El tal Sostres

Qué asunto, el de Salvador Sostres. Pese a lo insignificante del individuo –y sobre todo del periodista- tiene cierto interés. Señala como la vida privada –cada vez menos privada– se ha convertido paradójicamente en la excusa perfecta para legitimar cualquier comportamiento público. Ya sabrán ustedes que el tal Sostres, durante una pausa publicitaria en un programa de tertulianos de Telemadrid, comenzó a expandir groserías machistas como un aspersor. Algunas eran especialmente repugnantes. En el estadio estaba presente un grupo de niños extranjeros entre el público. La moderadora le pidió reiteradamente que no continuara con su vómito, le señaló incluso que había niños delante, pero este zascandil continuó con sus rijosas arcadas. Los defensores de Sostres explican que no hay motivo para el escándalo, porque era una conversación privada. Las autoridades del Gobierno de Madrid, por su parte, han explicado que las opiniones de Sostres son exclusivamente suyas, no de la cadena televisiva, e implícitamente han dejado claro que continuará asistiendo a las tertulias.

Entre los apologetas de Sostres se ha pronunciado, lamentablemente, Arcadi Espada. Como el argumento de defender que una charla entre varios periodistas, con cámaras y maquilladores pululando a su alrededor, y frente a más de medio centenar de personas, sea un acto privado, resulta impracticable, Espada ha optado por la vía de ridiculizar a los escandalizados. “Ahora es noticia que a un señor le gustan las mujeres jóvenes”. Bueno. Sostres no se limitó a enfatizar que le gustaran las mujeres jóvenes  -algo que, pese a los machistas bienpensantes, no le ocurre a cualquiera- sino que acompañó sus palabras con simpáticas referencias a vaginas, ácidos úricos, pubis depilados y sin depilar, ese temblor cachondo y tenso de la carne inocente. Casi se le escuchaba el crepitar de las babas. Nos escandalizamos por el pestilente vertedero rosa que inunda las televisiones, sin reparar en que la basura llega a todas partes y que los periodistas no somos inocentes. Basura, cada vez más basura, se encuentra en las páginas de opinión de los periódicos de este país. Sostres es un pequeño provocador, con una prosa que es su espejo, una prosa bajita, grasienta, alopésica y con una boquita de piñón encendido. Escribe insultos, dicterios y abominaciones más que con metáforas, con su arrabalero ácido úrico. Quiere focos. Quiere pasta. Quiere ser debatido, insultado, piropeado. Y entiende que escribir con los pies no supone un demérito. Aquí y ahora no le falta razón.

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Esencialidades

Empezamos a entender el significado de una curiosa expresión que han enfatizado, en los últimos meses, responsables gubernamentales de CC y el PP: pese a los frankestenianos recortes presupuestarios “se mantendrán los servicios públicos esenciales”. En materia sanitaria significa, esencialmente, que el Ejecutivo se ha comprometido en no derribar con una pala mecánica ningún hospital ni centro de salud a lo largo del próximo año. Todo lo demás es, digamos, negociable. ¿Negociable con organizaciones colegiales, los sindicatos o la oposición parlamentaria? No, claro que no, no sea usted tan pusilánime. Negociable por el Gobierno regional consigo mismo. Empezarán con el gasto farmacéutico durante la hospitalización de los enfermos y continuarán con la paralización de nuevas contratación de médicos y enfermeros por el Servicio Canario de Salud, pese a que Canarias es la comunidad autónoma con la ratio más baja de enfermeros por habitante del Estado español y sufre un déficit aterrador tanto de médicos de familia como de especialistas. Entre medias, pues se le echa menos de comer a los enfermos: menos verdura en los potajes, que aguachentos entran mejor, y pollo, mucho pollo, que la ternera es un vicio de mileruistas que viven por encima de sus posibilidades, y los yogures, un antojo infantil. Yo le recomendaría al consejero Bañolas -¿no necesitaría un posoperatorio para perder doce o catorce kilos?- que leyese o releyese El Buscón de Quevedo y tomase nota de los métodos culinarios del dómine Cabra. El maestro Cabra metía un trocito de tocino en una cajita metálica agujereada que depositaba en el fondo de una olla de agua durante unos diez minutos. Así preparaba la sopa para sus pupilos, Meses le duraba el fisco de tocino hasta su desintegración. Un auténtico visionario.

Los médicos ya han empezado a señalar las obvias consecuencias: mayor deterioro de la calidad médica y asistencial, máxima sobrecarga de las plantillas, estampida generalizada hacia los servicios de urgencia, riesgos inminentes de colapso en el sistema. Tonterías. No entienden que el Servicio Canario de Salud está implantando una versión autóctona del copago: el ciudadano para con sus impuestos por lo que le dan y paga con su salud lo que le retiran a fin de no destruir el Estado de Bienestar. Es una forma de pedagogía social que ni siquiera excluye el papel higiénico, porque a corto plazo tendrás que traértelo de casa, con una sábana y el pijama. Ellos no pondrán nada, excepto la mierda.

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Tres perlas

«Coalición Canaria ha querido pactar con dios y con el diablo». Supongo que para el teólogo en cuestión, Miguel Cabrera Pérez-Camacho, dios es el Partido Popular y el diablo, por supuesto, el PSOE, encarnado en las enjutas carnes de José Luis Rodríguez Zapatero, ah mísero, ah infelice. Inseminar la política con relatos o metáforas religiosas suele tener ingratos resultados. La religión no admite el diálogo. Una vez constatado el lugar donde se sitúa a cada uno -entre los justos o entre los pecadores- se acaba con cualquier reducto de debate. Por otra parte la declaración del señor Cabrera Pérez-Camacho desvela una dimensión espiritual en el pacto entre coalicioneros y conservadores que permanecía inédita hasta este pleno. Porque en el dichoso o desdichado pacto no existía ninguna estipulación que condicionara la posición política en las Cortes de los firmantes. La pedestre y a la vez angelical metáfora del ex portavoz parlamentario del PP, expulsado en su día de las proximidades del Trono de Soria Padre, Hijo y Espíritu Santo, tiene, sin embargo, su utilidad: eludir una explicación adulta de los motivos del PP de romper el acuerdo con CC en vísperas de la aprobación de los presupuestos de la Comunidad para 2011.

“Este es un gobierno de mini minoría y a usted le espera el futuro de Robespierre”. Francisco Hernández Spínola.  La acuñación del concepto de mini minoría es una aportación a la ciencia política que ya hubiera querido para sí Norberto Bobbio.  El señor Hernández-Spínola sabe perfectamente que CC dispondrá de un tortuoso o cantinflesco apoyo del PP, tanto en la aprobación del proyecto presupuestario como en los próximos seis meses. Frente a los gobiernos microminoritarios se suelen emplear un mecanismo que se llama moción de censura. Y eso de comparar a Paulino Rivero con Roberpierre. Me imagino que es una forma de llamarle incorruptible, aunque Robespierre solo hizo footing camino de la guillotina. La derecha mezcla la religión con la política. La izquierda combina y legitima la política con imaginarias sanciones históricas.

“Les pido que no quemen las naves ni destruyan los puentes de entendimiento recordando la cita del próximo mayo”. José Miguel Ruano. A la Religión y la Historia se le une el tercer agente que obstruye la acción política democrática, que  no es otro que el Mercado. En este caso, concretamente, el mercado electoral. Y Ruano se lo recuerda amablemente a los dos socios.  Les recuerda, por si hace falta, que son necesario dos para mantener la compañía Nosotros, S. A.

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Estiércol

Aquí abajo los pibes siguen jugando a su obsceno juego en el templo de democracia: sesteante patio de Monopodio con mobiliario mental de guardería.

Coalición enseña su trancredismo presupuestario, como si dispusiera de mayoría absoluta; el Partido Popular afirma que apoyará el proyecto legislativo, siempre que le expliquen sus imaginarias distorsiones presupuestarias -a ver cómo le explicas y justificas a un farsante sus propias mentiras- y el PSC-PSOE presenta una enmienda a la totalidad sin soltar una palabra sobre su propuesta alternativa: le basta el formidable descubrimiento de que la mayoría parlamentaria es de derecha o centro derecha, o mejor, es la derechona, palabra con la que José Miguel Pérez pretende ganar dos centímetros de estatura semántica. Mientras sus señorías persisten en el juego que se venden como política y ni siquiera es politiquería, en la puta calle siguen cerrando empresas y establecimientos comerciales, los  desempleados aumentan, incluso en el mesiánico sector turístico, los servicios públicos educativos y sanitarios se asfixian, los cabildos rugen y amenazan con devolver competencias, los grandes ayuntamientos le ven los colmillos a la ruina y que les voy a contar. Lo que se ve todos los días. Lo que todo el mundo ve excepto los padrastros y madrastras de la patria.

Y por allá arriba arrecian los rumores de un evidente rescate financiero a Irlanda y Portugal por la Unión Europea. Irlanda le debe a España unos 20.000 millones de euros y Portugal aproximadamente unos 110.000 millones, sumando la deuda pública y la privada. La exposición financiera de España a Portugal es la más amplia de toda la UE. En el caso de default en Portugal, el impacto sobre España será muy apreciable, sencillamente, porque los inversores y prestamistas solo podrán recuperar parte de su dinero. La restructuración de la deuda es un paso inevitable y los mercados están apretando de nuevo sus feroces clavijas. Ayer el Tesoro español pudo colocar menos letras y debió venderlas un 32% más caras de lo inicialmente previsto para darles salida. Es impresentable que, en esta situación, se insista en hablar de recuperación económica, activación del empleo, brotes verdes o bubangos colorados. El infarto sufrido por el sistema financiero mundial en 2008, fruto de la avaricia y la desregularización, puede repetirse masivamente en los próximos meses. Y los pibes aquí, en el templo, tirándose unos a otros bolitas de estiércol, en un concurso para ver quién parece más guarro. Van a ganar todos.

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Austrohúngaro

Lo que contó, básicamente, es cómo somos derrotados, al principio por los demás, después por nosotros mismos. Como era español lo hizo entre grandes voces, con un énfasis centrado más en lo ridículo que en lo patético, persiguiendo a los personajes con la cámara como un cotilla más, para no perder un detalle de la incomprensible turbamulta en la que nos sentimos protegidos e infelices. El hambre y la injusticia convertida en espectáculo que no disgusta ni a los hambrientos, la ingenua estupidez de todo un pueblo soñando un maná de panes y longanizas, la brutalidad de los engranajes sociales que construimos con nuestra propia debilidad, con sonrisas cobardes,  con nuestra tierna villanía. Un hombre quiere casarse y tener un piso, un hombre vulgar y corriente, un hombre de cafelito y paseos por el parque y novia de toda la vida, y para conseguirlo se convierte en verdugo. Oh, por supuesto, se resiste, temblando de miedo y asco, pero termina afrontando el curro, lo llevan a rastras y entre lágrimas hasta el garrote vil, y una vez que ha asesinado, exhausto, se lo dice a su suegro:
-No lo volveré a hacer jamás.
-Ah, eso mismo dije yo la primera vez.
En su cine puede haber ternura, no lo niego, pero no se salva nadie. Nadie alcanza una mísera techumbre de dignidad donde guarecerse más de cinco minutos. A veces, por supuesto, hay fogonazos de amor, gestos de cariño, un esbozo de generosidad, comprensión o piedad, pero se disuelven como un humo tenue en la atmósfera de lo grotesco. Quizás su última buena película fue La escopeta nacional, una descarnada sátira de la corrupción en el tardofranquismo, una galería de villanos e imbéciles que no dejan de parlotear todo el rato en una cacería donde todos son cazadores y todos piezas a cazar. Después la libertad destruyó ese sutil y brutal entramado que durante más de veinte años mantuvo entre un realismo costumbrista, un destructivo y ecuménico humor del absurdo y la alusión como instrumento más apropiado para el retrato moral de una sociedad. Cada vez fue más explícito, es decir, menos interesante. En La vaquilla soldados republicanos y soldados franquistas terminan, por puro accidente, bañándose desnudos en un riachuelo, donde ríen y juegan, despojados de uniformes e insignias, una imagen poderosa, y repentina y desgraciadamente un personaje le dice a su superior:
-Fíjese, teniente, aquí en pelotas todos somos iguales.
Fue el último austrohúngaro y el primer director de cine español.

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