Periodismo

Un asesinato

El pasado domingo asesinaron a un hombre en el centro de Santa Cruz de Tenerife. Fue en la plaza de España. A esa hora –las nueve y media de la noche, aun con una temblorosa línea de luz en el horizonte – cientos de ciudadanos pasaban la tarde en la plaza y los paseos y calles próximas. Abuelos, jóvenes matrimonios con sus hijos, adolescentes en pequeños grupos, corredores que bufaban al empezar o terminar la tortura de la ruta anticolesterol. Al parecer – el hecho no es digno de mayores precisiones – un individuo se incorporó en un banco y se dirigió a un pelotón de jóvenes más o menos ociosos. Mediaron algunas palabras y un pibe le propinó un puñetazo. El agredido – un ciudadano italiano que frecuentaba el albergue municipal y que ocasionalmente trabajaba como guardacoches – cayó al suelo, sin sentido. Los jóvenes huyeron. Pocos minutos después llegó una ambulancia, pero el italiano ingresó ya cadáver en el hospital.

Por supuesto, no ocurre nada. Los niños sorben helados, los padres amenazan a los remolones que insisten en seguir jugando, los novietes se besan lentamente, los jubilados no renuncian a alimentar a las cochinas palomas. Y la insignificancia se prolonga en los medios de comunicación en los días siguientes. Intuyo que ya estamos casi preparados para el futuro. Por supuesto, se trata de casi un mendigo. Casi un indigente. Y extranjero. Probablemente sin familia conocida ni amigos íntimos en la ciudad. Pero no es un mal comienzo para embrutecernos como es debido. Ocurre aquí, en Santa Cruz, y no se trata de una turista a la que un psicópata le arranca la cabeza, por ejemplo, por esos sures enigmáticos. Es un asesinato –o si lo prefieren un homicidio – carente de cualquier elemento extravagante, de cualquier contexto que nos lo haga cómodamente ajeno, estrambótico, horroroso pero inofensivo. Es un crimen que se comete como quien tira una colilla a la calle o se rasca la cabeza en una esquina. Un crimen despreocupado, deliberado pero casual, plenamente moderno y digno de una ciudad moderna. Hasta cierto punto, un crimen fundacional. Aquí ya se mata entre pequeñas multitudes.

Entiendo que la carbonización de dos o tres mil hectáreas de monte a causa de un incendio muy posiblemente provocado es mucho más importante, llamativo, emocionante. La invisible vida de un sintecho no merece tanta atención. Está ahí, rellenando un hueco de nuestro mísero paisaje urbano, y después, en un segundo, ya no está. Visto y no visto. Limosneado y no limosneado. No lo echarán de menos los camareros, ni los heladeros, ni las hediondas palomas que cagan con tan hermosa saña sobre calles y estatuas. Pero para qué nos vamos a engañar. Sin los incendios tampoco se hablaría ni escribiría demasiado. El periodismo debería contestar esas preguntas, rellenar ese hueco antes de que se desdibuje la figura. Quién era, cómo llegó aquí, cual había sido su vida, cómo murió exactamente. Pero el periodismo hace siglos está esperando la pertinente nota informativa de la Guardia Civil o la Policía Nacional dormitando sobre el ordenador. Lloramos por los bosques calcinados mientras suena la grasienta ternura de Taburiente, y nos revolcamos ferozmente en la ceniza, pero el asesinato no interesa a nadie.

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La crisis es pecado

Me someto mansamente a una tertulia. Mientras escucho no puedo dejar de pensar que alguien inventó las tertulias (imagino un laboratorio social, escondido en un sótano pestilente y dirigido por los iluminati, los Testigos de Jehová o las Brigadas Rojas) para dinamitar el prestigio de los medios audiovisuales. Las tertulias no sirven para nada. En el mejor de los casos suponen un espectáculo verbal de opiniones supuestamente contrapuestas, pero realmente muy similares, y a menudo calcadas de otras tertulias: un palimpsesto sonoro que se escribe una y otra vez en las ondas. Una voz en esta tertulia, en la que me he incrustado todavía medio dormido perorata, como es habitual en los últimos tiempos, sobre la imperiosa necesidad de sacrificios. Tenemos un gran sistema sanitario, apunta la voz con una espléndida serenidad, pero es muy caro, evidentemente, por lo que deben asumirse sacrificios para mantenerlo. La voz está henchida de satisfacción: ha expectorado su trivial canto a la responsabilidad y lo ha sostenido con cuatro cifras elegidas casi al azar.

No me parece azaroso que, en un momento de su intervención, el tertuliano se haya declarado católico. En principio se antoja un poco extraño: es harto difícil descubrir las intrincadas relaciones entre la teología y la prima de riesgo, entre el mensaje evangélico de ese gran personaje envidia del Grupo Marvel, Jesucristo, y los fondos de inversiones. Pero la relación existe. Buena parte del relato oficial sobre la recesión económica y sus aterradores efectos está construida sobre una narratología cristianoide. Hemos de purgar nuestros pecados, y sobre todo el principal, gastar lo que no se tenía, aficionarnos a la buena vida, olvidar el espíritu de lucha y sacrificio y modestia que templa económica y moralmente las sociedades. Hemos de realizar un sincero acto de contrición y abandonar el piso por impago de hipoteca para subirnos a la cruz. Hemos de aprender a no pecar más, y si la visa nos lleva al pecado, nada mejor que arrancarla y tirarla al fuego. Hemos de asumir que en el altar del sacrificio comienza toda esperanza.

En este arrabal europeo nunca se gastó en los servicios públicos sanitarios, educativos y asistenciales “más de lo que se tenía”. En 2002, con un país creciendo encima de la burbuja de la construcción y el crédito financiero desatado, la Oficina Estadística de la Comisión Europea, en un informe  sobre protección social en los países de la UE, señaló que el gasto social público en España fue del 20% del PIB, el más bajo de la eurozona junto con Irlanda. En ese momento España era también el país con gasto social per cápita más bajo de la Unión Europea (3.244 euros por los 5.660 de media de la UE). No solo es una mentecatez, sino una indecencia pedir sacrificios a una sociedad con un tercio de su población activa desempleada, con un salario medio que no alcanza los 1.000 euros mensuales, con una expectativa de ascenso social tapiada con cemento armado. ¿Sacrificios a los parados, a los ancianos con pensiones misérrimas, a los desahuciados de sus viviendas, a los excluidos de un tratamiento oncológico? No es de extrañar que el mismo Tertuliano llamase idiota a Aristóteles por su afán por reexaminarlo todo. Sus sucesores en radios y televisiones prosiguen su actitud y su odio a la lucidez, al debate real, al pudoroso amor a la verdad.

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Una tarde con Gastón Baquero

Me apetece escribir un artículo corto. No creo que me sea posible. Una tarde, hará unos quince años, conocí a uno de los grandes poetas de la lengua, el cubano Gastón Baquero, quizás el hombre, sin duda el escritor, más espontánea y sencillamente modesto que he conocido. La entrevista concedida debería haber durado media hora; finalmente estuvimos hablando dos horas y media. Baquero era un conversador inolvidable. Todavía joven (y más sorprendentemente: mulato y homosexual) había llegado a ser redactor jefe de Diario de la Marina, el gran periódico cubano, el medio de la muy reaccionaria oligarquía empresarial y azucarera de la Isla. Después, en el exilio, Baquero siguió viviendo mal que bien del periodismo. Estuvimos un buen rato deshogándonos sobre las miseria del oficio: yo, como era muy joven, protestado con expresiones iracunda; Baquero, como era un anciano muy sabio, como quien asume que el cielo es a veces azul, a veces gris, a veces blanco, y así son las cosas, y el paragüas suele ser tan inútil como la sombrilla. Me contó Baquero que su maestro, Lezama Lima, siempre andaba corto de dinero, y que pudo darle un rinconcito en una página par, donde publicó unos textos prodigiosos que, mucho más tarde, se recogieron en un libro: Analectas del reloj.  El subdirector lo llamó enseguida:

–Mire, Baquero, ¿qué vaina es esa? No se entiende absolutamente nada. Y ocupa demasiado espacio. Dígale a su amigo, el Lezama Loma ese, que escriba en español.

Un par de meses más tarde el subdirector lo citó de nuevo en el despacho.

–Oiga, Baquero, ¿usted que quiere? ¿Está buscando problemas?  El periódico no es un sitio para aprender a escribir. Aquí se viene ya aprendido. Y su amigo además escribe demasiado poco. Haga el favor de corregir esta situación de una vez.

La situación –claro — tenía que terminar abruptamente. Pocas semanas después lo llamó el gerente, “un hombre de una ignorancia enciclopédica aun más pormenorizada que la del subdirector” y le comunicó que no se le pagaría un peso más al tal Luís Lomas. “Y en ese momento”, dijo lentamente Baquero con una sonrisa, “Lezama y Juan Ramón Jiménez eran los primeros poetas de la lengua, los mayores creadores del idioma”. Al final de la tarde, con el último sorbo del último café, volviendo por un segundo al periodismo, Baquero sonrió de nuevo y me preguntó si en mi periódico teníamos ordenadores. Asentí y dijo que no le extrañaría nada que un día las computadoras  — así las llamó –sustituirían a los periodistas. “¿Por qué no? Si se trata de repetir lo que dicen los gobiernos y las autoridades en sus comunicados y declaraciones y si tienes en cuenta que las computadores no cobran sueldos ni se ponen enfermas, es la situación ideal para los editores”. Cada vez que escucho a un cancamusero del periodismo 2.0 me acuerdo del viejo Gastón Baquero sonriendo, un perdedor pero nunca un derrotado, puro pellejo e ironía en un sillón mullido del Hotel Mencey. Los cancamuseros de las nuevas tecnologías de la información y su cohorte de mamones a los que es inútil repetir los argumentos más evidentes. “Tú no eres un intelectual: simplemente tienes conexión con Internet. Tú no eres un periodista: simplemente tienes un blog donde cuelgas tus pringosas ocurrencias. Tú no eres  un experto en comunicación: te limitas a parasitar con tu verborrea la desesperación de un modelo de negocio informativo que se hunde inevitablemente y para siempre”.

No sé por qué he recordado en esta tarde lánguida y calurosa  al maestro Gastón Baquero mientras la gente, en sus febriles cubículos, se estremece y aúlla con el partido correspondiente de la Eurocopa. “Mientras trabajamos y nos afanamos y nos ciega el presente tenemos que aprender de nuevo a esperar”, decía el viejo Bloch en El principio esperanza. Tal vez porque cada uno se refugia en lo que puede cuando la noche se empeña en prolongarse, con los ojos cerrados por el espanto, y las noticias ya no son malas, sino pésimas. Cuando vivimos una banca intervenida, una economía intervenida, una democracia intervenida, y nuestras intervenciones resultan, al cabo, perfectamente inútiles, sean una manifestación, una huelga o un artículo. Entonces marcho al cuarto cercano y las observo morosamente mientras duermen y esa imagen, de la que disfruto durante mucho tiempo en un silencio milagroso y tibio, una imagen e la que bebo como un agua fresca inacabable, me reconforta, me emociona y me fortalece como una piedra enamorada, porque mientras ese sueño sonriente y feliz continúe, mientras la vida respire y se reinvente cada día, no ha pasado nada realmente malo, fatal o irreparable. Y entonces, es inevitable, recuerdo un poema de Gastón Baquero, Breve viaje nocturno,  que me advierte lo cerca y lo lejos que están ellas, lo lejos y lo cerca que están para siempre nuestras almas.
Mi madre no sabe que por la noche,
cuando ella mira mi cuerpo dormido
y sonríe feliz sintiéndome a su lado,
mi alma sale de mí, se va de viaje
guiada por elefantes blanquirrojos,
y toda la tierra queda abandonada,
y ya no pertenezco a la prisión del mundo,
pues llego hasta la luna, desciendo
en sus verdes ríos y en sus bosques de oro,
y pastoreo rebaños de tiernos elefantes,
y cabalgo los dóciles leopardos,
y me divierto en el teatro de los astros
contemplando a Júpiter danzar, reír a Hyleo.

Y mi madre no sabe que al otro día,
cuando toca en mi hombro y dulcemente llama,
yo no vengo del sueño: yo he regresado
pocos instantes antes, después de haber sido
el más feliz de los niños, y el viajero
que despaciosamente entra y sale del cielo,
cuando la madre llama y obedece el alma.

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Burbujeando

Yo creo que hemos hecho lo suficientemente el idiota. Ya hemos acumulado las suficientes entrevistas con necios de ignorancia enciclopédica, con octogenarios que balbucen sandeces, con sabios pedáneos e historiadores aficionados, con videntes y curanderas, con científicos más preocupados en sí mismos y en ridiculizar al adversario académico y profesional que en el propio fenómeno volcánico. Creo, chicos y chicas, que ya hemos agotado todas nuestras reservas malolientes de titulares oligofrénicos, entradillas ilegibles, sumarios grotescos y prosa poética de batiburrillo. Un corresponsal de un periódico grancanario eligió incluso el volcán para retomar el inigualable estilo de sus redacciones de séptimo de EGB. Pocas cosas más patéticas que un periodista arrastrándose penosamente en busca de una metáfora, para encontrar al final un símil tan sobado como sus propios calzoncillos. Ah, sí, por supuesto. Pedirles a los medios actualmente que eludan el sensacionalismo es como solicitarle a un tiñoso que no se rasque. Y los políticos que vienen y van, que se solidarizan y llaman a la tranquilidad y luego llaman al restaurante. Y los mismos científicos enguruñados sobre sus propias estrategias de protagonismo, promoción o mero culichicheo. Es más que suficiente. Para ser sinceros ha sido demasiado. Lo último que he podido leer es a un adepto ferviente al gilicuquismo multidisciplinar proclamar que la erupción de El Hierro resulta, poco más o menos, una bendición celestial, un nuevo atractivo turístico excepcional, una promesa de prosperidad si las autoridades públicas se dan prisa y montan con dos duros, porque el espectáculo lo ha cedido gratuitamente la naturaleza, un parque temático sobre catástrofes vulcanológicas en el que las lapas podrán sustituirse por hamburguesas.

Prácticamente no he podido leer, escuchar o ver ninguna historia, y el periodismo consiste, básicamente, en contar historias para comprender un acontecimiento, no en ponerle la cámara, la alcachofa o la grabadora al primer bípedo o cuadrúpedo que se te cruce por delante. Y en El Hierro no se está viviendo ningún maldito espectáculo de luz, piroclastos y sonido, sino una durísima y mortificante crisis que amenaza con destruir una parte sustancial de la economía dela Isla.Yano se puede faenar. Ya no se puede ofrecer pescado y alojamiento a los miles de turistas que recalaban en El Hierro a lo largo del año. Cientos de personas duermen fuera de sus hogares con el impacto consiguiente en su vida cotidiana, y sin saber si este paréntesis exasperante y ruinoso durará semanas, meses o años. Pero el espectáculo debe continuar. Ha erupcionado nuestra imbecilidad colectiva, nuestra metódica confusión y algarabía, nuestra entrañable y extreñida ineficacia. Y cómo burbujeamos.

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Filtraciones

No me parece mal que se filtre la investigación judicial sobre la investigación de las finanzas del CCN. En general, y ustedes disculpen el cinismo profesional, a los periodistas no nos parece mal que se filtre nada. Un periodista escandalizado por las filtraciones es como un fabricante de morcilla indignado por la existencia de gotas de sangre en su mandil. Otra cosa distinta es que el periodista le otorgue credibilidad instantánea a la filtración. Forma parte del dispositivo hermenéutico de cualquier análisis de una filtración averiguar los motivos del filtrador. En el caso de Lorenzo Olarte, expresidentes de casi todo, ni siquiera se ha formulado (todavía) la imputación de un delito, pero las rumorosas fuentes nos aseguran que si lo hubiera se trataría de tráfico de influencias. Y sin embargo en la prensa grancanaria se han publicado supuestas conversaciones de Olarte con políticos de todos los partidos del establishment con el hipotético objeto de obtener tratos de favor o participar fraudulentamente en concursos públicos.
Hace algunos días la Fiscal Anticorrupción aseguró que todas las piezas del caso La Teresitas ya estaban encajadas, pero lo hizo después de solicitar otra prórroga extraordinaria de seis meses para trabajar en el inacabable sumario. La señora Farnés ironizó sobre las críticas por la lentitud en la instrucción, señalando que se trataba de un formidable Everest judicial: a su lado, Marbella debe ser la montaña de Taco, y el magistrado Miguel Ángel Torres, un sherpa reumático. Mientras culmina tan heroica escalada, y como la mies transmisible ha sido por el momento más bien poca, parece que los espectadores, es decir, los ciudadanos, deben encontrar que las ramificaciones de la investigación han sido rentables, descollantes, estremecedoras. No hemos llegado a lo más alto por el momento, pero contemplen ustedes el dantesco panorama que se avizora desde esta agreste cara de la montaña, queridos contribuyentes. ¿Ha valido o no las penas, las perras, las peanas?
Las razones del filtrador para filtrar sus cosas. Es una cuestión insoslayable. Tanto como contrastar la filtración proporcionada antes de publicarla. ¿Tiene Mario Cabrera una empresa de viveros de flores y plantas? ¿Ha hablado usted con el señor Lorenzo Olarte en los últimos años de concursos públicos en su área de competencias? Bueno, qué estupidez. Eso no sería una filtración. Eso sería periodismo.

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