Alfonso González Jerez

Choque de trenes

En la Unión Europea de la crisis de la deuda pública y la cronificada anemia económica existe un conflicto en ciernes entre democracia representativa, estrategias estatales e intereses económicos del capital financiero globalizado. Las elecciones italianas del pasado domingo lo han expuesto claramente. Para horror de bolsas, mercados y gobiernos las urnas arrojaron una situación de inestabilidad política insalvable. Para empeorar las cosas el sistema electoral italiano parece diseñado por un mandril empapado en pacharán, y en parte lo es, pues las últimas reformas al mismo fueron introducidas por Silvio Berlusconi. Precisamente bajo el pretexto de corregir las débiles, insuficientes y a menudo caóticas mayorías parlamentarias que arrojaban tradicionalmente las urnas Berlusconi y los suyos –que eran legión – añadieron un nuevo parche y se estableció que el partido o coalición ganadora obtiene inmediatamente un bonus de 50 diputados. El pasado domingo el partido más votado fue el Movimiento Cinco Estrellas de Beppe Grillo, con el 25,5% de los sufragios, seguido por el Partido Democrático liderado por Pierluigi Bersani, ex ministro de Industria y Comercio con Romano Prodi. Sin embargo, al presentarse coaligado con tres pequeñas organizaciones, Bersani se alzó finalmente con el primer puesto, consiguió el bonus y obtuvo la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados. El problema es que derrapó en el Senado, y desde el Senado se puede bloquear, retrasar y torpedear casi infinitamente al Gobierno y a los proyectos legislativos procedentes de la Cámara. Asombrosamente, Berlusconi superó el 20% de los votos, y menos asombrosamente, Mario Monti, primer ministro en funciones, arañó apenas un 10% al frente de una coalición de centro derecha.

Italia es ese espejo incómodo donde la contradicción entre la democracia representativa nacional y los intereses financieros transnacionales se refleja con cierta obscenidad. La caída de Berlusconi no obedeció a un proceso político interno, a la dinámica de mayorías y minorías: repentinamente los italianos asistieron, atónitos, al nombramiento como primer ministro de un senador vitalicio, excomisario de la UE y exasesor de Goldman Sachs, que fue presentado como un desinteresado, sapiencial y neutral técnico, cuyo concurso era imprescindible para corregir la deriva económica del país y cumplir las estrictas exigencias de la Unión Europea, pero al que nadie – nadie – había votado. Los dos grandes partidos parlamentarios – el Polo de la Libertad de Berlusconi y el Partido Democrático – apoyaron sin apenas rechistar sus medidas. Que este fulminante proceso se haya producido en el corazón de Europa y haya sido –por así decirlo – homologado sin mayores aspavientos no es, sinceramente, una prueba de madurez política e institucional, sino un síntoma de la subordinación de los sistemas políticos parlamentarios a un poder cuya raíz no es democrática y cuyos intereses no son, precisamente, los intereses generales. No se ha refundado el capitalismo, esa fugaz ocurrencia de Sarkosy de poner el cascabel a un tigre. Es el poder del capital financiero está reformando (deconstruyendo) los sistemas democráticos.

Los dos argumentos con los que se pretendido diluir esta incómoda realidad son harto cuestionables. El primero es muy sencillo: había que alegrarse de la aniquilación política de un inmundo delincuente como Silvio Berlusconi. Pero, tal y como demuestran las últimas elecciones, el canalla de Berlusconi sigue ahí, políticamente vivo, y no se ha avanzado un centímetro en cercenar su fabuloso poder económico y empresarial o en acercarlo al banquillo de los acusados. El segundo es más sofisticado y apunta a la transferencia de poder político de los estados a la Unión Europea y a la imperiosa necesidad de cumplir, en beneficio de todos los agentes, las decisiones económicas y fiscales de la UE. Pero una cosa es la transferencia de poder y competencias de los estados a la Comisión y otra distinta suplantar la voluntad política expresada en las urnas y tutelar, si no maquinar sigilosamente , cambios de gobiernos y programas en plena legislatura, como ha ocurrido en Italia.

Los resultados electorales del pasado fin de semana no dejan de ser una respuesta de los italianos al experimento Monti (desde un punto de vista político) y al austericidio como eje de la política comunitaria  (desde un punto de vista económico). Lo han rechazado clamorosamente votando a Grillo y a Berlusconi. Nuevo ejercicio de licuefacción del sentido: los italianos han votado a dos payasos. No, no es exacto. No es necesario reseñar lo que es el berlusconismo. Como figura política Beppo Grillo puede ser un botarate,  pero no es un criminal. Su programa, ciertamente, se asemeja mucho a una carta a los Reyes Magos: su relativo desinterés por lo económico resulta asombroso y sus propuetas carecen de articulación interna, de coherencia argumental, de rigor expositivo y análisis realista sobre una coyuntura de endemoniada complejidad. Más que un programa político recuerda a los cahiers de doléances  que se presentaron en los Estados Generales previos a la Revolución Francesa. A buen seguro muchos de sus electores habrán optado por el Movimiento Cinco Estrellas no como alternativa de gobierno, sino como oportunidad para la protesta desde un escepticismo absoluto sobre las posibilidades de regeneración del sistema político italiano. Una protesta desengañada, carnavalesca y hasta nihilista.

Italia – junto a Grecia – es un grave y preocupante aviso de un choque de trenes entre legitimidades e intereses que ya no parece capaz de conciliar e integrar el modelo de democracias parlamentarias europeas.  Todas las encuestas advierten que, en caso de convocatoria electoral,  en España se desataría una situación de ingobernalidad. Un gran jurista italiano, Luigi Ferrajoli, explicó ya en los años setenta que el moderno sistema de democracia representativa, de carácter oligopolista, consensual e integrador se presenta y publicita como síntesis política de toda la sociedad.  Ese modelo de democracia consensual es el que está colapsando. Cuando ya no existe la posibilidad de consensos, el equilibrio de intereses se reduce a un mal chiste, la alternancia política se desdibuja y solo es posible una única estrategia político-económica que empeora la vida cotidiana de la inmensa mayoría de los ciudadanos sin un horizonte verosímil de recuperación, ¿hasta qué punto se puede seguir hablando de un sistema democrático, de legitimidad política, de la autonomía de pueblos y ciudadanos?

 

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Preguntas de los lectores

¿En qué consiste el llamado “pacto por Canarias” entre el Gobierno y el Partido Popular?

Es un secreto. Es tan secreto que incluso el joven aunque suficientemente abstruso secretario general del PP canario, Asier Antona, dijo esta semana que no se estaba pactando nada.  Y si no están acordando nada, ¿para qué se reúnen? ¿Han organizado una liga de cinquillo interparlamentaria? En todo caso se trata de una pregunta carente de interés político por una razón elemental que comparten los tres grandes partidos del archipiélago: lo que quisieran cambiar, no pueden hacerlo; lo que pudieran hacer, no querrán cambiarlo. Cuando un modelo político-administrativo entra en una crisis sistémica los partidos políticos ni quedan al margen de la misma, ni pueden por sí, solos superarla. Son como el barón de Münchhausen, que pretendía salir de un lodazal tirándose de los pelos.

Si Ratzinger ya no es Papa, ¿ha dejado de ser infalible? ¿Un Papa emérito es falible o infalible?

Interesante pregunta. Llevo semanas pensando en esa sutil cuestión. A principios de esta semana,  en la puerta de un bareto de Cuesta Piedra, un grupo de pibes debatían ardorosamente varias posturas. Personalmente me inclino hacia la tesis que relaciona la infabilidad papal con la nívea blancura del traje blanco que lleva el sucesor de San Pedro. Est veritas in albo. Recordemos que se trata de una definición dogmática establecida por el Concilio Vaticano I en 1871 y que precisamente en estas fechas, según acreditan documentos pontificios, la ropa del Papa comienza a ser lavada con carácter periódico (el Papa, necesariamente, no). Posteriormente un servicio de lavandería de 24 horas hizo posible que todos los papas se presentaran impecables. La infabilidad papal se vería comprometida si los codos estuvieran sucios, se descubrieran restos de huevo frito en el pecho o aparecieran sombras de sudor en el sobaco. En resumen: como Papa emérito Ratzinger solo será infalible  durante algunos minutos cada mañana, antes de sentarse a desayunar.

¿Cómo expresaría ahora mismo su opinión sobre la monarquía española?

Con un abogado al lado.

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Alergias

En una de sus giras madrileñas el presidente Paulino Rivero ha declarado que no entiende cómo alguien puede no ser nacionalista. Yo la evaluaría como una declaración preocupante si desde la ventana de mi despacho no observara, cada noche, como es saqueado un contenedor de basura. Cada semana hay menos basura y más saqueadores. No me atrevo a preguntarles si son nacionalistas o maoístas, porque de su código gestual no se derivan angustias ideológicas demasiado acentuadas. Pienso que si un señor (o una señora) con cierta proyección pública profiriera reflexiones como “no entiendo como alguien puede no ser liberal” o “no comprendo, sinceramente, como todo el mundo no es socialdemócrata, neoconservador o leninista”  la tentación de telefonear al frenopático más cercano seria irreprimible. Curiosamente con los nacionalistas no pasa eso. Los nacionalistas siempre suponen que todo el mundo debe ser nacionalista si es bien nacido, es decir, si nació precisamente aquí y no en Mongolia. Para los nacionalistas, en fin, todos somos nacionalistas, en acto o en potencia, y si no nos hemos descubierto como tales es a causa de alguna tara oculta, a menudo tan sórdida como vergonzosa, que nos impide reconocernos en el luminoso espejo de la identidad.

En cambio lo que resulta escandalosamente incomprensible es que CC y el PSC-PSOE hayan ejercido su mayoría parlamentaria para rechazar una humilde proposición de Nueva Canarias destinada a diseñar y poner en marcha urgentemente un plan de choque contra la pobreza y la exclusión social. Inútilmente el portavoz de NC, Román Rodríguez, recordó la atroz situación por la que atraviesan decenas de miles de familias isleñas: cerca de 300.000 desempleados, de los cuales más de un tercio ya no reciben ninguna prestación, y casi el 18% de los hogares del Archipiélago con todos sus miembros en el paro. Rodríguez podría haber sido más dramático. Podría haberse referido a la desnutrición de cientos de niños y ancianos, al aumento de la delincuencia callejera, al incremento de la mendicidad, al desbordamiento de las organizaciones no gubernamentales. La mayoría parlamentaria que sustenta al Gobierno regional no se inmutó y la propia consejera de Asuntos Sociales se ausentó del salón de plenos. No es que el Gobierno tenga un plan alternativo. Es que le tiene alergia a la realidad. Falta saber hasta cuando aguantará la realidad la alergia (por no hablar de otras patologías) que le provoca el Gobierno.

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Falacias

Lo escucho muy a menudo en esta discusión, que jamás ha considerado convertirse en un debate: “No conozco ningún país que haya renunciado a explotar un yacimiento de petróleo”. Sinceramente me asombra una aseveración como esa. Porque lo que demuestra la experiencia histórica disponible es que, desde un punto de vista democrático, pocos países han decidido nada al respecto. Fuera de Europa y Norteamérica la mayoría de las naciones petroleras fueron sujetos pasivos de una explotación petrolera controlada y rentabilizada por intereses empresariales foráneos que disfrutaron de su pertinente protección política y en su caso, militar. Pueblos como los venezolanos, los saudíes o los camerunenses no decidieron absolutamente nada y por eso mismo, desde los años setenta, se han desarrollado en África, Asia y Latinoamérica procesos de expropiación y nacionalización de los pozos de petróleos y de las industrias de refino. Otro argumento contundente en esta interminable bullanga alude siempre a Noruega: gracias al petróleo del Mar de Norte los noruegos disponen de un espléndido Estado de Bienestar. Se trata más de una falsedad que de una inexactitud. El modelo social noruego estaba sólidamente consensuado cuando, a finales de la década de los sesenta, se descubrió petróleo y gas natural. La explotación de tales riquezas  se gestiona por empresas de titularidad pública y es el Gobierno quien controla, fiscaliza y planifica los recursos. Una inteligente legislación establece que la gran mayoría de los beneficios obtenidos se ingresan en el Fondo Nacional de Petróleo, convertido en uno de los mayores fondos de inversiones de todo el planeta.

Considerando algunas cansinas obviedades (esto no es el Mar del Norte, Canarias no es Noruega, Repsol no es una empresa pública, ni siquiera una ONG, existe un riesgo potencial nada desdeñable que afectaría a la industria turística) la oposición a las prospecciones en las inmediaciones de Fuerteventura y Lanzarote cuenta, me parece, con argumentos válidos, que resultan poco afectados con vagas e improvisadas promesas sobre un impuesto especial sobre extracciones petrolíferas en Canarias. Los defensores de las prospecciones podrían y quizás deberían aportar razones más ponderadas y realistas y no limitarse a emulsionar el sueño de una lotería petrolera que, en demasiados casos, ha terminado transformándose en una pesadilla.

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Barcenalización

El bueno de Luis Bárcenas, el bueno del Cabrón Bárcenas, como era conocido en algunos círculos de donantes y no precisamente de órganos, se está limitando a mandar mensajes. Es desesperante mandar mensajes y que los receptores no los entiendan. Bárcenas debe andar descompuesto. Qué gente tan bruta. El último mensaje está dirigido, obviamente, a toda la cúpula del Partido Popular, pero en especial a María Dolores de Cospedal, que lo ha demandado o eso dice, y lleva un subtexto muy claro, muy castizo, muy self of man: “No me sigas tocando el escroto”.  El exsenador, extesorero y ahora exasesor del PP (22.000 euros mensuales: eso no lo ganan ni los comentaristas deportivos de la tele autonómica) demanda a su empresa y hace pública dicha acción judicial 24 horas después de que Cospedal pusiera en práctica patéticos trabalengüas sobre el finiquito de Bárcenas, que ha resultado al mismo tiempo sueldo, gratificación, beso volado e indemnización. Qué piel tan finita padecen estos prebostes. Es muy fácil simular precisión, seguridad y autoridad cuando las preguntas están prohibidas y los periodistas actúan como taquimecanógrafos. Pero cuando florecen cuatro preguntas a sus pies la señora Cospedal tartamudea, se muerde los labios, se le engarrota el pescuezo, golpea ligeramente el atril, se le enchopa la mirada y le queda esculpida en el rostro la sonrisa de la penúltima víctima del estrangulador de Boston. Es normal que no entienda los mensajes. Está muy nerviosa. Lo mismo ocurre con todos sus compañeros. Es como si Bárcenas estuviera arrojando poesías de Eliot desde su helicóptero favorito sobre un grupo de orangutanes aterrorizados.

Aunque para la mayoría sea un aserto contraintuitivo, en la praxis política resulta muy desaconsejable la mentira explícita. Desde un punto de vista pragmático, lo mejor que puede hacer un dirigente político, si lo pillan en una mentira y no puede eludir el asunto por otros medios, es reconocerlo y permitir que la herida termine de sangrar. Sí, Bárcenas cobró un finiquito; pero además lo mantuvimos como asesor del partido. La mentira tiene patas muy cortas, pero si además cuentas con que un señor dispone de un serrucho para limarte cada día los muñones, atrincherarte en la falsedad te cubrirá de mierda cada mañana. El PP ya se encuentra plenamente barcenalizado. La estabilidad política del país depende de un extesorero que apila millones en cuentas bancarias suizas. A ver, italianos, portugueses, griegos: superen esto.

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