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La incertidumbre

Habrá que resignarse, dentro de tres o cuatro semanas como mucho, a regresar a fuertes medidas restrictivas porque el incremento de contagios de covid no se va a detener. Y no se va a detener por tres motivos. Primero, porque el Gobierno autónomo decidió bajar los brazos frente a la baja vacunación de esa franja de treintañeros y cuarentones que todavía registran tasas de cerca de un 40% de imbéciles que se niegan a ser inoculados. La campaña de vacunación prácticamente se ha detenido hace semanas. Segundo, porque los protocolos sanitarios en puertos y aeropuertos se cumplen deficientemente, excluyéndose además  — una auténtica chifladura – a viajeros procedentes de la Península. Y tercero porque en la práctica, desde hace mucho tiempo, se ha consolidado una tolerancia prácticamente ilimitada hacia comportamientos claramente peligrosos: fiestas, discotecas, botellones.  Conozco a mucha gente supuestamente alfabetizada que aplaude todo esto. Te explican que lo importante no son ya los contagiados, sino los hospitalizados, y que uno no puede beberse la vida con mascarilla. Lo malo es que la cifra de hospitalizados también se incrementa, como la de los muertos (cuatro ayer), y que llevamos un mes de incremento sostenido de los contagios.

La sexta ola enseña las orejas y llegará a su momento paroxístico en navidades. Las segundas navidades covid. Personalmente he perdido la confianza en nuestras capacidades adaptativas. Son harto limitadas. Me pregunto cómo nos las arreglaríamos en una posguerra de veinte años, como la que tuvieron que vivir nuestros padres o nuestros abuelos. Veinte años con hambre y desnutrición, cartillas de racionamiento, miseria e insalubridad, con la gente cayendo como moscas por la tuberculosis, el tifus y la viruela. Me pregunto qué sería de nosotros si el próximo virus mortífero no afectara a los adultos, sino solo a los niños menores de diez años. Puede ocurrir. Mañana, dentro de un cuarto de siglo, el próximo verano. Durante más de medio siglo se han construido estructuras institucionales y normativas, así como un sistema de redistribución para garantizar salud y educación gratuitas, con el objetivo de disminuir la angustiosa  incertidumbre. En el Reino Unido los laboristas de los años cincuenta anunciaban para los trabajadores una red que les protegiera “de la cuna a la tumba”. Vencer la incertidumbre (socialmente) y ningunear a la muerte (culturalmente) han sido las victorias más exitosas de las últimas décadas, pero están en retroceso, y cerramos los ojos, como los niños cuando se hace la oscuridad.

Hace tiempo ha acabado todo eso, pero no queremos reconocerlo envueltos en una testaruda nostalgia por el anteayer. Los logros están inextricablemente mezclados con los peligros. Alcanzar una esperanza de vida de ochenta años aumenta el gasto médico y farmacéutico y problematiza el futuro de las pensiones. En un pasado no lejano un virus patógeno solo afectaba a una pequeña ciudad china y sus zonas aledañas, pero ahora se puede llegar en avión, y fue un comerciante italiano quien trajo el covid mientras disfrutaba de un combinado a una temperatura perfecta en su asiento de primera clase. No estamos preparados, en fin, para catástrofes de larga duración; es más, todo lo que tenga una duración más o menos larga (una serie de televisión, una relación amorosa, un gobierno) termina pareciéndonos una catástrofe. Los poderes, maliciosamente, y entre los poderes estamos nosotros mismos, lo saben muy bien, y en esa incapacidad de entender siquiera lo que nos pasa encuentran su mejor excusa. Es que esto es muy difícil, muy complejo, muy angustioso, pero estamos en ello. Nos gustaría que una explosión volcánica se solucionara con un hilo de tuits. Somos como ese personaje interpretado por Peter Sellers en Desde el jardín, arrojado del paraíso de su sofá y su televisión a un mundo incomprensible, la calle, y que cuando varios rufianes van a partirle la cara, comienza a teclear el mando a distancia para cambiar de canal.

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Eternamente Yolanda

“Cuando te ví sabía que era cierto/este temor de hallarme descubierto,/tú me desnudas con siete razones/me abres el pecho siempre que me colmas”. El primer tuit, el más madrugador, se lo leía uno de los vividores de La Laguna, un nota sin oficio ni identidad profesional que lleva más una década viviendo de las arcas municipales. La ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, visitaba una movida congresual o conferencial de Comisiones Obreras, y era recibida con vítores y aplausos enfervorizados. El nota apuntaba en su tuit: “¿Estoy llorando por ver esto? Sí, estoy llorando”. Es obvio que tiene la lágrima fácil este prenda. Pero más obviamente todavía el tuit es un pequeño posicionamiento, un madrugador saludo de acatamiento a las nuevas circunstancias y a la creciente sombra de la lideresa más o menos posmarxiana. Cuando finalmente Yolanda Díaz sea proclamada la nueva luz de la izquierda redimida por su portentoso liderazgo, en todas partes, en Canarias también, miles de cachorros y talluditos  cantarán la canción de Pablo Milanés, proclamarán eternamente Yolanda y se ofrecerán como adalides y representantes locales de la nueva franquicia. El vividor no hacía más que adelantarse porque todavía conserva algunos reflejos.

“Si me fallaras no voy a morirme/ si he de morir quiero que sea contigo/mi soledad se siente acompañada/por eso a veces sé que necesito (tu mano/tu mano/eternamente tu mano)”. La irresistible ascensión de Díaz al frente de una estructura política rizomática y acumulativa, una plataforma de análisis y ofertas supuestamente coincidentes, no es una buena noticia para la izquierda. Porque no es una estrategia que parta de una fortaleza, sino un deambular inseguro desde la debilidad, desde la angustiosa convicción, ampliamente compartida por dirigentes y cargos públicos y refrendada por las encuestas, de que Unidas Podemos – ya una confluencia entre IU y Podemos con el sumatorio de partiditos, grupúsculos y movimientos regionales y locales – vive un indiscutible declive. Yolanda Díaz es la penúltima argamasa para evitar la disolución en una prolongada agonía político-electoral, en la irrelevancia, en un rapidísimo olvido. Y la ministra se lo currado aprovechando cada minuto desde enero de 2020, cuando llegó al Consejo de Ministros, pero ha intensificado sus esfuerzos a partir de la salida de Pablo Iglesias del Gobierno. Lo hace muy bien y cuenta con excelentes materiales para construir una imagen atractiva, una combinación entre retórica rogelia y gestión moderada, entre firmeza en las convicciones y dulzura galaica, entre una profesional de orígenes relativamente modestos y una señora que se viste y maquilla y relaciona magníficamente. Díaz no causa rechazos como los que producía el señor Iglesias con su prepotencia chulesca y su expresión de extreñimiento vengativo. A la izquierda promesas progresistas, como derogar esa infame reforma laboral que después explica que no se puede derogar; a la derecha más centrada el rostro amable y la palabra suave y cantarina de alguien que no quiere imponer nada, sino negociarlo todo, y que se viste de un blanco inmaculado. ¿Cómo va a acercarse a la suciedad alguien que viste de blanco?

Todo lo demás es, por supuesto, humo y tramoya y la seguridad de que los votantes padecen distintos grados de oligofrenia. Es como eso de estar “en fase de escucha” para construir “un proyecto de país”. Hace apenas dos años se presentó en UP a las elecciones. Dos años, no doce. ¿No tenían ustedes un proyecto de país en 2019? ¿No escuchaban ustedes entonces a la gente? ¿No lo han hecho en los últimos 25 meses? Pero los hay que comprarán este revenido sopicaldo, sin contar con los que, como el vividor lagunero, se dejarán la piel para vivir sin trabajar. De un himno de amor la canción de Milanés suena aquí la caricatura de un requiem apenas postergado: “Si alguna vez me siento derrotado/renuncio a ver el sol cada mañana/ rezando el credo que me han enseñado/miro a tu cara y digo en la ventana/Yolanda Yolanda/ eternamente Yolanda”.  

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Exenciones Sánchez

Ya que estaba otra vez en La Palma, y visto que los damnificados, familias y amigos, están impacientándose un poco, Pedro Sánchez decidió tomar la palabra y abrir el escanciador de anuncios prodigiosos. Antes el presidente Ángel Víctor Torres había comentado que “esperaba” que las primeras viviendas prefabricadas adquiridas por el Gobierno autonómico puedan entregarse el próximo lunes. Si estará mosqueado Torres que ya no anuncia algo, sino que se limita a precisar que espera que ocurra. Es como si la entrega de las viviendas fuera otro fenómeno geológico ante el cual ni la prodigiosa voluntad de Sebastián Franquis puede hacer nada. Por su mala cabeza el Ejecutivo regional lo va a pasar mal con el asunto de las viviendas. La mayoría de los que han perdido sus casas espera que las autoridades públicas les entreguen otras no solo lo más parecidas posibles en superficie y dotación, sino también gratuitas. Y eso –en el marco legal vigente – es obviamente imposible. La Consejería de Obras Públicas puede ofrecer (y ofrecerá algún día) viviendas permanentes, una vez tenga suelo para construirlas, pero como viviendas de titularidad públicas solo pueden entregarse a través de compra o de alquiler. Un extremo que debería haberse explicado cabalmente a los interesados y no se ha hecho. También es cierto que abundan los que no quieren entenderlo. Quieren una casa, una casa gratis con 100 metros cuadrados como la suya, y ya. El problema es que miles de personas –solidariamente — pueden respaldarlos y transformar una expectativa razonable en una exigencia innegociable.

Volviendo a Sánchez, porque a Sánchez siempre se vuelve, como al lugar del crimen, el estadista que nos ha tocado en suerte trompeteó que las ayudas por vivienda a los afectados no tributarán en el impuesto de la renta de las personas físicas. Y ciertamente no lo harán, pero no por decisión bienaventurada de Sánchez, sino porque la legislación — una legislación lo establece así. ¿Qué tipo de ayuda extraordinaria sería si yo tuviera que tributar fiscalmente por ellas? Primero, estas ayudas están topadas. No vas a recibir 50.000, 60.000 o 100.000 euros para levantar una nueva casa. El máximo es de 30.000 euros pero no tributas por esa pasta si se trata de la construcción o reconstrucción de un inmueble destruido o afectado por una calamidad natural, como rayos, terremotos o volcanes.  Sin embargo, el jefe del Gobierno español lo planteó ayer frente a los medios como si se tratara de una propuesta original, rompedora y singularmente generosa. En ningún momento le tembló la voz ni nada.

Otras medidas y compromisos fueron menos cínicos, aunque a veces se trató de una reorganización de ayudas ya anunciadas. La próxima semana se transferirán los 18 millones para el apoyo del sector agrícola y pesquero –aunque solo en el subsector sector platanero se hayan perdido 80 millones de euros —  así como unos 5 millones para gastos sociales a emplear por el Gobierno autonómico. También se bonificarán las tasas aeroportuarias de La Palma en un 100%  y por gentileza de los bancos te darán una prórroga de seis meses antes de seguir pagando la hipoteca de una casa o el crédito de una huerta que ya no existen. Igual, con suerte, te conceden seis meses más, pero tampoco te fíes demasiado ni del Consejo de Ministros ni de la entidades de crédito si a estas alturas todavía eres capaz de distinguirlas.

Y por el momento no mucho más. Sánchez se sacó de nuevo fotos escuchando atentamente a los técnicos o señalando con el dedo el punto de un amplio mapa desplegado ante él. En la imagen que le inmortaliza por enésima vez  Torres abre los ojos esperando, ya se dijo, que ocurra algo. Julio Pérez, con las manos sobre la mesa, parece más dormido que despierto. No sé si el del fondo es Anselmo Pestana, como no lo sabe casi nadie. Creo que sí porque observa el dedo de Sánchez como un milagro con vida propia. Se equivoca el delegado del Gobierno central en Canarias: el milagro es escuchar a un presidente anunciar que los damnificados no se pagarán impuestos por las cantidades que perciban para compensar la pérdida de sus viviendas por una erupción volcánica. Un milagro, un prodigio de la ocurrencia y una desvergüenza. Pedro Sánchez se parece cada día más a Warren Sánchez.  Si en tu vida eres incapaz de arrepentirte y purgar tus culpas, vótale a Sánchez, y tarde o temprano te arrepentirás. 

 

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Cuatro, cinco, seis millones…

Yaiza Castilla H. (@Yaiza_Castilla) | Twitter

Reconozco cierta fascinación por la consejera de Turismo del Gobierno de Canarias, Yaiza Castilla, que lo es a propuesta de la Agrupación Socialista Gomera (ASG).  Como Castilla se empeñó desde el primer momento en mantener una mínima autonomía frente a Casimiro Curbelo, al mismo tiempo divinidad y sumo sacerdote de la ASG, el supremo líder ordenó el ingreso como viceconsejera de Teresa Berástegui, cuya sonrisa prerrafaelista no es gomera, pero sí intensamente curbelista, curbeliana o curbelínea, para enterarse de más cosas. Pero mi admiración no se limita a la capacidad de Castilla para no cogerle el teléfono a Curbelo cada cinco minutos, sino en la seguridad onírica en sí misma que demuestra. La consejera ha vivido dos años y pico en una burbuja que a veces ha parecido de cristal de Bohemia y otras de jabón Lagarto, lanzando metas inalcanzables, proyectos inútiles y profecías empeñadas en no cumplirse jamás. Y lo sigue haciendo.

Ahora el augurio de la señora Castilla, lo ha dicho desde la World Travel Market de Londres, es que llegaremos a los seis millones de turistas extranjeros antes del 31 de diciembre. Ese anuncio vino acompañado de una esperanza: las visitas turísticas recuperarán las cifras precovid entre finales de 2022 y principios de 2023. Un añito más y estaremos ahí. En realidad para alcanzar los seis millones este año deberíamos recibir casi dos en estos últimos dos meses, lo que se antoja harto improbable. Sobre todo lo que produce estupefacción es aquello que criticó la izquierda hasta el cansancio en los años anteriores: contar turistas como principal evidencia de la salud del sector, es decir, de la prosperidad misma de Canarias. Hay que reconocer que lo hace todo el mundo. Incluso Ángel Víctor Torres lo repite cada vez que puede y en alguna ocasión, bajo el influjo de la poesía modernista o de los tratados de autoayuda, ha hablado de una luz al final del túnel. Pero lo que antes era una suerte de chute estadístico que los sucesivos gobiernos se pinchaban a sí mismos ahora es un ejemplo de hiperrealidad, es decir, de una realidad retóricamente perfeccionada para encajar en una expectativa creada artificialmente.

Cabe preguntarse hasta dónde alargarán las esperanza de un
retorno al pasado – un pasado que tampoco era precisamente
edénico — los responsables políticos de Canarias, y no solo de
Canarias. Lo cierto es que el mundo ha cambiado y el discurso
político se niega a reconocerlo, porque la acción política y la
incertidumbre son excluyentes. El mundo comenzó a cambiar con la crisis de 2008, que en puridad no se superó: simplemente nos aclimatamos a ella. El covid produjo una aceleración histórica impresionante. Mientras tanto, por supuesto, no se emprendieron reformas imprescindibles y la globalización encalló. Para hablar en plata: nunca más acogerá Canarias 14 millones de turistas anuales. La crisis del Reino Unido, el crecimiento de la inflación, la recuperación de otros destinos, el encarecimiento de la energía y las materias primas, que se mantendrá en los próximos años conspiran contra el modelo de concentración turística del país. Canarias está singularmente más equipada y articulada para funcionar en un mundo en crisis y amenazado por varias inestabilidades, y eso es lo que ya tenemos encima del cogote. ¿Ustedes han escuchado, amables lectores, esos proyectos estructurantes que arrastrarían a la economía canaria hacia una nueva modernidad ecológica, digital, ecorenovable? Yo tampoco. Está muy bien, de veras, destinar decenas de millones de euros en procedimientos y tecnologías para ser menos contaminantes, pero lo imperativo, si no queremos convertirnos en una combinación  entre manicomio y geriátrico muerto de hambre, es encontrar un lugar en el nuevo mundo y orientarse estratégicamente hacia un modelo de crecimiento económico sostenible y al tiempo capaz de generar empleo y cohesión social. Contar turistas, como hace Castilla, es como contar ovejas. Contar para seguir dormidos.

 

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Ejemplaridades

La ejemplaridad es el valor que sirve de eje para la admirable pero un poco angelical tetralogía del filósofo Javier Gomá. Para Gomá la ejemplaridad es un requisito necesario de la democracia, construcción humana producto de la experiencia que intenta buscar un horizonte trascendental más allá de de nuestra mísera finitud. La democracia nos permite – por así decirlo –sobrevivir humanamente sobre una moral pública compartida como espacio colaborativo y solidario. La ejemplaridad es el más decantado producto del compromiso democrático que contraemos para ser y seguir siendo ciudadanos. Una forma pública de la sinceridad, una materialización del compromiso con nosotros mismos y con los demás. Es difícil contradecir un desarrollo argumental tan delicado y noble como el de Gomá, que termina incluyendo  la propuesta de “un consenso sentimental de una comunidad libre y con buen gusto” (sic). Estupendo, pero para alcanzar ese nivel de feliz abstracción uno tiene que tener aprobadas, por lo menos, unas oposiciones al cuerpo de letrados del Consejo de Estado.

Deploro que Gomá no explique demasiado detalladamente lo que entiende por democracia o que, en general, categorice fenómenos o instituciones políticas y sociales en una campana de cristal, artificiosamente ajenos a todo conflicto o contradicción. Quizás por eso puede afirmar cosas tan asombrosas como que “si la mayoría de los políticos fueran ejemplares, las leyes serían menos necesarias”, lo que es tanto y tan relevante como aseverar que si existieran más personas bondadosas, las personas malvadas se sentirían más solas e incapacitadas para provocar dolor, daño o aflicción. La ejemplaridad, igual que la honestidad o el sacrificio por el bien común, puede ser lo que parece, pero también puede formar parte del festival de simulacros en la que viven instalados partidos, dirigentes o mandamases varios. Tal vez un par de ejemplos recientes puedan explicarlo mejor.

El administrador único de RTVC ha optado por la red social Twitter para explicarse a propósito del nonato programa Mentes divergentes, que le cedió –al parecer gratuitamente –el Cabildo de Tenerife a la televisión pública, un programa de entrevistas realizadas por el polifacético vicepresidente Enrique Arriaga y que fue presentado en una rueda de prensa con la participación del propio Francisco Moreno. En un punto de su peregrina apología, Moreno tira, precisamente, de la ejemplaridad para explicar que solo por ser patológicamente responsable sigue atado al potro de tortura que supone su cargo. “Espero que esta acabe pronto”, parece gemir a manos de sus sádicos contradictores. Es difícil creer que la dimisión de Moreno supondría el fin del mundo, ni tan siquiera de esa pequeña porción del mundo que es RTVC. Se intuye que el administrador único imagina las manifestaciones en Taco o La Isleta con miles de personas gritando, como en Amanece que no es poco: “¡No te marches, Paco, que todos somos contingentes, pero tú eres necesario!”.

El otro caso de posible ejemplaridad impostada que puede citarse es el del exdiputado y exsecretario de Organización de Podemos, Alberto Rodríguez, que se ha descolgado con un comunicado en el que anuncia urbe et orbe que va a solicitar su reingreso a su puesto de trabajo en Disa como “obrero industrial”. Rodríguez se deleita advirtiendo que podría utilizar los contactos adquiridos en política para encontrar un lugar supuestamente más plácido, pero que él prefiere volver a su curro para ganarse el pan y tal. Cuanto más publicitada esté la ejemplaridad, como una medalla que se pone a sí mismo el interesado, más cabe sospechar sobre su sustancial real. Cientos de políticos vuelven cada tres, cuatro, ocho años a su curro original sin lanzar al viento comunicados emocionantes. Y por otra parte, si Rodríguez pretende encabezar o promover un nuevo movimiento político de izquierda entera y verdadera en Tenerife y Canarias, su credibilidad quedaría muy dañada en caso de apoltronarse en cualquier sinecura. Una ejemplaridad la suya hábil, elegante y astuta, pero sobre todo, muy previsora.

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