Tropezón

El presidente Paulino Rivero tiene razón en criticar los desmanes que, desde los poderes públicos venezolanos, se han cometido contra propiedades y derechos adquiridos de emigrantes canarios y sus familias: existes evidencias de abusos que han conculcado incluso la propia legislación republicana. Tiene razón en sus críticas y, como es obvio, en mostrar el apoyo solidario – aunque sea solo verbal – del Gobierno de Canarias. En lo que se equivoca gravemente el presidente es en exponer estas críticas y reparos en el transcurso de una visita a Venezuela. Ya no un Gobierno tan autoritario, exasperado e histriónico como el de Hugo Chávez, sino cualquier Gobierno, está obligado a rechazar las críticas que sobre sus acciones y proyectos políticos pronuncie un dignatario extranjero de visita en el país. Si un ministro venezolano –pongamos por caso – visitara el Archipiélago, y en una rueda de prensa criticara el trato que se les dispensa a los inmigrantes latinoamericanos en nuestras islas, el Gobierno de Canarias no le pondría un piso. Digo yo.
Peor aun es la insistencia de Paulino Rivero en mantenerla y no enmendarla, enfatizando que el respeto a Venezuela (cabe entender que a sus autoridades políticas) es compatible con el apoyo a los emigrantes canarios. Se trata de una espiral peligrosa y contraproducente para las relaciones entre Canarias y Venezuela y para los intereses inmediatos de los emigrantes isleños, sus hijos y sus nietos, que no se hospedan en el Tamanaco ni pueden comprar un billete business class en Maiquetía. Desde hace tiempo entre los sectores más radicales del chavismo menudean las críticas y descalificaciones, a veces insultantes, contra autoridades y dirigentes políticos canarios. Como muestra un pringoso botón: los numerosos comentarios chorreados sobre el presidente Rivero, el diputado José Luis Perestelo y varios prominentes empresarios isleños en aporrea.org, la principal página web de los chavistas más recalcitrantes y uno de los instrumentos de propaganda más batalladores del régimen.
Es singularmente complejo defender los derechos y atender la situación social y económica de los emigrantes canarios en un contexto político, jurídico y emocional como el que padece actualmente la República (Bolivariana) de Venezuela, envuelta en un caos calamitoso que el chavismo pretende vender como revolución permanente. Pero la mejor vía para hacerlo no es la abierta inadvertidamente por el presidente Rivero. Al contrario: ese es un camino, un gesto, una estentórea impertinencia que puede contribuir a empeorar las cosas para los intereses de los canario-venezolanos.

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Enhamed se marcha

Uno de los grandes deportistas de la historia reciente de Canarias, Enhamed Enhamed, se ha hartado de indiferencias y desaires y ya está buscando otro gobierno autonómico o corporación pública fuera del Archipiélago a fin de conseguir apoyo económico para continuar su carrera. Enhamed logró cuatro medallas de oro en las Paraolimpiadas de Pekín en 2008 y cuatro medallas de oro y una de plata en el Mundial de Natación Adaptada celebrado en el pasado mes de agosto en Eidhoven. Este joven nadador invidente presenta uno de los palmarés más impresionantes jamás conseguido por un deportista isleño, pero a la Dirección General de Deportes esta minucia se las trae al pairo, no digamos ya a la consejera de Educación y Cultura, Milagros Luis Brito, cuya política deportiva es desconocida en su propia casa, o al viceconsejero de Cultura y Deportes, Alberto Delgado, que tendría dificultades para desplazarse en una tina. En cuanto al señor Álvaro Pérez, cabe recordar que se gastó 12.000 euros en la web de una nonata Fundación Canaria de Ayuda al Deportista, sobre la que la Intervención de la Consejería de Economía y Hacienda un informe desfavorable en septiembre de 2009, y nunca más se supo.
Es penosamente fácil proclamar, con el pecho henchido de orgullo patrio, que el partido entre el CD Tenerife y la UD Las Palmas se emitirá en abierto, aunque luego se caiga en un estruendoso ridículo, coronado por una denuncia judicial. Y resulta infinitamente más rentable, en términos de imagen política, prodigar nubes de incienso alrededor de los dos pibes canarios participantes en la selección española de fútbol, encharcando cualquier homenaje a Pedro Rodríguez y David Jiménez Silva, felizmente millonarios, con toneladas de melaza en la que quedan pringados los adjetivos más desopilantes. Un campeón paraolímpico, en cambio, parece más difícilmente gestionable. O tal vez se trate de ignorancia. Solo ignorancia ensimismada, batueca e indiferente a lo que no sea sus propios apetitos propagandísticos. Ignorancia de la inteligencia, los sacrificios y el denuedo demostrados por un canario invidente que es admirado y jaleado por miles de deportistas discapacitados en todo el mundo. Enhamed, vete sin remilgos, si esa es finalmente tu opción, a tierras y piscinas más acogedoras, más civilizadas, más astutamente generosas. No eres el primero, como ya sabes, y para desgracia de nuestro país, cada vez más empobrecido y estúpido, no serás el último.

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Encerradito

A José Miguel Pérez, candidato presidencial y secretario general del PSC-PSOE, convendría que le diera un aire. Porque el señor Pérez sufre cierta agorafobia que lo tiene encastillado en Gran Canaria, incluso en su despacho del Cabildo Insular, y tantas horas de aire viciado, es decir, lleno de partículas de tinta, sellos, expedientes y tiralevitas no le puede sentar bien a nadie. La prueba está en su reciente desayuno de trabajo con representantes de los medios de comunicación en un hotel junto a la playa de Las Canteras. Ni siquiera la potente y yodada ventilación marítima fue capaz de sacarlo de su letargo, porque entre cortaditos y croasanes, de repente, varios periodistas pudieron escucharle que estaba dispuesto a ser vicepresidente del Gobierno suscribiendo un pacto con una fuerza parlamentaria que sacara menos escaños que el PSOE. Por ejemplo – eso ya es suposición de un servidor –CC. Solo varias horas después José Miguel Pérez y sus asesores repararon en esta soberbia y al mismo tiempo mendiga estupidez, y explicó que no, que nada de eso, que él no quería ser presidente, sino que aspiraba a dirigir el Gobierno de Canarias. Alguien le había puesto un ventilador delante o lo había sometido a una ducha de agua fría.
Sorprendente campaña preelectoral la que está desarrollando José Miguel Pérez. No sale de Gran Canaria si no es indispensable. Claro que cuando ganó en buena lid la Secretaría General tampoco realizó el más tímido amago de patearse –como era su obligación – las organizaciones insulares y municipales socialistas. Fotos con Blanco y Pérez Rubalcaba pueblan sus dispositivos digitales, pero verlo con un alcalde majorero, gomero, palmero o tinerfeño es bastante más difícil. Está ahí, encerradito en su despacho, acudiendo a las convocatorias que se dictan desde Ferraz, y llamativamente ausente de las presentaciones de los candidatos de su partido en otras islas. No ha reparado en que el profundo desgaste del PSOE en España y el descrédito del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero le exigen precisamente, a él y a su equipo, un esfuerzo imprescindible y extenuante para demostrar que los socialistas son una alternativa rea, cuentan con un programa de reformas progresistas, disponen de un liderazgo de verdadera dimensión regional. Y en cambio comete contumazmente torpezas como cacarear sobre la creación de empleo – sin ofrecer, eso sí, medidas y acciones concretas – y oblitera sus fórmulas para defender los servicios públicos en el Archipiélago.
Si se despista será vicepresidente, en el mejor de los casos, por méritos electorales propios e intransferibles.

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Billetes pellejos

Deduzco que hoy (escribo este artículo el domingo) se celebraba un partido del Club Deportivo Tenerife, porque deambulan por las cercanías del Estadio Heliodoro Rodríguez López numerosos homínidos envueltos en bufandas blanquiazules y con expresión de martirio en los rostros hocicudos. Y eso que no ha empezado a rodar la pelota. Pobre gente. Le pregunto a un pibe que lleva en el rostro una expresión un fisco menos patibularia que los demás:
–Pero, ¿hoy juega el Tete?
El chico me mira de soslayo durante dos o tres segundos y farfulla:
–¿Jugar? El Tenerife no juega nunca. Comparece.
Casi me dan ganas de aplaudirle, pero ya se ha marchado. En un mástil situado en uno de los ángulos del estadio un fino gallardete soporta una banderola mojada de la Obra Social y Cultural de CajaCanarias. Mojada y triste. Que sumamente metasimbólicos puede ser los símbolos. Porque la Obra Social y Cultural de CajaCanarias está a punto de desaparecer. Todas las obras sociales vinculadas a las cajas, como consecuencia de su transformación en bancos que, a su vez, serán deglutidos por la oligarquía financiera española: los señores Botín y González ya se relamen de gusto, y algunos potentes fondos de inversión transnacionales, también. Un melancólico – y profundamente regresivo –final de etapa del Gobierno socialdemócrata de Rodríguez Zapatero, a punto de ejecutar entre sahumerios de modernización la mayor concentración de capital bancario de la historia de España. De nada han valido las fusiones, los planes de jubilaciones anticipadas, el cierre de sucursales, las nuevas normativas para sulfatar los parasitismos partidistas, los intentos (muchos reducidos a malabarismos contables pero otros no tanto) de sanear los malolientes balances. Ahora, en el penúltimo momento de la legislatura, se dicta sentencia de muerte sobre las cajas, y debe saberse que con ellas desaparecerán, entre otras cosas, los más de 2.000 millones de euros anuales que invertían en actividades culturales, deportivas y recreativas. Con todas las observaciones y reparos críticos que se merece, la Obra Social y Cultural de CajaCanarias no solo ha desempeñado un magnífico papel, potenciado por una admirable profesionalización técnica en los últimos años, en nuestro tejido sociocultural: también ha podido y sabido llegar, a menudo, donde no lo hacían ni económica ni programática ni geográficamente las administraciones públicas. Pero ya lo decía Gómez de la Serna: “Los billetes se ablandan como si fueran pellejo humano”.Y viceversa.

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Bloc de notas

El redactor jefe de Tenerife. Todos los periodistas sabemos de la importancia del redactor jefe. El director, bah, el director es el tipo de corbata que ocupa el mayor despacho y que entra y sale de la redacción al trote, con expresión demudada, esforzado petudo bajo la púrpura invisible, sinuosa conexión entre la redacción y la empresa, cancerbero de sí mismo, perpetuamente bajo sospecha de los editores y los periodistas, dando palmaditas melífluas en los pasillos o convocándote para presentarte la carta de despido. El redactor jefe, en realidad, es el que manda, el que se mete en harinas, el que decide la pertinencia de una noticia o la impertinencia de una sintaxis, el que te clava un error estúpido en las costillas, el que corrige y al cabo decide los titulares y, tras un proceso de selección atropellado y exacto, propone básicamente los contenidos de la primera página.  El mejor redactor jefe que he conocido (aunque admitió gruñendo ser nombrado subdirector en su último periódico) fue Paco Cansino, del que cada día me acuerdo más leyendo hoy la prensa, señal inequívoca, entre otras circunstancias más calamitosas, de mi irrefrenable empuretamiento, y Cansino afirmaba, entre aspavientos y manotazos, que esperaba no tener jamás la mala suerte de ser director, porque lo suyo era la redacción, la redacción, cojones, y el director, que cumpla con sus obligaciones contractuales, que lo deje trabajar en paz a él y a su gente y que le den. Sin embargo, debo anunciar, compañeros y compañeras, la consagración de un nuevo redactor jefe: el abogado Felipe Campos. El abogado Felipe Campos, que comenzó defendiendo a los vecinos del centro de Santa Cruz que no podían dormir en Carnavales, ha creado un permanente carnaval mediático con el objetivo de que nadie pueda dormir, al menos, sin oírle antes. No solo se pronuncia ya sobre el caso Las Teresitas, sobre las vicisitudes jurídicas y reglamentarias del Plan General de Ordenación, sobre la politeya de Canarias, el insondable meollo de la crisis económica, la incestuosa sociología del empresariado isleño, las conspiraciones en curso, el puerto de Granadilla o la inconstitucionalidad de la Monarquía (sic), sino también sobre si un periódico debe llevar una información en primera página o no debe llevar una información en primera página. Para resumir el criterio metodológico de nuestro flamante redactor jefe: una noticia debe ir en primera página cuando le gusta y no debe ir en primera página cuando no le gusta. Quizás sea discutible (aunque si se lo discutes, ya lo sabes, eres un paniaguado del Régimen contra el que lucha día y noche, como una versión asténica de Fanfan La Tulipe) pero estarán conmigo en que resulta muy sencillo. Más sencillo, imposible. De acuerdo: si un alcalde, un consejero del Gobierno autónomo o un ministro expresara este criterio lo consideraríamos un pedazo de fascista, cuando no un fascista entero.  Pero no es el caso, sin duda porque el abogado Felipe Campos transpira democracia y es un héroe en liza contra la maldad regimentada. Quedan advertidos, compañeros y compañeras: Felipe Campos es el nuevo redactor jefe de Tenerife.

Las izquierdas unidas jamás serán unidas.  Después de escuchar al redactor jefe, y quizás porque me he sometido a demasiadas radiaciones sin tomar las precauciones debidas, reservo un rato de melancolía (una más qué importa) por los runrunes sobre pactos, repactos y contrarepactos agónicos entre nuestras liliputienses izquierdas. En algunas bitácoras se leen clamorosos llamamientos a la unión electoral de las izquierdas. Vamos, si las izquierdas se unen (Izquierda Unida, Los Verdes y Los Tomates Verdes Fritos de Octavio Hernández,  Sí se puede, el chiringuito odalístico de Ignacio Viciana, el Partido Comunista del Pueblo Canario, que sé yo) arrasan. ¿Cómo no lo entenderá esta gente? Algunos van más lejos aun y opinan, siendo realistas, que en la gran coalición de izquierdas, si se pretende realmente desembarcar en las instituciones públicas y ser influyentes, puede que decisivos, debe estar Nueva Canarias, y hasta el CCN,  y mira, si nos podemos farrucos, pues el PIL y hasta Domingo González Arroyo. Esta gigantesca empanada mental bebe de un mito, el mito de la unidad de las izquierdas, la convicción fantasiosa de que si no gobiernan las izquierdas es porque las muy brutas están divididas, ah, los protagonismos absurdos, los fulanismos destructivos, la obsesión por los logotipos, y si se reconciliasen, como representan a la mayoría social, pues ya está, o al menos ya se está en el camino correcto. Tal vez sea una pena que no sea así, pero no es así. Y ni siquiera cabe echarle toda la culpa al sistema electoral canario. Cualquier ciudadano sensato debe repudiar el vigente sistema electoral, pero si desaparecieran los intolerables topes electorales insulares y regionales, la unión de las izquierdas no tendría un solo diputado (en la adacadabrante coalición que incluyera el Centro Canario de Nacho y NC sí podrían obtener escaños dos izquierdistas como los señores González y Rodríguez, ex consejero de Presidencia y expresidentes del Gobierno de Canarias respectivamente).  Pero ni uno solo. Y es que el problema de las izquierdas no es que estén desunidas, sino que son insignificantes. Cuantitativa, social y comunicacionalmente insignificantes. Y los que vocean con entusiasmo fingido o verdadero que su unión mesiánica en listas electorales conjuntas deparará un avance incontestable, en realidad, han terminado por asumir el lenguaje, el alma de marketing y el estilo político de los detestados partidos del establishment. Lo primero que debe hacer un proyecto de izquierdas – y probablemente los únicos que lo han entendido, con mayor o menor fortuna, son la gente de Sí se puede – es existir más allá de sí mismos y trabajar desde los espacios micropolíticos (empresas y talleres, universidades, asociaciones de vecinos)  sin abandonar los espacios institucionales. Por lo demás, la unión de las izquierdas no puede depender de las citas electorales. Que colaboren cotidianamente en objetivos comunes debería ser una asignatura obligatoria. Digo. Si no quieren resignarse a un papel testimonial, y peor aun, limitarse a ser testimonio de su propias naderías. “Te llaman porvenir,/porque no vienes nunca./ Te llaman: porvenir,/ y esperan que tú llegues/como un animal manso/a comer en su mano”. Ángel González, como era un poeta, sabía de lo que hablaba.

Ha muerto Daniel Bell.  Bueno, no esperaba páginas enteras. Pero tampoco esto. Daniel Bell es uno de los filósofos sociales más importantes desde la II Guerra Mundial. Empezó en la izquierda, en su juventud neoyorkina, y terminó siendo un conservador. Un conservador liberal. Bell se ganó la vida como periodista – eso sí: nunca llegó a ser redactor jefe – mientras se pagaba, con ayuda de becas, su carrera en la Facultad de Sociología de Columbia. Terminó como catedrático en Harvard. Demostró su lucidez al avanzar el desarrollo y los conflictos de las sociedades posindustriales y la decadencia de las ideologías redentoristas. Lo que ocurre es que los diagnósticos de Bell se ajustaban a un capitalismo que, durante unos años, podría parecer como civilizado en Norteamérica y Europa, pero que ha demostrado que su capacidad destructiva sigue siendo una amenaza. El profesor Bell, que escribió y estudió hasta los noventa años, escribió un libro, Las contradicciones culturales del capitalismo, que era muy inteligente pero, definitivamente, menos inteligente que el capitalismo mismo. La contradicción que detectaba el profesor estribaba en dos factores discordantes. Por un lado, el sistema capitalista necesita la expansión contunu del principio de racionalidad para resolver los problemas de organización y eficacia que el funcionamiento de la economía exige. Por otro, la cultura de las sociedades capitalistas avanzadas acentúan cada vez más valores de signo opuesto: el sentimiento, la gratificación personal inmediata, el hedonismo, el relativismo moral que para Bell anida en las expresiones artísticas y literarias del modernismo. Al cabo de cuarenta años ya tenemos la respuesta: el sentimiento, la gratificación personal, el relativismo, se han convertido plenamente en productos que alimentan incesantemente al mercado, al mismo sistema económico. Sentirse libre conduciendo por la carretera y matarse contra un árbol es, también, una cuestión de precio. No hay ninguna contradicción cutural, admirable profesor. El cadáver se levanta, recoge las piezas, y al día siguiente, a las ocho, se presenta en su centro de trabajo. O en la cola del paro.

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