Parlamento de Canarias

Una victoria legal de todos

Por una vez cabe apartar un lado las tonterías. Bobadas inconsútiles como la penúltima, testaruda guanajada de Paulino Rivero, que agita su ocurrencia sobre la “soberanía compartida” como una solución estupenda para que el Gobierno español no privatice parcialmente Aena o evite presentar en las Cortes un proyecto de presupuestos generales para 2015 tan obviamente lesivo para Canarias como todas las cuentas presentadas por Cristóbal Montoro en los últimos años. Porque semejante nadería es tanto como afirmar que cuando dispongamos de reactores de fusión nuclear tendremos energía prácticamente gratuita hasta el fin de los tiempos. Consiste, simplemente, en confundir un objetivo estratégico – que el propio partido de Rivero, Coalición Canaria, no ha debatido seriamente – con un instrumento político actualmente operativo. “Ah, si mi partido, la Comunidad autonómica, el Gobierno español, la Constitución y el Tribunal Constitucional me dieran la razón en lo de la soberanía compartida, estas cosas tan desagradables no ocurrirían”, musita quizás el presidente del salón en el ángulo oscuro. Pues que entretenido.
A veces, sin embargo, hasta en el Parlamento de Canarias se puede registrar señales de vida inteligente y un benéfico interés por los asuntos que no transcurren necesariamente por sus despachos y pasillos alfombrados. La Cámara regional acaba de aprobar, por casi milagrosa unanimidad, la ley de no discriminación por motivo de identidad de género y de reconocimiento de los derechos de las personas transexuales,  un texto legal que garantiza “el derecho de las personas que adoptan socialmente el sexo contrario al de su nacimiento de recibir de las administraciones públicas canarias una atención adecuada a sus necesidades médicas, psicológicas, jurídicas y de cualquier otra índole”. Todos los grupos parlamentarios, incluido el PP, votaron favorablemente la nueva normativa, currada básicamente por los colectivos de lesbianas, gays, bisexuales y transexuales de las islas, hasta el punto de sus señorías apenas aportaron tres o cuatro enmiendas menores. Algunos amigos y amigas maliciosos me han contado que, satisfechos como están, no dudan que los grandes partidos han votado la ley sabiendo a la perfección que, por ejemplo, la atención médica, jurídica o psicológica de las administraciones públicas a los colectivos LGTBQ será negada de facto argumentando las actuales restricciones presupuestarias. Aun así es un paso jurídico importante que deben celebrar todos los ciudadanos, simplemente, porque los derechos de todos se ven reforzados cuando se reconocen los derechos de una minoría frente a cualquier ignominiosa forma de discriminación, opresión o persecución.

Note bene:
“La lucha contra la homofobia no puede darse aisladamente haciendo abstracción del resto de injusticias sociales y de discriminaciones, sino que la lucha contra la homofobia sólo es posible y realmente eficaz dentro de una constelación de luchas conjuntas solidarias en contra de cualquier forma de opresión, marginación, persecución y discriminación. Repito. No por caridad. No porque se nos exija ser más buena gente que nadie. No porque tengamos que ser Supermaricas. Sino porque la homofobia, como forma sistémica de opresión, forma un entramado muy tupido con el resto de formas de opresión, está imbricado con ellas, articulado con ellas de tal modo que, si tiras de un extremo, el nudo se aprieta por el otro, y si aflojas un cabo, tensas otro. Si una mujer es maltratada, ello repercute en la homofobia de la sociedad. Si una marica es apedreada, ello repercute en el racismo de la sociedad. Si un obrero es explotado por su patrón, ello repercute en la misoginia de la sociedad. Si un negro es agredido por unos nazis, ello repercute en la transfobia de la sociedad. Si un niño es bautizado, ello repercute en la lesbofobia de la sociedad”. (Paco Vidarte, Ética marica)

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La comisión buhonera

A los diputados autonómicos nunca les preocupó que se divulgaran sus salarios y dietas. A algunos, ciertamente, no les agradaba, y emplearon en su momento argumentos tan peregrinos como que la gente no terminaría de entender sus emolumentos, cuando si algo inteligible para todo el mundo es un sueldo. La regulación de las sicav o un contrato hipotecario pueden ser confusos; un sueldo, jamás. El presidente del Parlamento, Antonio Castro, se lanzó a un compromiso heroico que estremeció a Pericles en la tumba: los sueldos de sus señorías serían publicados. Don Antonio Castro, sin embargo, es víctima de la tendencia de confundir el puntilloso rigor con la pachorra infinita, y el proceso de clarificación salarial de los diputados se prolongó largos meses. Por fin se procedió a contarlo, pero la incorporación de las retribuciones a la página web de la Cámara regional se demoró todavía un poco. Todo este extenuante esfuerzo para publicar que el salario bruto mensual de un diputado raso es de 3.829 euros.
Sin embargo el mayor secreto económico del Parlamento canario no está en las retribuciones de los diputados, las ñapas por pleno y comisión o los salarios sabrosones que devengan su presidente y los miembros de la Mesa. El mayor enigma purulante se encuentra en la concesión de las compatibilidades que sus señorías se conceden a sí mismos sin que exista ningún marco regulatorio al respecto. Gracias a la sentencia del denominado caso Europa – aunque ya era obvio para todos – se ha confirmado que el diputado del PP, Jorge Rodríguez, cobra como parlamentario con dedicación exclusiva y, simultáneamente, mantiene abierto su próspero bufete como abogado. Sin duda el señor Rodríguez cuenta con la autorización de la Cámara para este reconfortante doblete, pero en ese beneplácito se encuentra, precisamente, lo democráticamente escandaloso. Una Comisión del Estatuto del Diputado es que la examina a puerta cerrada y sin el menor atisbo de publicidad las solicitudes de los representantes para cobrar íntegramente su salario como tales y, al mismo tiempo, continuar ejerciendo su profesión en el ámbito público o privado. Es imposible resistirse a la sospecha de que las autorizaciones se negocian exclusivamente atendiendo al usual trapicheo partidista, en el que se  intercambian cromos, es decir, diputados supuestamente hiperactivos, para satisfacción de todos. A Canarias le urge perentoriamente una amplia reforma política e institucional si se pretende que la deslegitimación democrática no siga erosionando un sistema cada vez más esclerótico e inútil. Desde luego, pueden existir otras prioridadades, pero nada más fácil, si los partidos se decidieran a su propia higienización, que comenzar por esa oscura comisión, mezcla de santasantorum provinciano y refugio de buhoneros.

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Impunemente romántico

Verán, existe una engreída arrogancia instalada en una percepción de infinita impunidad y es la que hunde sus raíces en el dinero. No en la ocupación de un cargo público, no en la acumulación de títulos académicos o de oposiciones ganadas que adonan las paredes como trofeos de caza, sino lisa y llanamente en la pasta. En muchísima pasta. La pasta significa la evidencia empírica del éxito y el éxito siempre es merecido: si son ricos es porque son más inteligentes, más listos, trabajan más duramente, han salido libar las preciosas flores de la vida. Y una vez que has alcanzado una riqueza más o menos apabullante a ver quién te tose. Si los muy ricos se sienten invulnerables es porque lo son. Especialmente en comunidades chiquitas – digamos una pequeña isla en el Atlántico – donde los intereses políticos, empresariales y profesionales se entrecruzan fraternalmente y los riquísimos mandan – aunque no siempre gobiernan – sin mayores reservas, resistencias o reproches desde que los primeros invertebrados llegaron flotando a las costas del archipiélago.
Hace algunas semanas un exdirigente del PP, universalmente conocido por sus groserías, burradas y demás  excesos verbales, consiguió un minuto de gloria mediática nacional llamando a Madina “el cojito de ETA”. Pero si en el ámbito político isleño puede detectarse a un prócer singularmente aficionado a la impertinencia hiriente y a la retórica de la grosería jactanciosa es don Miguel Cabrera Pérez-Camacho, egregio abogado y diputado regional del Partido Popular. Una retórica de la grosería que es transformada por sus palmeros y por su misma señoría en una suprema expresión de sinceridad acrisolada. La ordinariez petulante queda elevada a prueba inequívoca de una irrestricta libertad personal. El señor Cabrera Pérez-Camacho suele ufanarse de esa independencia y no oculta la relación directa entre su autonomía personal y su patrimonio.  Cabe sospechar que idéntica relación existe entre sus intolerables hemorragias verbales y su elevada posición social. Ayer mismo, en el Parlamento de Canarias, y mientras se discutía un asunto tan complejo como ajeno a su salerosa ocurrencia  –la nueva ley de la agencia tributaria canaria – don Miguel Cabrera lanzó una de sus floridas vulgaridades contra la directora del Instituto Canario de Igualdad, Elena Máñez, de la que dijo que era evidente que “jamás había disfrutado de una cena romántica”.
Nadie contestó a esta nueva y pringosa chuminada del diputado conservador. Quizás porque nadie conoce las virtudes trascendentales de una cena romántica. ¿Puede mejorar el funcionamiento de un organismo público? ¿Una cenita romántica, con champán y velitas para dos, podría  dulcificar las relaciones entre el director de un despacho de abogados especializado en derecho tributario y un fiscal que ha encontrado indicios de delitos fiscales?

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Una RIC para la claqué empresarial

La Reserva para Inversiones en Canarias (RIC), regulada en la ley del Régimen Económico Fiscal de Canarias de 1994, no supuso una novedad inmaculada. Tiene como antecedente del Fondo de Previsión para Inversiones, recogida en el REF aprobado en las postrimerías del franquismo, y aunque su regulación jurídica resulta evidentemente distinta, también era en sustancia un incentivo fiscal (una reducción de la base imponible) dirigido a la autofinanciación y a la inversión empresarial. Ya saben ustedes: gracias a la RIC se podía eludir el Impuesto de Sociedades hasta el límite del 90% del beneficio obtenido después de impuestos no distribuido.  No es disparatado suponer que durante su vigencia el total de fondos de la Reserva de Inversiones se eleve al 20% del actual PIB de la Comunidad autonómica. Y al mismo tiempo ya es hora de reconocer que la RIC – al igual que el FPI en sus años – se ha mostrado inútil para aumentar la inversión empresarial productiva en las islas, crear empleo y diversificar la economía. La RIC se ha sepultado en ladrillos, en naves industriales y, en un porcentaje muy inferior, en deuda pública. Hasta cierto punto se ha convertido en un incentivo perverso dentro de un modelo de crecimiento económico intensivo y estanco, un mecanismo que ha servido para reproducir lo peor y no para buscar espacios de cambio y transformación económica. Las empresas que se han acogido a la RIC aumentaron su desapalancamiento, su capacidad de financiación propia, pero no invirtieron productivamente, y la Reserva de Inversiones no llevó a la dinamización del tejido productivo, sino al estímulo de una figura –muy conocida en estos andurriales archipielágicos – del empresario rentista.
Años llevan ya las principales fuerzas políticas canarias debatiendo sobre si la RIC, en el nuevo REF que debe ser convalidado por las Cortes y aprobado por Bruselas, debería poder invertirse en el extranjero y, particularmente, en África. Ahora es el PP quien asume este disparate, porque una RIC que permita invertir en el extranjero será otra cosa, pero no el dispositivo fiscal del REF de 1994. Que una región inmersa en una crisis económica y social como Canarias se plantee, para materializar la RIC, la inversión empresarial africana deja muy claras las prioridades del PP y su absoluto desprecio por el martirio colectivo y cotidiano de cientos de miles de canarios. Quieren contentar a su claqué empresarial y ampliar el recurso al ladrillo, la construcción y la especulación inmobiliaria fuera de nuestras fronteras.  Quieren, nada menos, normalizar jurídicamente la evasión de capital fiscalmente exonerado al extranjero.

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Añoche soñé que volvia a hacer periodismo en Manderley

El Parlamento de Canarias, más exactamente, su presidente y su mesa, han declarado personas non gratas a los periodistas parlamentarios, y lo han hecho con el silencio cómplice (o la pachorra indiferente) de los distintos portavoces y grupos políticos. Ni la Presidencia ni la Mesa, por supuesto, han emitido ninguna declaración institucional específica en este sentido, aunque observando el bochornoso transcurso de los acontecimientos de los últimos años, sus esfuerzos por entorpecer una y otra vez el trabajo de los profesionales de la información,  su cada vez más abierto desprecio hacia los periodistas, cabe colegir que quizás no fuera por falta de ganas. Los responsables del gobierno parlamentario comparten implícitamente el juicio de Bismark sobre los periodistas: son individuos que, sin excepciones, se han equivocado de vocación. Que se busquen otra y dejen de inmiscuirse en las digestiones plenarias de sus señorías y de reflejar críticamente sus brillantes diálogos de besugos.

Esta semana la humillación hacia los periodistas parlamentarios llegó a un límite insólito. Por primera vez en treinta años se les prohibió entrar en el Parlamento para realizar su trabajo. Con la crisis política originada por la moción de censura en el Cabildo de La Palma como punto único del orden del día, coalicioneros y socialistas habían convocado la mesa del seguimiento del pacto que sostiene al Gobierno de Paulino Rivero. Los representantes de Coalición Canaria y el PSC-PSOE decidieron reunirse en la Cámara por la tarde y ahí se presentaron los periodistas. La mecánica, en estas ocasiones, es muy sencilla. Los periodistas no entran en el Parlamento a huronear entre las cortinas o a buscar revistas porno  bajo los escaños vacíos. Esperan pacientemente a que termine la reunión (lo que puede durar quince minutos o tres horas) y recogen declaraciones de los negociadores. En esta ocasión no fue así. Un ujier les cerró el paso y el agente de la Policía canaria les invitó a salir a la calle. Ante las asombradas protestas el ujier aseguró que un diputado – se ha mencionado el nombre de su señoría Manuel Fajardo, portavoz del grupo parlamentario socialista, quien posteriormente negó que ordenara nada – había prohibido la entrada. Los periodistas debieron esperar en la vía pública. Esa misma noche el PSC-PSOE emitió varios tweets al respeto,  exculpando una y otra vez a Fajardo, que incluso se expresaba “dolido” porque alguien lo creyese capaz de fastidiar a los periodistas, a los que con un recochineo ejemplar mandaba un saludo cariñoso.  Por su parte, el diputado Asier Antona, presidente del grupo parlamentario del PP y su secretario general, aseguraba, en la misma red social, que pediría explicaciones al respecto.

Lo malo es que ni Fajardo, ni Antona, ni ningún diputado, en realidad, pueden ignorar verosímilmente el estúpido acoso que están sufriendo los periodistas que cubren el Parlamento de Canarias en los últimos años: los que coinciden con la presidencia de Antonio Castro Cordobez. Desde impedir a los periodistas (incluidos los gráficos) su estancia en los pasillos hasta prohibir tajantemente que los redactores que obtengan imágenes fotográficas, desde acotar la tribuna de prensa con un ridículo cordón – con lo que pocos pueden asistir a los debates en el mismo salón de plenos – hasta ralentizar hasta la desesperación cualquier información que se solicite, por parte de la prensa, a la Mesa de la Cámara, pasando por apagar – sí, apagar – las luces para que los informadores, simplemente, no puedan trabajar. La meta última deseada por el presidente y la Mesa del Parlamento – no puede extraerse otra conclusión – lleva a que los periodistas queden estabulados, como silenciosos corderos, en la sala de prensa y sigan el desarrollo de los plenos por el circuito cerrado de televisión. Se admite algún balido de espanto si toma la palabra su señoría Manuel Fernández.

Estas intolerables e intolerantes medidas coercitivas no figuran en ningún reglamento ni protocolo pergeñado por Castro Cordobez y sus compañeros de la Mesa ni mucho menos han sido negociadas con los periodistas. Han sido impuestas desde la arbitrariedad más despendolada, aunque nunca con un mal gesto por parte del presidente, al que le gusta actuar desde un paternalismo estratosférico que se sorprende sinceramente ante las quejas por su grosera prepotencia. Por supuesto que una de las claves de esta situación es la personalidad de Antonio Castro y el sello lacrado que (digámoslo así) ha impuesto al gobierno parlamentario. Castro Cordobez es particularmente celoso del protocolo, la jerarquía y la hipotética grandeur de su cargo.  Más que un diputado (y un político muy activo) del siglo XXI su figura, su estructura mental y su estilo se corresponde al de un senador de la Restauración canovista. Y desde ese punto de vista los periodistas tienen su lugar, por supuesto: una esquina dotada de un televisor para reproducir estenográficamente lo que mascullan, gritan o tartamudean los representantes parlamentarios. Que nadie ose pertubar el sagrado orden de la sede de la soberanía popular. De esta manera, Antonio Castro gobierna la Cámara como el ama de llaves de Rebeca gobernaba la mansión, su mansión, con sus pruritos inescrutables y cambiantes, sus miradas polisémicas y sus ternos oscuros. Y los periodistas deben saber que ni se puede corretear por las escaleras ni visitar las habitaciones cerradas a cal y canto en Mardeley.

Pero, ¿y la actitud del resto de la Mesa del Parlamento? ¿Y los presidentes y portavoces de los grupos?  Ni saben ni contestan, pero en ningún caso parecen excesivamente molestos por la situación. Las obsesiones persecutorias de Castro Cordobez no les perjudican en la coyuntura de mayor mediocridad política, intelectual y oratoria que se ha vivido en la Cámara. Los parlamentos de los años ochenta eran el senado de la República romana comparados con el hedor de la actual miseria que impregna el edificio de la calle Teobaldo Power. El desprecio cómplice hacia la prensa es una manifestación más de la partidización y burocratización de la praxis parlamentaria. Un parlamento al que algún diputado, en un pasado no demasiado lejano, me definió como “una cosa nuestra, de los partidos”. Una cámara entendida como cosa nostra, efectivamente. ¿Cómo conceder credibilidad a propósitos de transparencia y regeneración democrática cuando se obstaculiza a los periodistas informar en el propio parlamento?  ¿La desafección a la democracia representativa se corrige desinfectando de actividad periodística el recinto parlamentario para reducir al mínimo los molestos testigos presenciales? Cada día, en el mismo Parlamento de Canarias, se le está poniendo una zancadilla al derecho a la información y la propia legitimación política del sistema parlamentario.

Publicado el por Alfonso González Jerez en Me pagan por esto 1 comentario