Alfonso González Jerez

El escándalo Mestisay

Hay algo patético en imaginar a Carmelo El Chico pidiendo las facturas de todas las áreas del Cabildo de Gran Canaria a favor de la productora de Olga Cerpa y Mestisay. En realidad lo más infortunado es el propio Carmelo Ramírez, cuyo curro siempre ha consistido en limpiar la basura de sus señoritos, y que lleva ininterrumpidamente desde 1979 ocupando cargos públicos: alcalde de Santa Lucía de Tirajana, diputado del Parlamento de Canarias, vicepresidente y consejero del Cabildo de Gran Canaria. Hace tiempo, sin embargo, alcanzó su nivel de incompetencia, y ahora es consejero de Cooperación Institucional y Solidaridad Institucional (nada menos) en el  Cabildo grancanario, lo que le deje bastante tiempo libre para cumplir con sus funciones en la gestión de residuos morales y blanqueamiento político. Ramírez, por ejemplo, blasona de su compromiso con el pueblo saharaui y lleva a gala que Santa Lucía fue el primer ayuntamiento de España que se hermanó con otros municipios del Sahara ocupado. Cuando Pedro Sánchez, a espaldas de la opinión pública, de las Cortes y de su propio gobierno decidió abandonar la posición tradicional española y apoyar la marroquinización del Sáhara,  el encargado de explicar que aquí no ha pasado nada y que Nueva Canarias sigue siendo lo más saharaui del mundo fue, por supuesto, Carmelo Ramírez. Que su partido siguiera apoyando indesmayablemente al PSOE en Madrid y en Canarias era lo de menos. Agitaron a Ramírez como la conciencia solidaria con los  saharauis para distraer, como quien agita un pañuelito, sobre la obvia decisión de seguir con los glúteos canaristas en el poder y en la mayoría del poder.

Cuando un político profesional se presta a eso – a utilizar lo más noble de su legado para opacar el cinismo supurante de su partido – ya tiene la senda despejada para muchas otras cosas. Incluso para intentar presentar a uno de los grandes grupos musicales de Canarias, autor de una excepcional obra desplegada durante décadas de amor incansable por nuestra herencia cultural y proyectada en una veintena de producciones discográficas en unos muertos de hambre que se dedican a asaltar las administraciones públicas para succionar pasta.  La extraordinaria desvergüenza que hay que reunir para atacar de este modo a Mestisay habla de una catadura moral difícil de encontrar incluso en el muladar político que sufrimos a diario. Ya los miembros del grupo han respondido puntualmente al supuesto trato de favor que han recibido desde las administraciones públicas y que, de hacer caso a los juegos de manos de Ramírez, les debiera haber convertido en millonarios. Cualquiera puede leerlo en la prensa en los últimos días. Cualquiera puede atestiguar que lo proferido por el consejero Ramírez, de profesión sus cooperaciones y solidaridades, tiene todo el sabor de una bajeza que no debería permitirse un cargo público con una mínimo respeto personal e institucional hacia la corporación a la que sirve.

El origen de esta diatriba ruin e injustificable, emitida con esa expresión de perpetuo dolor gastrointestinal que adorna el rostro patriota del señor Ramírez,  no es lo que ha cobrado Mestisay del Cabildo y de los ayuntamientos isleños en los últimos cinco, diez o veinte años, sino el posicionamiento político de los músicos contra el proyecto – ya desgraciadamente en ejecución – del Salto de Chira, una chifladura megalomaniaca, dañina y tecnológicamente anacrónica que amenaza el barranco de Arguineguín. Ese atrevimiento no podía quedar impune y como Antonio Morales es un genio napoleónico lo único que se le ocurre es quitarle conciertos y afirmar a continuación que se les ha pagado muchísimo dinero. Pronto nos enteraremos de que estos músicos beben ron importado, solo comen caviar gomero y disponen de agua caliente en sus casas. Es un escándalo y menos mal que contamos con Carmelo Ramírez para ponerse de puntillas y desenmarcararlos.       

 

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Lejos de nosotros mismos

Desde que el pasado año el Gobierno español anunció su voluntad de “descentralizar” instituciones y entes públicos –un total de ocho entidades – todo se me antojó ligeramente caótico. Y en buena parte sigue siéndolo. Esta estrategia respondía, según el Ejecutivo, “a la convicción del gobierno de compartir Estado (sic) y acercar la administración a la ciudanía”. Francamente el funcionamiento operativo y la ubicación de las nuevas y viejas agencias debería tener como criterio central y prioritario maximizar su productividad, eficacia y eficiencia, pero el mantra de la descentralización – en un Estado por lo demás ya semifederalizado – todavía parece una golosina progresista irresistible. Como si instalar una agencia nacional en Soria, en Huelva o en Santa Cruz de Tenerife fuera un triunfo local para cualquiera de dichas ciudades y derramara sobre las mismas leche y miel. Pues no: una entidad nacional se ocupará, obviamente, de todo el territorio nacional y de los intereses de centros y proyectos de todo el país, sin favorecer –salvo por los empleos funcionariales — a la ciudad, la comarca o la provincia que acoja su sede física. Otra cuestión relevante es cómo este proceso de descentralización puede afectar al sistema de I+D+i español, que todavía no se ha recuperado después de las catástrofes presupuestarias de la crisis de 2008.

El Consejo de Ministros ha decidido finalmente que ni la AEE ni la Agencia Española de Supervisión de Inteligencia Artificial –ambas de nueva creación — tendrán su sede en Canarias. Algunos afirman – pobres loquinarios –que las hemos perdido, olvidando ese bello y triste soneto de Borges que proclama que solo se pierde lo que no se ha tenido nunca. La Agencia Espacial se instalará en Sevilla y la Agencia de Inteligencia Artificial en La Coruña. Podrían perfectamente haberse anclado en las islas, sobre todo la primera. Pero este debate, cargado de expectativas interesantes e intereses legítimos, está fundamentalmente errado. Por supuesto que Canarias disponía de elementos positivos en su oferta: el Centro Espacial de Maspalomas, el proyecto Stratoport for Haps en Fuerteventura, el Instituto de Astrofísica de Canarias o el admirable equipo de investigación que el doctor José Francisco López Feliciano dirige en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. Pero es tan meritorio como insuficiente, sobre todo, cuando ni en las universidades isleñas ni el Gobierno autonómico han realizado un esfuerzo particularmente intenso ni inteligente para conseguir el objetivo. Y, con todo, eso no es lo más decisivo. Lo más decisivo es que los méritos antedichos no son producto de una política científica canaria más o menos sistemática, sino que se han producido a pesar de muestro acendrado miserabilismo científico, investigador y tecnológico.

Canarias es la comunidad autónoma que menos recursos públicos dedica a la investigación, el desarrollo y la innovación. Si España dedica en sus presupuestos un 65% de la media europea en I+D+i Canarias dedica menos de la mitad de la media española: fueron unos miserables 105 millones de euros en 2021. En 2019 se dedicaron 26 céntimos per cápita a la investigación y el desarrollo y en 2002 serán 32 céntimos per cápita. Ambas Universidades canarios – y obviamente sus respectivos centros de investigación – padecen una infradotación presupuestara inconcebible en cualquier país civilizado y que quiera homologarse con una universidad superior pública de calidad.  En esta situación, ¿cómo imaginar un tejido empresarial denso y creativo relacionado con la industria aeroespacial, la inteligencia artificial o la nanotecnología? ¿Una investigación básica y aplicada en expansión como centro de un sistema público/privado de I+D+i capaz de captar talento y diversificar nuestra actividad económica? ¿Sevilla? Sevilla está bien donde está. Los que estamos lejos somos nosotros. Lejos  de nosotros mismos.

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Torres anuncia el fin del mundo

“Queridos conciudadanos, queridas canarias, queridos canarios, querido Casimiro.

Buenas tardes.

Me dirijo a todos y todas ustedes en esta intervención extraordinaria a través de la Radiotelevisión Canaria para anunciar un acontecimiento excepcional del que he sido informado hace apenas unos minutos: el fin del mundo. Y con el fin del mundo, quisiera aclararlo, no me refiero a que la compañera Nira Fierro se haya lesionado la muñeca al golpear con su entusiasmo progresista el escaño para agasajar el último discurso del compañero Iñaki Lavandera. Quiero tranquilizar a todos los afiliados y altos cargos de nuestro gran partido: la muñeca de Nira está fuera de peligro. Me refiero al fin del mundo. Al apocalipsis. Al ya no más. Al acabóse. Según me ha comunicado el ministro Félix Bolaños ocurrirá dentro de diez minutos aproximadamente. La tranquilidad en todo el país es absoluta.  Solo en Cataluña se ha convocado el Parlament para proclamar la separación de Cataluña del resto del Estado español y conseguir ser independientes al menos durante un par de minutos, a ver cómo se siente uno. El Gobierno de España sostiene que tal decisión, en esta coyuntura, encaja perfectamente en la Constitución, y estamos perfectamente de acuerdo.

Somos un pueblo capaz de mirar la verdad a la cara desde siempre. Hemos de reconocer todos, desde el gobierno a la oposición, que las señales han sido inequívocas: incendios forestales, la ruina de Thomas Cook, una pandemia, el desplome del turismo, la misteriosa desaparición de cuatro millones de euros de dinero público, terremotos, Blas Acosta como viceconsejero de Economía, meteoritos, Pepe Moreno, enigmáticamente, como tertuliano en todas partes, anuncios de lluvia y no cae una gota.  Ahora nos enfrentamos a un reto más: el apocalipsis.  No, no lo calificaría como un asunto menor, pero no nos desanima. Hemos demostrado que este Gobierno se crece ante las dificultades. El fin de los tiempos y de la especie es una oportunidad para conseguir unas islas más prósperas y más justas. Vamos a salir de este apocalipsis mejor de como entramos. Vamos a seguir trabajando incansablemente en los ocho minutos y veinte segundos que nos restan de legislatura. Acabamos de firmar dos decretos leyes por el que se aprueban tanto la Renta Básica como la ley de Cambio Climático y Transición Energética, que deberían ser validadas por el Parlamento de Canarias, obviamente, pero como todo está a punto de acabar, incluido el Parlamento, ese trámite quedará suspendido. Ahora mismo está saliendo de imprenta y colgándose en la web ambos decretos para su inmediata entrada en vigor. Dos logros excepcionales de un Gobierno evidentemente progresista que mejorarán la vida de los canarios y canarios en los próximos seis minutos y diez segundos.

De nuevo, como ha ocurrido desde julio de 2019, los pesimistas, los agoreros, los profetas de la catástrofe  seguirán insistiendo en que todo está mal. Pero los agoreros, los pesimistas, los profetas de la catástrofe se equivocan de nuevo y, si dispusiéramos de más tiempo, se equivocarían siempre. Este Gobierno, el Gobierno que me ha honrado presidir, deja Canarias mejor que la que encontró. Por lo menos mejor que la habrá en cinco minutos. También he firmado  hace un instante otro decreto en virtud del cual todo el personal eventual y laboral de la administración autonómica se convierte automáticamente en personal funcionario con una única prueba: escribir correctamente su nombre y apellidos y recitar la tabla del dos, lo que pueden hacer, si se dan un poco de prisa, en la aplicación móvil que parece ahora en las pantallas de sus televisores. Vaya, ahora me entra un wasapp de Pedro Sánchez. A ver. Que si ya ha empezado a saltar todo en pedazos por aquí. Le voy a decir que no, para que no se me angustie. Mandado. Una prueba más de que el diálogo es mejor que la confronta…”   

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Ciudades-islas

Gran Canaria y Tenerife son ciudades- islas. Lo son ya hace unos veinte años. Tal y como lo describía Federico García Barba hace ya tiempo, Tenerife “ha venido evolucionando en el último medio siglo hasta llegar a transformar su plataforma costera, relativamente llana, en un sistema metropolitano altamente urbanizado (…) Podría asimilarse a una especie de ciudad anular en la que conviven espacios urbanos con zonas de cultivos, todo ello pautado por una estructura viaria potente y una extensa red de barrancos que definen el desagüe territorial”. Esta definición podría aplicarse perfectamente a Gran Canaria. Y a Fuerteventura y Lanzarote, con algunas características estructurales diferenciales, por supuesto. El propio García Barba ha enfatizado –como otros urbanistas y arquitectos canarios, a los que no se ha prestado precisamente una atención exhaustiva desde el poder – que hay que superar un concepto casi mítico de isla – continentes diminutos donde todavía existen aficionados al desprecio de Corte y la alabanza de aldea – para poder ejercer un control real sobre su territorio, sus potencialidades económicas y su salud ecológica y medioambiental. Es difícil asumir que ya no vivimos en islas, sino en ciudades insulares, pero esa realidad debería permear las estrategias de desarrollo y de cohesión social del país de parte de los legisladores y de las administraciones públicas, si las hubiera o hubiese.

La realidad isla ciudad, con una densidad de población superior a 300 personas por kilómetro cuadrado (y creciendo) implica necesariamente cambiar praxis políticas, normativas y  modelos de organización administrativa. No podemos seguir creciendo turísticamente. Hemos llegado al límite y la actividad turística está empezando a vampirizar el crecimiento a largo plazo, no a impulsarlo, a exigir que, como sus empleados, seamos más pobres, no a posibilitar que podamos ser más ricos. No basta con poner un proyecto que ya cuenta con todos los permisos y bendiciones técnico-administrativas en información pública, penúltimo trámite procedimental para su definitiva aprobación, como anteayer les gritaba vergonzosamente el presidente del Cabildo de Fuerteventura, un tal Sergio Lloret, a los que en el último pleno de la corporación protestaban por la instalación de una “ciudad del cine” de la empresa Dreamland Studios en las proximidades de las dunas de Corralejo. “¡Presenten ustedes alegaciones!”, chillaba. Gracias al voto de calidad del tal Lloret el  Cabildo majorero aprobaba el expediente para declarar Bien de Interés Insular este proyecto privadísimo. Lo mismo ocurre con la muy selectiva Cuna del Alma en Tenerife o con el mesiánico Salto de Chira  en Gran Canaria. Es imprescindible la reforma de la ley 39/2015 del Procedimiento Administrativo Común para que la información sobre proyectos o inversiones sea accesible antes de la última pase de su tramitación administrativa, en especial, cuando tales inversiones y proyectos evidencien, por su financiación, su extensión superficial, su volumetría o su actividad un impacto material relevante sobre el territorio y un impacto potencial sobre el medio ambiente.

Otra  reforma administrativa imprescindible – e inconcebible para los partidos políticos – consiste la simplificación del mapa municipal en Canarias. Es grotesco mantener 31 municipios para 2.000  kilómetros cuadrados en Tenerife, o 21 para 1.560 kilómetros cuadrados en Gran Canaria o 3 para 268 kilómetros en El Hierro. Menos burocracia municipal y más participación democrática y un Cabildo que sea el que finalmente apruebe o desapruebe –con el informe favorable o desfavorable de la Cotmac — proyectos como los citados anteriormente, ampliamente informados y con una mayoría reforzada para su autorización definitiva.  La isla ciudad debe tener una nueva gobernanza basada en la transparencia, la desburocratización y la prioridad de una protección inteligente del territorio.  

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La venganza de Rajoy

La ambigüa pero persistente popularidad de Mariano Rajoy brilla como un misterio indescifrable. Después de 35 años de carrera política Rajoy volvió a la vida civil (es un decir) exactamente como entró: como un señor anodino. Antes fue un joven anodino, un adolescente aburrido y un niño indistinguible. No ha cambiado jamás. Su única modificación ocurrió cuando se dejó barba, después de un accidente de tráfico que algún hagiógrafo describió como casi mortal, aunque no fue para tanto. Después, al año de licenciarse en Derecho, con 23 tacos, se sacó unas oposiciones para registrador de la propiedad. Desde la diputación provincial de Pontevedra a la Presidencia del Gobierno: una carrera lenta pero imparable, sin angustias aparentes pero rectilínea. Su verdadero protector,  José Manuel Romay Beccaría, subsecretario de Presidencia con Arias Navarro y mucho después ministro de Sanidad de José María Aznar, le dio el primero de los dos únicos consejos que solicitó en su vida: “Nunca tengas prisas pero jamás te quedes atrás: hazte conveniente pero no imprescindible”. El segundo se lo brindó Manuel Fraga, con el que jamás tuvo demasiado feeling: “Cásese usted, porque tiene que casarse ya”. Casarse. Lo hizo. Fue la última decisión íntima que tomó Rajoy.

Suele decirse que Pedro Sánchez es antipático. Y lo es. Su hosquedad tiene unas raíces muy evidentes: la soberbia, la petulancia, la jactancia del ganador surgido de las cenizas de un fracaso que cantó como un coro griego toda la vieja dirección del PSOE. Su antecesor parece otra cosa y, sin embargo, conviene no llevarse a engaño. Rajoy jamás ha sido una persona afectuosa. Su código gestual no es el de la proximidad empática sino el de un aislamiento frío, aunque educado. A veces simula despiste, pero en realidad es indiferencia. Rajoy resulta también la culminación de un esfuerzo de décadas de autocontención de alguien con miedo al ridículo y agudamente consciente de sus limitaciones físicas, culturales, morales. Si no es un gran lector no es por una inteligencia insuficiente, sino por una radical falta de curiosidad.

Pero sobre todo, y es lo más sorprendente, Mariano Rajoy fue presidente del Gobierno español en una etapa terrible: los prolegómenos del apocalipsis cotidiano que vivimos hoy como almas en un purgatorio del que ya no saldremos jamás. Recortó furiosamente cuanto Bruselas mando recortar tras la crisis de 2008 y los primeros hachazos de Rodríguez Zapatero. Ofreció ruedas de prensa por televisión por puro terror al burbujeante  pantano de corrupción que destapó el tesorero del PP Luis Bárcenas. Toleró la vivificación de cloacas policiales que todavía hieden. Hizo el imbécil pero sobre todo el vago mientras crecía la deriva independentista catalana. Fracasó en todas sus reformas legislativas. Ni siquiera se quedó en el Congreso de los Diputados mientras se debatía la moción de censura que acabaría con su presidencia. Se marchó a un restaurante a primera hora de la tarde y no salió del establecimiento hasta cerca de medianoche, harto de mariscos y soledades y ministros y ligeramente achispado.

      Ahora la gente vuelve a divertirse con las paparruchadas que dicta o escribe sobre el Mundial de Fútbol y que presentan como crónicas en El Debate. Para los ingenuos: les aseguro que Rajoy escribe mejor. Invariablemente leía sus discursos, en efecto, pero los escribía él. Y se notaba. No escribía ni discurseaba para seducir sino, como siempre, para escabullirse como un hombre quizás no imprescindible, pero sí conveniente. A los enemigos solo ironías encorbatadas.  Mariano Rajoy, sin duda estupefacto al descubrir que hace tanta gracia,  dicta esas pendejadas escolares como una pequeña, dulce venganza. Su burlesca venganza contra nosotros. Los que le obligamos a ser Rajoy para que pudiera llegar a ser Rajoy. Y seguro que se divierte muchísimo. O no. Da igual. Con Rajoy todo da igual. 

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