salud pública

La legalización de una estafa

El Ministerio de Sanidad ha informado (digamos) sobre una inminente normativa que “regulará los medicamentos homeopáticos para garantizar su calidad y eficacia”. Es realmente complejo enhebrar una frase tan corta y al tiempo sembrada de necedades como esta. Existe, obviamente, la homeopatía, pero no cosas tales como medicamentos homeopáticos. La homeopatía es una seudociencia y sus engañosos productos no pueden considerarse racional ni empíricamente como medicinas. Sin duda por eso, al Ministerio de Sanidad le bastará, según la normativa a punto de aprobarse, que el fabricante del producto homeopático justifique el uso tradicional del mismo. No puede hacer otra cosa, por supuesto, porque es imposible aportar pruebas clínicas de la eficacia o eficiencia de los tratamientos homeopáticos. Lo que significa, llanamente, que el Gobierno dará cobertura legal a una estafa científica que resulta, sin embargo, un negocio fabuloso que mueve miles de millones de euros anualmente en todo el mundo y que, por esa misma razón, cuenta con complicidades crecientes entre médicos fulleros, farmacéuticos ansiosos y empresarios carentes de escrúpulos, sin olvidar, desgraciadamente, a ciertos profesores, colegios profesionales y departamentos universitarios. La legitimación legal de la homeopatía – como su sinuosa penetración en ámbitos universitarios — es una derrota del pensamiento crítico y de la medicina en este país y llega de la mano de un Gobierno cuya titular de Sanidad ya hizo, el pasado verano, un elogio a los “medicamentos alternativos” para abaratar los costes de la atención farmaceútica.  A la modernización del nacionalcatolicismo le viene bien el toque chic que significa promover la magufería en el sistema de salud pública.
Cualquier persona con un bachillerato medianamente cursado descubre de inmediato en la supuesta terapia homeopática una estafa evidente. Puede parecer, al fin y al cabo, una práctica inofensiva, unos inocentes botecitos de agua ligeramente azucarada o unas grageas con sabor a fresa. Y generalmente lo son: solo proporcionan un efecto placebo que les reconforta y nada más. Pero intenta curarte una gastroenteritis, una neumonía o una meningitis con basura homeopática y te encontrarás criando malvas, que diluidas al 1.000% son magníficas para el tratamiento de catarros y bronquitis y contribuyen a vencer la timidez y la soledad no deseada.

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Pestazo (y más)

Quizás lo primero que debiera hacerse es un estudio epidemiológico y sanitario riguroso sobre el efecto contaminante de las emanaciones de la Refinería de Petróleos en Santa Cruz de Tenerife. Un estudio que se convierta en la referencia obligatoria y admitido por partidos políticos, asociaciones vecinales y entidades sociales como base para definir una actitud común frente a la continuidad de la industria del refino en el término municipal. Aunque ya existe una investigación con resultados debidamente difundidos: los doctores Sergio Rodríguez – del Centro de Investigación Atmosférica de Izaña – y Jenny González, en una monografía publicada en la revista Atmospheric Research, demostraron que la mayor fuente de partículas contaminantes ultrafinas en la capital tinerfeña no son los automóviles, ni la actividad portuaria, sino la industria del refino que se instaló en Santa Cruz a finales de los años veinte – con sucesivas ampliaciones y dotaciones – en un solar que, por aquel entonces, distaba de la pequeña, pobre y destartalada ciudad. Ahora no, por supuesto. Ahora la Refinería de Petróleo desarrolla su actividad industrial en una de las zonas más densamente pobladas del municipio. Desde hace treinta años no se encuentra junto a Santa Cruz: la ciudad ha crecido y la ha rodeado — como quien rodea un precipicio que vomita  llamas y cenizas — porque no tenía más remedio.
No hay que poner en duda que los dueños y señores de la Refinería han realizado inversiones para minimizar el impacto contaminante de la planta. Pero tampoco va a poner uno en duda que en varias ocasiones, todos los años, decenas de miles de santacruceros respiran un aire repugnante, que termina por impregnarte la garganta y acaba difundiendo una acre hediondez, insoportable e ininterrumpida. Lo que resulta tan exasperante como inadmisible es que esta asquerosa experiencia compartida sea negada, como si se tratase de los pucheros de un niño caprichoso e ignorante, desde la infinita sabiduría y la omnisciencia tecnológica de los directivos de la Refinería de Petróleo. Para decirlo claro: es que apestan. Es que en los últimos y azufrados días los centros hospitalarios se han visto desbordados por ciudadanos con problemas respiratorios y cardiorespiratorios. Es que convierten ustedes la capital tinerfeña – en grandes solemnidades que solo ustedes conocen por anticipado – en una ciudad con una atmósfera maloliente, desagradable y a ratos fétida. Es que ustedes han sobrepasado durante las últimas 72 los límites de micropartículas emitidas a la atmósfera según la legislación vigente – en particular el muy peligroso dióxido de azufre – y ustedes se dedican a mirar al otro lado porque los súbditos acongojados por su pestilencia no sabemos valorar como es debido su majestuosa, modernizadora y desinteresada presencia en este pueblo.

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