Alfonso González Jerez

Revueltas

Las manifestaciones del pasado 1 de mayo fueron un tanto decepcionantes. No porque acudiera poca gente, sino porque no asistió demasiada. Las direcciones de los sindicatos mayoritarios no se sintieron frustradas, pero tampoco satisfechas. Esta dorada mediocridad ha puesto el freno a la preconvocatoria de una nueva huelga general para antes del verano. ¿Este es todo el fervor contestatario que despierta un paro de más de cinco millones de personas, el hundimiento del consumo y la obvia voluntad gubernamental de desmantelar el Estado de Bienestar en España?  En Francia, y en plena campaña electoral para la Presidencia de la República – muy posiblemente gane monsiur Holland; otra cosa es el signo de la mayoría parlamentaria que arrojen los comicios legislativos de julio – las manifestaciones del 1 de mayo fueron más multitudinarias.

Ocurre que la capacidad de movilización de los grandes sindicatos es cada vez más modesta y limitada. Justa o injustamente (mejor: justa e injustamente a la vez) las principales organizaciones sindicales, la identidad, estrategia y retórica de las mismas, están fuertemente devaluadas ante la mayoría de los ciudadanos. Para la mayoría de los españoles, en efecto, sindicatos como la Unión General de Trabajadores y Comisiones Obreras se integran, como un subsistema, en el intrincado y sospechoso aparato del Estado, y han ejercido como colaboradores necesarios del status quo en este país durante los últimos treinta años y como burocracias impotentes desde el derrumbe económico de 2008. La gran mayoría de los contribuyentes (y de los parados) ven tan grotesco que Cándido Méndez y Fernández Toxo, con el cogote protegido por bufandas rojas, levanten el puño como que un subsecretario de Estado berree fervorosamente La Internacional. A los parados (y a los contribuyentes) que además no compartan las interpretaciones, la retórica y el código gestual de las izquierdas tradicionales el espectáculo ya les resulta fabulosamente ajeno.

La contrapartida de semifracasado o semiexitoso 1 de mayo se podrá disfrutar en Madrid en la celebración del 15-M. Porque el malestar ciudadano encontrará su expresión en la calle  y en las plazas pero no estará guiado, estimulado ni mucho menos tutelado por las centrales sindicales, por no mencionar a los partidos políticos. No es demasiado inteligente esperar tiempos de revolución, pero sí días de revueltas. Y en el fragor de las revueltas UGT y Comisiones Obreras, como el PSOE o Izquierda Unida, son considerados, simplemente, agentes de un establishment detestable y mangoneador. La revuelta no es un instrumento de cambio, desde luego, sino la expresión exasperada de un rechazo. Tal y como diferenciaba Octavio Paz, la revolución quiere sustituir un sistema por otro; la revuelta, derrocar a un tirano: “Las revueltas son hijas del tiempo cíclico: son levantamientos populares contra un sistema reputado injusto y que se proponen restaurar el tiempo original, el momento inaugural del pacto entre los iguales”. Esos son los días, colmados de incertidumbre, que nos esperan.

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Un sueño

Lleva días esperándome en la puerta. No digo que sea agradable, pero se las arregla para no ser antipático. Lo primero que hace, por supuesto, es sonreír y estrecharme la mano:

–Buenos, días, amigo. Y mejores días que vendrán en el futuro sin duda alguna. ¿Ha notado usted que la gente es, por lo general, sorprendentemente incrédula respecto a su buena suerte? Permítame, permítame un momento acompañarlo en este hermoso amanecer…Pues puede parecer raro, oiga, pero es así.  A la gente la buena suerte le pone nerviosa. Eso sin contar con la gente, que también la hay, a la que la buena suerte despierta todo tipo de torturantes desconfianzas y dudas postizas… ¿Ah, quiere tomarse un café? ¿No le importará si le invito?

–Imagino que no tiene usted nada mejor que hacer – mascullo.

–¿Yo? Pero si estoy encantado por este fortuito encuentro…

–Lleva usted en la puerta de mi casa a las siete de la mañana desde hace quince días. No le deben pagar mal, no.

–No me quejo. ¿Por qué quejarse de la buena suerte? ¿Por qué fruncir el ceño ante un fenomenal golpe de fortuna? ¿Medio de pata? ¿Un crosán?

–Sólo café. Pepe, cóbrate aquí.

–Permítame…

–De ninguna manera.

–Si usted sabe que es inevitable. No me decepcione usted, que es hombre inteligente, dialogante y realista.

–¿Está seguro?

–Por supuesto. Tenemos informes. Oh, no ponga esa cara. Gracias a internet se sabe todo de todos hoy en día.

–¿Y de ustedes?

–Por supuesto. Nosotros somos los que somos. Nuestra transparencia es completa. Mire, se lo diré con claridad: 25.000. Serán 25.000 puestos de trabajo directos los que genere la explotación de las reservas petrolíferas. Y otros tantos indirectos, por lo menos. Estas islas vivirán una formidable reconversión económica, industrial y tecnológica. ¿Quiere usted quedarse atrás?

–Es mi sitio favorito.

–Vamos, vamos, seguro que hay algo. Un sueño no cumplido. ¿Qué es el petróleo?, se preguntará usted. Pues es eso. El material con el que se fabrican los sueños. No imagina usted lo infinitamente moldeable que es. Puede adoptar cualquier forma, cualquier color, cualquier volumen, cualquier espíritu. Y la resistencia es inútil, créame. Se lo digo con el corazón en la mano y un ministro en la otra.

–Bueno – musité –. Hay algo…Sí, pudieran conseguirlo, yo…En fin… Si fuera posible…

–Diga, diga – y le brillaron los ojos entrecerrados

–Una columna en El Día

Me miró largamente y cabeceó con tristeza y dijo:

–Oiga, que solo somos la primera empresa multinacional de este país…

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Viva Chávez

Un amigo venezolano se frotaba las manos y sonreía lobunamente al comentar la penúltima operación de Hugo Chávez en La Habana. “A ver si ese carrizo se va pal carajo de una vez”. Le pregunté si, sinceramente, deseaba la muerte del presidente venezolano. Pareció muy asombrado y aludió a alguna sentencia lapidaria, “quien a hierro mata a hierro debe morir”, o algo por el estilo. “La única manera de que Chávez no siga destrozando Venezuela es muriéndose”, agregó. Yo le dije que opinaba aproximadamente lo contrario: si algo garantizaba el derrumbe definitivo de la República en el caos y, quizás, en la guerra civil, era el fallecimiento de Chávez a causa del cáncer que le fue detectado el pasado año.

Soy de los que piensan que la denominada revolución bolivariana es, sustancialmente, un fraude que presenta todas las patologías endémicas del populismo latinoamericano: el caudillismo exasperado, el mesianismo estrambótico y vocinglero, la permisividad ante la corrupción de los buenos patriotas y la incondicional persecución de los traidores, la intolerancia, los pujos de uniformización ideológica, la cooptación de las instituciones públicas, el desprecio hacia el pensamiento crítico e independiente, el clientelismo a gran escala como política de un Estado monstruosamente agigantado. Si el PIB de la República de Venezuela se estanca pero la población mayoritaria no se sigue hundiendo en la miseria es, simplemente, porque se compra absolutamente todo (desde la harina de las arepas hasta la maquinaria industrial) a punta de petrodólares y con los Estados Unidos como principal mercado y, al mismo tiempo, principal cliente petrolero. Hugo Chávez no solo ha sustituido una fachada democrática por una fachada revolucionaria bajo la obsesión de un omnímodo control: está conduciendo al país a un desastre económico y social que pagarán las futuras generaciones de venezolanos. Ha fundado y fortalecido un régimen autoritario, desde luego, que se expande cada día con vocación de dictadura sempiterna, pero Chávez no es un asesino. No le gusta el sabor de la sangre. Aun más: Chávez es la clave de bóveda de un abigarrado conjunto de grupos, mesnadas y camarillas militares y políticas cuya articulación y continuidad dependen del formidable carisma y de la astucia política del exteniente coronel de paracaidistas. Chávez no ha fusilado ni ahorcado a sus opositores: la ha bastado con hacerles la vida imposible. Su muerte abriría un proceso implosivo en la amplia coalición que lo apoya y muchos de sus generales, ministros, gobernadores y alcaldes no dudarían en emplear la balasera, la tortura y el exilio para afianzarse en el poder y rendir cualquier resistencia.

Chávez debe vivir para ser derrotado en las próximas elecciones presidenciales. La estampa ideal es un Chávez anciano, digno oficial jubilado que cultive rosas por las mañanas y se dedique a la pesca por la tarde y que sea invitado de vez en cuando a Radiorrochela.

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Sin sorpresas

En el XXXVIII Congreso Federal del PSOE no hubo casi nada sorprendente. Para empezar no existió jamás ninguna alternativa política o programática, sino dos grupos que procedían de la misma endogámica oligarquía del partido y que lucharon, empleando a fondo las habituales trapacerías y enjuagues, por el control del poder orgánico en los próximos años. Si al final ganó Pérez Rubalcaba  fue – excusada la fruslería inconsistente y afónica que representaba Carme Chacón – porque prometió a dirigentes autonómicos y provinciales que, con él al mando, la dirección federal los protegería del agudo descontento, a veces iracundo, de sus bases y sus cuadros; una promesa que, obviamente, no podía cumplir la exministra, que en esa misma irritación disfrutaba de su caladero de votos. No, en el XXXVIII Congreso Federal no se produjo de un gran debate ni ninguna sorpresa, excepto la actitud de los delegados. Porque resulta pasmoso ver a los delegados de pie, aplaudiendo durante cinco minutos interminables a José Luis Rodríguez Zapatero, quien tuvo la infinita desvergüenza de repetir que se perdieron las elecciones generales porque se vio abocado a impedir, a cualquier precio, la intervención de España por la Unión Europea. Según esta lógica adolescente, si la Unión Europea hubiera intervenido la economía española en el año 2010, el PSOE hubiera conseguido ganar las elecciones pero, claro, menuda irresponsabilidad, compañeros y compañeras. Ditirambos, aplausos, agradecimientos, citas y recuerdos emocionados al secretario general que ha llevado al PSOE a sus más letales derrotas electorales, a la nadería más atroz y capciosa, y que ha desertizado hasta tal punto los recursos políticos e intelectuales del partido que para sucederle solo pudieron presentarse dos de sus ministros. Si en una situación tan agónica como esta los militantes del PSOE son incapaces de exigir responsabilidades, recuperar su propia voz e imponer los cambios con los que se juegan la vida como proyecto político, ¿cuándo lo harán?

Si José Miguel Pérez optó por colocar a Carolina Darias en el comité ejecutivo federal es que se siente lo suficientemente fuerte (es decir, respaldado) para revalidar su mandato como secretario general del PSC. Pero el cabreo, la decepción y hasta el hartazgo que ha acumulado en casi todas las islas poco tienen que ver con los vaivenes congresuales en Sevilla. Le piden que, al menos, sacrifique al muy ruinito Julio Cruz como secretario de Organización, para enfriar los ánimos y templar gaitas desafinadas. No parece que se atreva. Debería enfrentarse a Casimiro Curbelo y, al contrario de lo que le ocurrió a los policías del distrito de Tetuán, Pérez sabe con quien está hablando.

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Refundación

Don Mariano  Rajoy ha mandatado a Soraya Sáenz de Santamaría a dirigir desde el Partido Popular el traspaso de poderes y ha desaparecido después de la reunión de la dirección nacional. La bolsa recibió su rotunda victoria con una pronunciada caída del IBEX y el diferencial del bono español con el alemán despuntó de nuevo como un monstruo hambriento que sale de su siesta de diez minutos. Consulto y me dicen que el señor Rajoy no tiene prevista ninguna comparecencia pública mañana ni otras entrevistas que no sean con sus inmediatos colaboradores. Francamente uno suponía –al igual que otros ilusos – que Don Mariano se plantaría frente a la prensa y a las tiesas orejeas de Bruselas y Berlín y anunciaría casi instantáneamente su Gobierno. No me puedo creer que no lo tenga ya hecho, incluyendo ministros, secretarios de Estado y un buen puñado de directores generales. El único dato al respecto lo ha proporcionado, oh sorpresa, el señor José Manuel Soria, quien dijo ayer, lacónicamente, que no sería ministro. ¿Se lo habrá dicho el propio Rajoy en la noche del domingo o, como pudieran pensar rojos, masones, y demás ralea, Soria ha dejado circular entre titulares y comentarios la especie de que alcanzaría un ministerio para engatusar más y mejor al electorado?

Los más sabios repiten con atinada pedagogía  que estas han sido unas elecciones generales y que necesariamente sus resultados no deben tener influencia en la estabilidad política de la Comunidadautonómica. Sin duda. Pero estos no son unos tiempos ordinarios. El mayor aldabonazo político en la noche electoral lo protagonizó Ana Oramas quien, junto a un silencioso y frigorificado Paulino Rivero, aseguró que las cosas no podían seguir así y anunció eruptivamente que asumía la refundación del proyecto nacionalista canario. El destinatario principal de este mensaje era, precisamente, quien estaba sentado a su lado con la mirada perdida en la lontananza. Ana Oramas ha podido calibrar, a lo largo de una campaña durísima, el grado de resignación, laxitud y cansancio de una organización política que, sobre todo en Tenerife, se encuentra más atomizada y desactivada que nunca. Lo ha sufrido en sus propias carnes. Después de lustros instalados en el Gobierno regional desde el propio Gobierno se considera y trata al partido como una suerte de coros y danzas de valor ornamental. Quizás un partido exangüe  resulta más llevadero que un partido robusto, pero también la debilidad programática y organizativa, transformada en una patología inmovilista, es el camino más directo a la catástrofe, con un PP que sigue soñando con arrojar a los coalicioneros a la oposición.

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