PSC-PSOE

José Miguel Pérez y el hambre

José Miguel Pérez, vicepresidente y consejero de Educación del Gobierno de Canarias, debe estar muy satisfecho de sí mismo y cabe sospechar que se trata de una actitud de la que ha disfrutado durante toda su vida. Siempre que he escuchado al señor Pérez he percibido esa afabilidad superior y condescendiente, suavemente aplomada, de los que creen que sus razones y merecimientos se ajustan como un tanga al culo del Universo. Pérez afirmó anteayer que en Canarias nadie pasaba hambre y dejó más o menos claro que semejante prodigio evangélico era fruto de la presencia del PSC-PSOE en el Gobierno autónomo en los últimos cuatro años. Quizás si hubieran gobernado el PP, Izquierda Unida o los carlistas ya hubiéramos caído en el canibalismo.
La aseveración de José Miguel Pérez no es escandalosa porque sea totalmente inexacta, sino por su indignante frivolidad. Sacar en procesión de nuevo los datos resulta cansino; basta con señalar que en Canarias cerca de 50.000 familias viven entre la pobreza y la exclusión social y que varias organizaciones –entre ellas Cáritas – ha cifrado en más de 100.000 niños canarios los que reciben una ingesta insuficiente y mal equilibrada. Porque el pobre, además de comer poco, suele comer mal, y no por prejuicios alimentarios precisamente, sino porque no tiene un céntimo con el que pagar carne, frutas o lácteos. Probablemente la expresión del vicepresidente Pérez se ajustaría más a la verdad si hubiera dicho que en las islas nadie se muere de hambre, pero aun así las matizaciones, por un mínimo sentido de la decencia, resultarían obligatorias. No, ningún canario se muere de hambre, pero sí comienzan a ser médicamente evidentes los resultados de la malnutrición, sobre todo, entre niños y adolescentes: cefaleas, debilidad orgánica, crecimiento óptimo amenazado, mayor vulnerabilidad hacia infecciones y afecciones patológicas. Las consecuencias de todo orden de una malnutrición cronificada son realmente destructivos en el orden psicológico, familiar, convivencial, educativo. Presumir frente a esta situación de que la gente no cae fulminada por la inanición en las calles es bastante repugnante y apoltronarse en la medida de abrir los comedores escolares en verano (sin duda oportuna) pasa por olvidar la semiprivatización de estos servicios que el propio departamento que dirige José Miguel Pérez ha impulsado en los tres últimos años.
La candidata presidencial socialista, Patricia Hernández, se ha apresurado, por supuesto, a rechazar la satisfacción del secretario general del PSC-PSOE por las plácidas digestiones de todos los canarios. Claro que hacerlo así significa que Hernández está de acuerdo de que en el Archipiélago se pasa hambre después de cuatro años de estancia socialista en el Gobierno autonómico. Es el terrible dilema de Patricia Hernández: simular que los socialistas canarios no han participado ni son corresponsables, en la última legislatura, en los recortes presupuestarios y en la desertización de las políticas sociales del Ejecutivo presidido por Paulino Rivero.

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Barra libre en El Aconcagua

La grima que producen algunos candidatos es superior a la que producen otros, por supuesto. Quizás tengo que hacérmelo mirar, porque se me antoja que son los dos candidatos presidenciales nacionalistas (Fernando Clavijo y Román Rodríguez), a los que quizás sumaría Ramón Trujillo, los que emiten menor número de memeces y muestran cierta resistencia al aullido buhonero y a invocar la lluvia de café en el campo.  A medida que se acercan los comicios las pujas aberrantes y fantasiosas de unos y otros alcanzan mayores niveles de delirio, como aquel montañero que cerca de la cima del Aconcagua creyó que podría volar, soltó el piolet y terminó empurrado en un glaciar poco acogedor. La crisis económica – y la todavía germinal crisis del sistema de partidos – no les ha enseñado nada: en lugar de optar por tratar a la ciudadanía como adultos justificadamente insatisfechos, se empeñan en la infantilización de las propuestas, en la multiplicación de los panes y los peces para pasado mañana a primera hora, en la barra libre para cubrir cualquier expectativa.
María Australia Navarro promete bajar los impuestos y simultáneamente mejorar la sanidad pública sin tomarse un respiro para explicar cómo hacerlo, es más, cómo no lo ha hecho el Gobierno de Mariano Rajoy en los últimos tres años y medio, en los que ha conseguido precisamente lo contrario: un incremento tributario notorio a las clases medias y a las pymes y un colapso de la sanidad pública. Lo más reciente en este bestiario chiripitiflaútico de ofertas electorales, sin embargo, se pudo escuchar en boca de Patricia Hernández, que ha dicho que los salarios en Canarias son muy bajos, y que no basta con equipararlos a la media española, sino que deben alcanzar la robustez de Suecia o Noruega. Ya se sabe que a Hernández la economía le importa un pimiento y pretende triturarla en sonrisas de dientes incontables. Su lema es que ningún dato, ninguna estructura, ninguna realidad le pude chafar un titular patéticamente triunfalista, una profecía que cumplirá ahí donde coinciden los desigmios de la Historia y Tweeter. Los salarios noruegos no se imponen por decreto, ni siquiera en Noruega. Si en las islas los salarios son menores es porque nuestros empleos son un asco y se crean en actividades que generan escasísimo o nulo valor añadido; porque nuestras empresas son pequeñas y escasamente profesionalizadas; porque nuestra productividad jamás ha sido relevante y cae en picado desde hace casi una década, porque el mercado laboral está pésimamente regulado, porque nuestro sistema educativo es muy deficiente y nuestra inversión en I+D+I es grotescamente insignificante. Los salarios, en Canarias, no son el maligno fruto  empresarios inescrupulosos – que abundan — sino de las condiciones económicas y sociolaborales de un modelo de desarrollo basado en la burbuja inmobiliaria y el turismo de masas. Transformar esta realidad lleva más tiempo, incluso, que convertirse en la candidata del PSC-PSOE a la Presidencia del Gobierno de Canarias.

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Una (otra) campaña electoral

¿Propuestas? No, no he escuchado ni leído nada semejante en los meses previos a las elecciones autonómicas y locales. Quizás estemos en los prolegómenos de un nuevo ciclo político y demás gaitas melodiosas entre la esperanza y el recelo, pero todo esto se parece sospechosamente a una campaña electoral. A una campaña electoral de las de toda la vida, vamos. Fernando Clavijo habla de simplificar las gestiones de las administraciones públicas y desburocratizar la creación de empresas como portentoso instrumento de crecimiento económico: retite usted  papeleos y baja impuestos y Canarias se llenará de gastrotascas y dulcerías, como La Laguna. A María Australia Navarro solo se le conoce la promesa, casi un grito en el último pleno parlamentario, de crear 100.000 puestos de trabajo en el Archipiélago, se ignora si en su totalidad a cargo de Corporación Dermoestética. Patricia Hernández se multiplica en micromítines donde expone sus microocurrencias. Y Podemos – con o sin el acompañamiento matrimonial de Sí se puede – se dedica, tampoco cabe esperar otra cosa, a afearle la conducta a la casta, ese malvado polimorfo, y a posicionarse contra el Mal y a favor del Bien. Eso es más o menos todos, si exceptuamos las faenas submarinas de Román Rodríguez y la soledad en el ángulo oscuro por sus votantes tal vez olvidada de Izquierda Unida.
Las circunstancias han hecho coincidir el hartazgo de las gentes – y la creciente e irritada desafección hacia el sistema institucional — con las crisis de los partidos instalados y las cuitas de los partidos que pretenden instalarse en el ecosistema político. Si Patricia Hernández, por ejemplo, no concreta análisis solventes y propuestas específicas no es únicamente porque no disponga de equipos y analistas en una organización desertizada de talentos y cada vez más desconectada con la sociedad civil, sino porque debe combatir con una dirección regional que la contempla, en los momentos más cariñosos, casi como un capítulo de eCarly. Hernández no vive únicamente para sortear las trastadas e indiferencias de José Miguel Pérez, Julio Cruz y compañía, sino que se exaspera por lo que puede ocurrir a partir del próximo junio. Sabe que su máxima aspiración solo puede ser repetir los muy mediocres resultados cosechados por Pérez en el año 2011, pero si a partir de los mismos no suma la Secretaría General del PSC-PSOE, está políticamente muerta, y con ella, probablemente,  cualquier posibilidad de supervivencia a medio plazo de la propia organización socialista. Por eso se opone a que Carolina Darias  –su oponente en las primarias a la candidatura presidencial –encabece la lista parlamentaria por Gran Canaria. Porque Darias puede ser la alternativa del capidisminuido aparato josemiguelista después de la hecatombe electoral. Entre un encuentro ciudadano y otro Hernández no se separa del móvil. Ferraz. Que se ponga Pedro. Que localicen a Pedro. Soy Patricia. ¿Dónde está Pedro? Soy Patricia Hernández. Pedro, llámame. Llámame ya.

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Doblan las campanas

Durante los últimos años de gobierno de Felipe González Manuel Vicent elevó una acusación ambiental a pregunta metafórica: “¿Puede una madam ignorar que trabaja en un burdel?”. Quizás en estos años de agonía del PSOE la pregunta deba formularse más dramáticamente: ¿Puede el PSOE depurarse sin ser destruido? No hay dirigente socialista medianamente informado que no conociera el tránsito judicial de Casimiro Curbelo, como nadie ignoraba su marca de fábrica, ese neocaciquismo paternalista o clientelismo socialdemócrata que convirtió La Gomera en un fortín electoral aparentemente indestructible, con el ojo de un Sauron incansable y omnipresente vigilando hasta el temblor de la palmera más lejana desde la Torre del Conde. El primero que lo conocía perfectamente, por supuesto, era el propio Curbelo. Pero nadie hizo absolutamente nada. Con Casimiro Curbelo se negociaba cuotas en el comité ejecutivo regional y listas de candidatos, no se debatía sobre un modelo de gestión con aplastantes réditos en las urnas. Curbelo era el dueño y señor de un ecosistema cerrado cuyo punto más elevado en la cadena alimenticia ocupaba él mismo. Cuando se le intentó mover la silla no fue precisamente por motivos éticos, sino por edípicos anhelos de poder. Los alcaldes gomeros, a veces con la anuencia satisfecha de Julio Cruz, otras, más recientemente, con su ensanguinada participación activa, se conjuraban para la caída de aquel que los elevó en su día a la condición de mortales con moqueta y presupuesto. Curbelo desactivaba las conspiraciones con astucia, gónadas y terror. La última vez, hace unos meses, fue quizás la más complicada y agotadora, porque había perdido su plaza en el Senado, donde alguna vez, fugazmente, pensó en retirarse. Ahora, en los rituales de purificación organizados a la carrera por la dirección federal, una fiesta necrófaga para pagar por viejos pecados que en su día fueron victoriosas costumbres, Curbelo ha perdido su última partida. La última que jugará en el PSOE.
Hace ya bastantes años entrevisté a Casimiro Curbelo en su despacho del Cabildo Insular. Hablaba lentamente de sus proyectos cuando las campanas de la iglesia doblaron a muerto. El presidente del Cabildo y senador interrumpió la conversación con un gesto imperativo y tomó inmediatamente el teléfono para hablar con su secretario:
–¿Sabes quién ha muerto? ¿No? Entérate y manda una corona –dudó un par de segundos –. Ya…ya…Y si es del partido, manda dos…
Allí, en ese mismo despacho, Casimiro Curbelo está ahora mismo encargando, sin prisas pero sin pausas, un par de coronas funerarias para el PSOE de La Gomera.

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La batalla del centroizquierda

Al destripar los datos que ofrecen las encuestas electorales algunos observadores señalan que los ciudadanos canarios están inclinándose hacia la izquierda. Es una hipótesis bastante arriesgada y difícilmente  sostenible y para ser verosímil no basta con agitar los siete u ocho diputados que los sondeos conceden a Podemos. Escrutando la matriz demoscópica lo que cabe sostener es que en Canarias, como en el resto de España, se está librando una batalla por el segmento político-electoral del centroizquierda entre un mengüante PSC-PSOE y un pujante – pero no precisamente arrollador—Podemos. A la izquierda queda muy poco, porque, salvo en un sentido residual, no hay voto en la izquierda. Precisamente por eso los dirigentes de Podemos han insistido en moderar su discurso, evitar definiciones ideológicas estructurantes, introducir sintagmas emocionales como el recurso a la patria mancillada y, en definitiva, buscar la centralidad a través de un apoyo transversal, que se extiende desde los jóvenes desempleados y el precariado creciente hasta sectores de la clase media y media alta, profesionales acomodados y pequeños y no tan pequeños empresarios. El escaso voto de la izquierda establishment – IU y similares – ya se lo ha comido Podemos casi en su totalidad.
Ocurre, sin embargo, que la suma de Podemos y el PSC-PSOE – es decir, del centroizquierda con el que se identifica casi toda la ciudadanía progresista en el Archipiélago – está y muy probablemente estará muy lejos de cualquier mayoría absoluta concebible. Y las razones son bastante evidentes, y entre las cuales, por supuesto, se encuentra un sistema electoral con topes de entrada que distorsiona la representatividad. Pero no es la única ni quizás la más importante. Podemos es un proyecto político muy joven con una escasa implantación a nivel municipal en las dos islas centrales (Gran Canaria y Tenerife) y prácticamente nula en el resto. Y sin una implantación local sólida, articulada y expansiva resulta extraordinariamente difícil plantearse siquiera convertirse en la primera fuera política de la región. Los siete magníficos diputados que les pronostican los sondeos representan el fruto de la potencia de la marca y no el resultado de una praxis política y micropolítica que, simplemente, no han tenido tiempo de desarrollar en ningún lado. Malévolamente podría incluso sugerirse, a los flamantes dirigentes de Podemos en las islas, que se abstengan de propulsar diagnósticos y propuestas concretas, para no enturbiar el vago y chic mensaje regeneracionista de Pablo Iglesias y sus conmilitones. Escuchando a Mery Pita, secretaria general de Podemos en Canarias, o a María Coll, secretaria general de Tenerife, solo se cosechan las habituales denuncias contra la diabólica casta a la que cabe responsabilizar hasta de los errores de los jurados de las reinas del carnaval. Están a favor de los buenos y en contra de los malos. No sé si para distinguirlos cuentan en sus consejos con damas y caballeros procedentes de Sí se puede y de Canarias a la Izquierda. O no.

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