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Una crisis distinta

Se supone que hoy viernes se celebrará un Consejo de Gobierno extraordinario en La Palma y que se tomaran las primeras medidas en beneficio de los damnificados por la erupción. Caben razonables dudas al respecto. El equipo gubernamental, con el presidente a la cabeza, está locamente empeñado en una carrera contra sí mismo para proyectar una imagen indestructible de empatía, eficiencia y eficacia. Pero la realidad no se materializa al conjuro de una nota informativo o una rueda de prensa. Esto no es anunciar por enésima vez la ley de renta ciudadana para ya mismo o parlotear sobre los fondos Next Generation y su capacidad para reformar la economía canaria del blablablá. Quien tome la palabra tras la reunión del Consejo de Gobierno debe saber que se estará dirigiendo en primer lugar a los miles de desalojados – la propia Presidencia es incapaz, hoy, de precisar exactamente su número – y que se le escuchará con cansancio, escepticismo e impaciencia. El Gobierno autonómico no puede tomar apena medidas –salvo abrir algunos procedimientos administrativos y créditos extraordinarios – precisamente porque no dispone todavía de toda la información sistematizada sobre los destrozos que han causado el fuego, la lava y la ceniza. El mismo consejero de Obras Públicas, Sebastián Franquis,  informaba ayer que se está evaluando la compra de unas 280 casas desocupadas que podrían utilizarse. Es grotesco anunciar medidas concretas cuando la evaluación de los daños y amenazas de una situación dinámica y cambiante no ha podido culminarse. No es bueno – ni siquiera responsable – anunciar soluciones antes de haber estudiado todos los aspectos de un complejo problema: restituir una vida normalizada a los ciudadanos que se han quedado sin techo y a veces sin medios de subsistencia.

El Gobierno está empecinado en un error en la gestión política: no distinguir bien la excepcionalidad de esta emergencia. Esto no es un incendio que dentro de quince días pueda estar controlado mientras sobre las llamas, cual querubín televisado, la figura del presidente Ángel Víctor Torres asciende hacia los cielos de la empatía y la gloria. Descontando la erupción submarina de El Hierro en 2011, que solo obligó a evacuar por unas horas La Restinga, esta es la primera crisis volcánica con la que se encuentra Canarias desde 1971, todavía en el franquismo, cuando una erupción bastante menos dañina y peligrosa, la del Teneguía, alarmó a La Palma. No es un incendio forestal, una inundación o un vendaval. Durará muchas semanas, si no varios meses, y exige como ninguna otra no un circo político de tres pistas, sino un mando centralizado e integral que esté dirigido operativamente por los técnicos de seguridad y emergencia, es decir, que se cumplan organizativa y cabalmente todos los protocolos. El Gobierno debe informar; debe centralizar y autentificar, evitando contradicciones y solapamientos, toda la información institucional. No lo ha hecho correctamente y al parecer a nadie le importa demasiado. Tampoco se entiende con facilidad la aquiescencia del Cabildo Insular y de algunos departamentos del Ejecutivo frente la avalancha de donativos (comida, ropa, juguetes) que generosamente se han querido aportar desde otras islas. En la isla hay comida, ropa y juguetes y el Gobierno debería (y podrá) garantizar su compra y distribución. No es Haití, es La Palma.

Después de la gemebunda romería política de los últimos días — el último en practicar este asqueroso turismo de catástrofe ha sido Alberto Garzón de la mano de Noemí Santana — los responsables institucionales deberían aliviar la catástrofe de su presencia. Ángel Víctor Torres ha cumplido intachablemente con su responsabilidad, proyectando una imagen de soledad más preocupante que heroica, pero es hora de que vuelva al despacho: todas las islas, incluida La Palma, necesitan de su concurso y esfuerzo en otros asuntos y frentes. Ojalá se hubiera empleado tanto atención como se ha gastado en la erupción en modificar la ley de Cadena Alimentaria, que arruinará más y peor la isla que las bocas de fuego de Cumbre Vieja. Basta con que se quede al mando Julio Pérez o, en su defecto, su director general de Seguridad y Emergencias, un individuo que después de la que ha caído en estos dos años no ha abierto jamás la boca ni dado nunca la cara. La criatura.  

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Menos cháchara y más gestión

Erupción.- Torres admite "angustia y dolor" en La Palma y garantiza el  apoyo público: "Haremos todo lo que podamos"

Todos estos entusiastas visitantes  — y muchos de los que escriben allá en el continente abarrotado de sabiduría – insisten en preguntar cómo los canarios nos hemos empeñados en vivir en islas volcánicas. No sé, esta buena gente creerá que los asentamientos humanos son una cuestión de gusto colectivo y que un pueblo vive y va a la peluquería donde quiere, como Jennifer Aniston. Es aburrido explicar por enésima vez algo que cualquier persona con un buen bachillerato debe saber: son los volcanes los que han creado Canarias. No representan habitualmente una amenaza brutal, sino la condición primera de nuestra supervivencia: el solar fundacional del país. El canario tiene una suerte de relación religiosa con los volcanes que todavía perdura débilmente por los laberintos de la sangre y la memoria. El volcán concede y castiga, vigila y arrebata, embellece y aterra, exactamente como un dios paternal y cruel. El volcán es ofrenda majestuosa y  morada del Maligno, como según los guanches ocurría con el Teide.

Convertida La Palma es un piroclástico hervidero de políticos y periodistas felices de entristecerse con los mejores fondos fotográficos del infierno, la cacofonía de los mensajes comienza a producir neuralgia y un creciente desconcierto. Esta crisis es más grave y tendrá mayores repercusiones económicas y sociales que los incendios del verano de 2019, pero, curiosamente, el Gobierno no ha constituido un comité de emergencia interdepartamental, ni en el plano político, ni en el administrativo, ni en el comunicacional. Ahí está solo ante el peligro don Ángel Víctor Torres luchando contra la lava y el espanto, con visitas ocasionales de algunos de sus consejeros, aparte de la alargada y protectora sombra de Pedro Sánchez, que hoy regresa a la isla y compartirá la nueva visita con el rey Felipe VI. Es un modelo raruco. Un presidente solo es por lo general un presidente inoperativo. Habrá que esperar que se supere el periodo más duro de la erupción –que aún puede prolongarse varias semanas – para evaluar la gestión del Ejecutivo, pero la sensación de confusión es cada vez más evidente, especialmente en materia de ayudas y apoyo a los miles de afectados que han perdido su hogar y su finca. El Gobierno y especialmente su presidente quieren repartir entre los damnificados buenas noticias cuanto antes y hace ya 48 horas comenzaron las improvisaciones. Una de las primeras, no sé si lo recuerdan, era aquello de desclasificar los terrenos afectados por el volcán  para reconstruir rápidamente las viviendas. Pero es una medida sin anclaje legal si no consigues modificar –bastante torticeramente — la ley del Suelo y Espacios Naturales de Canarias. Otra de las últimas bienaventuranzas, también en boca presidencial, apuntaba a que el Gobierno comprará viviendas desocupadas para entregarlas inmediatamente a los desalojados. ¿Inmediatamente? ¿A qué precio? ¿En qué municipios?  ¿Existen las suficientes casas disponibles en Los Llanos y El Paso o habrá que mudarse a Santa Cruz de La Palma, o a Garafía, o a Fuencaliente? Se me antoja harto improbable que el Gobierno disponga de datos exactos al respecto y la supuesta solución desprende el fugaz perfume de una improvisación bien intencionada. Es extraño que cuando se le acerquen los micrófonos el vicepresidente Román Rodríguez ni siquiera se refiera a todo esto y se limite a asegurar, muy juiciosamente, que el Gobierno se gastará el dinero que se tenga que gastar (“yo busco las perras”) con el objetivo urgente de encontrar soluciones habitacionales para los desalojados, incluyendo, por supuesto, alquileres y plazas hoteleras.

El presidente Torres debería ser más prudente y analizar y reordenar estrategias de comunicación, mensajes y propuestas en un contexto global. Anunciar recursos ingentes del Gobierno central y de la Unión Europea  –cuya tramitación puede prolongarse durante mucho tiempo – tampoco parece excesivamente cauteloso. Hablar menos — un jefe de Gobierno no es un contertulio que meter a empujones en cualquier espacio de televisión y en cualquier momento — y estudiar, evaluar y planificar más. Y mejor. 

 

 

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Crónica parlamentaria Pensando en La Palma

 

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A alguien se le ocurrió ayer  manufacturar unos lazos verdes – un tanto menesterosos – para que sus señorías los pudieran lucir como recordatorio del martirio de lava que sufre La Palma desde el pasado domingo y que nadie sabe cuándo acabará. Por supuesto la sesión plenaria comenzó con una declaración institucional que leyó el presidente de la Cámara, Gustavo Matos, para recordar que en este momento todas las islas canarias son La Palma. Fue lo mejor del día y apenas duró dos minutos minutos. Pero La Palma, su volcán y sus ocho bocas de fuego, atravesó en realidad todo el pleno extraordinario. El pleno ordinario, que habría que haberse celebrado acto seguido, fue pospuesto por decisión de la Mesa. Por supuesto, por motivo de la angustiosa calamidad volcánica. Los diputados palmeros –algunos son también son alcaldes –se quedaron en su isla, aunque uno no alcanza a entender exactamente sus razones. Un diputado –salvo si también es alcalde, precisamente – no sirve para nada contra el fuego. Pero la presión hacia el turismo de hecatombe indescriptible y lágrima portátil es muy fuerte. Algunas habían apostado porque la Mesa de la Cámara volara hacia La Palma en la tarde de ayer, pero la subyugante ocurrencia no llegó a cuajar gracias a la mesura de Matos. También las lenguas bífidas chismorreaban que Román Rodríguez intentaba meter cabeza en una visita relámpago, espoleado por Miguel Ángel Pulido, presidente de NC en La Palma al que le inventaron una dirección general hace un par de años para que pudiera oler sin problemas los efluvios de Varón Dandy del vicepresidente. En todo caso hoy, miércoles desembarcará en La Palma Pablo Casado, niño factótum del Partido Popular, no solo porque en la isla haya estallado una erupción, sino porque el presidente del Cabildo Insular, Mariano Hernández, es militante del PP y autor de una frase que podrían suscribir al alimón Stephen King y Leticia Sabater: “Vamos a atender a la totalidad de las demandas de los vecinos en esta terrible catástrofe, porque en estos difíciles y comprometidísimos momentos dramáticos tenemos que estar, más que nunca, supercerca de los vecinos”. Supercerca, tío, me siento más seguro y más guay, por algo te llamas Mariano. Casado rodeado de palmeros es algo que ocurre a diario, pero está vez contará con María Australia Navarro (más) a la derecha y Poli Suárez (un fisquito) a la izquierda acompañados por todos los concejales conservadores imaginables. Cabe esperar que ninguno le cuente que en La Palma el PP cogobierna con el PSOE, porque igual desfallecer su corazón de doliente doncel.

Para el jueves, en fin, está prevista la visita del Rey, y hay quien piensa que la capacidad de carga de la isla puede verse seriamente comprometida por el número de cargos públicos atraídos como moscas a la miel dorada de la Jefatura del Estado. Sin duda el presidente Ángel Víctor Torres seguirá ahí, como el dinosaurio de Augusto Monterroso, con Anselmo Pestana a la derecha, enseñándole mapas y vídeos y memes graciosos, porque Pestana es el poncio más simpaticón desde Carlos Arias Navarro, y Jorge González a su izquierda, comiéndose una caja de marquesotes por pura angustia. Don Felipe VI, con Ángel Víctor Torres recitando la lista de los reyes godos a su izquierda y Gustavo Matos las alineaciones del Real Madrid a su derecha, muy probablemente abandone la isla al anochecer del mismo jueves. En las últimas 24 horas la preocupación ha crecido en Presidencia del Gobierno porque se vislumbra una crisis larga y de consecuencias imprevisibles para la sociedad y la economía de La Palma. En un principio se contaba con una violencia volcánica gestionable y que solo duraría entre quince y treinta días. Esas predicciones se han retirado y los científicos son ahora mismo más prudentes: las aseveraciones han sido desplazadas por los circunloquios, un puñado de certidumbres por un montón de hipótesis.  Ahora mismo (y durante mucho tiempo) la prioridad es la seguridad física de los vecinos de las áreas afectadas, no, obviamente, la conservación de sus casas, fincas o haciendas, porque la única defensa posible frente a un volcán en erupción en correr con el mínimo equipaje la máxima distancia posible desde el foco de las llamas. En las primeras horas se denunció el desprecio de las televisiones privadas españolas por la erupción: qué añoranza. Ahora mismo en La Palma se agita un carnaval de equipos de televisión y famosos y famosetes – Fraganillo, Piqueras y otros genios del periodismo catastrófico  — que hacen a menudo el imbécil acercándose a pocos metros de las coladas de lava o subiéndose a un helicóptero como un boina verde de la noticia.  La lava del Teneguía, hace medio siglo, era algo más rápida y traidora por el mismo desnivel del terreno; la del nuevo volcán es más lenta, desde luego, pero parece tomarse su tiempo, con una cruel y detenida paciencia, para aplastar, carbonizar y destruir todo a su paso.

El contenido del pleno se dilucidó en poco más de hora y media. La Cámara debería emitir informe sobre el proyecto de ley por el que se aprueban medidas de apoyo al sector cultural actualmente en el Senado. Las fuerzas parlamentarias que apoyan al Ejecutivo – PSOE, NC, Podemos y ASG – presentaron un informe y la oposición (CC, PP y Grupo Mixto) presentó otro. De nuevo el diferencial de la tributación al fisco de los rodajes de producciones audiovisuales en Canarias. Se volvió a certificar la extrema irritación de la mayoría –pero muy singularmente del PSOE – por esa testaruda voluntad nacionalista de tener su propio análisis y su propia propuesta, en lugar de votar con el Gobierno, que es lo más inteligente, lo más progresista y lo más patriótico. Es realmente extraño. El PSOE gobierna o cogobierna Canarias, la mayoría de los Cabildos y más de la mitad de los ayuntamientos isleños y, sin embargo, les molesta sobremanera un discurso que no sea el suyo y cualquier conato de disidencia o desacuerdo se eleva a un rasgo de maldad, estupidez, traición de lesa patria o electoralismo. Y falta todavía más de año y medio de legislatura.

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Bruja, más que bruja

Las brujas de ayer y hoy - La Mente es MaravillosaUn diputado de Vox llamó ayer bruja a una diputada socialista  en      un debate sobre la reforma del Código Penal. El presidente accidental del Congreso de los Diputados llamó al orden al diputado ultraderechista y le pidió en dos ocasiones que retirase la expresión. El jabalí se negó y fue expulsado del hemiciclo, mientras sus compañeros de bancada protestaban airadamente. Si una roja se ponía a expectorar mentiras, ¿por qué no se le podría llamar bruja? Después he podido escuchar a lo largo de la tarde diversas excusas que pretendían no serlo. Yo estoy de acuerdo en que está mal insultar a los señores y señoras de Vox, aunque curiosamente no recuerdo que ningún diputado voxista haya exigido que no les llamaran franquista. Vox es un caso extraño de extrema derecha moderada si se me permite la contradictio in adjecto. Para Vox el franquismo, más que un referente ideológico, es una suerte de nostalgia benemérita. El régimen de Franco –piensan — básicamente estaba bien, aunque bajo el Caudillo se produjeran algunos excesos criticables, vaya, eso dicen, quién sabe. Pero ahora mismo su modelo no es la España franquista. En realidad carecen de modelo político-ideológico. Les va muy bien, simplemente, apelando a la patria irredenta, ciscándose en el actual orden constitucional y anunciando un apocalipsis zombi si continua en el poder el Gobierno socialcomunista. Sus valores se obtienen invirtiendo el de sus adversarios: feminismo, ecologismo, multiculturalismo, democratismo. Les basta con negarlos. Sus votos están en las clases medias bajas y cada vez más las clases trabajadoras urbanas presas del miedo, del hartazgo de una crisis interminable, de la desazón frente a cambios culturales que deben enfrentar en un estado de permanente zozobra. Son muchos cientos de miles de personas que la izquierda ha dejado de lado y a las que la derecha tradicional no supone un horizonte de cambio, sino más de lo mismo, es decir, los ricos cada vez más ricos gracias al lubricante de la retórica. Vox ni siquiera practica un populismo económico, presupuestario o fiscal, porque Iván Espinosa de los Monteros – un prominente promotor inmobiliario — y su grupito de acólitos mantienen una adscripción liberal –menos impuestos, servicios sociales reducidos, contención del gasto – frente a cualquier tentación extraña. Por eso mismo –porque no tienen un proyecto político definido y congruente para España — la ridiculización de los valores progresistas y la humillación de aquellos que los defienden resultan cruciales para  Vox. No es que hayan apostado por la guerra cultural y los encontronazos axiológicos. Es que son fundamentalmente – publicitariamente — una guerra de guerrillas en el campo de los valores políticos y sobre todo morales, y muy poco más.

Se entiende, entonces, que una mujer que defienda el derecho al aborto, y que reafirme que una ciudadana que haya decidido abortar no puede ser acosada pública o privadamente, deba ser  tildada de bruja. Seguro que algunos de los ancianos que pueden estar leyendo esta columna recordarán al antropólogo Marvin Harris, el creador del muy discutido y discutible materialismo cultural. En uno de sus libros más populares, Harris se refería a lo que denominó la locura de las brujas. Entre los siglos XIII Y XV fueron asesinadas – a menudo en la hoguera – decanas de miles de mujeres en toda Europa acusadas de practicar la brujería. El antropólogo argumenta que buena parte de esta chifladura estaba relacionada con movimientos milenaristas de carácter más o menos revolucionarios que amedrentaron a príncipes, obispos y señores feudales. Si todo iba mal, efectivamente, había que buscar un responsable que no pusiera en cuestión el orden social, que era al mismo tiempo el orden económico, religioso y simbólico. Alguien responsable del hambre, las malas cosechas, la peste, los abusos tributarios. Las brujas jugaron ese papel: lascivas, ingeniosas, malignas, independientes, sin ningún miedo a los poderes del mundo. Cuando el diputado de Vox grita: “¡Bruja¡” repite esta ceremonia secular de horrorizada purificación. Porque está asustado. Realmente asustado. 

 

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Cada uno a lo suyo

Vamos obviar hoy las ruedas de prensa donde no se informa con precisión de nada y no se admiten preguntas, vamos a no considerar el empalagoso colegueo narcisista que reventó a la media hora de comenzar la transmisión. Aun así, ¿a que esto parece menos divertido y espectacular que ayer con un centenar de casas reducidas a cenizas, muchas familias arruinadas y más de 6.000 personas desplazadas de sus domicilios? Cada día lo parecerá menos. Incluso a los ministros y ministras. No, el volcán no rompió en un buen lugar, sino en una zona maltratada por un incendio feroz hace más o menos un año. En Tazacorte no están está mañana disfrutando de ninguna fiesta de la naturaleza y La Palma se encuentra donde ha estado siempre, no en el centro de un mundo imaginado por un asesor oligofrénico. Todo se va desenvolviendo en dos planos: el de los dispositivos de seguridad y emergencia, con las fuerzas y cuerpos de Seguridad del Estado, la Cruz Roja, los bomberos  y los funcionarios municipales, que actúan con una profesionalidad intachable, y los del exhibicionismo político cada vez menos discernible del exhibicionismo periodístico. Veo a un periodista peroratando entre aspavientos frente a una colada y lo tomo por un consejero del Gobierno, descubro a un presidente del Cabildo señalando una humareda mirando directamente a la cámara y se me antoja el redactor de alguna televisión de chichinabo. Admito que no sé qué diablos nos está ocurriendo.

Ayer estaban previsto dos plenos (uno extraordinario y otro ordinario) en el Parlamento de Canarias. Pues bien, asombrosamente, la Cámara ha decidido suspender el segundo. Parece que el secretario segundo de la Mesa, el diputado palmero Jorge González, a su vez secretario de Organización del PSOE, se puso en modo Guillén Peraza, do está tu escudo, do está tu lanza, do tu pepito de lomo con ensalada de cada mañana. ¿Cómo se iba a celebrar un pleno con lo que estaba pasando en San Miguel La Palma? Ayer incluso circulaban rumores sobre un viaje de la Mesa del Parlamento a La Palma bajo la extraña consigna de la “solidaridad”. ¿Y qué pinta ahí el órgano de gobierno de la institución parlamentaria? Absolutamente nada. No es el momento de que pululen diputados sacándose fotos por los alrededores del volcán con expresión acongojada. Sus señorías son absolutamente prescindibles en la emergencia palmera y pueden llegar a molestar. De la misma forma, solo puede agradecerse (de verdad) la presencia del presidente Pedro Sánchez, un gesto que deberá recordase en el futuro, pero carece de sentido prolongar su estancia: mejor que prepare una declaración de zona catastrófica y en su momento suelte las perras necesarias.

Los diputados palmeros (y los de todas las islas) sirven más y mejor a La Palma cumpliendo con su deber estatutario, es decir, debatiendo y aprobando leyes y fiscalizando la acción del Ejecutivo. Esta desdichada situación puede prolongarse semanas e incluso meses, con coyunturas de estabilidad y súbitas crisis de emergencia. La Palma va a atravesar un largo periodo de incertidumbre y adaptación a los cambios e incidentes que se puedan producir. Después de mantener un comportamiento ejemplar durante toda la crisis covid bajo la presidencia de Gustavo Matos, el Parlamento no puede suspender los plenos más o menos indefinidamente por una situación que desgraciadamente no acabará pronto. En La Palma están funcionando los puertos y el aeropuerto, se están impartiendo clases en escuelas e institutos, abren los negocios y establecimientos comerciales y se atiende a las explotaciones agrarias y ganaderas, salvo, como es obvio, en las zonas afectadas y en los perímetros de seguridad establecidos por los técnicos. El Gobierno autonómico y el Parlamento deben hacer exactamente lo mismo sin caer en la abyecta tentación del turismo de catástrofe y la solidaridad televisada.

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