Ángel Víctor Torres

Ecotasa sí, pero no (o viceversa)

Estoy entre los que apoyan una tasa turística (llámalo así, llámalo ecotasa) en las islas. No ahora, no, sino desde hace bastante tiempo, cuando todavía la señora Noemí Santana jugaba a las muñecas empoderadas. Mi escueto razonamiento no solo era ecológico, medioambientalista o resilente, sino de carácter redistributivo. Aunque con algunos antecedentes, el turismo  de masas se entendió en Canarias cada vez más velozmente en el último tercio del pasado siglo sobre ventajas naturales y climatológicas comparativas a partir de empresas extranjeras y turoperadores, y creció y creció reclutando a miles de trabajadores en hoteles y en la construcción y fortaleciendo un sabroso negocio inmobiliario. En realidad el turismo en las islas vive en combate perpetuo contra su propio modelo desde hace cerca de veinte años, cuando dejó de ser un negocio fácil y con amplios márgenes de beneficio (clientes durante todo el año, salarios bajos, mínima reinversión en rehabilitación y mejora de las dotaciones turísticas) y se asomó al abismo de su envejecimiento prematuro. Se sigue ganando mucho dinero, pero mucho menos dinero que antes, aunque el efecto económico transversal de la industria turística continúa demostrando energía. El turismo sigue dinamizando la economía y junto a la oferta de empleo público es el mayor creador de puestos de trabajo en el último año y medio. Desde luego que los empresarios hoteleros ya pagan sus impuestos, pero la tasa turística supondría una aportación más – poco dolorosa para el hotelero pero muy beneficiosa para la ciudadanía – a favor de la redistribución tributaria de los ingresos turísticos.

Es imposible conocer con seguridad de cuanta pasta podría tratarse. He leído cifras muy distinta – desde los 90 hasta los 300 millones de euros anuales– y es imposible alcanzar un consenso al respecto. Otra discusión, mucho más sencilla, se centra en el destino del gasto de lo recaudado. Es un poco absurdo. Ya que el turismo influye en casi cualquier aspecto económico, social y medioambiental de Canarias cualquier objetivo sería compatible; por ejemplo, asignar lo recaudado a potenciar y abaratar más aun el transporte público (guaguas y tranvías). Cabe recordar que el Ejecutivo regional, en los últimos treinta años, ha gastado cantidades ingentes tanto en la promoción turística como en la rehabilitación de infraestructuras.

En el pleno parlamentario de ayer el presidente Ángel Víctor Torres se vió obligado a responder una pregunta sobre la tasa turística. ¿Le gusta la idea al presidente? ¿Qué le parece la insistencia de Podemos, su socio gubernamental,  sobre este asunto en las últimas semanas? Torres, que es un orador poco inspirado pero astuto, demostró una vez más que tiene respuesta para todo, y si no la tiene, se las inventa. El presidente suele responder con cucuruchos de helado destinados a derretirse enseguida, pero cuando se licuan ya ha acabado el pleno. Vino a responder que, en efecto, en uno de los parágrafos del pacto de gobierno que firmaron el PSOE, Nueva Canarias, Podemos y los alegres colombinos en junio de 2019 figura crear una comisión para estudiar la viabilidad de una ecotasa. Y un poco cómicamente Torres explicó que, en efecto, estudiarían la tasa turística concienzudamente y con la voluntad de llegar a un acuerdo entre todos. ¿Qué por qué no se debatió tal asunto al principio de la legislatura? Bueno, ahí empieza la enésima enumeración de las desgracias: una pandemia, el cero turístico, Thomas Cook, un volcán, una guerra. Dicho más claramente: no se establecerá una ecotasa turística en esta legislatura. Pero Santana aplaudió la respuesta del presidente y eso es precisamente lo que cuenta.

 

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Ex por la pasta

Como veo que la peña insiste en referirse a esta trivialidad me dispongo a escuchar al presidente, Ángel Víctor Torres, su opinión favorable a que los exjefes del Ejecutivo perciban un sueldo. Valga una aclaración: Torres no habla de una pensión vitalicia e incondicionada. En su argumentación los expresidentes acumulan una valiosa experiencia que podría ser singularmente útil para la comunidad a través de un asesoramiento directo o quizás de su inclusión en el Consejo Consultivo u otro órgano que tenga a bien inventarse el Parlamento o el propio Gobierno. Asombran varias cosas, por supuesto. Primero, la inoportunidad ligeramente obscena (y bastante idiota) de este asunto. Es difícil exagerar lo delicada que es la situación económica y social de Canarias y lo turbio del horizonte inmediato. Incluso en el mejor escenario posible – que Putin no corte totalmente el suministro de gas a Europa, que pueda controlarse la inflación en los próximos meses, que Alemania y el Reino Unido no entren en recesión, que no se derrumben las reservas turísticas, que en Italia la ultraderecha no gane las elecciones – a los canarios les esperan un año muy duro y, por supuesto, continuamos instalados en un modelo económico que entusiasma a nuestras élites extractivas pero que a largo plazo es una ruina: muy resumidamente, recibir doce, trece, catorce millones de turistas cada año con una productividad que tiende a lo miserable, un desempleo que en su mejor momento (2007) no bajó del 10% de la población activa y una demografía envejecida. No es que un hipotético sueldo de los expresidentes no deba estar entre las prioridades. Es que no debería figurar en la agenda política del país.

La turra de Ángel Víctor Torres con este asunto es un signo de su transformación a lo largo de los últimos tres años. Al principio (suele ocurrir) el presidente se mostraba como un hombre  muy prudente. Ahora se ha desparramado gozosamente y ama su logomaquia como a sí mismo. Es un tic paulinista: quiere estar en todos sitios y habla sobre toda las cosas y muchas otras más. Este empático narcisismo deriva de la ineptitud de un penoso equipo de comunicación, que le ha convencido de su irresistible atractivo y de su talento ciceroniano, y de esa nube de incienso que se chuta su Gobierno a diario. Pero lo peor son las justificaciones.

Un presidente del Gobierno, es cierto, lo sacrifica casi todo: tiempo, aficiones, familia, amistades, los límites morales, la fe en el ser humano. El cargo lo engulle sin piedad y sin remedio. Pero no es un sacrificio heroico, sino una opción vital y profesional tomada libremente. Nadie sufre siendo presidente del Gobierno por ser presidente del Gobierno. Es un trabajo absorbente, agotador, sucio, incómodo, sórdido, extenuante y para gente como Torres (y sus predecesores) irresistible. Casi siempre una adicción insuperable. Una apuesta de todo o nada clavada en el pecho. Sobre todo un presidente quiere, ha querido y querrá ser presidente. “Aquí”, le dijo Lincoln a un amigo señalando su despacho en la Casa Blanca, “se puede llegar quizás por casualidad, pero no sin desearlo mucho”.  Contra lo que afirma Torres, la sabiduría experiencial de un expresidente no suele servir para casi nada. Porque el presidente no es un técnico sino una función de poder, aunque pueda aprender tecniquerías. El poder embadurna todo el conocimiento que adquiere el político,  y ese conocimiento adquirido, sin el poder,  enflaquece, se debilita, pierde cualquier objetivación.  A los expolíticos (expresidentes, exministros, exdiputados) los contratan las grandes empresas privadas por razones políticas, no por ningún know how  que lleven en el ojal de la chaqueta. Por sus contactos, por sus agendas telefónicas, por los favores prestados o debidos. Como es socialdemócrata (o eso cree) Torres prefiere que sea la administración pública quien los compre. Huele mucho menos.

 

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Sin prisas ni vergüenza

Como sin duda soy un irresponsable  creo que la presencia físico-química del consejo Julio Pérez y la telemática del letrado José Miguel Ruano en las reuniones técnicas preparatorias de las cumbrecitas entre España y Marruecos con el objetivo de delimitar las aguas territoriales dentro de un par de siglos no sirve absolutamente para nada. Y esa patente insignificancia pone en solfa una aseveración repetida incesantemente desde la aprobación del Estatuto de Autonomía de 2018: un salto cualitativo  de autogobierno que supone la nueva norma y que el profesor (y eurodiputado) Juan Fernando López Aguilar definió en un artículo académico como “un enérgico avance en materia de cantidad e intensidad para el autogobierno canario”. Lo cierto es que esta legislatura se ha decidido ignorar prácticamente todas las nuevas oportunidades competenciales que ofrece el EAC del 2018. Contra la insistente y ya cansina propaganda de los psocialistas isleños, la coincidencia de un mismo partido en los gabinetes de España y Canarias no garantiza en absoluto un mejor entendimiento político, ni siquiera cierto respeto institucional como demuestra el eterno atasco del convenio de carreteras, el retraso burlesco de la transferencia de las competencias en costas o la decisión del Parlamento de llevar al Tribunal Constitucional mezquinas y estúpidas agresiones al Régimen Económico y Fiscal.

Todo esto es un pantomima indigesta en la que resulta penoso ver participar a  Julio Pérez por sentido de partido y a José Miguel Ruano por sentido del deber. Canarias no participa en las negociaciones – como desvergonzadamente ha llegado afirmar Ángel Víctor Torres – sino que asiste como oyente en una reunión de preparación de las mismas. Por supuesto, cabe añadir que reuniones como en la que ha participado Pérez se han celebrado otras, pero ahí estaba el consejero de Administraciones Públicas, que sirve para una portavocía, para un barrido de oposiciones o para un fregado de hipocresía supurante. Es que resulta imposible no imaginarse la situación con Pérez tomando asiento en la mesa y sonriendo  todo el mundo.

–¿Y ese?

–Es canario.

–Coño. Igual nos consigue un apartamento en Fuerteventura para agosto, que ya no encuentro nada. Hola, hola. Encantado.  A mí me gusta el mojo. Mojo picón. La rica salsa canaria se llama mo-jo pi-cón…

–Buenos días, Julio, Julio.

–El apartamento no lo quiero para julio, sino para agosto…

–Déjalo ya. No te escucha. El ministro le pidió que se pusiera tapones en los oídos.

–¿Y se los puso?

–Antes de que el ministro terminara de pedírselo.

–Que listo es la mosquita muerta. El apartamento en Fuerteventura, para él…

Para terminar de sincerarnos, es altamente improbable que Marruecos tenga una voluntad negociadora clara, pero si dispone de un objetivo cristalino: sacar todo lo posible, alternados putadas infectas con gestos amistosos, mientras se desarrolla una negociación sempiterna, inconclusa, palabrera. Ahora que el Gobierno socialista ha externalizado la vigilancia de las fronteras de Ceuta y Melilla en manos de una gendarmería implicada, como varios ministerios marroquíes, en el tráfico de seres humanos hambrientos y aterrorizados, una gendarmería que resuelve bien las cosas matando, hiriendo y torturando, Rabat no tiene ninguna prisa por negociar nada. Ni Julio Pérez en dejar de sonreír. Ni Pedro Sánchez o Ángel Víctor Torres en condenar una matanza.     

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Un largo invierno

“Definitivamente/parece confirmarse que este invierno/ que viene, será duro./Adelantaron las lluvias, y el Gobierno, /reunido en consejo de ministros/no se sabe si estudia a estas horas/el subsidio de paro/ o el derecho al despido,/o si sencillamente, aislado en un océano, /se limita esperar que la tormenta pase…” No, no es octubre de 1959, cuando Gil de Biedma escribió estos versos desesperanzados. Aunque es curioso, el Plan de Estabilización diseñado entonces por Ullastres y Navarro significó la superación definitiva de la posguerra económica, abrió puertas al desarrollo del capital sin las rigideces del intervencionismo y concedió así una pátina de legitimación a la dictadura franquista. En una situación todavía durísima, en la España de finales de los años cincuenta, existían esperanzas: desde liquidar la dictadura y celebrar la revolución hasta poder comprarse un pisito o un seat, prosperar modestamente, conseguir que los hijos pisaran la Universidad.  Hoy el futuro  es una superstición que pocos comparten. Llevamos sumergidos quince años en una crisis interminable que ha señalado con fuego los límites reformistas de la democracia representativa y el capitalismo globalizado.  ´

Esa célebre pregunta que ronda al Gobierno central y a los dirigentes socialistas (“¿por qué perdemos apoyos en las encuestas si subimos el salario mínimo, protegemos mejor el empleo y la empleabilidad, aumentamos las pensiones, financiamos los ERTE?”) tiene una respuesta sencilla, aunque dura: eso es lo mínimo que deberían ustedes hacer. Muchas de las medidas del penúltimo plan de Pedro Sánchez contra la inflación y la crisis económica se han puesto en marcha por gobiernos de centroderecha – por ejemplo, Macron firmando cheques de 100 euros al mes a aquellos franceses que ganen menos de 2.000 euros netos mensuales – y en algún caso han servido de inspiración al Ejecutivo español – según el propio Sánchez el Ministerio de Hacienda está estudiando el impuesto extraordinario sobre combustible impulsado por el gobierno de Draghi. Obviamente Sánchez y sus socios  han presentado su panoplia de medidas como fruto de un acendrado compromiso izquierdista, pero en su mayoría están siendo aplicadas por gobiernos de centroizquierda y centroderecha de toda Europa. Y por una razón elemental: porque es lo que se puede hacer en los márgenes políticos y jurídicos de la UE y del orden económico internacional.

Y esa es precisamente la clave de la puerca ingratitud de la gente y en muchos casos de una desafección del voto de izquierdas, rosado o morado: la evaporación de cualquier alternativa real y la inutilidad de los viejos valores  — el sacrificio, el mérito, el trabajo, la solidaridad vecinal, la familia – que concedían sentido a la vida individual y colectiva.  Han desaparecido y ya no volverán. Sin un proyecto político alternativo y transversal que no sea una suma de pequeñas y ombliguistas batallas la izquierda está perdida. Quizás sea contraproducente, incluso, insistir en logros histéricos y triunfos apoteósicos. En vez de provocar admiración enervan o hastían a los ciudadanos porque, curiosamente, lo único que se le ocurre al político, para estremecer al público, en lanzarse a la hipérbole más desquiciada. Observen la (supuesta) inauguración de cincos parques eólicos de La Gomera con la presencia estelar del presidente Ángel Víctor Torres. Primero, es la presentación del proyecto, que no tardará menos de un lustro en completarse. Segundo, es muy improbable que cubra “toda la demanda” de La Gomera. Los aerogeneradores no suelen cubrir “toda la demanda” en ningún sitio porque a veces no hay viento y en ocasiones hay demasiado. Por esa misma razón roza la bobería imaginar que La Gomera pueda “exportar energía limpia”. La transición energética no es ya “una realidad” cuando ni siquiera está en pie un puñetero aerogenerador.

El poeta tenía razón. Este invierno será duro y durará más de tres meses.  

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Cantando millones

No es necesario ponerle fecha: hoy, hace tres meses, dentro de tres semanas, el presidente Ángel Víctor Torres ha contado, cuenta o contará que en Canarias va a caer otra lluvia de decenas, cientos, miles de millones de euros relucientes. El jefe del Gobierno es como un niño de San Ildefonso con alopecia encaramado a la peana y que canturrea melancólicamente:

–Rehabilitación turística canaria….cuarenta milloooneees de eurooos….Compra de todos los marquesotes que produzca La Palma por el Centro Nacional de Inteligencia….treinta millones de euuurooos….Collarines ergonómicos a todos los que estén esperando que se les reconozca la dependencia y empiecen a cobrarlaaa…ochenta milloneeees de euroooos…Proyectos Next Generation en Canarias….300 millones…de eurooooos…300 millones de euros… 300 millones de e-u-rooos…

Felipe González ha sugerido a los gobernantes como condición imprescindible de un liderazgo eficaz “hacerse cargo del estado de ánimo de los ciudadanos”. Si el gobernante no lo hace así  “está destinado a un fracaso inmediato”. A los presidentes les cuesta entender este principio, pero en el caso de Torres la resistencia es realmente intensa. El presidente canario, que está ya en campaña electoral y se multiplica en actos, reuniones, conferencias, inauguraciones y presentaciones – debe trabajar en el coche oficial, como el abogado del Lincoln – está obsesionado en proclamar que el país está mejor que nunca y que deberíamos aprender a contar  por millones, no por unidades. Yo sospecho que no le parecería mal que los isleños ya no cumpliésemos años, sino millones. Por ejemplo, la consejera de Economía, Elena Máñez, cumplirá 53 millones a finales de año y los que felizmente le quedarán en el futuro. Con la misma fuerza que Barbuzano en un cango Torres se agarra a la cifras de creación de empleo como un indicador perfecto para expresar el éxito pasmoso de su gestión. Basta con exagerar un poquito o callar parcialmente. Sostener que “las listas de desempleo en el archipiélago engloban (sic) 194.742 personas, según datos del Ministerio de Trabajo (…)  Se trata de un dato histórico, que no se registraba desde finales de 2008, cuando se inició la crisis financiera (…)” es una auténtica delicia. La crisis financiera no comenzó a finales de 2008, pero eso es lo de menos. El dato de referencia, por supuesto, no es el total de personas empleadas, sino su porcentaje sobre la población activa. A finales de marzo, según el Instituto Nacional de Estadística, el desempleo en la provincia de Santa Cruz de Tenerife era del 20,06% sobre la población activa y en la provincia de Las Palmas un 20,51%. Todavía supera en casi en un punto al porcentaje de parados sobre la población activa del tercer y cuarto trimestre de 2019, aunque junio haya sido, de nuevo, un mes positivo. La recuperación del turismo y del comercio – en lo que el Gobierno autonómico ha tenido muy poco que ver – ha aumentado las contrataciones. Considerar un fenómeno tan obvio como espontáneo en un éxito gubernamental es un poquito indecente. Que en la primera mitad del año la Hacienda canaria haya recaudado todo lo que previsto para 2022 ya es bastante obsceno.

Una inflación de dos dígitos desangra a las clases medias y trabajadoras en Canarias, donde los salarios siguen siendo inferiores, por supuesto, a la media estatal. ¿Cómo crear empleos de calidad si nos dedicamos al turismo de litrona, pedo y aguarrás? Los indicios de una recesión (española y europea) son cada vez son más evidentes. Los servicios sociales y asistenciales renquean por la burocracia y el reglamentarismo frente a una pauperización que denuncian organizaciones tan reaccionarias como Cáritas y el Diputado del Común. Pero nuestro niño cantarín disiente y sigue gangoseando millones. A ver si en las próximas elecciones se enfada y elige un buen pueblo y no a este montón de cenizos angustiados por un futuro que ya les devora cualquier esperanza.

 

 

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