Pedro Sánchez

Poder y poderío

Hace muchos años Michel Foucault lo dejó claro, aunque se nos olvide siempre: el poder, el poder político, está presente en todos los niveles de la sociedad, y no es algo que se posea, una suerte de garrote que se pueda blandir amenazadoramente, sino una estructura de relaciones que se expresa en actos concretos. El poder es siempre una relación cotidiana, un binomio de fuerza y resistencia en tensión permanente, no una sustancia milagrosa. El poder es el acto de volar, no el supuesto polvo en las alas que permite cruzar el prado a una mariposa.

Está, por supuesto, la relación más anecdótica, la que tiene el poderoso con el poder. Da bastante grima. Observa uno al presidente Pedro Sánchez en la tribuna del Congreso de los Diputados y comprueba cómo ha envejecido en cuatro años. Se le empieza a cuartear el rostro, se cubre de canas, le cuesta ocultar el endurecimiento de la mirada. Comparen ustedes igualmente al Ángel Víctor Torres con el de la primavera de 2019. Hoy, a ratos, parece un anciano entusiasta. A todos les ocurre lo mismo. Es el suyo un oficio duro, ingrato, a menudo agotador, hastiante o asqueroso. Nunca he terminado de entender lo que les lleva a ese sacrificio espeluznante en el que estás condenado a parecer (a ser) la imagen que los demás tengan de ti. A sufrir todos los desaires, todas las traiciones y todos los odios, de los que no les rescatan la adoración mercenaria de tus compañeros y colaboradores. El poder es lo más parecido al infierno en la tierra: sus llamas calienta el alma y destruyen el espíritu. No, no es servicio público. Es un vacío que solo puede ser rellenado por poder.

Ayer Pedro Sánchez realizó un pequeño acto de poder que disfrazó como una exhibición de poderío. Lo hizo anunciándolo. Es importante no dejarse distraer por la fraseología del líder de izquierdas en combate por el pueblo. El grueso de las medidas anunciadas ayer caben en dos espacios: la socialdemocracia y la excepcionalidad inflacionista. Macron, que no es precisamente un progre, ha estatalizado la principal empresa eléctrica de Francia. Los anuncios de Sánchez: abonos de transporte gratuito (en Canarias no opera RENFE ni disponemos de trenes de cercanías: a ver qué hacen), una pequeña ayuda suplementaria a los becarios, un programa de educación computacional en las escuelas. El resto del “paquete de medidas” (no confundir con las medidas del paquete) aprobado apenas el mes sigue adelante. Lo más retumbante en el discurso de Sánchez, por supuesto, fueron los nuevos impuestos de carácter puntual y provisional. Impuestos extraordinarios al oligopolio energético y a la banca durante 2022 y 2023. No hay mayores precisiones técnicas,  pero el presidente adelantó que con ambas el Gobierno pretende recaudar unos 3.500 millones de euros para financiar todas las ocurrencias.  Para hacerse una idea, los gastos previstos en los presupuestos generales del Estado para 2022 se elevan a 458.000 millones de euros, de los que 27.633 son fondos europeos.

La eficacia de la mayor parte de este programa extraordinario del Ejecutivo es –por decirlo suavemente – muy discutible. La acción que parece más próxima a combatir la inflación – abaratar el transporte público —  solo despierta escepticismo entre los economistas; puede leerse al respecto un breve pero enjundioso artículo de Javier Campo y Juan Luis Jiménez (profesores de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria) en el blog Nada es gratis. “Un abaratamiento de los precios del transporte”, apuntan Campo y Jiménez, “no tendrá impacto suficiente sobre la demanda”.  En términos políticos Sánchez triunfó: ha bastado con el anuncio de sendos tributos a bancos y eléctricas para que las izquierdas aplaudan extasiadas. Ser de izquierda en España siempre ha sido fácil: basta con tocar un par de teclas de una destartalada pianola ideológica. Gobernar para la mayoría garantizando cohesión social y territorial ya es más difícil. Gestiona mal su poder quien no busca gestionar mejor la realidad, sino vigorizar por unos meses una inestable mayoría parlamentaria.  

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Un largo invierno

“Definitivamente/parece confirmarse que este invierno/ que viene, será duro./Adelantaron las lluvias, y el Gobierno, /reunido en consejo de ministros/no se sabe si estudia a estas horas/el subsidio de paro/ o el derecho al despido,/o si sencillamente, aislado en un océano, /se limita esperar que la tormenta pase…” No, no es octubre de 1959, cuando Gil de Biedma escribió estos versos desesperanzados. Aunque es curioso, el Plan de Estabilización diseñado entonces por Ullastres y Navarro significó la superación definitiva de la posguerra económica, abrió puertas al desarrollo del capital sin las rigideces del intervencionismo y concedió así una pátina de legitimación a la dictadura franquista. En una situación todavía durísima, en la España de finales de los años cincuenta, existían esperanzas: desde liquidar la dictadura y celebrar la revolución hasta poder comprarse un pisito o un seat, prosperar modestamente, conseguir que los hijos pisaran la Universidad.  Hoy el futuro  es una superstición que pocos comparten. Llevamos sumergidos quince años en una crisis interminable que ha señalado con fuego los límites reformistas de la democracia representativa y el capitalismo globalizado.  ´

Esa célebre pregunta que ronda al Gobierno central y a los dirigentes socialistas (“¿por qué perdemos apoyos en las encuestas si subimos el salario mínimo, protegemos mejor el empleo y la empleabilidad, aumentamos las pensiones, financiamos los ERTE?”) tiene una respuesta sencilla, aunque dura: eso es lo mínimo que deberían ustedes hacer. Muchas de las medidas del penúltimo plan de Pedro Sánchez contra la inflación y la crisis económica se han puesto en marcha por gobiernos de centroderecha – por ejemplo, Macron firmando cheques de 100 euros al mes a aquellos franceses que ganen menos de 2.000 euros netos mensuales – y en algún caso han servido de inspiración al Ejecutivo español – según el propio Sánchez el Ministerio de Hacienda está estudiando el impuesto extraordinario sobre combustible impulsado por el gobierno de Draghi. Obviamente Sánchez y sus socios  han presentado su panoplia de medidas como fruto de un acendrado compromiso izquierdista, pero en su mayoría están siendo aplicadas por gobiernos de centroizquierda y centroderecha de toda Europa. Y por una razón elemental: porque es lo que se puede hacer en los márgenes políticos y jurídicos de la UE y del orden económico internacional.

Y esa es precisamente la clave de la puerca ingratitud de la gente y en muchos casos de una desafección del voto de izquierdas, rosado o morado: la evaporación de cualquier alternativa real y la inutilidad de los viejos valores  — el sacrificio, el mérito, el trabajo, la solidaridad vecinal, la familia – que concedían sentido a la vida individual y colectiva.  Han desaparecido y ya no volverán. Sin un proyecto político alternativo y transversal que no sea una suma de pequeñas y ombliguistas batallas la izquierda está perdida. Quizás sea contraproducente, incluso, insistir en logros histéricos y triunfos apoteósicos. En vez de provocar admiración enervan o hastían a los ciudadanos porque, curiosamente, lo único que se le ocurre al político, para estremecer al público, en lanzarse a la hipérbole más desquiciada. Observen la (supuesta) inauguración de cincos parques eólicos de La Gomera con la presencia estelar del presidente Ángel Víctor Torres. Primero, es la presentación del proyecto, que no tardará menos de un lustro en completarse. Segundo, es muy improbable que cubra “toda la demanda” de La Gomera. Los aerogeneradores no suelen cubrir “toda la demanda” en ningún sitio porque a veces no hay viento y en ocasiones hay demasiado. Por esa misma razón roza la bobería imaginar que La Gomera pueda “exportar energía limpia”. La transición energética no es ya “una realidad” cuando ni siquiera está en pie un puñetero aerogenerador.

El poeta tenía razón. Este invierno será duro y durará más de tres meses.  

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Poder y poderío

Hace muchos años Michel Foucault lo dejó claro, aunque se nos olvide siempre: el poder, el poder político, está presente en todos nos niveles de la sociedad, y no es algo que se posea, una suerte de garrote que se pueda blandir amenazadoramente, sino una estructura de relaciones que se expresa en actos concretos. El poder es siempre una relación cotidiana, un binomio de fuerza y resistencia en tensión permanente, no una sustancia milagrosa. El poder es el acto de volar, no el supuesto polvo en las alas que permite cruzar el prado a una mariposa.

Está, por supuesto, la relación más anecdótica, la que tiene el poderoso con el poder. Da bastante grima. Observa uno al presidente Pedro Sánchez en la tribuna del Congreso de los Diputados y comprueba cómo ha envejecido en cuatro años. Se le empieza a cuartear el rostro, se cubre de canas, le cuesta ocultar el endurecimiento de la mirada. Comparen ustedes igualmente al Ángel Víctor Torres con el de la primavera de 2019. Hoy, a ratos, parece un anciano entusiasta. A todos les ocurre lo mismo. Es el suyo un oficio duro, ingrato, a menudo agotador, hastiante o asqueroso. Nunca he terminado de entender lo que les lleva a ese sacrificio espeluznante en el que estás condenado a parecer (a ser) la imagen que los demás tengan de ti. A sufrir todos los desaires, todas las traiciones y todos los odios, de los que no les rescatan la adoración mercenaria de tus compañeros y colaboradores. El poder es lo más parecido al infierno en la tierra: sus llamas calienta el alma y destruyen el espíritu. No, no es servicio público. Es un vacío que solo puede ser rellenado por poder.

Ayer Pedro Sánchez realizó un pequeño acto de poder. Lo hizo anunciándolo. Es importante no dejarse distraer por la fraseología del líder de izquierdas en combate por el pueblo. El grueso de las medidas anunciadas ayer caben en dos espacios: la socialdemocracia y la excepcionalidad inflacionista. Macron, que no es precisamente un progre, ha estatalizado la principal empresa eléctrica de Francia. Los anuncios de Sánchez: abonos de transporte gratuito (en Canarias no opera RENFE ni disponemos de trenes de cercanías: a ver qué hacen), una pequeña ayuda suplementaria a los becarios, un programa de educación computacional en las escuelas. El resto del “paquete de medidas” (no confundir con las medidas del paquete) aprobado apenas el mes sigue adelante. Lo más retumbante en el discurso de Sánchez, por supuesto, fueron los nuevos impuestos de carácter puntual y provisional. Impuestos extraordinarios al oligopolio energético y a la banca durante 2022 y 2023. No hay mayores precisiones técnicas,  pero el presidente adelantó que con ambas el Gobierno pretende recaudar unos 3.500 millones de euros para financiar todas las ocurrencias.  Para hacerse una idea, los gastos previstos en los presupuestos generales del Estado para 2022 se elevan a 458.000 millones de euros, de los que 27.633 son fondos europeos.

La eficacia de la mayor parte de este programa extraordinario del Ejecutivo es –por decirlo suavemente – muy discutible. La acción que parece más próxima a combatir la inflación – abaratar el transporte público —  solo despierta escepticismo entre los economistas; puede leerse al respecto un breve pero enjundioso artículo de Javier Campo y Juan Luis Jiménez (profesores de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria) en el blog Nada es gratis. “Un abaratamiento de los precios del transporte”, apuntan Campo y Jiménez, “no tendrá impacto suficiente sobre la demanda”.  En términos políticos Sánchez triunfó: ha bastado con el anuncio de sendos tributos a bancos y eléctricas para que las izquierdas aplaudan extasiadas. Ser de izquierda en España siempre ha sido fácil: basta con tocar un par de teclas de una destartalada pianola ideológica. Gobernar para la mayoría garantizando cohesión social y territorial ya es más difícil. El poder consiste también en hacerlo pasar por poderío.  

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El miedo de un presidente

Pedro Sánchez ha asegurado que a algunos poderes económicos no les gusta nada su Gobierno. No entró el presidente en mayores precisiones. Y eso le resta verosimilitud y fuerza política a la declaración. A mi juicio Sánchez está obligado a precisar a quién se refiere exactamente. ¿Quiénes forman parte de la conjura de los necios multimillonarios que anhelan asfixiar al heroico gobierno progresista? ¿Podría hablarnos el señor presidente con mayor detalle de esas conexiones entre los poderes económicos y sus terminales mediáticas? Por poner un ejemplo al azar, el principal accionista de El País es Liberty Acquisition Holding, uno de los mayores fondos de inversión de Estados Unidos, que controlan dos multimilllonarios, Nicolas Berggruen y Martin Franklin.  Y a pesar de que el diario fundado por Polanco en 1976 esté en manos de un fondo de riqueza insondable y con fuertes conexiones con el capital norteamericano y europeo ahí está El País, apoyando indesmayablemente al Gobierno del PSOE y Unidas Podemos. Quizás, como solía decir  Salvador Novo, existen multimillonarios de izquierdas y multimillonarios de derechas, “que son muy distintos y solo comparten el amor reverencial por el dinero”, señalaba irónicamente el escritor mexicano. ¿No dijo el propio Berggruen una vez que no estaba interesado en las cosas materiales y que era capaz de prescindir de todo, salvo de su jet privado?

Es difícil localizar alguna zona financiera o empresarial que haya manifestado, siquiera tenuamente, un antisanchismo militante. Pero si la CEOE incluso le firmó su pequeña y pinturera reforma laboral sin mayores fricciones. La élite financiera y empresarial española tiene motivos suficientes para criticar al Gobierno, pero no por modificar estructuras de poder, sino por abusar casi hasta el infinito del gasto público como solución ante cualquier coyuntura crítica. Pero el  poder de la oligarquía empresarial –obviamente –permanece intacto, y las rentas que derivan de sus conexiones con gobiernos y partidos son más sólidas que nunca. Quien sufre y sufrirá más intensa e inevitablemente la disparatada política económica y fiscal de Sánchez serán las clases medias, los pequeños empresarios y comerciantes, los trabajadores sin cualificación, los desdichados autónomos. Esos experimentan ya un empobrecimiento alarmante que solo se agravará en los próximos meses, quizás en los próximos años. ¿Qué diablos le importa a Patricia Botín que la barra de pan sea un 20% más cara o que la gasolina o el fuel no dejen de subir de precio? Un poco de inflación durante un par de años no supone ni un arañazo para los más pudientes, y en ciertos espacios de la actividad económica y comercial, incluso puede ser momentáneamente beneficiosa. No, las élites económicas de España no tienen nada que temer del Gobierno, que es tan cariñoso que – volviendo a la rueda de prensa del señor Sánchez del pasado sábado – aprobará el nuevo impuesto que gravará los beneficios extraordinarios del oligopolio eléctrico para que entre en vigor el próximo 1 de enero. Los extraordinarios de este 2022 no se verán afectados. No, no hay nada que temer.

Ni los poderosos españoles ni los extranjeros, en fin, deben albergar miedos o suspicacias.  El presidente Sánchez brindó también una de las afirmaciones más aterradoras jamás dictadas por un presidente del Gobierno español en los últimos cuarenta años. En efecto, su agradecimiento y elogio a la gendarmería de Marruecos por su trabajo a la hora de contener a aquellos que pretendieron la pasada semana saltar las vallas de la ciudad de Melilla. Ciertamente se emplearon a fondo: unos cuarenta muertos y alrededor de un centenar de heridos. Lo repetiré: Pedro Sánchez felicita a las fuerzas del orden de Marruecos por una acción criminal en la que fueron asesinadas cuarenta personas. Sus cadáveres se han podido ver en periódicos y televisiones. Marruecos los permitió llegar hasta ahí, para hacer un happening sangriento, y Marruecos los ha matado, y el presidente Sánchez los felicita por su carnicería vil y calculada. No, presidente. A ningún magnate español le da miedo su gobierno. El que da miedo a cualquier alma democrática – un miedo hirviente de náuseas –es usted.

 

 

 

 

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Lo normalito

“Somos un Gobierno responsable y que cumple”, tuiteaba ayer el presidente Pedro Sánchez después de que el Consejo de Ministros aprobase su plan económico contra el impacto de la guerra en Ucrania y el proceso inflacionista que amenaza con destrozarnos los bolsillos. Qué cansina es toda esta épica sanchista. Todos los puñeteros gobiernos europeos han articulado planes económicos de contingencia desde hace días, algunos implementaron medidas fiscales o ayudas directas hace ya semanas. El señor Sánchez llega con retraso después de avanzar su programa anticrisis en medios de comunicación y reuniones empresariales. Finalmente irá al Parlamento y aprobará su paquete – es un decir – a través de un decreto ley, que es como le gusta gobernar al señor presidente. En unos días se votará la convalidación del decreto en el Congreso de los Diputados y si votas en contra es que quieres hundir a España por un  miserable interés electoralista. Porque, obviamente, y tal y como ha demostrado en los últimos dos años, el Gobierno no va a tolerar la incorporación de disposiciones que le sugieran no ya la oposición, sino sus propios socios parlamentarios.

Para calmar los patéticos miedos y tembleques de Unidas Podemos el presidente les ha tolerado presumir de su portentoso papel en el diseño de un nuevo “escudo social” que va a impedir, ya lo saben ustedes, que la inflación moleste a nadie, en especial, como siempre, a los más débiles. Tampoco es gran cosa. Los 10.000 millones de créditos ICO son de obligatoria devolución y ya se verán las horrorosas condiciones que se exigirá, como en lo más duro de la pandemia, a las medianas y pequeñas empresas para acceder a las perras; por el momento se han extendido los plazos de vencimiento de los créditos concedidos en años anteriores. Los otros 6.000 millones tienen un ligero sabor a ciencia ficción. Una bonificación de veinte céntimos por litro de combustible. Una limitación de la subida de alquileres que no superará el 2% para las familias arrendatarias (me gustará mucho ver eso por escrito en una normativa congruente con la legalidad vigente). Un aumento de los beneficiarios del bono eléctrico. Un mezquino crecimiento del ingreso mínimo vital ese que reciben, proporcionalmente, cuatro gatos en España (medio gato en Canarias). Impedir que se despida a gente flexibilizando aún más los ERTE. También se van a soltar 362 millones de euros para la actividad agrícola y ganadera y unos  68 millones para la pesca. Con todo esta pasta el Gobierno cree que al menos tiene controlada la situación hasta el mes de julio –aunque se implora que la guerra en Ucrania acabe mucho antes – sin que las previsiones de decrecimiento del Producto Interior Bruto sobrepasen el 1%.

En términos generales el Gobierno no ha hecho otra cosa que lo que tenía que hacer, aunque haya prescindido del alivio de luto fiscal, para el que tenía margen de acción por valor, al menos, de 3.500 millones de euros. Que se gestionen con rapidez y diligencia las ayudas directas – sin caer en el espantoso caos que se vive en las solicitudes del ingreso mínimo vital o la gestión de la dependencia –  deviene una prueba de fuego sobre la que caben dudas muy razonables. Entretanto los agentes sociales y económicos saben perfectamente que todas estas operaciones de salvamento, más que un escudo, representan una tirita con fecha de caducidad. Y no todo depende de la guerra en Ucrania y de la normalización del suministro del gas ruso –que en ningún momento se ha interrumpido  — sino en las tensiones de las cadenas de distribución, de problemas estructurales en las producciones agropecuarias ligados a forrajes, fertilizantes y mano de obra, del retraso de las grandes inversiones de los fondos de la Next Generation, del riesgo-país de un Estado con una deuda pública superior al 122% del PIB anual. Esto es un chute relativamente caro para sobrevivir un cuatrimestre.

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