Homeopatía

Baifos homeopáticos

Hace unos días, en una llamativa entrevista periodística, una señora que era presentada como presidenta de la Sociedad Médico-Homeopática de Tenerife revelaba que “hay ganaderos en Fuerteventura que están tratando a baifos con homeopatía”. Sinceramente yo comencé a sospechar algo cuando José Miguel Barragán llegó a ser secretario general de Coalición Canaria, pero no me imaginaba que la cosa fuera tan grave. Esta señora, doña Pilar Casaseca, cursó al parecer estudios de Medicina, pero en un momento dado se cayó del caballo (o del baifo) y comenzó a matricularse en un curso de homeopatía tras otro con creciente pasión y deslumbramiento. Que los principios básicos de la homeopatía – esa necedad referida a la memoria del agua y otras pueriles insensateces de la protomedicina del siglo XVIII– sean capaces de alimentar más de un cursillo de diez minutos avalan que, en efecto, los homeópatas son extremadamente capaces de cualquier cosa.
La señora Casaseca explica que la homeopatía ha avanzado mucho y rápido en Canarias gracias a la acción civilizadora de extranjeros y turistas. Ya se sabe que si los alemanes, los daneses o los suecos han conseguido aumentar su esperanza de vida o disminuir la mortalidad infantil es gracias a tomar botellines de agua ligeramente azucarada donde se diluye 100.000 veces un resto de corteza de abedul. Por supuesto, para no sentirse desprotegidos, los extranjeros han exigido en nuestras islas que se les apliquen los tratamientos aguachirlescos de los que gozan en sus países de origen y gracias a ello las ciencias homeopáticas avanzan en el Archipiélago que es una barbaridad. Todavía se puede contemplar, lamentablemente, gente protestando por las listas de espera quirúrgica o ciudadanos empecinados en recibir carísimos tratamientos para enfermedades graves o patologías crónicas, pero chorrito a chorrito de agua debidamente certificada por los laboratorios y prescrita por homeópatas diplomados y las cosas van mejorando. Fíjense sin ir más lejos en los baifos, que ya ni mamar quieren. Solo admiten pastillitas de colores y homeópatas de pecho plano.
La señora Casaseca advierte, con un punto de gravedad, que los que critican la homeopatía y le niegan su carácter científico –por no hablar de sus virtudes terapeúticas – son simplemente unos ignorantes. Es lo más brutal que le he leído a un homeópata en los últimos años y me recuerda la aseveración de un gran científico y divulgador español: “Los que desde el campo de la medicina defienden a la homeopatía no son simplemente unos magufos: tienden, más bien,  a ser unos sinvergüenzas”.

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La charlatanería licuefacta

Los defensores del Consultorio Social de Homeopatía que abrirá próximamente en La Matanza –comenzando por el ayuntamiento, que ha apoyado esta ocurrencia – insisten, como prueba incuestionable de su bondad, que está previsto atender gratuitamente a todos los ciudadanos que busquen asistencia. Y es cierto: no les cobrarán la consulta. Pero deberán adquirir, por supuesto, los productos homeopáticos. Si recordamos que la homeopatía es una pueril seudociencia y sus productos terapéuticos guanajadas aguachirlescas, se me antoja más honrada una consulta de tarot. El tarotista, una vez que te aconseja sobre salud, dinero o amor, te pide sencillamente la voluntad. No te explica que su diagnóstico – “sufre usted un mal de ojo” — es gratuito para acto seguido cobrarte por sus luminoso consejo – “frótese con un huevo fresco de gallina por todo el cuerpo empezando por la cabeza y terminando por los pies mientras mastica aulagas”-. El tarotista lo da todo (y pide cualquier cosa) como sincero estafador que es. El homeópata, en cambio, es un estafador insincero, profesional, retórico. Está dispuesto a aclararte que sufres unas hemorroides sin pedir nada a cambio, pero te vende a precio de oro un frasquito de agua que no te servirá para nada.
Cabe sospechar razonablemente que si los homeópatas están dispuestos a los diagnósticos gratuitos en La Matanza – el nombre del municipio debe parecer francamente inspirador a los discípulos de Hahnemann – no es porque inicialmente se trate de un gran negocio, sino porque ofrece una plataforma de publicidad formidable. Ahí es nada: todo un ayuntamiento (aunque sea chiquitito) bendiciendo la práctica de la homeopatía y elevándola incluso a la condición de bien social. Lo mismo ha ocurrido anteriormente en espacios universitarios, colegios profesionales, órdenes ministeriales y oficinas de farmacia. Esta extensión de la homeopatía, por supuesto, no guarda ninguna relación con su respetabilidad científica, sino con su rentabilidad mercantil y la creciente potencia económica y publicitaria de sus laboratorios. Porque no hay ninguna evidencia de mecanismo físico, químico o biológico que pueda servir como justificación del estatuto científico de la homeopatía ni pruebas que respalden la validez terapéutica de sus productos más allá del efecto placebo. La homeopatía es pura charlatanería licuefacta, pero aun los que aseveran que no cura, pero tampoco hace daño, se equivocan. La difusión de patrañas jamás sale gratis, ni individual ni socialmente, como ocurre con todo aquello (y más aun un craso negocio) que alimenta la ignorancia y, en último término, pretende excusarse como un consuelo. Como dijo el maestro Hitchens en una ocasión memorable, “diré simplemente que aquellos que ofrecen falso consuelo son falsos amigos”. Estén acompañados o no por concejales.

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La legalización de una estafa

El Ministerio de Sanidad ha informado (digamos) sobre una inminente normativa que “regulará los medicamentos homeopáticos para garantizar su calidad y eficacia”. Es realmente complejo enhebrar una frase tan corta y al tiempo sembrada de necedades como esta. Existe, obviamente, la homeopatía, pero no cosas tales como medicamentos homeopáticos. La homeopatía es una seudociencia y sus engañosos productos no pueden considerarse racional ni empíricamente como medicinas. Sin duda por eso, al Ministerio de Sanidad le bastará, según la normativa a punto de aprobarse, que el fabricante del producto homeopático justifique el uso tradicional del mismo. No puede hacer otra cosa, por supuesto, porque es imposible aportar pruebas clínicas de la eficacia o eficiencia de los tratamientos homeopáticos. Lo que significa, llanamente, que el Gobierno dará cobertura legal a una estafa científica que resulta, sin embargo, un negocio fabuloso que mueve miles de millones de euros anualmente en todo el mundo y que, por esa misma razón, cuenta con complicidades crecientes entre médicos fulleros, farmacéuticos ansiosos y empresarios carentes de escrúpulos, sin olvidar, desgraciadamente, a ciertos profesores, colegios profesionales y departamentos universitarios. La legitimación legal de la homeopatía – como su sinuosa penetración en ámbitos universitarios — es una derrota del pensamiento crítico y de la medicina en este país y llega de la mano de un Gobierno cuya titular de Sanidad ya hizo, el pasado verano, un elogio a los “medicamentos alternativos” para abaratar los costes de la atención farmaceútica.  A la modernización del nacionalcatolicismo le viene bien el toque chic que significa promover la magufería en el sistema de salud pública.
Cualquier persona con un bachillerato medianamente cursado descubre de inmediato en la supuesta terapia homeopática una estafa evidente. Puede parecer, al fin y al cabo, una práctica inofensiva, unos inocentes botecitos de agua ligeramente azucarada o unas grageas con sabor a fresa. Y generalmente lo son: solo proporcionan un efecto placebo que les reconforta y nada más. Pero intenta curarte una gastroenteritis, una neumonía o una meningitis con basura homeopática y te encontrarás criando malvas, que diluidas al 1.000% son magníficas para el tratamiento de catarros y bronquitis y contribuyen a vencer la timidez y la soledad no deseada.

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