Augusto Hidalgo

El proyecto soy yo

Me dirán ustedes que estas liturgias partidistas han sido siempre más o menos así, una autocelebración en la que todos los protagonistas exudan la alegría de ser ellos mismos y de reconocerse como miembros de la misma y feliz y maravillosa tribu, pero convendrán conmigo en que en los últimos años estas babosadas están llegando a un nivel insoportable. Un magnífico ejemplo lo proporciona la proclamación como candidata a la alcaldía del ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria de Carolina Darias, todavía ministra de Sanidad, que se plantó en el acto con la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, a un lado, y Ángel Víctor Torres, el presidente de las desgracias victoriosas, al otro. Montero participó en la guasa en su calidad de vicesecretaria general del PSOE, un suponer, y respecto  a Torres, es el presidente de las catástrofes siempre superadas con una sonrisa, una suerte de héroe de Marvel cenizo, un Thor que en vez de un martillo lleva una espumadera con la que convierte cada crisis en buñuelos para su pueblo.

“Aquí empezó todo”, dijo la señora Darias, y creánme que puse atención porque yo ignoraba que el PSOE o el municipalismo hubieran comenzado en Las Palmas. Pero no, la ministra se refería, humildemente, a sí misma. Que la candidata a alcaldesa de una gran ciudad se refiere a sí misma en el arranque su primer discurso como aspirante habla estupendamente de las prioridades de la oradora. No de la visión que tiene de la capital, sino de sí misma. Sintéticamente: es una triunfadora que después de ser coronada por múltiples laurales vuelve a su domus para rendirle el servicio de una sacrificada pero dichosa vestal. Darias va contando su cuento y lo salpica con alusiones a los dirigentes presentes, Fulanito lo sabe, Menganito me conoce bien, Perenganita me dio el mejor consejo. Era como para castañetear los dientes. ¿Y cómo no va a ser una buena alcaldesa si es de Las Palmas y quiere a su ciudad y está enamorada de todos sus vecinos? Ni una sola idea programática, ni una propuesta concreta, ni la más ligera pista del contenido de su agenda. La ministra se ha aprendido el entusiasmo mitinero (los saltitos, los gritos emocionados, los aspavientos entusiastas) como se estudia una oposición, lo que sin duda tiene su mérito, porque detesta íntimamente esas poses. Por supuesto a su lado todo fue peor. Ángel Víctor Torres se puso a hablar de las subidas del salario mínimo interprofesional, que como tema municipal parece algo exótico, mientras que Augusto Hildalgo recitó un fábula sobre sus éxitos como alcalde y soltó, sin duda, la máxima guanajada de la noche: “Carolina Darias ha puesto a Canarias en el mapa internacional”. En ningún momento aclaró Hidalgo las razones de este excepcional logro cartográfico. También dijo que la ministra “ha demostrado cómo se gestiona una pandemia”. Habrá querido decir que Darias ha mostrado cómo se gestiona una pandemia. Es difícil decirlo porque Hidalgo no sabe hablar. Ni siquiera conoce el significado de los tiempos verbales y por eso es capaz de expectorar perlas como ésta: “Estábamos convencidos de que estábamos haciendo una apuesta para transformar la ciudad”. Ya no lo están, por lo visto. Ni ellos ni los vecinos. En eso sí han logrado coincidir, después de tres años y medio, con la mayoría social.

Lo cierto es que Darias es la candidata por dos razones. La primera porque su designación evita enfrentamientos entre Augusto Hidalgo y Sebastián Franquis y sus respectivas mesnadas por la púrpura municipal. Y segundo porque así lo decidió no la agrupación local de Las Palmas, ni la dirección insular del PSOE ni ningún órgano de la organización canaria, sino Pedro Sánchez, y Pedro Sánchez nunca se equivoca y cree o finge en el infinito atractivo electoral de sus ministros. En esto los socialistas canarios no han tenido nada que decir. Para variar.

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Primarias ficticias

Ya estaba tardando la primera perla de Augusto Hidalgo, alcalde en retirada de Las Palmas de Gran Canaria y candidato del PSOE a la presidencia del Cabildo Insular. Las posibilidades de Hidalgo de no estrellarse electoralmente están en relación directa a su silencio. Lo mejor sería que el elector no se enterase de su candidatura y que pasara con una bolsa de churros en la cabeza –si el nudo Windsor lo permite – hasta el día siguiente a las elecciones. Pero no puede.  La discreción va contra su naturaleza sonriente y largona. Así que  el todavía alcalde –lleva desde el 2015 en la poltrona muñendo pactos  y naderías sin terminar un solo proyecto relevante – se apresuró el mismo día de presentación de su candidatura a proclamar que se esforzaría desde el Cabildo para que Gran Canaria recupere el protagonismo regional que ha perdido. Toda vez que el PSOE cogobierna el Cabildo grancanario y ha mantenido sin pestañear a Antonio Morales en el poder lo que está haciendo Hidalgo es una autocrítica bastante demoledora. Pero él vive en su pequeño y burbujeante universo.

Hidalgo, por supuesto, se ha presentado formalmente como candidato a ser candidato, es decir, ha inscrito su nombre en las elecciones primarias que celebrará el PSOE grancanario el próximo mes. Porque las primarias socialistas, son, en efecto, un breve sainete que en ningún momento sirvió para activar la participación de la militancia en la toma de decisiones político-electorales. El PSOE es hoy –como todos – una organización fuertemente cartelizada en la que los militantes cuentan muy poco. Un candidato como Hildalgo, que llega a inscribirse en compañía del secretario general regional, Ángel Víctor Torres, y del secretario general de Gran Canaria, Sebastián Franquis, no debe temer la aparición de ningún espontáneo. Supuestamente tanto Torres como Franquis, en virtud de sus altas responsabilidades en el partido, deberían guardar una cierta neutralidad en cualquier proceso de primarias. Pero todo eso ha saltado por los aires porque las primarias, en el PSOE, ya solo son una ficción administrativa. El ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife es otro ejemplo: Patricia Hernández será la candidata con la bendición y protección de la cúpula socialista. No se ha celebrado numerito de presentación porque tanto Torres como Pedro Martín no la tragan.

Sin embargo existe una semiexcepción, aunque parece poco probable que sobreviva como tal: el ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria. Desde el pasado agosto Inmaculada Medina, concejal de Servicios Públicos, habla, se reúne y ha anunciado venturosamente a la mayoría de sus compañeros del consistorio y a numerosos militantes que está dispuesta a presentarse a las primarias siempre y cuando (atención) Pedro Sánchez no imponga a Carolina Darias como candidata a la Alcaldía. Y lo dicen así, tan tranquilos, como si fuera una evidencia geológica. Yo estoy dispuesta a luchar por la candidatura, pero si el secretario general quiere otra candidata, me aparto disciplinadamente. Llámelo seguidismo, llámelo servilismo. Hace años se decía maliciosamente que el PSOE canario era una delegación de Ferraz. Visto lo visto hoy puede afirmarse, al menos en términos partidistas, que el PSOE canario es una delegación de Pedro Sánchez. Qué magnífica ocurrencia: colocar como aspirante a la Alcaldía a la ministra de un Gobierno que detesta medio país y que, además, cuenta con el magnético carisma de una medusa. Un día, cuando Pedro Sánchez se haya marchado, los socialistas no dispondrán de otra cosa que no sea un inmenso desierto de decepciones, melancolías, descréditos e impotencias que tardará lustros en ser habitable de nuevo.

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La renovación franquista

A Sebastián Franquis – en fin, a su propuesta de comité ejecutivo — le han votado el 85% de los delegados de un XIV Congreso del PSOE de Gran Canaria que pareció más una digestión común que una reflexión colectiva. Para conseguir ese resultado, ciertamente inhabitual en la organización grancanaria en los últimos lustros, han bastado dos circunstancias: celebrar la reunión de los socialistas grancanarios después del congreso regional y que el PSOE disponga en el presente de un amplio poder político e institucional: el mayor que ha acumulado nunca en el Archipiélago. El poder, obviamente, es el inmejorable cemento para preservar ya no la unidad, sino la práctica unanimidad del partido. Aun así Franquis no cedió en algo lo que entendía como innegociable. Servidor está convencido de que Augusto Hidalgo jamás hubiera podido derrotar a Franquis, y sospecho que Franquis así lo creyó hasta el último momento. El PSOE grancanario sigue gobernado firmemente por el consejero de Obras Públicas y Gustavo Santana – un hidalguista incrustrado en el Gobierno y la UGT – está ahí como vicesecretario general más para mirar que para mandar.

¿Discurso político, programático, ideológico? Prácticamente ninguno. En ese sentido Franquis siempre fue un posmoderno avant la lettre  para quien el poder era un proyecto en sí mismo porque de él derivaban todos los demás. Tiene grabada a fuego la lógica del superviviente y por eso tal vez deteste a Hidalgo, que es capaz de sonreír ante un apocalipsis zombi porque sería una gran oportunidad para abrir más zanjas y hacer más agujeros en Las Palmas de Gran Canaria. Lo relevante – eso sí lo dijo Franquis en su discurso – era fortalecer la unidad para ganar las próximas elecciones. Y las siguientes. Y las siguientes de las siguientes. Cuando se elaboraba la Ley Orgánica del Estado de 1966 Franco le cuchicheó a uno de sus amanuenses, que le preguntó por la filosofía del Movimiento: “Déjelo estar. Usted ponga en la ley el Movimiento aquí y allá, como un paisaje o una melodía de fondo y ya está”. Más o menos ese es el papel de la ideología progresista en la concepción del psocialismo de Franquis y sus adláteres. Por eso mismo choca de vez en cuando con la fraseología del PSOE más actual relativa al feminismo o a la sostenibilidad ambiental. Por ejemplo, en el núcleo del poder de la nueva comisión ejecutiva insular no hay ninguna mujer. Por supuesto, ninguna compañera se quejó al respecto, faltaría más.

Respecto a las ambiciones personales del secretario general reelegido, los más discretos apuntan a que Franquis, simplemente, quiere seguir en el Gobierno autonómico, es decir, en el Gobierno, en el escaño parlamentario y en la secretaría general, y nada más. Otros han insistido en estos días en que tiene un ojo puesto en las encuestas, como siempre, y que no ha abandonado su querencia por el ayuntamiento de Las Palmas, donde fue concejal en el poder y en la oposición durante muchos años. Pero ese ensueño probablemente lo frustró Hidalgo para los restos.  Y Franquis, endurecido en 35 años de ejercicio político, astuto, hábil y fajador, no reúne, en cambio, las mejores condiciones para compartir el poder, fabricar consensos y repartirse áreas e influencias.

El PSOE canario habrá culminado su renovación congresual en el cónclave de los tinerfeños en este mismo mes. Es una renovación ciertamente curiosa, porque queda finiquitada con una ampliación de los equipos de dirección para acomodar a todos y a todas y con la continuidad de la insoportable levedad de dirigentes que acumulan décadas de cargos públicos. Una cartelización del partido, que ya es un mero instrumento del Gobierno y de sus propias élites. Todo atado y bien atado. 

 

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