Rajoy

Moción de censura

Casi al mismo tiempo que la Fiscalía mostraba su conformidad con la citación a María Dolores de Cospedal, secretaria general del PP, para declarar en el llamado caso Bárcenas, la mayoría absoluta de los conservadores impedía que el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, acudiera al Congreso de los Diputados para hablar de un asunto tan enojoso. A los que siguen insistiendo que Rajoy no tiene nada que decir, porque ya afirmó solemnemente que todo era mentira, que jamás cobró dinero negro y, por tanto, no cabe exigírsele nada más, creo que ya va siendo hora de no molestarse en contestar. La secretaria general de su partido será llamada a declarar en las próximas horas en la Audiencia Nacional. Rajoy no fue investido por una televisión de plasma, sino por el Congreso de los Diputados, y es ahí donde debe brindar explicaciones. Una negación no es una explicación. En democracias parlamentarias los presidentes no responden de acusaciones y sospechas tan graves como estas con un párrafo de tres líneas. Recuerdo que el equipo de Richard Nixon insistía, precisamente, en esa curiosa línea argumental: el presidente lo ha negado todo y, por lo tanto, no hay absolutamente nada que explicar. Es sorprendente: explicar y explicarse no es, en ningún caso, un acto volitivo del jefe de Gobierno, sino una reclamación que la oposición ejerce en su papel de fiscalización del poder ejecutivo. No es que usted quiera explicarse o no, señor Rajoy, es que la oposición –sin excepciones – le demanda explicaciones. Un portavoz del PP llegó a afirmar ayer que la oposición  no debía “servir de portavoz de un delincuente” o algo por el estilo. Ese presunto delincuente –designado tesorero en su día por Rajoy — ha estado cobrando del Partido Popular hasta enero pasado. La dirección del PP se ha ciscado, más que en el Parlamento, en el parlamentarismo mismo como espina dorsal del sistema democrático.
Puestas así las cosas servidor solo ve una alternativa para que se desarrolle el debate político que exige el caso Bárcenas: la presentación de una moción de censura. Como es obvio la moción de censura estaría destinada al fracaso, pero proporcionaría una magnífica oportunidad para que el parlamento pueda exigir explicaciones al presidente del Gobierno, los grupos políticos se posicionen sobre el asunto y el Congreso de los Diputados recobre su muy escachada dignidad democrática como depositario de la soberanía nacional. Una ocasión inmejorable para que el PSOE presente una alternativa política (si la tiene) y los grupos minoritarios dibujen su actitud de ruptura o resignación con una corrupción cuasiestructural que reduce la democracia a un trapo sucio y maloliente.

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El chantaje a un trilero

En un artículo olvidado el maestro Azorín describía la mínima actividad mental de don Lorenzo Arrazola, un político de mediados del siglo XIX que llegó a ser jefe del Gobierno. “Don Lorenzo Arrazola”, escribía el maestro, “es presidente del Consejo de Mnistros; en España no es muy difícil llegar a ser presidente del Consejo de Ministros”. Claro que no. Hasta hace poco un magnífico ejemplo de tan alta accesibilidad era José Luis Rodríguez Zapatero; pero hay que reconocer que Mariano Rajoy lo ha superado. Ambos son muy similares. Individuos que muy pronto abandonaron una profesión y antes de los treinta años ya estaban escalando puestos en las jerarquías de sus respectivas organizaciones políticas. Ambos son, en definitiva, productos quintaesenciados de los procesos de selección de élites dominantes en el ecosistema político español. Mariano Rajoy descuella porque ha hecho  de la insignificancia una orfebrería. Rajoy está construido básicamente con nada. Carece de carisma, jamás se le ha escuchado nada vagamente parecido a un proyecto político, es un orador mediocre y goza de la empatía emocional de un ficus. En los últimos años ha proferido un notable volumen de estupideces, incoherencias y falsedades y ni siquiera eso lo ha humanizado un fisco.  Cualquiera ha visto gatos de escayola capaces de proyectar más autoridad, inteligencia y capacidad política. La estrategia de su carrera política ha consistido no en cosechar éxitos, sino en evitar los errores. Así que ayer, al contestar a los periodistas sobre la prisión de Bárcenas, y después de titubear como un mocoso, se acogió a una forma retórica mínima, “el PP colaborará con la Justicia y esperamos que se actúe con la máxima celeridad”. O algo así. Lo importante, de nuevo, no era proporcionar una respuesta, sino evitar pronunciar un nombre.
Durante veinte años Luis Bárcenas gestionó las finanzas del PP. No fue un asteroide que se incrustó accidentalmente en el partido.  Todos y cada uno de los responsables de las finanzas de la organización (Ángel Sánchez, Rosendo Naseiro, Álvaro Lapuerta) han sido imputados por casos de corrupción. Bárcenas estaba ahí, metido en la pomada y oteando la gusanera, desde principios de los noventa, pero fue Mariano Rajoy y nadie más quien en 2008 lo designó tesorero. Fue Mariano Rajoy, y nadie más, quien permitió que Bárcenas siguiera cobrando un sueldazo del PP hasta principios de este año de gracia de 2013, aunque las negociaciones con el interesado las llevara la secretaria general, María Dolores de Cospedal. Es inverosímil, aun más, es democráticamente intolerable que Rajoy pretende presentarse  –si quiera implícitamente – como un líder honesto sorprendido en su buena fé por un subordinado venal. Entre otras razones porque el presidente del Gobierno, mientras fue líder de la oposición y presidente del grupo parlamentario del PP, también recibió un abultado sobresueldo del partido.
Luis Bárcenas dispone de más de cuarenta millones de euros en Suiza. Ha publicado parcialmente ingresos ilegales en el partido y muchos dirigentes del PP se han visto obligados a reconocer que recibían sobresueldos. Todos los indicios apuntan a una trama de corrupción generalizada por la que el PP —entre otras cosas – corrompía a sus propios mandatarios como mecanismo de sumisión al líder y cohesión organizativa. Ni siquiera la entrada en prisión de Bárcenas distrae a Rajoy de barbotear vergonzosas necedades. En 2009 el presidente del Gobierno aseveró que estaba seguro que “nadie podrá demostrar que Bárcenas no era inocente”. Lean atentamente: no aseguró que lo fuera, solo que nadie podría demostrar su culpabilidad. Esta son las prudencias en las que se solaza Rajoy y con los que desafía a la opinión pública: los tontos trabalenguas de un trilero. Una democracia parlamentaria no puede soportar la sospecha asfixiante de que el presidente del Gobierno está siendo chantajeado por un delincuente.

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Ahorrillos

Lo más pasmoso de la solemne intervención de ayer de Mariano Rajoy fue su afirmación tajante – “quiero destruir un mito” — sobre el gasto público en España. “Con datos de 2012”, dijo el presidente, “España se sitúa entre los países con menor gasto público de la UE, un 43% frente al 47% de media de la zona euro, y dos tercios de ese gasto corresponden a los servicios públicos básicos (sanidad, educación, justicia y seguridad) y a gasto social en general” (una observación no menor: buena parte de ese gasto se consigue cubrir ahora mismo con deuda pública). Rajoy presentaba ayer su supuesto plan de reforma de la administración pública, pero en realidad se limitó a citar alguna de las doscientas medidas de ahorro y contención del gasto y evitó ruidosamente precisar ninguna cifra. Todos los analistas y observadores se han apresurado a señalar que muchas de las medidas de ahorro propuestas por Rajoy y que afectan a las comunidades autonómicas no podrán ser impuestas, desde un punto de vista legal, por su propio Gobierno.
Rajoy no ha presentado propiamente una reforma político-administrativa: un cambio sustancial (así sea gradualista o pactado) en las estructuras organizativas y administrativas del Estado. El suyo es un plan de ahorro que enfatiza la eliminación de duplicidades, pero eso no fue a lo que se comprometió con Bruselas, a la que ha asegurado que se ahorrarían 8.000 millones de euros este mismo año. A Rajoy y sus cuates ni se les pasa por la cabeza eliminar las diputaciones provinciales, por ejemplo. De la misma manera, y según se desprende ayer de sus palabras y de la misma escenografía de su comparecencia monclovita, Rajoy parece apostar por la seducción de los presidentes autonómicos vía telefónica o en  reuniones en la sede central del PP, en vez de convocar la Conferencia de Presidentes Autonómicos, que es lo que correspondería para alcanzar un consenso básico y dotado de luz y taquígrafos.
Es improbable que Mariano Rajoy se haya trasmutado en un discípulo aventajado del profesor Vicens Navarro, por mucho que parezca contradecir la salmodia de su partido sobre el derroche y la ineficacia que el PP suele atribuir a todo lo público. Simplemente Rajoy se agarra a cualquier cosa –hasta a la realidad – para no arriesgarse a operaciones de ingeniería institucional más arriesgadas electoralmente. Por mucho que pueda y deba hablarse de la eficacia en ese limitado gasto público o del escaso impacto redistributivo que tiene el modesto Estado de Bienestar español.

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Entrevista con Luis Bárcenas

El señor Luis Bárcenas, extesorero del PP y exsenador –lo segundo lo hemos podido constatar fehacientemente — nos recibe una lluviosa mañana en su piso,  de cuyas paredes cuelgan admirables fotoopias de los mayores maestros del Barroco.  Bárcenas está enfundado en un batín escarlata a medida y se toma una copa de Soberano, que es cosa de hombres, un hábito sentimental residual de la época en la que todavía no cataba el alcohol con el borde afilado de una visa platino.

–Muchas gracias por concedernos esta entrevista, señor Bárcenas…

— Cabrón…

— ¿Cómo dice?

— Qué llámeme Cabrón si quiere. Es lo que menos me duele de todos los disparates y calumnias que están diciendo los medios de comunicación…

— Usted no reconoce que los 22 millones de euros que tiene en un banco de  Suiza…

— Es dinero ganado duramente, con el trabajo, con mi sacrificio, con mi esfuerzo… Este país detesta a los ricos, a los triunfadores, a los ganadores, a los que saben aprovechar las oportunidades, a los inteligentes, a los hombres de abundante pelo plateado… Manga de miserables fracasados… ¿Usted practica el esquí?

— No.

–Lo siento. Pero a su favor puedo decir que aunque sea un fracasado no parece un resentido. Mire, desayuné hace un rato. Si quiere puede llevarse las sobras cuando terminemos la entrevista. Yo me considero un humanista cristiano.

–Entonces, ¿cómo acumuló usted 22 millones de euros y por qué los tiene en Suiza?

–Suiza. Esa obsesión le delata. Si usted practicara en esquí comprendería por qué tengo el dinero en Suiza. Es un deporte vigorizante pero caro.

–Ya…

–Yo invertí mucho en arte. Compro y vendo. Mire, una vez compré en su ciudad, en el rastro de Santa Cruz, una acuarela de Bonnín por cincuenta euros y luego la vendí por 220.000. ¿Ve usted que no es tan difícil? Cien acuarelas de Bonnín, 22 millones. Si las cuentas salen enseguida.

— Ya, ya… Usted fue tesorero del Partido Popular…

— Si, hasta hace un rato.

— ¿Un rato?

— Bueno, hasta hace algún tiempo, sí. Y durante todo el periodo en el que llevé esa honrosa responsabilidad, en fin, la contabilidad se llevó cumpliendo escrupulosamente la legalidad vigente…

–¿Y los papeles que se han publicado? ¿Los reconoce usted como propios?

— Todo es un vil montaje, y espero no tener que entrar en prisión para demostrarlo con la contabilidad verdadera…

–Bueno, pero imagino que la contabilidad auténtica obrará en manos del Partido Popular…

–Aaah, pero es que son como niños. No entienden casi nada. ¿no ve usted el lío en el que están metidos? Perdiditos están sin mí.

— Entonces los llamados papeles de Bárcenas son un montaje.

— Claro. Los papeles los tengo yo. Todo lo demás son, como mucho, fotocopias de chamarilero. Volvamos al ejemplo de Bonnín. ¿Es lo mismo un Bonnín auténtico que una falsificación? Claro que no. Cualquier experto sabría distinguirlos.

— ¿Por ejemplo?

— Si no hay buganvillas, no es un Bonnín…

–Definitivamente.

–Puede usted asegurarlo. Yo tengo un olfato artístico de la hostia.

–Pero, y discúlpeme que insista, ¿se repartían o no sobres entre la dirección del PP?

— Todos los días. Sobres, bolígrafos, gomas de borrar, posit,  unos pins muy graciosos que hice con la cara de Zapatero y que decían zapatero a tus zapatos

–Me refiero a sobres con dinero…

–Uno, en un sobre, puede encontrar cualquier cosa…Yo a veces meto la mano en el bolsillo y me encuentro un billete de diez euros arrugado y a en ocasiones se lo doy a un pobre, siempre que no sea periodista…¿A usted no le pasa?

–Eeeh, no… Creo que le pasa a poca gente…

–Ya le digo, este es un país de perdedores que odia patológicamente el éxito ajeno…A quien le asquea el dinero es porque no lo tiene.

–¿Y las donaciones de grupos empresariales que incumplían los topes legalmente establecidos?

— Imagínese, por un momento, que eso figurase en la contabilidad que podría tener, hipotéticamente, en una caja fuerte subterránea bajo un retrato ecuestre de Mariano Rajoy. Bien, ¿no podría haberme equivocado al realizar el apunte? “Luis, cabrón, te doy cien, pero pon ciento veinte para que Javier Arenas me mire mejor”. A veces uno puede pagar un precio elevado por la amistad. Pero los principios no son negociables salvo, quizás, en Zurich.

–¿Por qué cree usted que el presidente Mariano Rajoy no lo cita nunca?

–Es una clave amistosa que tenemos. “Mariano”, le dije la tarde que cobré la última parte del finiquito, “no menciones mi nombre, que puede traerte problemas”. “Hombre”, me dijo, “no me digachah’s eso”. Entonces se me ocurrió. “Cuando me quieras saludar, no digas Bárcenas, dí déficit”. Y mire, funciona. Estos días, siguiendo en la tele el debate celebrado el Congreso de los Diputados, comprobé que me estuvo mandando recados en clave todo el rato. Cada vez que decía déficit, ¿lo vio?, guiñaba un poco el ojo. Hasta me emocioné y todo. Para que a uno lo llamen Cabrón.

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Sin miedo ni vergüenza

Si la élite política no cambia, ¿por qué lo han de hacer los medios de comunicación convencionales? Probablemente compartan un mismo y comprometido destino y eso explica su incapacidad de transformación crítica y funcional. Los grandes y pequeños partidos en las Cortes se presentan como vencedores o estigmatizan a los perdedores y acto seguido periódicos,  radios y televisiones no solo recogen estas efervescentes necedades, sino que interpretan quien ganó el pugilato. Y esto con una crisis institucional sin precedentes, una destrucción punto menos que sistemática de las políticas sociales y asistenciales, seis millones de desempleados, amenazas de rupturas territoriales, una destrucción empresarial apocalíptica y la losa gigantesca de una deuda pública que crece sin parar. Como si cayera una posma: Mariano Rajoy estuvo mejor que Pérez Rubalcaba, la izquierda contó la verdad, los nacionalistas evidenciaron su distancia con el Gobierno, toda la miserable ristra de martingalas que se transcriben plácidamente mientras el país se va al carajo y los mismos diputados deben ser protegidos por centenar y medio de policías que rastrean hasta la última papelera de la Carrera de San Jerónimo.

Y lo peor, lo más estomagante, lo insoportable es contemplar a un mediocre quintaesenciado en la Presidencia del Gobierno moviéndose como un maniquí ortopédico  y leyendo un petulante discurso, al mejor estilo de Melquíades Álvarez, en el que, después de recordar lo dura que es la situación para esa gente, como la llaman, los parados, se lanza a perpetrar metáforas pueriles para explicar, de nuevo, que el barco no se ha hundido, lo peor queda atrás, la culpa es de su predecesor, las cosas mejorarán. Ayer  viernes la Comisión Europea escupió sobre esta repugnante sinvergüencería presidencial sus previsiones de crecimiento y desempleo para los dos próximos años, que coinciden décima arriba o abajo con los de organismos internacionales y gabinetes de estudio – porcentajes que dejan expedito el camino al infierno — pero no hacía falta para falsificar el sainete vomitivo que este individuo interpretó malamente, porque hasta como caricato es malo como un dolor de muelas, desde la tribuna de oradores. Rajoy, el gran orador. Curioso Cicerón gallego, cuya única virtud es tener el cuajo suficiente para mentir sin el menor talento retórico. Simplemente transmitiendo estupideces gracias a la ventaja de no ser interrumpido, disponer de todo el tiempo del mundo, ser inciensiado por nubes de aplausos. Ni miedo a la mentira ni miedo a la idiotez: el carisma suficiente para tiempos de apocalipsis.

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