Radiotelevisión Canaria

Si te vale la pena

Si el Parlamento de Canarias  no fuera – como el resto de las asambleas legislativas – una ligera caricatura de sí mismo la presidenta de la comisión de control de Radiotelevisión Canaria exigiría a Francisco Moreno, administrador único de RTVC,  que respondiese con precisión las preguntas de los diputados. Pero es que en el Parlamento de Canarias –como en el resto de las asambleas legislativas del país con pocas excepciones – las comisiones están presididas por diputados de la mayoría gubernamental. Una delicia democrática. En el caso de la llamada Comisión de  Control de la RTVC la presidencia la ostenta actualmente la señora Carmen Rosa Hernández, de Nueva Canarias, y en el último año y medio ha demostrado su profundo desinterés no solo en participar en los debates, sino incluso en que los debates – y sobre todo las respuestas – sean posibles. El resultado práctico es que Francisco Moreno ha respondido más o menos lo que le ha dado la gana, y cuando no ha querido responder algo, pues no lo ha hecho, con o sin pretextos, sin cortarse un pelo.

En la última sesión de la Comisión de Control, a finales del pasado noviembre, el diputado de CC José Alberto Díaz Estébanez le preguntó directamente a Moreno dos cosas: primero, quiénes eran los responsable de la redacción de los pliegos del concurso para proveer los medios e instalaciones de los informativos de la televisión autonómica; segundo, si los pliegos serían reformados ya convocado el concurso y anunciado el mismo en los boletines pertinentes de Canarias y la Unión Europea. El contrato se eleva a casi 58 millones de euros, 58 repito, pero Moreno –pisa, Moreno — no aclaró la identidad de los redactores, aunque eso sí, le contó a Díaz Estébanez  que no se preocupara su señoría, que los pliegos estaban muy bien.

Ahora, seis días antes de que expire el plazo para la presentación de ofertas, el administrador único anuncia — ¿a quién? – que se modificarán los pliegos y el plazo para las ofertas se alarga hasta mediados de febrero (por el momento). Se rumorea que lo que ha llevado a muchas productoras a  inhibirse no es ese absurdo rumor según el cual todo el mundo conoce el nombre del ganador, sino a la advertencia que indica que el gasto de 58 millones en el plazo de siete años “está condicionado a que exista crédito adecuado y suficiente desde 2013 a 2030”.  Los redactores se refieren, obviamente, a crédito asumido y concedido por el Gobierno de Canarias. ¿Y si no existe crédito, quién paga al contratista? Eso es lo que ha molestado a todo el mundo, incluso al objeto de los chismes tan malvados, tan unidireccionales, tan crueles. No, mira, Paquito, hijo, Román, hombre, si hace falta hablamos todos otra vez con Ángel Víctor, pero nuestras perritas no pueden estar condicionadas a la correspondiente reserva de crédito en los presupuestos generales hasta 2030. Esa coletilla genera inseguridad, duda metódica, un mal rollo hediondo  y tal. Parece mentira que no hayan asumido ustedes que para nosotros esto es cosa de vida o muerte. Esa coletilla infecta debe ser suprimida. De verdad, como si la sustituyen por un chiste de Manolo Vieira, pero su redacción actual, amigos y compañeros de la vida, es simplemente inadmisible. ¿Capisci?

Así que el periodo para admitir propuestas ha servido para que sea imperativo mejorar el pliego. Moreno ha pegado algunas palmadas para que no se retrase demasiada la cosa, como quien llamaba antes al sereno. Yo lo observo ahí sentado en las comisiones que no lo rozan, la cabeza hundida entre los hombros puntiagudos, las ojeras cada vez más pronunciadas, las miradas estrábicas entre la burla y el hartazgo, el pelo ceniciento y las manos torponas, y me gustaría preguntarle, como si fuera el hombre ambicioso pero digno del año 2000, si realmente vale la pena, Paco. Si te vale la pena. Si nos vale la pena a todos.

 

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Escepticismo palcolor

Los hermosos tiempos en los que los lectores no sabían localizar al articulista han desaparecido para siempre. Unos y otros participamos en las redes sociales y ahí terminamos por encontrarnos más allá (o más acá) del artículo del día. Sólo la mayoría de los venerables ancianos de la profesión – los que siguen labrando con su verbo florido, irónico y siempre desinteresado las ondas radiofónicas y los diarios de papel – no se asoman por las redes. No les interesan: están demasiado ocupados en las pequeñas o supremas conspiraciones, de las que las columnas son meras excrecencias, para ser o lucir como los artríticos reyes del mambo interminable. Que les aproveche, aunque el precio a pagar por todos es que sigan pudriendo esta profesión. Algún día alguien estudiará a esta primorosa generación que transformó el periodismo isleño en un ingenioso muladar donde instalaron su cinismo de garrafón o su sórdida hipocresía egomaníaca. En fin, lo que me han preguntado algunos lectores es si no me interesan los cambios en la RTVC, la marcha de Willy García, el nombramiento de Santiago Negrín. “¿Usted no escribe nada de eso?”, me apunta incluso algún indignado, porque ya se sabe que actualmente solo mereces existir si estás indignado.
Pues no, no me interesa mucho.
Mi desinterés parte de un profundo escepticismo. La nueva ley que regula la RTVC se hizo aprisa y corriendo en el último tramo de legislatura porque el presidente Paulino Rivero – magnífico ajedrecista del poder, aunque lo suyo sea el envido y la petanca – no quería correr el riesgo de perder a su mejor escudero político – el propio Willy García – antes de tiempo si no conseguía que CC lo designase por tercera vez candidato a la Presidencia del Gobierno autonómico. A finales del pasado año dos diputados – porque fueron solo dos – zurcieron el texto legal tomando básicamente como bienaventurado modelo la derogada ley de Televisión Española en vigor durante el mandato de José Luis Rodríguez Zapatero. Ha sido un disparate: la ley de Rodríguez Zapatero estaba diseñada para una televisión pública, mientras que la televisión autonómica responde a un modelo mixto con participación privada, en la que una productora proporciona bajo contrato contenidos no informativos. Todas las cautelas de la normativa para impedir la presencia de intereses y simpatías privadas en el denominado Consejo Rector se han burlado más o menos delicadamente: ya resulta un tanto raruno que algunos de los consejeros prefieran vender sus acciones o romper contratos a cambio de un cargo sin remuneración. Y a las tensiones entre los entrecruzados intereses políticos y empresariales se sumará la denuncia de los nuevos partidos en la Cámara regional, que no dejarán de observar, justificadamente, que tanto el Consejo Rector como su presidente han sido nombrados en una legislatura finiquitada que apuraba sus últimas semanas de vida. Desear mucha suerte a los nuevos responsables de la RTVC es un tanto ambigüo, sinceramente. ¿Mucha suerte, para qué?

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Las puertas del cielo

Una de las pasiones más incompresibles entre los periodistas isleños es el sueño de convertirse en director general de la radiotelevisión autonómica. Convendrán conmigo que, como suprema aspiración, resulta más bien extraña, y para contrastarlo basta con repasar la trayectoria profesional posterior de los que habitaron ese Empíreo, que no digo que esté mal, que conste, pero que tampoco ha resultado precisamente un ascenso ininterrumpido hacia la gloria cenital. Se buscan la vida como buenamente pueden y en algunos casos han aprendido entre asperezas a distinguir entre las lentejas y las lentejuelas. Y sin embargo en la mitología peatonal del oficio se sigue afirmando que muchos periodistas canarios venderían a su madre (si no lo hubieran hecho ya) por dirigir la televisión pública.
–Madre, que necesito cortarte la cabeza y ponerla en una fuente de frutas escarchadas para dirigir la televisión autonómica…
— ¿No te vale con que me tiña el pelo de azul?
— No. A ver ese pescuezo…Mujer, que con ese pescuezo no consigo ni la mayoría absoluta de la Cámara
Supuestamente mañana viernes se presentarán en el Parlamento la lista de los miembros del Consejo Rector de la Radiotelevisión Canaria, organismo creado en la nueva ley que regula el ente público, y cuyo presidente asumirá, finalmente, la Dirección General de la Cosa. La flamante normativa, aprobada en el penúltimo suspiro de la legislatura, representa la voluntad de las principales fuerzas políticas (CC, PP y PSOE) de escenificar barrocamente una televisión pública plural, abierta y participativa. A tal fin, por ejemplo, han trufado de tantas incompatibilidades la figura de los consejeros que solo pueden optar razonablemente a tal condición los jubilados, los desempleados y los muertos, pero les aseguro que los muertos, los desempleados o los jubilados que serán examinados y votados por sus señorías han sido ya negociados y consensuados por coalicioneros, conservadores y socialistas. Pero lo importante no es eso. Lo importante no es cumplir formalmente con las disposiciones de una ley que mimetiza con fárrago leguleyo y pompa dramática la que rigió los destinos de la Televisión Española en la etapa presidencial de José Luis Rodríguez Zapatero. Lo realmente descollante es que este consejo rector – y a la postre el inminente director general – será elegido por un parlamento que agota los últimos meses de la legislatura, al borde mismo de la campaña preelectoral, y sobre todo, que en este tránsito brilla por su escandalosa ausencia un debate sereno y riguroso sobre el modelo de televisión pública que necesita este país cuando RTVC cumple, precisamente, veinte años de emisión. Un debate sobre los errores cometidos, las perversiones acumuladas, las paparruchadas fomentadas, los despilfarros tolerados, las inepcias y desvergüenzas jaleados o la marrullería como compromiso profesional y estética palcolor. Ni una palabra al respecto, por supuesto. Pibes y pibas prometedores, córtenles el cuello, con el borde de un folio con tres firmas, a sus santas madres, después de que las viejitas disfruten por última vez, por supuesto, de En clave de Ja.

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Willy García, en clave de ja

La diputada Ángela Montelongo preguntó al director general de la Radiotelevisión Canaria, en sede parlamentaria, por algunas producciones televisivas que había adquirido hace años el ente público a un precio entre sabrosón y escandaloso y que jamás había emitido. Las facturas ascendían a varios cientos de miles de euros y el beneficiario era una empresa de Francisco Padrón, ex-jefe de García en Radio Club Tenerife, quien solo comparte con Cernuda una fascinación efébica que ha pasado por los juzgados. El director general de la tele canaria, Willy García, se negó a contestarle porque su exquisita pituitaria le advirtió que lo que pretendía Montelongo era armar “morbo político”. Es una respuesta curiosa. Ya no porque, por enésima vez, el señor García se niega a responder a las preguntas de los diputados como si fuera una opción a su alcance y no una bofetada de laja encorbatado a la diputada, al Parlamento y a los ciudadanos por él representados, sino porque uno de los objetos más morbosos de la política regional, desde hace años, es precisamente el señor García.
Incluso en la selva selvaggia de las televisiones autonómicas resulta difícil encontrarse con una patología política como la que representa Guillermo García, que se considera exonerado de rendir cuentas al consejo de administración de la entidad pública que dirige (un consejo de administración que los partidos políticos mayoritarios, ciertamente, han convertido en inoperante primero y han destruido después) y ni responde a las preguntas de los diputados ni, si se tercia, se reprime a la hora de descalificar a sus señorías. Pero lo más sorprendente de este escándalo cotidiano – que debió ser interrumpido fulminantemente hace años por una dimisión o una destitución – es cómo se diluye en el debate político, en los medios de comunicación y en la propia sociedad civil canaria, si admitimos hipotéticamente que existe tal cosa como la sociedad civil canaria.  La nueva ley de la Radiotelevisión Canaria, uno de los compromisos programáticos del pacto entre CC y el PSC-PSOE, sigue durmiendo plácidamente en alguna gaveta entre fotos de La Revoltosa. Los socialistas han mudado su antigua crítica acerada hacia la gestión de la tele autonómica en un silencio cómplice, acomodaticio y profundamente estúpido. La prensa bosteza y ni las productoras que no comparten amistades ni los trabajadores del ente público mueven ya una ceja. Entre todos nos hemos resignado a la gestión opaca, salpicada de sospechas inquietantes y ayuna de explicaciones solventes de Willy García. Una anomalía que se conlleva estoicamente como si se tratara de una afección oncológica o unos golondrinos inextirpables. Un morbazo permitido de vez en cuando en las tribunas parlamentarias. Un espectáculo espasmódico en el que el señor García, cuando se le antoja hablar, lo hace siempre en clave de ja,ja,ja.

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El escándalo cotidiano

Algunos recordamos todavía – siquiera vagamente – que uno de los compromisos del pacto de gobierno entre Coalición Canaria y el PSC-PSOE era la reforma del modelo de elección del director general de la Radio Televisión Canaria y de sus órganos de gestión.  En la pasada legislatura  los socialistas se habían mostrado singularmente beligerantes contra el director de la RTVC, Guillermo García, por buenas razones que el transcurso del tiempo solo ha incrementado, cuantitativa y cualitativamente. Sin embargo está próximo a cumplirse el tercer aniversario de las últimas elecciones autonómicas y el proyecto de ley de reforma de la tele sigue reposando en un cajón, no se sabe  si del escritorio de José Miguel Barragán, de José Miguel Ruano o de Pepe Benavente. Los socialistas no se acuerdan ya ni del nombre del director del ente público.
–¿Le suena a usted Guillermo García?
–¿García?
–Willy.
–¿García o Willy dice usted?
–¿No le suena? García y García.
–¿Cómo?
–García Checa.
–¿Es checa y se llama Willy?
Es un incumplimiento flagrante del pacto que no perturba la digestión de José Miguel Pérez. Nada perturba política ni fisiológicamente al profesor Pérez, que ha creado la teoría y la praxis de un budismo socialdemócrata ajeno a los males de este mundo: en la voluntad anida la infelicidad y lo mejor es suprimir cualquier impulso volitivo para que la Consejería de Educación siga en manos de un militante socialista. Quizás a los actuales dirigentes del PSC-PSOE lo único que les queda, una vez liquidado su programa, su aspiración de mayoría política, su renovación organizativa y su implicación con la sociedad civil es, precisamente, su modesta, cataléptica, susurrante  participación en el Ejecutivo regional.
La continuidad de Guillermo García al frente de la televisión autonómica, después de sus burlas, desaires y secretismos frente al Parlamento y a su propio consejo de administración, después de los malolientes informes de la Audiencia de Cuentas y de su reprobación por la Mesa de la Cámara, supone un escándalo. Un escándalo cotidiano a la que el relato político isleño se ha habituado, como los hombres y mujeres del Medievo estaban acostumbrados a la peste bubónica.

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