Alfonso González Jerez

Un rollito discreto

El presidente del Gobierno regional, Paulino Rivero, y el secretario general del PP canario, Asier Antona, están realizando un impresionante esfuerzo para sacar adelante un gran acuerdo entre el Ejecutivo y la oposición conservadora que ponga a Canarias por encima de todo. Como han insistido hasta la saciedad, lo principal es la discreción, aunque para el común de los mortales esta obsesión no deja de ser enigmática. Particularmente ha sido el señor Antona el que ha insistido más en la estricta necesidad de que los contactos estén a salvo de cualquier presión mediática. Así que Antona no cuenta nada, aunque de vez en cuando revela algo de los apasionantes encuentros. El otro día dejó caer que sí, bueno, que había visto a Paulino Rivero, y no en la tele autonómica, sino en persona, pero que obviamente no contaría nada.

Es una lástima. Algún día, si duda, habrán de reconocerse los sacrificios de Rivero y Antona por escapar de la perversa presión mediática (al fin y al cabo, solo son diputados en un régimen parlamentario) y poder reunirse con la eficacia y eficiencia debida. Algún día se averiguará que el sentido de la responsabilidad llevó a Antona a quedar con Rivero en un restaurante chino de diez euros el cubierto, perteneciente a la afamada cadena Xin-Xin, y disfrazarse de rollito de primavera para poner mantener una conversación con el presidente a salvo de oídos indiscretos.

–Paulino…Paulino…¿Estás ahí? ¿Ya llegaste?

–¿Asier?  ¿Dónde estás? No te veo…

–Aquí, en el plato, al lado de la salsa agridulce…Soy el rollito del medio…

–¿El más gordito?

–Habla más bajo, que nos puede oír alguien… Me he disfrazado de rollito para que nadie me reconozca y así hablar sin presión mediática…

–Caramba. Felicidades. El disfraz de rollito de centro te queda muy bien…

–Con esas ironías no llegamos a ningún lado. Lo fundamental es crear un clima de confianza y si seguimos así… Por dónde íbamos…Ya recuerdo. Me contabas que tú ves Canarias como siete sobre un mismo mar que laten con un solo pulso…

–¿Te pongo salsa agridulce?

–Solo un fisco. Lo justo para que nadie sospeche nada…

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Hambre

El pasado fin de semana muchos cientos de padres de Santa Cruz de Tenerife – probablemente varios miles en toda la isla – esperaron con cierta angustia la decisión del Gobierno autonómico de suspender o no las clases en las horas siguientes. Finalmente se confirmó la mala noticia: los colegios permanecerían cerrados durante el lunes. Estos cientos de padres de la capital tinerfeña – varios miles en toda la isla – no estaban preocupados por los efectos del temporal de viento y lluvia. El temporal no mataría a nadie. Estaban preocupados porque, en el caso de cierre escolar, sus hijos no tendrían qué comer.

En muchos barrios de Santa Cruz (pero en especial en el distrito suroeste) el único desayuno o almuerzo que toman los niños es el que le sirven en las escuelas. Hace unas horas lo denunciaban las asociaciones de vecinos y la denuncia se corresponde con espantosa precisión a la realidad. Muchos profesores están pagando bocadillos o traen una bolsa de piezas de fruta al centro. Las mismas empresas de transporte escolar hacen a menudo otro tanto. Todos de su propio bolsillo. En la capital de la isla cientos de niños comienzan a sufrir desnutrición. Se desmayan durante las clases, padecen migrañas terribles durante toda la mañana y en los últimos meses una estampa espeluznante se puede ver en muchos centros: niños y preadolescentes que, en la hora del recreo, se limitan a sentarse en unas escalones, con la mirada perdida y sonrisas exangües,  para esperar a que pasen los minutos. Están demasiado débiles para jugar, correr, saltar. Y algunos saben, sin duda, que si lo hacen el aguijón del hambre les atormentará muy poco tiempo después. No sé si todo el mundo me entiende. Es el hambre. Sentir que te roen las tripas. Quedar apenas satisfecho con un jugo diminuto y medio de choped del que se devora fieramente hasta la última migaja. Es el hambre y toda su pavorosa secuela de miserias físicas, morales y espirituales. El hambre que si se prolonga días, meses, años, solo lleva a la desesperación, la idiotez, la extinción de cualquier proyecto vital basado en la dignidad y el respeto. Aquí ya pasea el hambre por la calle y por los colegios y al que no lo quiera ver o admitir nada le será perdonado cuando llegue el momento, y el momento quizás no se exprese en las urnas. No son ustedes invulnerables, intocables o imperceptibles. Sobre todo cuando rechazan, hasta en el Parlamento, un plan de choque contra la pobreza de treinta cochinos millones de euros.

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Candela

Preguntar sobre el exacto estado de salud del presidente de la República – ni un miserable diagnóstico se ha facilitado durante año y medio – exigir transparencia informativa y cumplimiento estricto de la Constitución diseñada por el propio régimen, denunciar la estrafalaria, cuando no indigna y mentecata, sucesión de falsedades sobre la capacidad del comandante para dirigir los destinos del país: todo esto son pecados de lesa patria, intentos canallescos de desestabilizar el Estado,  elementos de una conspiración para acabar con la gloriosa revolución bolivariana. El presidente de facto, Nicolás Maduro, lo dejó claro al mediodía del martes: todos los traidores pagarán su culpa más temprano que tarde. Lo peor, como suele ocurrir en estos casos, es que la definición de traidor se la reservan Maduro y sus compañeros.

La coincidencia ha sido fatal. Simultáneamente se muere el fundador y líder carismático del régimen  y el país entra en una aguda crisis económica merced a una gestión demencial, voluntarista, ciega a las cuatro reglas aritméticas, carente de la más modesta inteligencia estratégica, confiada hasta el paroxismo en el abuso de las reservas petroleras. El manual más elemental indica en estos casos lo que hay que hacer para cohesionar, disciplinar y galvanizar a los partidarios: toda la responsabilidad recae sobre el enemigo exterior y sus lacayunos cipayos en el interior. Si hay desabastecimiento, inflación, subempleo, ineficiencia técnica y violencia callejera tales anomalías no tienen otra procedencia que una conspiración internacional. Para intensificar esta soflama Maduro la ha proyectado, incluso, sobre la enfermedad y la agonía de Hugo Chávez: el presidente se está muriendo porque alguien lo ha envenenado, alguien le ha inoculado una enfermedad mortal, alguien ha acabado con él premeditada y cruelmente. ¿Cómo Chávez iba a contraer un cáncer? ¿Chávez, la reencarnación de Bolívar, el Martí redivido, el invencible alma del pueblo? Solo se explica por las maquinaciones infernales del Imperio.

La tentación de prenderle candela al país en la transición entre Chávez y el chavismo institucionalizado es peligrosamente seductora. El chavismo, sin la autoridad, la inteligencia política y los equilibrios internos que ejercía Hugo Chávez, luchará por su supervivencia acorralado por las mismas torpezas políticas y económicas que ha creado durante catorce años ininterrumpidos de poder casi omnímodo con sus contradictorios logros sociales y su insaciable apetito autoritario.

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Acontecimientos

En sus textos teóricos Arcadi Espada ha diferenciado siempre entre acontecimiento y hecho en el ámbito del periodismo como agente destructor de lo real. Porque el periodismo ni reproduce la realidad ni la construye: la destruye para articular los pedazos y hacerla supuestamente comprensible. Así entendido, la destrucción de lo real puede ser planteada como una destrucción del hecho a manos del acontecimiento. “Esta destrucción”, comenta Espada, “es una de las características más desmoralizadoras del periodismo contemporáneo, el núcleo mismo de su crisis”.  El maestro lo ejemplifica con un caso que conoció bien y al que dedicó uno de sus textos más lúcidos: el Raval. El acontecimiento mediático más importante del verano de 1997 fue el descubrimiento de una red de pederastia en ese deprimido, mortificado barrio barcelonés. Ese fue el acontecimiento; el hecho fue que la red no existía ni había existido nunca.

Los acontecimientos mediáticos sustituyen a los hechos. El pasado temporal de viento y lluvia que azotó a la mayoría de las islas, por ejemplo, fue un acontecimiento en toda regla. Desde luego, el temporal existió y causó perjuicios obvios, pero solo fue un temporal de 48 horas, no el ensayo del Día del Juicio Final que cabría deducir de titulares agoreros, interminables horas de emisión, infinitas entrevistas insulsas, adjetivos colosalistas, colegios y universidades cerrados a cal y canto y decenas de videos y fotos falsas circulando estremecedoramente por gofioesfera. El temporal es, en todo caso, un ejemplo menor, pero que sirve igualmente para entender que el público juega un papel fundamental para que un acontecimiento mediático consiga madurar. Alguien tiene que seguirlo, asentir, estremecerse con el acontecimiento y, a fin y al cabo, pagar por él.

Los acontecimientos han terminado por colonizar casi completamente el territorio de los hechos. Los hechos terminan por ser molestos, y no solo por razones de control político o ideológico, como sostienen los más ingenuos. Los acontecimientos, entre otras características, son periodísticamente más baratos que los hechos, se trate de corrupción política, desahucios, procesos y sentencias judiciales, desnutrición infantil o acuerdos políticos para poner a Canarias – un soberbio acontecimiento – por encima d etodo.

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Amadou

Estábamos en una plaza junto a un mar bravío y cubierto de neblina y Amadou me interrumpió y me tomó del brazo y me dijo: “Es así”. Y corrigió mi error en los versos de San Juan de la Cruz con los ojos cerrados frente al mar y el ritmo de su voz era el del poema pero a la vez el suyo. Para llegar a recitar San Juan de la Cruz en la costa de Tenerife la secuencia había empezado mucho antes, cuando era un muchachito, un estudiante de secundaria que bailaba canciones de Benny Moré que también eran versos de amor: “Este amor tan fatal/que atenaza mi mente,/esta fiebre de tí/estas ansias vehementes/este calor de infierno/ que me abrasa la frente/perdonándote todo tu pasado y presente”. Lo recordaba y tarareaba cuarenta años después. Amadou quiso, como otros condiscípulos, entender lo que bailaba y así comenzó a aprender el idioma de Cervantes, de San Juan de la Cruz y de Benny Moré, a los que conocía no como un sabio, y menos aun como un erudito, sino como un amigo.

En una ocasión, en los años ochenta, viajó emocionado a La Gomera y quiso acercarse a Vallehermoso, la cuna de Pedro García Cabrera, “un poeta grande, muy grande”, y al cabo del rato, andando por la carretera, se le acercó un jeep de la Guardia Civil, qué hacía un negro caminando bajo el sol de justicia hacia Vallehermoso, mi sargento, no me diga que no era extraño, era muy sospechoso, y Amodou ofreció gentilmente sus explicaciones, todavía más sorprendentes que su sonriente presencia ahí, porque el negro era doctor en Letras por la Sorbona y profesor de la Universidad Cheikh Anta Diop de Dakar. “A la mar fue por naranjas/cosa que la mar no tiene./ Metí la mano en el agua:/la esperanza me mantiene”. En el jeep, y hasta llegar al pueblo, Amadou recitó a Pedro  García Cabrera con su tranquilo, oracular, indestructible entusiasmo, y el número pisaba el acelerador para llegar cuanto antes y ahorrarse tal chaparrón de bellezas, y después, en el pueblo, Amadou dialogó en silencio con las calles y las casas, los árboles y el cielo, los rumores del viento y las huertas cuidadas como un beso y regresó caminando mientras se encendía la tarde a sus espaldas.

Ayer murió El Hadji Amadou Ndoye, un hombre sabio y bondadoso que durante más de treinta años enseñó el idioma español en Dakar y divulgó entre sus miles de alumnos la literatura española y la canaria, y únicamente los que no han conocido su obra, su devoción, su generosidad y su sonrisa ignoran hasta qué punto nos ha dejado todavía más solos.

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