elecciones generales

Tomar nota

Que dice el Timonel de la Dulce Sonrisa que Podemos “tomará nota” de los dirigentes regionales del PSOE que apoyen o respalden una eventual abstención de los socialista en el segundo intento de investidura de Mariano Rajoy.  Aunque Pablo Iglesias no fue mucho más concreto, probablemente, no necesitaba serlo. Está a punto de comenzar  — si Rajoy logra ser investido finalmente – la labor de oposición a la oposición que los dirigentes de Podemos creen necesaria para que culmine la pulverización del PSOE. Lo más gracioso es que la amenaza poco velada de Iglesias, que se refería implícitamente a los gobiernos autonómicos y locales en los que Podemos permite que gestionen los socialistas, es una contradicción muy estúpida, porque si Podemos da la espalda a los socialistas, en dichos ayuntamientos y comunidades autonómicas pasaría a gobernar el Partido Popular. Es decir, que Pablo Iglesias, para castigar a los malignos barones socialistas por permitir gobernar al PP, está dispuesto a aumentar el poder territorial del PP.
Por el momento, nadie en el PSOE ha anunciado que tomará nota de la actitud de Podemos en el Congreso de los Diputados ni ha amenazado (por ejemplo) con retirar el apoyo de los concejales socialistas en los ayuntamientos de Madrid o Barcelona, donde son imprescindibles para mantener las mayorías que sustentan, respectivamente, a los gobiernos de Manuela Carmena – su plataforma obtuvo el año pasado solo 20 de los 57 concejales — y Ada Colau – logró apenas 11 de 41 ediles en disputa. Y no lo ha hecho – por no mencionar el sentido común – porque nadie toma notas en el Congreso de los Diputados para basar las políticas de alianza en las corporaciones locales y las comunidades autonómicas. Apuesto que el señor Iglesias tampoco. Pero necesita interpretar el papel de fiscal extraordinario de la izquierda patria para repartir por enésima vez los carnets de decencia e indecencia política.
Lo que realmente es indecente es afirmar con ruin desparpajo que numerosos diputados socialistas – por no mencionar a dirigentes regionales y cargos orgánicos – conspiran activamente para que el PP se mantenga en el Gobierno. ¿Qué saldrían ganando en semejante operación? ¿Entrarían todos antes de fin de año en el consejo de administración de Endesa?  El PP ha ganado las elecciones por segunda vez consecutiva y unos nuevos comicios, muy probablemente, ampliarían esa ventaja. Es imposible construir una mayoría alternativa sólida y verosímil. Rajoy y los suyos no disponen de mayoría absoluta y no podrán gobernar como antes. Un líder verdaderamente preocupado por deshacer las contrarreformas de la brutal derecha española y suavizar el trance que nos depara Bruselas estaría ya negociando una estrategia parlamentaria común con el PSOE y otras fuerzas de izquierdas. No amenazando. No tomando nota. No pensando únicamente en su coleta.

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El ilusionismo frentista

Después de una interminable ristra de humillaciones y ninguneos en el último año y medio, Alberto Garzón está dispuesto de nuevo a sentarse con Pablo Iglesias – quien fuera años ha asesor político suyo – para llegar a una confluencia electoral con Podemos para el próximo junio. En Podemos están encantados: es como servirles la cena. Primero se los desayunaron, luego se los almorzaron y ahora se los cenarán, aunque en esta ocasión son las propias viandas las que se ofrecen en holocausto. Podemos quiere zamparse, en definitiva, ese cerca de millón de votos de Izquierda Unida, y don Albertito está más que dispuesto a hacer de camarero para la noche fatal. Porque los dirigentes y militantes de Izquierda Unida  –entre los cuales hay ciudadanos admirables por su compromiso social y su sensibilidad democrática – deben saber que una alianza de esta naturaleza no tiene marcha atrás: lo que empezará como una suerte de coalición electoral acabará precipitándose en  una fusión entre ambas formaciones políticas. La pujanza de Podemos – una organización invertebrada pero con una dirección que ejerce un control omnímodo sobre estrategias y listas –  contrasta con la melancolía estructural de IU, a la que ha hurtado incluso la estratagema de pactar con fuerzas dizque progresistas de ámbito municipal y regional. Claro que IU pactaba con la vieja “pequeña izquierda” y Podemos lo hace con mareas, comunes y demás moderneces de la nueva política, tan cargada de rutinas, gilipolleces, mediterráneos y unicornios como las anteriores.
En el peor de los casos gracias a IU los de Podemos amortiguarán o eliminarán la ligera caída que les auguran las encuestas más serias y en el mejor podrían alcanzar el segundo objetivo verdadero de la confluencia frentista: arrebatar al PSOE la primacía de la izquierda (hablar de hegemonía queda un poco estúpido). Porque, por supuesto, desde el pasado diciembre  Iglesias y su equipo saben que es imposible un gobierno de izquierdas en este país. Aritméticamente imposible y políticamente inviable. El PSOE mejor dispuesto no puede comprometerse en la situación actual con reclamaciones maximalistas de los aliados catalanes de Iglesias, por ejemplo. Y, sobre todo, Podemos no va a servir de pulmón parlamentario a un presidente del Gobierno socialista, porque esa loca decisión iría contra sus intereses estratégicos básicos: cuanto más se recupere el PSOE peores serán las perspectivas de Podemos. De esta manera el segundo combate por la hegemonía de un bloque de izquierdas llega ahora y exige la deglución de lo que queda de IU para intentar el sorprasso a los socialistas y examinar entonces la oportunidad de una alternativa parlamentaria al PP y a Ciudadanos. Está dibujado con escuadra y cartabón. No es nada extraño que Pablo Iglesias esté exultante y tan sobrado que sonríe con su mejor sonrisa fumanchunesca y le diga a los plumillas, como hizo hoy: “Por primera vez veo el miedo en la cara de los periodistas”. Pero todas las advertencias y señales que emiten los líderes de Podemos caen en el campo de azucenas de una admiración sin límites. Si mañana Iglesias declarara que se mea en las madres de todos los comparecientes de una rueda de prensa los podemitas no tardarían en desvelar que no hay mejor remedio contra las arrugas que el orín humano, y que Pablo ha querido decirlo a los cuatro puntos cardinales desafiando a las grandes multinacionales de la cosmética. No lo callarán, no nos moverán.

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Un relato roto

Atragantados por las incesantes encuestas electorales, cada vez es más frecuente escuchar, casi como una súplica, que los sondeos metroscópicos no sirven absolutamente para nada. Es una bobada, por supuesto. Nadie se gasta los cuartos para abonar inutilidades cochambrosas. No hay que confundir una encuesta electoral rigurosa y técnicamente solvente con los sucedáneos que partidos y dirigentes emplean como menesterosos instrumentos propagandísticos. Un penúltimo ejemplo de estas patéticas seudoencuestas es el ligero eructo del CCN según la cual Ignacio González Santiago decidirá quien será el próximo alcalde de Santa Cruz de Tenerife, y puestos a elegir, seguro que optará por él mismo. Todas estas bromas, sin embargo, no deben distraer de los cambios que se perfilan en los sucesivos sondeos, según los cuales se avanza (o retrocede) desde un bipartidismo imperfecto a tetrapartidismo inestable, con Podemos y Ciudadanos disputándose la centralidad de la izquierda y la derecha respectivamente mientras el PP y el PSOE apenas se sobreviven a sí mismos. De confirmarse este nuevo mapa político las consecuencias obligarían, desde luego, a coaliciones parlamentarias capaces de sostener un Gobierno estable, pero habría otras, entre las cuales no sería la menor la pérdida de peso en ecosistema político español de los nacionalismos y sus marcas electorales: CiU, el PNV y Coalición Canaria.
Durante décadas, cuando los dos grandes partidos no alcanzaban la mayoría absoluta, los votos de los nacionalismos catalán, vasco y canario eran un precioso tesoro. Lo fue para los últimos gobiernos de Felipe González y en el primer mandado – y relativamente en el segundo – de José María Aznar. José Luís Rodríguez Zapatero prefirió no cerrar acuerdos de legislatura con fuerzas nacionalistas, pero debería contar con ellas en la praxis legislativa cotidiana. Para Coalición Canaria el nuevo escenario político-electoral que se avizora resulta particularmente dramático. Para CC el grupo (o semigrupo) parlamentario en las Cortes fue siempre su principal instrumento político. En realidad ha sido la seña distintiva de su relato : solo controlando el Gobierno autonómico y al mismo tiempo contando con una relevante presencia en el Congreso de los Diputados y el Senado era posible conseguir normativa legal y, sobre todo, recursos presupuestarios con los que converger económica y socialmente (infraestructuras, empleo, políticas asistenciales) con la media española y europea. En los últimos años la representación coalicionera en las Cortes se redujo al mínimo, pero siempre se podría pensar (y proclamar) que se trataba de una desdichada coyuntura superable en el futuro. El problema para CC – como para el PNV o CiU – es que a partir del próximo año podría ser tan irrelevante contar con un diputado como disponer de cuatro. El relato puede quedar roto durante un amplísimo periodo de tiempo y la legitimación estratégica del nacionalismo canario como gestor político hundirse – sigan o no al frente del Gobierno canario– en una vertiginosa insignificancia.

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Cáscaras

Si lo he entendido bien, Mariano Rajoy sostiene que la canariedad consiste en que tus hijos coman plátanos diariamente. A mí esta observación, formulada por el apóstol del sentido común con su habitual mesura dadaísta y ceceante, me ha desasosegado mucho. Nunca he sabido lo que es la canariedad, y vistos y leídos los teóricos de la cosa, se me antoja que la canariedad es como la caspa: nadie se da cuenta de que la tiene encima hasta que alguien se lo señala y, a partir de ese momento, quedan inaugurados los cimientos (y picores) de una identidad. Cabe suponer que como no seas casposo estás condenado a no destacar como un auténtico patriota. En todo caso hay que reconocer la profunda coherencia neoliberal de Mariano Rajoy al establecer una relación inequívoca entre el convencimiento ideológico y la ingestión de proteínas y vitaminas. “Que nadie me dé lecciones de canariedad”, viene a decir el líder del PP, “porque mis hijos meriendan plátanos todos los días”. ¿Será un criterio universal en sus visitas electorales? “Que nadie me dé lecciones de catalanismo, porque en mi casa tomamos butifarra para cenar todos los jueves” o tal vez “que nadie me dé lecciones de andalucismo, porque a mi señora le vuelve loca el pescaíto frito y se lo come to”.

Mariano Rajoy no ha deslizado el más modesto compromiso en su visita a Canarias. Ni uno solo. Fue tan cruel que ni siquiera aclaró si José Manuel Soria podría ser ministro o no, un asunto que tiene en vilo a cientos de miles de isleños. El apóstol le dijo a su discípulo que vaya a votar, vayan todos a votar al PP, hijos míos, que ya se hablaría de ministerios y Dios proveerá. Sobre el resto de la agenda política canaria Rajoy, fiel a su inigualable estilo de mudo vocacional, no musitó una palabra. Ni sobre el 30% de desempleados, ni sobre la crisis agónica de los servicios públicos, ni sobre las ayudas al transporte, ni sobre la reforma del Régimen Económico y Fiscal, ni sobre la negativa de Benito Cabrera a que se siga utilizando su villancico en las fiestas navideñas. Rajoy se limitó a pasear bucólicamente acorbatado por una hermosa platanera, en compañía de Soria, Cristina Tavío y un personaje que, a cierta distancia, podría confundirse con Don Pimpón, pero que era en realidad el eurodiputado Gustavo Mato. No dudo que Rajoy se coma los plátanos con fruición, pero por su actitud abstraída y sus silencios extáticos podría haber estado paseando perfectamente por los Monegros. Cuando tomó el avión de regreso sus palmeros, arrobados, corearon unánimemente las acrisoladas virtudes de su líder. A Rajoy lo que le queda de Canarias, en su proyecto político y en su casa, son las cáscaras.

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La izquierda coalicionable

Equo, esa fundación ecologista transmutada en un partido político, es una entidad un tanto particular. Básicamente Equo es el lícito pero enracimado intento de algunos señores y señoras – y sobre todo del exdirector general de Greenpeace en España, Juan López de Uralde — de unificar las organizaciones y movimientos ecologistas que han brotado como hongos en las Españas desde los años noventa,  y cuya fragmentación y tribalismo siempre han dificultado extraordinariamente su presencia en las instituciones públicas. Su lanzamiento político ha sido más que veloz, fulminante, envuelto en acusaciones de oportunismo fotogénico. Pues bien, Equo está dispuesta a concurrir a las elecciones generales en Canarias con otras fuerzas políticas de izquierda y ecologistas, y tal ofrecimiento ha galvanizado a varias organizaciones isleñas, más recientemente, a Alternativa Sí se puede, cuya asamblea aprobó el pasado fin de semana iniciar contactos para articular una candidatura unificada a las Cortes.

Si uno revisa el programa de Equo encontrará un esmerado intento de evitar la palabra “izquierda” o la expresión “socialismo” en cualquiera de sus puntos. Por supuesto, en sus papeles, Equo insiste en la necesidad de “políticas redistributivas” porque solo a través de las mismas se alcanzará “la equidad y la protección social” propias de una sociedad sostenible. Después viene todo lo demás: desde el rechazo a los cultivos transgénicos y la prohibición de las corridas de toros, pasando por la supresión de los paraísos fiscales, el establecimiento de una tasa a las transacciones financieras y el desarme universal. Con estas propuestas se puede uno pasar entretenido el resto del milenio, efectivamente. Una nota añadida: Equo se ha opuesto rotundamente a cualquier acuerdo electoral con Izquierda Unida; en cambio, curiosamente, está dispuesta a pactar con pequeños partidos y federaciones locales, como Compromís en el País Valenciano. Porque demasiado sabe el señor López de Uralde que solo tiene alguna remota probabilidad de salir elegido diputado por la circunscripción de Madrid mientras puede presumir publicitariamente de contar con aliados y simpatizantes en las comunidades periferias.

No sé para qué diablos necesitan las fuerzas de la izquierda ecosocialista canaria el estímulo de Equo ni pactar un rábano con López de Uralde y sus compinches. Y tampoco sé, sinceramente, si sirve de algo presentar un candidato si el 21 de noviembre cada mochuelo rojo vuelve a su solitario y ensimismado olivo.

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