Periodismo

Un cuento de ruido y furia

La Audiencia de Cuentas de Canarias constató, en el informe de fiscalización sobre la gestión económico-financiera del ayuntamiento de Agüimes durante 2013, un número no precisamente escaso de irregularidades que, en ciertos casos, podrían contener elementos de muy dudosa legalidad. Para ser más preciso, la Audiencia de Cuentas, en su informe, se refiere a deficiencias y debilidades en la estructura administrativa y de control interno del ayuntamiento, “alguno de los cuales son contrarias a las disposiciones legales vigentes”. La publicación del informe ha sacado de quicio (por enésima vez) al entonces alcalde de Agüimes y hoy presidente del Cabildo de Gran Canaria, Antonio Morales, que ha calificado como “patrañas” y “chorradas” los hechos constatados y documentados por la Audiencia de Cuentas. Y de nuevo, también, todo resulta una feroz campaña de LA PROVINCIA con el objetivo de destruirle. LA PROVINCIA es el periódico del régimen y, por supuesto, el régimen no soporta a un individuo tan peligroso como el señor Morales, y no lo soporta porque el señor Morales es libre como el viento, es un espíritu crítico e insobornable, es el alma barbada de la libertad, la igualdad y la fraternidad. Su despliegue de un cuento de ruido y furia pretende exonerarle de cualquier explicación racional de su gestión financiera al frente del ayuntamiento de Agüimes.

Quizás convenga, en fin, una modesta puntualización. Antonio Morales no representa un peligro para nadie. Ni siquiera para sí mismo, como demuestran los treinta años que lleva dedicados exitosamente a la política desde las instituciones públicas. Ningún empresario, pequeño o grande, se pone a temblar cuando escucha al señor Morales, aunque algunos sonrían con cierta piedad o con moderado hartazgo. Tampoco lo hacen los periodistas, los tenistas, las acupuntoras o a los aficionados al sushi. El señor Morales es tan régimen como Fernando Clavijo: el régimen constitucional y autonómico bajo el cual estas islas han conseguido –con todas las dolorosas adversidades, insuficiencias, miserias, corruptelas y errores, más deudoras de la gestión que de la estructura política-administrativa – los mejores instrumentos para consolidar un proyecto democrático. Coalición Canaria no puede estar peor en Gran Canaria – básicamente por culpa de la estupidez de los propios coalicioneros – así que el señor Morales tampoco supone ninguna amenaza para las expectativas electorales de Clavijo y sus compañeros.

Estoy absolutamente convencido –salvo que se presenten pruebas abrumadoras en sentido contrario – que Antonio Morales ha actuado con absoluta honestidad personal y que jamás se metió una peseta o un euro en el bolsillo. También es inverosímil que un partido minúsculo como Roque Aguayro – con el que se presentó electoralmente hasta federarse primero con Ican y luego con Nueva Canarias – haya sido financiado de forma irregular con fondos municipales. Muy probablemente Morales se encontró a finales de los ochenta con un ayuntamiento que era un paupérrimo caos administrativo y tuvo que tomar una decisión: o construir un ayuntamiento moderno, más operativo, estructurado y transparente, o priorizar la gestión para conseguir resultados en su municipio. Una vez acomodado en el poder a caballo de sucesivas mayorías absolutas la modernización organizativa y administrativa de la corporación se antojaría cada vez más prescindible frente a los ininterrumpidos apoyos electorales y a un cesarismo liliputiense pero pugnaz. Porque la raíz del comportamiento administrativo de Morales como alcalde y de sus grotescos insultos contra LA PROVINCIA (y otras cabeceras y periodistas) es exactamente la misma: el ensoberbecimiento de un individuo que se ha terminado por creer un hijo secreto de Chico Méndez y Nelson Mandela y que no tolera crítica, cuestionamiento, datos negativos ni informes de la Audiencia de Cuentas. La santurronería de izquierdas chilla de indignación cuando se pilla el dedo con una puerta que cerró mal y su malestar es tan intenso como cuando pide guillotina al descubrir un contrato fraccionado en el ojo ajeno sin percibir una cuenta bancaria opaca en el propio. Una vez agotados los insultos y las ramplonerías ya es hora de que el presidente se explique, como le ha exigido la oposición en el Cabildo grancanario. Que Román Rodríguez, que ha hecho de la incontinencia verbal un estilo de vida, no haya dicho una palabra sobre este asunto es un prolegómeno interesante para la próxima rueda de prensa del señor Morales.

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Libertad de expresión

A un periodista – y fundador y copropietario de un medio de comunicación, eldiario.es – Ignacio Escolar, lo han “despedido” de la SER. Muchas miles de personas (incluyendo numerosos compañeros de profesión) se han solidarizado con Escolar y han mostrado su asombro, irritación o indignación por la decisión del grupo Prisa. Nacho Escolar afirma (y existen pocas dudas al respecto) que el consejero delegado de Prisa, Juan Luis Cebrián, ha decidido expulsarlo de una tertulia semanal de la emisora más escuchada de la radio española por publicar que tenía vinculaciones con empresas off  shore radicadas en Panamá. Cebrián no solo lo ha negado, sino que ha anunciado acciones legales contra los medios que han afirmado que existen esas relaciones e incluyen a su esposa. Escolar publicaba hoy un artículo en su periódico digital en el que insistía en que continuaría investigando y publicando y difundiendo la verdad.

Es difícil, si se tienen más de veinte años, eludir el asombro ante el texto obsesivamente digno de Escolar, con su ligero hedor a tramoya. De manera que publicas en tu periódico que el consejero delegado de un grupo editorial con el que colaboras andaba metido en confusas operaciones para evadir dinero del fisco y te quedas estupefacto cuando dicho consejero delegado ordena que no colabores más en uno de los medios de su conglomerado empresarial. ¿Sorprendente, no? Es algo que no se ve en ningún lado. Lo natural es que en la SER se organizara semanalmente una tertulia sobre evasores fiscales, panamanizables o no,  y el aguerrido Escolar lo contase absolutamente todo:

–¿Y saben ustedes que Cebrián, muy probablemente, ha mentido canallescamente en todo este asunto y pueden existir indicios inequívocos de la comisión de delitos tributarios?

–¿Juan Luis Cebrián, el consejero delegado de esta empresa que te paga como contertulio habitual?

–Sí, sí, ese, ese mismo.

–Cuenta, cuenta, Nacho. Entonces podemos decir desde la SER que Cebrián es un…

En el mundo adolescente, intangible e irresponsable de los escolares, Cebrián no debería tocarles ni uno de sus pelos churretosos, muy al contrario, estaría obligado a convertir a Escolar en opinador diario para que desmenuce meticulosamente todo su patrimonio.  Como no es así el director de eldiario.es expone su martirologio y se ofrece por enésima vez, humildemente, como peana de la libertad de expresión en España. En su todavía corto pasado, eldiario.es evidencia algunas muestras de escasa o nula tolerancia. Generalmente no son los propietarios los que largan a los incómodos, sino la masa furibunda y babosa de suscriptores y lectores. Firmas como Roger Senserrich, Manuel Saco, Ignacio Urquizo o Julio Embid desaparecieron porque no respetaron consignas, no hozaban en los lugares comunes de la izquierda sonambúlica o criticaron las divinas proporciones de Podemos y otras bellezas políticas. No tuvieron que meterse con Escolar: bastó con que no demostraran un pensamiento de izquierdas tan sólido, articulado, genuino e independiente como gerardo tecé o barbijaputa.

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Buscando al canario

¿Ocurre alguna catástrofe en algún rincón del planeta? Para el periodismo local lo fundamental, en una tesitura tan delicada, es que un isleño esté por ahí. Si, por ejemplo, un terremoto sacude apocalípticamente Antioquía, la primera reacción del redactor jefe consiste en localizar de inmediato a un canario que viva en Antioquía. “Tiene que haber alguno”, he escuchado yo mismo en innumerables ocasiones, “no me digas que en Antioquia, cojones, no vive ningún canario…Si es casi tan grande como Las Palmas o Santa Cruz. Es cuestión de localizarlo, hablar con él cinco minutos y nada más”.  A veces, sin embargo, se trata de una misión imposible. En el caso de no encontrarlo se pone en marcha instantáneamente la siguiente escala informativa por orden descendente de preferencia editorial:
1)  El canario en cuestión no vive en Antioquia, pero residió en la ciudad turca durante varios años a finales del siglo pasado.
2)  El canario en cuestión no vive en Antioquia, pero tiene (o tuvo) a un familiar que vivió en Antioquia, sin excluir necesariamente a los cuñados,  durante varios años a finales del siglo pasado.
3)  El canario en cuestión pasó durante sus vacaciones por Antioquia y llegó a tomarse un café en una cuadra maloliente que se hacía pasar por un establecimiento hotelero. Ya entonces el lugar le dió mala espina.
4)   El canario en cuestión – que puede ser un periodista de la propia redacción – tiene un amigo que pasó durante sus vacaciones un par de noches en Antioquia, aunque no recuerda nada, porque jamás, durante todo el viaje, logró escapar de un estado de embriaguez tumultuosa.
5) El canario en cuestión es profesor interino de Geografía de Enseñanzas Medias y puede situar aproximadamente a Antioquía en el mapa, siempre y cuando no se aplique un criterio demasiado exigente.
6)   El canario en cuestión siempre quiso instalarse en Antioquía, pero se abstuvo porque tenía mala rima, y ahora tiembla recordando el terremoto que sacudió (un poquitín) la capital tinerfeña en los años ochenta.
Ocurrió, por supuesto, con los terribles atentados que sembraron de muertos la mañana gris marengo de Bruselas. Todavía resonaban las explosiones y ya diligentes periodistas isleños buscaban afanosamente a canarios afectados en mayor o en menor medida, hasta que localizaron a uno que, guau, viajaba además en ese momento en el metro. No, no le pasó nada pero  –aclaró al respetable y a la Historia – no le ocurrió nada por los pelos, sin reparar que media algo más que el grosor de un cabello entre el chisme y la tragedia. Es una pasión que no entiendo: el sabor del terror, de la destrucción y la maldad no cambia sea cual sea el idioma o el acento en el que se expresen. Lo que sería interesante – aunque me temo que imposible – es que se abra periodísticamente un debate sobre las fragilidades de nuestros sistemas de seguridad como región fronteriza, por ejemplo, o se vertebre una discusión sobre nuestra capacidad para demostrar solidaridad con los refugiados sirios (y no solo sirios) que ahora se pretenden estabular indecentemente a tanto la pieza en Turquía.  Sería estupendo abandonar la obsesión de buscar al canario en la noticia y sustituirlo por buscar la noticia en Canarias.

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Combustión espontánea

Creo recordar que el primer síntoma de la transformación llegó muy pocos meses antes de las elecciones autónomas, cuando me tropecé con ese pibe que ahora investigan judicialmente por contratarle programas de televisión al espíritu evangelista que todos conocemos y que se tomó aquello de “dejad que los niños se acerquen a mí” demasiado literalmente. Se lo tomó hasta el pliegue inguinal. El pibe este siempre había optado por no saludarme jamás. Se me antoja que no fue una decisión dramática, sino el comportamiento natural de una tipo importante hacia un vaina que nunca había entendido lo que era importante. El hecho es que el pibe,  cuando no tenía más remedio – ah, una vez, en las escaleras de Radio Club, por donde han bajado y subido tantas cosas – se quedaba paralizado, abstraído, con la mirada concentrada en un punto ignoto, preso rendido de un silencio paralítico. Como corresponde a un vaina, yo le decía, por ejemplo,  yo le decía “buenas tardes”, y el pibe no movía un músculo, no abría la boca, no proyectaba ninguna señal de hacer detectado vida inteligente o estúpida a su alrededor. Sin embargo, esa mañana, poco antes de las elecciones, fue distinto en la plaza Weyler, junto a la fuente donde excretan las palomas con admirable gusto estético,  y el pibe abrió una gran sonrisa, intentó emborronar un abrazo en el aire, preguntó admirativamente por los artículos y por la familia o quizás fue al revés. Solamente quería expresar que me quería, como se quiere a los viejos compañeros que nunca lo han sido, y que gozaba de toda su simpatía, radiante como el polo blanco, sus blancos pantalones, sus níveas zapatillas para correr y absorber cualquier blancura.
A partir de este episodio, ya digo, los síntomas se han multiplicado. Sobre todo después de las elecciones, en efecto. Todos los días descubro a mi alrededor combustiones espontáneas de cariño, afecto, admiración, entusiasmo sobrevenido por parte de gente que apenas conoces y de gente que nunca debiste haber conocido. Chistes, sesudas recomendaciones, arrumacos, llamadas telefónicas surrealistas, muy sentidos mensajes por el móvil, tuits como una dulce carantoña, invocaciones a la amistad fecunda, pequeños prólogos a escenas de infortunio y desolación que solo tú sabrás comprender y transmitir, ejem, a quien corresponda, hermano, a quien corresponda. El otro día, en un restaurante, estuve a punto de pegarle una hostia a un individuo empecinado en abrazarme con lágrimas en los ojos. Me imagino que resulta inútil explicar que continúo siendo el mismo sujeto execrable al que se la pelan sus silencios o sus baboserías. Arden cinco segundos, otra explosión de simpatía inútil, y no sirven ni para iluminar sus caries.

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Igual, pero distinto

Durante lustros imaginé que dejaba de criticar a los Gobiernos porque me nombraban presidente en la sombra o, en su defecto, escritor de discursos del director de la televisión autonómica, pero ni siquiera he conseguido lo segundo en la coyuntura histórica de menor exigencia lectoescritora que ha registrado Canarias. Recuerdo que hace no mucho un erudito e insomne chirisgabís, actualmente diputado, expresó irónicamente lo poco que me faltaba para cobrar del presupuesto público. Se equivocó, por supuesto. La principal característica que comparten todos los profetas es que se equivocan siempre, porque su objetivo no es acertar, sino destruir. Los que solo han leído novelas se equivocan más, naturalmente. También era posible, en fin, que un día los gobiernos fueran diligentemente inofensivos, pero esa fantasía, como la que me conmovía en mi juventud, un mundo sin banderas tremolantes ni patrias infectas donde jamás faltaran maestros, médicos ni fontaneros, no llegará nunca. Ya empieza a estar muy claro que, como dijo el poeta, envejecer y morir no son las dimensiones del teatro, sino el único argumento de la obra.  Y suele acabar mal.
De repente un feliz golpe del destino me ha sustraído maravillosamente de esa crasa, abominable, cansina obligación de fiscalizar las torpezas, boberías y maldades hipotéticas del Gobierno de Canarias, a lo que me he dedicado mayoritariamente en los papeles durante el último cuarto de siglo. No negaré que, como columnista, esta circunstancia es bastante perturbadora.  Te quedas como huérfano tembloroso a la orilla de un camino desconocido, mirando al cielo donde ya no brillan como estrellas luminosas nombramientos, discursos parlamentarios, decisiones políticas, la galaxia atorrante de páginas enteras del Boletín Oficial de Canarias, los agujeros negros de las promesas electorales. Garrapateas entre ansias y añoranzas como el escritor que se ha retirado del tabaco y ya no puede dibujar el adjetivo preciso con el humo acre del pitillo. Con lo fácil que resultaba rellenar el folio con la penúltima huevonada de un viceconsejero descerebrado, es más, con lo que prometen los viceconsejeros en esta legislatura…En fin. Se trata de practicar otra mirada sin ocultar el estrabismo, de andar con otro ritmo sin crear una coreografía, de escuchar otras voces y atender otros ámbitos pero, ustedes lo saben o intuyen bien, los articulistas en ningún caso sirven para anunciar el desayuno. Forman parte del mismo. Somos nuestro propio producto precipitado en este montoncito de palabras y aunque cambien algunos ingredientes el sabor – no se engañen  ni pretexten ilusiones — será el mismo.  Un sabor parecido  al que desprende ese diminuto cuento de Hemingway:  «Vendo zapatos de bebé, sin usar»

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