democracia

Privilegio

Las probabilidades de nacer y estar vivo son muy pequeñas.  Extraordinarias. Somos singularidades vertiginosamente proyectadas por una interminable cadena de acontecimientos casuales y decisivos. Ya cuando un espermatozoide concreto penetró un óvulo concreto “las posibilidades en contra de que nos convirtiéramos en una persona pasaron de una cifra astronómica a una cifra contable”, como dice Richard Dawkins. Si en la niñez a su tatarabuelo un enfermo de gripe le hubiera tosido encima usted, casi seguramente, no estaría leyendo esta columna o haciendo otro cosa de mayor provecho. No estar vivo es, en resumen, muchísimo más probable que estarlo. Estar vivo es un prodigio casi indescriptible en términos estadísticos. Mucho más difícil que conseguir el billete privado del euromillón. Deberíamos estar agradecidos, deberíamos, como Walt Whitman, proclamar un agradecimiento cósmico por el inconmensurable regalo de la vida, que incluye el dolor, que incluye el miedo, que incluye la soledad, la decepción y la muerte.
Atravesamos un páramo donde solo crecen ortigas carnívoras y llueve un chaparrón de mierda que parece no terminar jamás. Millones de personas se quedan sin empleo y miles de estudiantes deben abandonar las universidades, los servicios públicos están siendo presupuestariamente estrangulados, el sistema político democrático ha sido prostituido, la corrupción anega las instituciones, descubrimos ahora desfalcos y venalidades sostenidas con canallesco cinismo, los derechos sociales que han costado duras batallas políticas, sindicales, intelectuales, son destruidos ante nuestras propias narices envueltos en una retórica miserable. Mala pinta tiene todo, e indignarse demuestra cierta salud de espíritu. Pero no se puede estar indignado todo el tiempo, a riesgo de caer en el infarto o la gastritis. Puede que nosotros hayamos tenido mala suerte, pero se trata de un espejismo traidor: a todos los hombres y mujeres les han tocado malos tiempos en los que vivir. Y al fin y al cabo nos ha correspondido una tarea formidable: impedir que el proyecto de una sociedad democrática dotada de derechos, respetuosa con la libertad y la autonomía moral de los ciudadanos y que tenga como objetivos aumentar la igualdad de oportunidades y la dignidad de todos los seres humanos sea borrada, pervertida, masacrada, carnavalizada en unos pocos años, en unas pocas décadas, en un suspiro histórico. La reinvención de la política, la defensa de los principios democráticos, la custodia de derechos sociales, la reforma en profundidad de una organización institucional que grantice la convicencia, la libertad, la tolerancia y el bienestar. De acuerdo: es una responsabilidad terrible, agobiante, hercúlea. Es una putada, pero, en cierto modo, es un privilegio concedido por la puñetera Historia Un privilegio lleno de decepciones, fracasos, duelos y quebrantos. Como la vida.

Publicado el por Alfonso González Jerez en Retiro lo escrito 2 comentarios

Moción de censura

Casi al mismo tiempo que la Fiscalía mostraba su conformidad con la citación a María Dolores de Cospedal, secretaria general del PP, para declarar en el llamado caso Bárcenas, la mayoría absoluta de los conservadores impedía que el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, acudiera al Congreso de los Diputados para hablar de un asunto tan enojoso. A los que siguen insistiendo que Rajoy no tiene nada que decir, porque ya afirmó solemnemente que todo era mentira, que jamás cobró dinero negro y, por tanto, no cabe exigírsele nada más, creo que ya va siendo hora de no molestarse en contestar. La secretaria general de su partido será llamada a declarar en las próximas horas en la Audiencia Nacional. Rajoy no fue investido por una televisión de plasma, sino por el Congreso de los Diputados, y es ahí donde debe brindar explicaciones. Una negación no es una explicación. En democracias parlamentarias los presidentes no responden de acusaciones y sospechas tan graves como estas con un párrafo de tres líneas. Recuerdo que el equipo de Richard Nixon insistía, precisamente, en esa curiosa línea argumental: el presidente lo ha negado todo y, por lo tanto, no hay absolutamente nada que explicar. Es sorprendente: explicar y explicarse no es, en ningún caso, un acto volitivo del jefe de Gobierno, sino una reclamación que la oposición ejerce en su papel de fiscalización del poder ejecutivo. No es que usted quiera explicarse o no, señor Rajoy, es que la oposición –sin excepciones – le demanda explicaciones. Un portavoz del PP llegó a afirmar ayer que la oposición  no debía “servir de portavoz de un delincuente” o algo por el estilo. Ese presunto delincuente –designado tesorero en su día por Rajoy — ha estado cobrando del Partido Popular hasta enero pasado. La dirección del PP se ha ciscado, más que en el Parlamento, en el parlamentarismo mismo como espina dorsal del sistema democrático.
Puestas así las cosas servidor solo ve una alternativa para que se desarrolle el debate político que exige el caso Bárcenas: la presentación de una moción de censura. Como es obvio la moción de censura estaría destinada al fracaso, pero proporcionaría una magnífica oportunidad para que el parlamento pueda exigir explicaciones al presidente del Gobierno, los grupos políticos se posicionen sobre el asunto y el Congreso de los Diputados recobre su muy escachada dignidad democrática como depositario de la soberanía nacional. Una ocasión inmejorable para que el PSOE presente una alternativa política (si la tiene) y los grupos minoritarios dibujen su actitud de ruptura o resignación con una corrupción cuasiestructural que reduce la democracia a un trapo sucio y maloliente.

Publicado el por Alfonso González Jerez en Retiro lo escrito 1 comentario

De lo necesario hoy

No sé lo que es Canarias, pero no ignoro que las controversias identitarias suelen conducir a una melancolía embrutecedora. A propósito de la festividad oficial de la Comunidad autonómica he encontrado dos tesis, por llamarlas de alguna manera: las que señalan que no hay nada que celebrar, salvo la propia indignación, y las que, astutamente, proponen aprovechar la jornada para contraponer al discurso oficial una reivindicación crítica y alternativa. Es bastante aburrido. En ambos casos, curiosamente, no se deja de rendir pleitesía al calendario político-administrativo. No se me alcanza por qué debe uno indignarse hoy más que el próximo jueves, y proponer una alternativa crítica al discurso oficial – si es que tal discurso oficial no es otra cosa que un conjunto de sintagmas osificados y eslóganes publicitarios – es cosa que, supuestamente, debería practicarse a diario.
Dudo mucho que esto que nos ocupa o desocupa sea o deba ser una nación. Un viejo filósofo nos advertía que todas las naciones se ríen las unas de las otras y que a ninguna le faltan razones para hacerlo. No se equivocaba. No necesitamos nación, banderas, himnos, días conmemorativos, mártires, estatuas ecuestres ni sellos de correos. Es urgente que conozcamos mejor nuestra historia, pero no para convencernos de que tenemos razón  — la historia, una retratista despiadada, suele descubrir cosas desagradables de los individuos y los colectivos – sino para curarnos de nuestras propias estupideces y mezquindades e intentar no repetir viejos, persistentes, sacralizados errores y fingimientos. La historia debería servirnos, en fin, para cuestionarnos cruelmente, no para conseguir un argumento favorecedor de nuestros prejuicios, anhelos o fantasías. Y con unos límites. Un país que se pasa la vida intentando saber quién es devine un lugar inhabitable, una dicharachera tribu de charlatanes, una colección de pretextos hastiantes, una retórica fantasmagórica que se persigue inacabablemente por los pasillos de sus malolientes obsesiones. No necesitamos una nación ni una sempiterna apelación furiosa o entristecida de la identidad, sino la reivindicación y construcción de una comunidad democrática de ciudadanos libres e iguales que comparten principios de participación política, convivencia y justicia: exactamente lo que hoy se está intentando demoler. Yo estoy dispuesto a hacer cualquier cosa por mi país, salvo convertirme en un patriota.

Publicado el por Alfonso González Jerez en Retiro lo escrito ¿Qué opinas?

Ocultar (siempre) la verdad

En uno de los momentos culminantes (ejem) de su discurso en el Congreso de los Diputados del pasado martes, el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, afirmó que ya nadie le preguntaba en ningún sitio si España iba a solicitar el rescate de la Unión Europea. Al presidente, en ese estilo inigualable de contertulio de casino batuecasiano, se le antojaba un síntoma de que las cosas marchaban mejor. En realidad, la respuesta a esta observación de Rajoy era muy sencilla: “Nadie te lo pregunta porque el rescate ya lo pediste, atontao”.  En efecto, un rescate como el de Grecia ha resultado siempre impensable, dado el tamaño de la economía española, y se optó, parece mentira que haya que recordarlo apenas unos meses más tarde, por solicitar un crédito financiero extraordinario – un rescate limitado al supuesto saneamiento de la banca española – que podría elevarse hasta casi 100.000 millones de euros y que estaba sometido, a través de un minucioso memorandum, a unas condiciones técnicamente ventajosas pero políticamente determinantes. Desde ese preciso momento se cerró el círculo y toda la estrategia de la política económica y fiscal española se desarrolla, de facto, en coordinación con las instituciones comunitarias, y ya está. Es un dineral, por supuesto, que hay que devolver, y que devolveremos todos vía impuestos y a través de un poquito más de desgradación y colapso de los sistemas de protección social y asistencial.
Rajoy se mostró también muy orgulloso del llamado saneamiento de las cuentas públicas, es decir, de la evolución del déficit presupuestario, en el que, en realidad, basa casi todos sus esfuerzos en materia económico-fiscal. Es extraño. Según la Intervención General de la Administración del Estado (IGAE), en el año 2012 las administraciones públicas gastaron casi medio billón  de euros, un 47,60% del PIB. Y eso supone, tanto en términos absolutos como en porcentaje del Producto Interior Bruto, un récord de gasto público desde que existen estadísticas oficiales fiables. En cambio, en números redondos, solo ingresaron 382.000 millones de euros. Pese a los patéticos cacareos del señor Rajoy y su equipo, el déficit alcanzó casi el 7%, y eso que no se contabilizó el crédito extraordinario, lo que no significa que no se tenga que pagar, aunque nadie parece reparar en que los afortunados que tengan trabajo currarán, en parte, para apuntalar la devolución de un crédito utilizado para mantener a antiguas cajas de ahorro en un estupendo estado de zombificación: despidiendo a empleados y si conceder un maldito crédito a familias y pequeñas empresas. La cuestión es por qué no se reduce el déficit y las administraciones públicas siguen gastando que es un primor. Con todo atrevimiento, no creo que sea tan difícil entenderlo. Los que, a partir de esta bviedad, chillan furibundamente exigiendo más y más recortes “reales” –algunos amigos liberales quisieran recortar hasta las gónadas a toda la clase política sin excepción–  en mi opinión, no entienden gran cosa.
A mi juicio hay una evidencia elemental que casi nadie quiere admitir en los dos grandes partidos españoles: recortar a ese ritmo implica, inevitablemente, la destrucción del llamado Estado de Bienestar. Sin mayores novelerías. Es una mentira miserable y ruin negar sistemáticamente lo contrario; afirmar que se trata de “hacerlo mejor con menos recursos” o apelar a sandeces como “la excelencia en la gestión”. Sin duda la excelencia en la gestión, la maximización de los recursos, la racionalización del gasto, son objetivos loables por sí mismos, pero no suficientes para bajar del 3% del déficit público en tres o cuatro años (recortar, en resumen, más del doble de lo que se ha hecho hasta ahora). Y lo son, especialmente, si los poderes públicos se niegan en redondo a emprender auténticas reformas estructurales, desde la desaparición de las diputaciones provinciales hasta acabar con monopolios y cotos cerrados empresariales. En este último año y medio, el Gobierno del PP ha metido un machete implacable en la inversión pública, en la sanidad y en la educación, en I+D+I y en dependencia, pero en el gasto en otras partidas, muy poquito. Lo hace, obviamente, porque allí están las mayores partidas de gasto, junto a tres epígrafes que, con toda seguridad, se verán afectados antes de fin de año: pensiones, prestaciones por desempleo y servicio de la deuda. Recortar aun más supondrá, necesariamente, seguir adelgazando en los mismos capítulos, con lo que el núcleo mismo del Estado de Bienestar será sometido a una voladura controlada, pero rápida. La dirección política apunta a una creciente deslegitimación del sistema político y desafección al proyecto europeo.
En una economía sumergida en la depresión – en una recesión que se prolongará durante años y con un horizonte de recuperación del PIb muy débil hasta la tercera década del siglo – expoliar fiscalmente a ciudadanos y empresas no suele ser un buen negocio. En realidad es contraproducente. Y eso es, exactamente, lo que está haciendo el Gobierno. Por supuesto, prescindiendo de cualquier reforma fiscal que no castigue a familias y pymes y sin emprender una lucha eficaz contra el fraude de sectores profesionales privilegiados y grandes empresas. Las previsiones de ingresos se derrumban y el Estado debe acudir al rescate de comunidades autonómicas en bancarrota o con gravísimos problemas de liquidez mientras se sigue endeudando para mantener su funcionamiento. Ahora se hace con la lúgubre tranquilidad de una prima de riesgo más baja, cuyo decrecimiento, por cierto, muy poco o nada tiene que ver con la política económica y tributaria que se ejecuta en España, sino con un reordenamiento del mercado internacional de la deuda pública bajo el impulso del programa de expansión monetaria lanzado por el Gobierno japonés.
La puñetera realidad es que nos encontramos en un callejón sin salida. La crisis económica propia –asociada a la burbuja inmobiliaria y a una enloquecida efervescencia del crédito —  la depresión económica europea, los errores de diseño de las instituciones y mecanismos comunitarios, y la formidable fuerza de los intereses de un capitalismo globalizado frente a la debilidad de las instancias políticas nos han abocado a una situación que exige acabar con los progresos sociales y asistenciales del último medio siglo, resignarse a una democracia homeopática, pauperizar las clases medias y soportar un nuevo lumpenproletariado en condiciones de exclusión social permanente. O eso es lo que pretenden gobiernos como los del señor Rajoy, la señora Merkel o el señor Passos Coehlo.

Publicado el por Alfonso González Jerez en Me pagan por esto ¿Qué opinas?

Choque de trenes

En la Unión Europea de la crisis de la deuda pública y la cronificada anemia económica existe un conflicto en ciernes entre democracia representativa, estrategias estatales e intereses económicos del capital financiero globalizado. Las elecciones italianas del pasado domingo lo han expuesto claramente. Para horror de bolsas, mercados y gobiernos las urnas arrojaron una situación de inestabilidad política insalvable. Para empeorar las cosas el sistema electoral italiano parece diseñado por un mandril empapado en pacharán, y en parte lo es, pues las últimas reformas al mismo fueron introducidas por Silvio Berlusconi. Precisamente bajo el pretexto de corregir las débiles, insuficientes y a menudo caóticas mayorías parlamentarias que arrojaban tradicionalmente las urnas Berlusconi y los suyos –que eran legión – añadieron un nuevo parche y se estableció que el partido o coalición ganadora obtiene inmediatamente un bonus de 50 diputados. El pasado domingo el partido más votado fue el Movimiento Cinco Estrellas de Beppe Grillo, con el 25,5% de los sufragios, seguido por el Partido Democrático liderado por Pierluigi Bersani, ex ministro de Industria y Comercio con Romano Prodi. Sin embargo, al presentarse coaligado con tres pequeñas organizaciones, Bersani se alzó finalmente con el primer puesto, consiguió el bonus y obtuvo la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados. El problema es que derrapó en el Senado, y desde el Senado se puede bloquear, retrasar y torpedear casi infinitamente al Gobierno y a los proyectos legislativos procedentes de la Cámara. Asombrosamente, Berlusconi superó el 20% de los votos, y menos asombrosamente, Mario Monti, primer ministro en funciones, arañó apenas un 10% al frente de una coalición de centro derecha.

Italia es ese espejo incómodo donde la contradicción entre la democracia representativa nacional y los intereses financieros transnacionales se refleja con cierta obscenidad. La caída de Berlusconi no obedeció a un proceso político interno, a la dinámica de mayorías y minorías: repentinamente los italianos asistieron, atónitos, al nombramiento como primer ministro de un senador vitalicio, excomisario de la UE y exasesor de Goldman Sachs, que fue presentado como un desinteresado, sapiencial y neutral técnico, cuyo concurso era imprescindible para corregir la deriva económica del país y cumplir las estrictas exigencias de la Unión Europea, pero al que nadie – nadie – había votado. Los dos grandes partidos parlamentarios – el Polo de la Libertad de Berlusconi y el Partido Democrático – apoyaron sin apenas rechistar sus medidas. Que este fulminante proceso se haya producido en el corazón de Europa y haya sido –por así decirlo – homologado sin mayores aspavientos no es, sinceramente, una prueba de madurez política e institucional, sino un síntoma de la subordinación de los sistemas políticos parlamentarios a un poder cuya raíz no es democrática y cuyos intereses no son, precisamente, los intereses generales. No se ha refundado el capitalismo, esa fugaz ocurrencia de Sarkosy de poner el cascabel a un tigre. Es el poder del capital financiero está reformando (deconstruyendo) los sistemas democráticos.

Los dos argumentos con los que se pretendido diluir esta incómoda realidad son harto cuestionables. El primero es muy sencillo: había que alegrarse de la aniquilación política de un inmundo delincuente como Silvio Berlusconi. Pero, tal y como demuestran las últimas elecciones, el canalla de Berlusconi sigue ahí, políticamente vivo, y no se ha avanzado un centímetro en cercenar su fabuloso poder económico y empresarial o en acercarlo al banquillo de los acusados. El segundo es más sofisticado y apunta a la transferencia de poder político de los estados a la Unión Europea y a la imperiosa necesidad de cumplir, en beneficio de todos los agentes, las decisiones económicas y fiscales de la UE. Pero una cosa es la transferencia de poder y competencias de los estados a la Comisión y otra distinta suplantar la voluntad política expresada en las urnas y tutelar, si no maquinar sigilosamente , cambios de gobiernos y programas en plena legislatura, como ha ocurrido en Italia.

Los resultados electorales del pasado fin de semana no dejan de ser una respuesta de los italianos al experimento Monti (desde un punto de vista político) y al austericidio como eje de la política comunitaria  (desde un punto de vista económico). Lo han rechazado clamorosamente votando a Grillo y a Berlusconi. Nuevo ejercicio de licuefacción del sentido: los italianos han votado a dos payasos. No, no es exacto. No es necesario reseñar lo que es el berlusconismo. Como figura política Beppo Grillo puede ser un botarate,  pero no es un criminal. Su programa, ciertamente, se asemeja mucho a una carta a los Reyes Magos: su relativo desinterés por lo económico resulta asombroso y sus propuetas carecen de articulación interna, de coherencia argumental, de rigor expositivo y análisis realista sobre una coyuntura de endemoniada complejidad. Más que un programa político recuerda a los cahiers de doléances  que se presentaron en los Estados Generales previos a la Revolución Francesa. A buen seguro muchos de sus electores habrán optado por el Movimiento Cinco Estrellas no como alternativa de gobierno, sino como oportunidad para la protesta desde un escepticismo absoluto sobre las posibilidades de regeneración del sistema político italiano. Una protesta desengañada, carnavalesca y hasta nihilista.

Italia – junto a Grecia – es un grave y preocupante aviso de un choque de trenes entre legitimidades e intereses que ya no parece capaz de conciliar e integrar el modelo de democracias parlamentarias europeas.  Todas las encuestas advierten que, en caso de convocatoria electoral,  en España se desataría una situación de ingobernalidad. Un gran jurista italiano, Luigi Ferrajoli, explicó ya en los años setenta que el moderno sistema de democracia representativa, de carácter oligopolista, consensual e integrador se presenta y publicita como síntesis política de toda la sociedad.  Ese modelo de democracia consensual es el que está colapsando. Cuando ya no existe la posibilidad de consensos, el equilibrio de intereses se reduce a un mal chiste, la alternancia política se desdibuja y solo es posible una única estrategia político-económica que empeora la vida cotidiana de la inmensa mayoría de los ciudadanos sin un horizonte verosímil de recuperación, ¿hasta qué punto se puede seguir hablando de un sistema democrático, de legitimidad política, de la autonomía de pueblos y ciudadanos?

 

Publicado el por Alfonso González Jerez en Me pagan por esto ¿Qué opinas?