Austeridades

Portentoso anuncio presidencial de Paulino Rivero. El Ejecutivo ha decidido eliminar cinco fundaciones y dos empresas públicas, lo que supondrá un ahorro anual de unos 25 milloncetes de euros. Que después de tres años de la crisis económica más destructiva del último medio siglo en Canarias el Gobierno haya sacado resuello para eliminar vaporosas naderías como la Sociedad para la Promoción Educativa o venerables reliquias como Canarias Congress Bureau no parece que sea una noticia excepcional. Porque, como es obvio, la pregunta es muy sencilla: ¿por qué no se hizo antes? Las mencionadas fundaciones y empresas públicas eran perfectamente inútiles antes, incluso, de que Paulino Rivero tomase posesión como presidente del Gobierno. Este anuncio heroico se produce apenas dos meses antes de que se convoquen las elecciones autonómicas y municipales y no resulta, precisamente, ajeno a ellas. A este paso el último ujier no cerrará la última puerta de Saturno – ese abrevadero estratosférico digno de la inteligencia rapaz de don Lorenzo Olarte — hasta mediados de siglo. El Gobierno, en fin, ha tenido tres años, tres años nada menos, para diseñar un plan de reforma de la administración autonómica que elimine obsolescencias, superposiciones, redundancias, anacronismos e inutilidades, pero no lo ha hecho, entre otras poderosas razones, porque las administraciones públicas hipertrofiadas e ineficientes tienen, como principal objetivo, servir a su propia supervivencia.
Y sin una reforma estructural de las administraciones públicas – una racionalización organizativa y operativa que no consiste en ajusticiar funcionarios convenientemente estigmatizados para disfrute del elector oligofrénico – todo el complejo edificio político-administrativo de Canarias amenaza ruina económica y simbólica. Ocurre, por lo tanto, lo contrario que en Tindaya, tal y como ha explicado amablemente el arquitecto jefe del supuesto proyecto de Chillida: igual si agujereamos la montaña, oiga, se viene abajo, que las montañas de traquita son muy suyas, muy resentidas, muy traicioneras. Don Lorenzo Fernández-Ordóñez ha sido muy amable. Quince años con esta maldita murga mesiánica, decenas de millones de euros malgastados en una trama que jamás se ha aclarado del todo públicamente, y ahora se nos advierte, con la mejor de sus sonrisas de escuadra y cartabón, que Tindaya se puede desmoronar. Menos mal que todo esto pasa con el mejor sistema educativo europeo. En Finlandia ya hubiéramos entrado en el canibalismo.

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Paradigma

Es irreprimible la tentación de resistirse a la evidencia última: estamos ante un cambio de paradigma de lo político, de lo económico y de lo público. Las cosas no volverán a ser lo que fueron, y no solo cuantitativa, sino también cualitativamente. La larga y agónica crisis económica transformará no únicamente estructuras y procedimientos políticos y administrativos, sino la misma concepción de la política: la recesión, el paro, la pauperización de las clases medias, el crecimiento de la exclusión social ayudan paradójicamente a la victoria definitiva del sálvase quien pueda, a la reducción del Estado de Bienestar a un Estado asistencial cada vez más jibarizado, a la sustitución de la legitimación democrática por una legitimación tecnocrática, a la evaporación de derechos sociales presentados ahora como legañosos escollos que impiden el crecimiento, la prosperidad, el triunfo de la productividad. La crisis fructificará en una transformación de la cultura política – hace treinta años se mantiene una batalla ideológica que ahora rinde frutos – y conducirá a una nueva mística del heroísmo del capital que, sobre todo, vender cínicamente el valor de la dureza. ¿Qué dureza? Bueno, la dureza a la que se refería Benito Mussolini en una frase excelsa: “El fascismo es el horror ante la vida cómoda…”
Todos nos resistimos a un cambio ahora mismo inimaginable, Se resisten también los empresarios, por supuesto, y ahí tienen ustedes el temblor de la dirección de la CEOE ante la rebaja de un 33% de la inversión pública para el año 2012. El presidente de la patronal, José Carlos Francisco, ha alertado que una disminución de la inversión productiva después de un año “tan complicado” como será 2011 “es realmente preocupante, por sus efectos multiplicadores en el resto de la economía, en particular sobre el empleo”. Difícil situación, en efecto. Al ser el Gobierno autonómico el principal asignador de recursos en este país, ¿qué ocurre cuando el Gobierno carece de recursos para asignar? ¿Qué ocurre cuando el Gobierno renuncia explícitamente – como en el resto de España y la UE – a emplear la inversión pública como instrumento anticíclico en una economía estancada y descuadernada? Lo peor, por supuesto. Tendremos empleo, pero será un empleo peor y de alma dickensiana. Tendremos empresas, pero sentenciadas a la mediocridad y a la debilidad porque sus posibilidades de investigación e innovación quedarán estranguladas. Tendremos democracia, pero solo para votar a los gestores indistinguibles de un desastre cotidiano.

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El caso del guarachero

Llevo en el negocio un cuarto de siglo, pero es la primera vez que me ocurre. En una misma mañana se me han presentado cuatro clientes en el despacho para pedirme lo mismo. Y, por supuesto, he aceptado. La gente se queja constantemente del desempleo, la crisis económica y los salarios de mierda, pero después de los vendedores de chimeneas, los profesionales que peor lo estamos pasando en esta ciudad somos los detectives privados. Las dos terceras partes de los casos de un detective privado consisten en asuntos de cama. Infidelidades. Escándalos sexuales que no pueden eclosionar como escándalos y deben reducirse para siempre a chismes quizás molestos, pero inofensivos. Pues hasta eso se ha ido al infierno. Para el empresario arruinado, o a punto de arruinarse, los cuernos se convierten en la penúltima preocupación.
–En efecto, su mujer se la pega con el profesor particular de Matemáticas de su hija. Aquí tiene el informe y las fotos.
–Y qué más da, si no consigo que me pague el ayuntamiento, y el préstamo me vence dentro de quince días…
–Oiga, ¿dónde va? ¿Y las perras? ¿No le interesan las fotos?
–Mire, por mí como si mi mujer se lía con Manolo Artiles…
–Eeeh…Me parece improbable…
— ¿Improbable? ¿A mí? Lo que no me pase a mí…
Todo comenzó cuando entró en mi destartalado despacho, abierto en el barrio Duggi, una pareja compuesta por una señora y un caballero. A la dama me pareció reconocerla de un caso anterior. Efectivamente. Era Cristina Tavío. El individuo que la acompañaba, con una corbata criminal y un reloj de oro todavía más apabullante, me miró de arriba abajo, con un evidente disgusto.
–¿Me recuerda? – dijo Tavío con uno de esos extraños rictus entre la sonrisa y el shock anafiláctico.
–Perfectamente –respondí-. Y este caballero…
–Soy Manuel Fernández, secretario general del PP de Canarias, para servir a Soria y a usted.
— Me gusta la gente que tiene clara sus prioridades.
— No tenemos mucho tiempo. Estamos en precampaña electoral y en diez minutos Bermúdez inaugura una exhibición de porrones sin pitorro en Cuesta Piedra y debemos estar presentes. Necesitamos saber algo. Y lo necesitamos ya.
— Pues se ha equivocado con las prisas. Yo no soy la Enciclopedia Espasa Calpe.
–Necesitamos que averigüe usted una cosa muy concreta: ¿Santiago Pérez se presentará al Parlamento de Canarias?
— ¿Santiago Pérez? ¿Y les interesa a ustedes?
— Por supuesto –repuso Manuel Fernández -. Si se presenta Santiago Pérez, al frente del grupito ese de escindidos del PSOE, igual los socialistas pierden un diputado. Ya están cuesta abajo, pero el empujoncito de Pérez puede ayudar.
— Divide y vencerás.
— Es el eslogan que se está aplicando el PSOE en esta campaña – dijo Fernández con una inquietante risita de lémur.
— Son 200 euros diarios más gastos – apunté, manteniendo la mirada escandalizada de Tavío.
— ¿Doscientos euros diarios? Eso es una barbaridad…
— Cristina, Cristina, atiende las razones del caballero. Mire, si le consigo los doscientos euros de la Oficina de Campaña, ¿admitiría usted un 10% de comisión?
— Yo trabajo solo, yo cobro solo – advertí endureciendo aun más la mirada.
–De acuerdo – la señora Tavío -. Pero actúe rápido. Tiene una semana de plazo…
A los diez minutos apareció Manolo Vieira en el despacho. Porque hubiera jurado que era Manolo Vieira. Llegó acompañado de un viejo conocido, cuyo nombre tardó en florecer en mi memoria. Pero sí, era Francisco Hernández Spínola, y junto al Spínola, un hombre bajito con un ojo ensanguinado, que fue el que primero se presentó, afirmando llamarse Julio Cruz, para servir a Casimiro Curbelo y a mí.
–Querido amigo – dijo Hernández Spínola, con su habitual tono untuoso – tengo el honor de presentarle al secretario general del PSC-PSOE, José Miguel Pérez…
–¿Por qué se rasca de esa manera? – el falso Vieira se estaba haciendo sangre hundiendo las uñas en su cuello.
— Todavía no lo sabemos – explicó o no explicó Julio Cruz -. Pero le pasa cada vez que sale de Gran Canaria. Tranquilo, José Miguel, tranquilo, que en diez minutos estamos en Los Rodeos…
— ¿Y no habla? –pregunté, estupefacto a mi pesar.
— Solo cuando tiene que hacer discursos trascendentales…
— Mmmmm…Mmmmm…
— De acuerdo, se lo diremos…En realidad evita hablar para que sus palabras no sean malinterpretadas y algún periodista malévolo deduzca que está dispuesto a pactar con Coalición Canaria después de las elecciones…
–¡Mmmmm…mmmm…mmmm!
— Claro que no, José Miguel…Por supuesto que no… Ni antes ni después…
— Querido amigo, no queremos distraerle… Nuestra encomienda es muy sencilla. Queremos que averigüe si Santiago Pérez encabezará la lista al Parlamento por Nueva Canarias-Socialistas por Tenerife…
— ¡Esos no son socialistas ni nada! ¡Socialista yo, que llevo aguantando a Casimiro hace veinte y tantos años!– bramó Julio Cruz.
— Si Santiago se presenta nos hace una pequeña faena – reconoció Spínola –. Y quizás tengamos que corregir ligeramente la estrategia de campaña…
— ¿Cómo?
— No sé. Igual metemos en el programa que el puerto de Granadilla será un poco más pequeñito…
Comenzaba a preocuparme seriamente cuando aparecieron de la nada, y se colaron por la puerta, sin ningún pudor, José Miguel Barragán y Javier González Ortiz.
–A ver. Sin rodeos. ¿Puede usted averiguar si Santiago Pérez se va a presentar al Parlamento? Un momento. Me llaman –González Ortiz tomó su teléfono móvil – Si. No. Claro que sí. Por supuesto que no. Ya. Claro. Dile que no. Pregúntale si sí. No. Sí. Bueno. Ya. No. Sí. Vale. Ya.Ya. Ya. Ya.
— ¿Tiene una aspirina? –preguntó Barragán.
— ¿Por qué les interesa lo de Santiago Pérez?
— ¿Por qué? Porque será un diputado más para el PP. O medio. Lo tenemos calibrado. ¿Usted se imagina a CC en la oposición? ¿Verdad que no? Pues nosotros tampoco. Y Antonio Castro menos todavía.
–Ya.Ya.Ya.Ya.Ya.Ya.Ya.Ya.Ya.Ya.Ya.Ya. ¿Ya?. Sí y no. Ya.Ya.Ya. No y sí. Ya.
–No me extrañaría que hasta le pagasen la campaña. Le dejó mi número de teléfono. A Javi ni se le ocurra llamarlo.
— Ya.
Estaba a punto de abandonar el despacho, después de anudarme la corbata y tomar un lingotazo de la botella del armario, cuando se materializó mi última visita de la mañana. Eran como el Gordo y el Flaco, pero en bajito ambos dos.
–Buenos días. ¿Es usted el detective, no? Soy Nacho Viciana y este es el compañero José Manuel Corrales. Una pregunta previa, ¿no habrá votado usted nunca a ATI, no? No podemos fiarnos de usted si vota o simpatiza con ATI. O con PP.
— O con el PSOE, sobre todo con el PSOE – intervino Corrales.
— No sé si fiarme yo de ustedes. ¿Les importaría que hubiera votado a Fuerza Nueva?
Se miraron mutuamente
–¿Fuerza Nueva? Por supuesto que no. Puede usted estar tranquilo. Fuerza Nueva no forma parte del Régimen – explicó Corrales, sonriente.
— Nosotros estamos contra el Régimen –resumió Viciana.
— En su caso es muy obvio – comenté mirando el lugar que un día ocupó hipotéticamente su ombligo-. Déjenme adivinarlo. Ustedes quieren saber si Santiago Pérez aceptará o no su oferta para encabezar su plancha al Parlamento.
–Exactamente. Muy inteligente por su parte. En definitiva, queremos saber si Santiago está con la regeneración democrática de Canarias y la clase trabajadora o es un traidor como los otros…
— ¿Cómo quiénes?
— Como Rodríguez Zapatero, como José Miguel Pérez, como López Aguilar, como Manuel Marcos, como Abreu, como Julio Pérez… Coja usted el censo del PSOE y se hará una idea…
Decidí que lo mejor era la acción directa, como hubiera dicho Corrales en sus tiempos más juveniles, así que tomé el tranvía y me planté en La Laguna en menos que canta Ricardo Melchior Deutschland über alles. Después de unas discretas pesquisas me dirigí a Punta Hidalgo y al fin pude encontrarlo. Santiago Pérez, en un risco abatido por las olas, bailaba bajo un sombrero de paja y cantaba con mucho ritmo:
— “Yo quiero bailar muchachos/ la huaracha sabrosona/yo quiero bailar muchachos/la huaracha sabrosona/con una linda muchacha/ que sepa bailar huaracha/con una linda muchacha/que sepa bailar guaracha…”
–¡Oiga! – grité con toda la fuerza de mis pulmones — ¡Oiga! ¿Santiago Pérez? ¡Se va a presentar usted si o no!
Pérez me vió al fin y se quedó paralizado durante unos segundos. Después entornó los ojos y cantó meneando las caderas:
— “Huarachera linda,/huarachera hermosa,/oye los bongós/ yo sé que lo gooozaaaaaaaa”.
Suspiré largamente y musité:
–Esto no le va a gustar a nadie…

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Papel mojado

Un amigo me envía un video con una intervención pública de Julio Anguita quien, por cierto, ha renunciado a la pensión que le correspondía como exdiputado, porque afirma que con los 1.400 euros de jubilación que le quedan como profesor de Enseñanzas Medias tiene suficiente para ir tirando. Anguita puede y quizás debe merecer muchas críticas (a su estrategia parlamentaria, a su gestión de las crisis en Izquierda Unida, a cierta simplicidad catecuménica suya y muy suya) pero es una de las figuras políticas más decentes y coherentes de los últimos treinta años. Anguita adelanta diez medidas para superar la crisis económica bajo una prioridad central: salvaguardar los intereses de la mayoría social y no desgastar el Estado de Bienestar. El núcleo central de su propuesta, por lo que entiendo, se basa en la lucha contra el fraude fiscal, una reforma tributaria que aumente los tipos a las rentas más altas, la persecución de la economía sumergida y la desaparición de las SICAV: con esto Anguita sostiene, sin precisar mayores detalles, que aflorarían 120.000 millones de euros en un año. Yo no se cómo explicar mi percepción de estos trabajosos esfuerzos anguiteños, que serán publicados en el próximo número de Mundo Obrero (sí, sigue existiendo Mundo Obrero). No sé explicarlos, al menos, sin recurrir a la palabra melancolía. Y me ocurre, obviamente, porque mi simpatía por los principios de ética ciudadana de Julio Anguita es tan intensa como mi decepción por sus ocurrencias, que funcionan más o menos razonablemente como abstracciones, pero que tienen tanta relación con la economía real como la varita de Harry Potter con la termodinámica.
Más allá de la obsesión de muchas izquierdas por la vía recaudatoria para librarnos de todo mal – que parte de una amnesia sistémica: en las crisis las empresas pequeñas y medianas que no se hunden se empobrecen—debe citarse un factor fundamental: la globalización financiera y económica. El capitalismo ha sabido universalizarse y, en cambio, las estrategias a favor de las mayorías ciudadanas, no, sean partidos, sindicatos o movimientos sociales. Siguen estabulados en ámbitos locales, regionales o nacionales. Y así es imposible no ganar la partida, sino simplemente jugarla. El Gobierno de Canarias, por ejemplo, no puede aumentar su deuda pública – si eso fuera pertinente – sin la autorización ministerial correspondiente. Y lo mismo le ocurre al Gobierno español respecto a Bruselas y a Bruselas respecto a los consorcios bancarios y los fondos de inversión internacionales. Como correlato a esta dimisión de la política, hasta que no sea posible convocar una huelga general con más o menos éxito en toda la UE, los intereses generales serán, cada vez en mayor medida, papel mojado.

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Apocalipsis

En el pasado, y es una costumbre no desaparecida del todo, la explicación urgente de las grandes calamidades (terremotos, maremotos, erupciones volcánicas, pestes) estaba vinculada a las creencias religiosas. Cuando ocurría algo realmente terrible, algo que evidenciaba nuestra condición de cucarachas bípedas a merced de cualquier catástrofe que desestabiliza la delgada superficie del planeta que habitamos, un horror indescriptible e indomable que acababa en pocos minutos con miles de vidas y con el esfuerzo de generaciones, es que habíamos disgustado a la divinidad, y recibíamos un atroz, pero justo castigo a nuestros miserables desafueros. Temblad, pecadores, porque todo verdor perecerá. En los últimos años se ha popularizado una suerte de versión laica de esta purga inmisericorde. Los protagonistas conceptuales son otros, pero el sentido de un pecado irredimible es el mismo y, lo más asombroso, la fraseología utilizada también. Es la propia Tierra la que nos castiga en esta ocasión, y nuestro pecado es el cambio climático y, por supuesto, los pecadores somos todos, pero puestos a elegir un símbolo, un símbolo que en parte nos exculpe y nos convierta también en víctimas propiciatorias, el símbolo es la codicia, la estupidez, la infinita maldad del capitalismo.
Pero no hay ninguna relación causal demostrable entre el maremoto que ha destrozado el norte de Japón y la dinámica del cambio climático. Absolutamente ninguna. Sostenerlo resulta, por lo tanto, una mera cuestión fideísta, un crujir de dientes seudorreligioso, una liturgia de gemebundas o tronantes convicciones al margen del conocimiento científico actualmente disponible. No soy de los que niegan estúpidamente el cambio climático. Es uno de los problemas más graves a los que se enfrenta la especie humana en el siglo que nos ocupa y desespera. Pero el mismo espíritu crítico, el mismo rigor científico de las autoridades intelectuales más respetables, nos aconseja evitar los estúpidos y cejijuntos zafarranchos apocalípticos que ahora se escuchan. Y lo mismo, mal que nos pese, ocurre con las centrales nucleares. El maremoto que se abalanzó sobre Japón destrozó carreteras, vías férreas, puertos, centrales eléctricas convencionales, naves industriales, aeródromos, industrias metalúrgicas y químicas. En todos estos lugares murieron miles de personas. La central nuclear de Fukushima, en cambio, ha resistido sin colapsar un terremoto tremebundo y sus protocolos y dispositivos de seguridad han puesto a salvo a 200.000 personas en cuestión de horas. No digo que sea admirable. Pero merece una reflexión que vaya más allá del temblor y el temor.

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