plazo. Al contrario: el olimpismo económico está gravemente contraindicado en países desarrollados porque exige o promueve un conjunto de actividades cargadas de externalidades negativas. Pero allá van por tercera vez con una alcadesa enchufada que habla el español apenas algo mejor que el inglés y 300 palmeros soplapollas viajando gratis total y una retórica patriotera profundamente estúpida, casposa y falsaria. El mejor autorretrato que este Gobierno se ha hecho a sí mismo. Un Gobierno que nos mete en una guerra sin debate público, sin ofrecer un diagnóstico, sin musitar una palabra justificativa, y al mismo tiempo, organiza una parranda en busca de un icono propagandístico que salve a una alcaldesa lobotómica y alimente una ficción ruinosa de poderío, competitividad y futuro.

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