democracia

Esta democracia no aguanta tres años más

La imagen perfecta que simboliza este precipicio en el que caemos incesantemente es ese concurso convocado por comerciantes de Santa Cruz de La Palma y patrocinado por el Cabildo Insular, en el que el premio es un puesto de trabajo. Un puesto de trabajo indefinido, si bien esta última expresión resulta un poco confusa: gracias a la reforma laboral del Gobierno del PP los contratos indefinidos son tan indefinidos…Ya en los Manuscritos de economía y filosofía explicó Marx que el trabajo no era otra cosa, para el régimen del capitalismo industrial, que una mercancía que vendía el obrero: su fuerza de trabajo. Los comerciantes de Santa Cruz de La Palma son, por lo tanto, marxistas, profundamente marxistas, como marxista debe ser la presidenta Guadalupe González Taño, a medio camino entre un marquesote y una Rosa Luxemburgo. El regreso del trabajo como mercancía (exactamente igual que una nevera, un televisor o un jamón de bellota) es un ligero pero valioso síntoma epocal, una modesta clave de la degeneración de la cultura democrática y la consciencia cívica del país, cuya salud, si somos sinceros, no ha sido muy robusta nunca.

En apenas un año de Gobierno – ahora a punto de cumplirse – Mariano Rajoy y su equipo ministerial se las han arreglado estupendamente para destartalar la cultura democrática del país y las condiciones políticas, institucionales, jurídicas y económicas de las que se nutre y por las que puede testarse la salud de los derechos y libertades de un sistema político. No ha sido necesario colocar en el poder Ejecutivo a un falso tecnócrata a la italiana: el líder del PP esta dispuesto a cumplir escrupulosamente los compromisos económicos y fiscales con la Unión Europea. Por supuesto, el ajuste fiscal está destinado al fracaso. Ni este año ni el próximo conseguirá el Estado español los objetivos porcentuales de déficit público por una razón básica: porque es imposible. No puede someterse a una economía a semejante esfuerzo fiscal sin agudizar todavía más la crisis económica: los efectos contractivos  del ajuste se proyectan inmediatamente en la caída de la demanda interna, lo que lleva a la paralización de la actividad económica. En España más de un 90% del ajuste fiscal descansa en recortes de gasto e inversión. El aumento de ingresos, a través de una actitud más diligente de los inspectores de Hacienda y de cambios normativos que afecten a grandes patrimonios y empresas, ha quedado cuidadosamente descartado. Un ajuste vía ingresos castiga a los perceptores de rentas y a los consumidores, mientras que un ajuste como el diseñado y ejecutado – con un trazo técnico a menudo chapucero –por el Partido Popular penaliza a los empleados y a los beneficiarios de las prestaciones y servicios ofrecidos por el Estado. La llamada consolidación fiscal, con el objetivo último de una sempiterna estabilidad presupuestaria,  tiene, por lo tanto, una dimensión distributiva que masacra a las rentas del trabajo y se ceba con la mayoría social. Y esta masacre no tiene horizonte para finalizar. Cinco millones de desempleados (casi 300.000 en Canarias) lo certifican.  Tanto el FMI como el Banco Mundial no prevén un crecimiento del PIB español por encima del 2% (justo el suficiente para comentar a generar empleo neto) hasta el año 2018. ¿Puede soportar un país cifras de cinco o seis millones de parados durante otros cinco años? ¿Qué ocurrirá cuando más de la mitad de los desempleados – quizás tres millones de personas a principios de 2014 — carezcan de cualquier subsidio?

Mientras se recorta una y otra vez el gasto y se penaliza la inversión desde el Estado se obvia cualquier reflexión sobre el modelo de crecimiento económico sobre el que deberían proyectar las potencialidades del país para comenzar a crecer, pagar deudas, arrojar beneficios y crear empleo. Solo se escuchan loas disparatadas sobre el excelente comportamiento de las exportaciones españolas, como si las ventas de naranjas, aceite de oliva y fregonas pudieran sostener la economía de un país que ha visto abandonada su industria tradicional en los años ochenta y noventa y no ha podido incardinarse en la economía de la información y el conocimiento: el espacio dificultosamente recorrido en los últimos veinte años (con resultados notables en biotecnología, por ejemplo) ha sido devastado por la acelerada supresión de la muy modesta inversión en investigación y desarrollo, el raquitismo sobrevenido de los centros universitarios y científicos, la extirpación de las becas de investigación. Es repulsivo que se siga difundiendo la expectativa de un regreso colectivo a la situación socioeconómica de 2006. Este viaje no tiene regreso. No hay casilla de partida a la que retroceder. Esto no es una crisis económica intensa pero coyuntural, sino una mutación política, económica y social que pauperizará, segmentará y adelgazará a las clases medias y creará un nuevo y amplio lumpenproletariado entre los trabajadores más humildes. Y que como colofón gestará una democracia jibarizada y minimalista que flotará como nata agria sobre un tejido social que no facilitará, sino que dificultará estructuralmente la igualdad de oportunidades de los ciudadanos.

La democracia no es únicamente un mercado electoral y un conjunto de derechos como el de expresión, reunión y asociación. La democracia es, precisamente, un régimen proactivo a favor de la igualdad de oportunidades, y su principal instrumento para alcanzar este objetivo ha sido el Estado de Bienestar.  Uno de los grandes pensadores políticos actuales, Adam Przeworski, ha establecido tres condiciones que se han de cumplir para que pueda admitirse la ciudadanía  sea efectiva en un Estado democrático: 1) Los gobiernos y sus funcionarios deben estar de acuerdo a la Constitución y a las leyes, 2) la efectiva regulación del Estado en las relaciones privadas que garantice la neutralización de los conflictos, y 3) el ejercicio real de los derechos de los ciudadanos debe de contar con el requisito previo de la existencia de condiciones económicas y sociales mínimas. En España, y en otros países europeos como Italia, Portugal o Grecia, los dos últimos requisitos de esta definición de ciudadanía democrática están, al menos, en cuarentena.

La exigencia de la destrucción del Estado de Bienestar – no de su reforma — puede proceder de las políticas financieras y económicas decididas en Bruselas, pero en su concreto modelo de desmantelamiento interviene la agenda conservadora del PP: es una ocasión espléndida para la privatización de la sanidad pública, por ejemplo, por el jugoso negocio que promete. La transformación de las políticas sociales en un asistencialismo minúsculo con más relación con la caridad que con los derechos ciudadanos también conspira activamente contra la democracia y su cultura política. Y simultáneamente a la voladura controlada pero imparable de los tres pilares del Estado de Bienestar (educación, sanidad y dependencia) el Gobierno de Mariano Rajoy ha quebrantado la tutela judicial efectiva convirtiendo la justicia en un supermercado donde solo podrán comprar el derecho a litigar o a defenderse los que puedan pagárselo, introduciendo al efecto unas tasas abusivas y miserables. Los principios democráticos se diluyen en una estrategia de hechos consumados y son sustituidos por las virtudes teologales: en el poder político que sabe lo que hace y me conviene, esperanza en que un día las cosas mejoren y caridad para los que caen a millares diariamente en la pobreza y la exclusión social. El concepto de ciudadanía se evapora: la participación en la actividad política consiste en refrendar lo único que puede hacerse y los derechos cívicos (a la salud, a la educación, a una jubilación digna) son crecientemente mercantilizados.

Para todo esto ha bastado un año. Solamente un año. Sinceramente, no creo que la democracia pueda sobrevivir tres años más bajo semejante ritmo de reformas.

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Democracia intervenida

Desde un punto de vista fáctico, y hablando en puridad, Mariano Rajoy ya no es presidente del Gobierno español. Mariano Rajoy es una suerte de testaferro que gestiona con su equipo un conjunto de políticas económicas y fiscales impuestas desde los órganos de dirección de la Unión Europea cuyo cumplimiento será supervisado periódica y sistemáticamente. Como es obvio, las Cortes tampoco legislan en sentido estricto: su principal cometido, en los próximos años, consistirán en la convalidación de los decretos-leyes que, por lo general con cierta urgencia, les remitirá el Ejecutivo. Como el presidente ya se abrasará bastante con su propia política, no menudeará sus visitas al Congreso de los Diputados a fin de evitar críticas, diatribas y sofocones superfluos. El proyecto de la UE supone una cesión de soberanía estatal a favor de instancias federales o confederales superiores; algo muy distinto es la intervención de una economía, que tiene como correlato inevitable una democracia intervenida. Una situación que, tal y como expone José Fernández-Albertos en su muy recomendable libro, parte del premeditado aislamiento de la política económica respecto a las demandas de la ciudadanía y nadie sabe dónde termina, aunque cabe sospechar que en ningún lugar demasiado salutífero para los principios democráticos y los derechos cívicos que han costado muchas décadas conquistar y consolidar.

Lo realmente terrible de esta circunstancia es que las fuerzas de resistencia ante semejante catástrofe parecen, para decirlo con suavidad, más bien exiguas. Ciertamente decenas de miles de personas recibieron en Madrid a los obreros del carbón, entre aplausos y piropos, pero uno comienza a sospechar que más que compromiso político en esas manifas se practica una catarsis colectiva sin efecto alguno en el curso de los acontecimientos. Luego media docena de idiotas provocan un incidente policial y los cuerpos y fuerzas de Seguridad del Estado ya tienen pretexto para soltar patadas y porrazos con una seña que, hace un par de años, hubiera supuesto una fulminante solicitud de dimisión del ministro del Interior. Sí, soy pesimista. Y cuando leo algunas de las alternativas que se plantean desde sensibilidades dizque de izquierdas mi pesimismo empieza a transformarse en desolación. Observen ustedes las propuestas de una Asociación de Inspectores Fiscales para aumentar la recaudación. Estos técnicos de buen corazón apuntan, por ejemplo, que la reducción de la economía sumergida “en diez puntos” supondría una recaudación fiscal de nada menos 38.577 millones de pesetas. Pero, hombre, hombre, si tú obligas a aflorar fiscalmente la economía sumergida, la mayoría de los negocios que reptan por esas alcantarillas se extinguirían. Porque la mayor parte de las actividades de la economía sumergida tienen ese margen de rentabilidad que las convierte en interesantes a sus desaprensivos muñidores, precisamente, en eludir cualquier responsabilidad tributaria. Con estos fantasiosos placebos nos consolamos mientras se construye a martillazos, sobre la espalda de la mayoría, un modelo social depredador, encanallado y brutal cuya legitimidad democrática se evapora entre telediario y telediario.

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Órdago

Como actualmente la acuciosa estupidez de la izquierda solo es comparable como el insaciable cinismo de la derecha se puede disfrutar de una doble versión sobre el primer ministro griego, el señor Papandreu, y su anunciada decisión de convocar un referendum para que sus conciudadanos voten sobre el segundo plan de rescate y sus monstruosas exigencias. Para la derecha (liberales, conservadores y ahora temblequeantes socialdemócratas) Papandreu es un canalla irresponsable; para los restos de la izquierda se ha transformado, repentinamente, en un héroe comparable a Aquiles, con una urna sustituyendo al casco. Lo único que está haciendo Papandreu, por supuesto, consiste en portarse como el chalanero político que es, o sea, plantar un órdago a los mandamases dela UE. Ome sueltan el rescate enterito y dejan de amargarme la existencia o con la legitimidad de un referendum colapso Europa. Puede que no llegue a hacerlo. Puede que el próximo viernes no sea primer ministro ya que ha presentado en el parlamento una moción de confianza que parece a punto de perder. Lo que realmente estomaga es la tenaz imbecilidad de los gobiernos europeos por permitir derivar esta situación hasta este punto de demencial inmolación política y financiera. La resistencia suicida en tomar decisiones y convertir al Banco Central Europeo en una auténtica autoridad monetaria con capacidad para emitir moneda, comprar bonos en el mercado primario y crear sus propios productos financieros. En esta clamorosa inoperancia – una orquesta de sordos dirigida por la señora Merkel con el talento musical de un panzer —  no pintan demasiado, la verdad,  esa alegoría de malvados capitalistas de chistera y levita del imaginario izquierdoide, sino el miedo político a la apertura de procesos difícilmente controlables, el cálculo de intereses y el pánico electoral.

¿Y qué decir de frases como “Grecia vuelve al ágora y nos escandalizamos”? Pues poca cosa. Que el ágora nunca fue democrática. Que Grecia es una democracia parlamentria desde hace un cuarto de siglo. Que el referendum en Grecia no va a ahorrar ni un suspiro de un atroz sufrimiento social que se prolongará durante lustros, tanto si siguen dentro del euro como si recuperan el dracma: impagos, desintegración de la banca, aceleración de la huida de capitales, hundimiento del producto interior bruto, desaparición definitiva, por falta de fondos, de los sistemas públicos de educación, sanidad y pensiones. Las consultas democráticas no son varitas mágicas. La democracia es un método de gobierno, una garantía de derechos y una aspiración ética, no una política económica ni un bálsamo que todo lo cura con solo pronunciar su dulce nombre.

 

 

 

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Democracia esquelética

Las campañas electorales no son la evidencia de la vitalidad de las democracias representativas, antes al contrario, dejan en pelota picada todas sus insuficiencias, contradicciones y falsedades legitimitadoras. Se insiste en que la democracia cabe en un armazón normativo de garantías para la alternancia en el gobierno, en un sistema de partidos competitivos donde sea posible la existencia de mayorías y minorías y en un conjunto de mecanismos doctrinales e institucionales que establecen la división de poderes y cierta justicia equitativa. Y con ese relato básico, supuestamente, vamos tirando. Todo lo que no se atenga al hermoso retrato al óleo antes descrito suena a sospechoso galimatías, a borrón malintencionado, a garabato pueril. Es esta descripción reduccionista y anémica de la democracia política la que permite a los grandes partidos oligarquizados y a sus dirigentes prácticas habituales que, en periodo de campaña electoral – es decir, entre comicios europeos, nacionales y locales cada dos años – se intensifican hasta un consensuado delirio en infinitas declaraciones: la mentira, la inepcia, la simple o tortuosa estupidez, el maniqueísmo moral e intelectualmente insultante, la sistemática prostitución de la realidad.
Leo que José Manuel Soria promete a sus electores todo un ejercicio de austeridad. Reducirá el Gobierno – se debe referir a los cargos públicos, porque no musita una palabra sobre lo que hará con los funcionarios — y se deshará de la mitad de los coches oficiales. Es el mismo Soria, evidentemente, que durante más de tres años fue vicepresidente y consejero de Economía y Hacienda. Es el mismo Soria, claro está, que a las pocas semanas de tomar posesión de su cargo, abrió una línea presupuestaria para adquirir varios automóviles de alta gama. Es el mismo Soria, sin duda, que amplió y reformó su despacho en la Consejería de Economía y Hacienda hasta dotarlo de dimensiones escurialenses. Y por último, es el mismo Soria que dirige el Partido Popular y que colocó en las listas en Fuerteventura a la señora Águeda Montelongo, quien, al frente del Patronato Insular de Turismo, se dedicó a facilitarte vacaciones gratis total en unos casos, y vehículo a su libre disposición en otros, a varios cargos públicos conservadores, entre otros, según las informaciones publicadas, al secretario general del PP canario, el señor Manuel Fernández.
En una democracia más amplia, sólida, transparente y participativa el señor Soria se quedaría callado. Y en su casa. Pagando el alquiler.

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La lengua sacrificada

De vez en cuando, desde que tengo (mala) memoria, se publica algún curioso estudio o una estadística tremolante que insiste en la pobreza de lenguaje de los adolescentes o los jóvenes. En los últimos años lo más frecuente es relacionarla con el voraz consumo de televisión, el fracaso escolar o el uso de las videoconsolas. Más recientemente se insiste en la malvada influencia de la telefonía móvil e Internet. No sé. Es posible. Un amigo me insiste en que gracias a las redes sociales, particularmente a facebook y a twitter, la gente escribe más que nunca. Expreso mi escepticismo de guardia. El twitter es una falsa conversación entre aforistas frustrados. Un señor que sabe mucho de esto, don José Luis Orihuela, el responsable de una bitácora de referencia, e.cuaderno.com, seleccionó hace algún tiempo sus “favoritos en twitter”, una suerte de antología de mensajes memorables en 140 caracteres. Entre los más brillantes figuran los siguientes:
“Cuando el título del cargo del funcionario (sic) ocupa más de una línea ese tipo está puesto para complicarlo todo”
“¿Y tu media naranja? Por ahí, rodando con las mandarinas equivocadas”
“Haciéndome demasiadas preguntas que nadie podrá contestar…Relax, estamos a lunes”
“La mujer maravilla, el hombre araña”
“Que no te preocupe la muerte, sino poner algo importante entre tú y la muerte”
“Qué difícil es decir no y hacerlo bien”
“Conozco a una chica tan fashion que en ligar de nachos pide Ignacios”
“Trabajar es la manera más rentable de perder el tiempo”
“No quiero comodines, sino bazas firmes. Si no llegan, continuaré haciendo solitarios”.
“En el descanso, Internet sigue 2.0”
Ejem. Maese Orihuela debió leerse muchos miles de mensajitos durante un año para espigar este florilegio de prodigios, en los que es difícil encontrar influencias de Canetti o de Óscar Wilde, precisamente. La mayoría de los twitter seleccionado se me antojan greguerías frustradas, como las que sus seguidores le remitían inmisericordemente en cartas o postales al pobre Ramón Gómez de la Serna, cuando no chistecillos del tres al cuarto. Por supuesto, en cualquier momento puede llegar Agustín Fernández Mallo y convertir esto en un subgénero posliterario. Creo que la más prudente es no lanzar análisis precipitados (como los del propio Orihuela: “twitter es el sistema nervioso de la nueva sociedad de la información”) ni confundir las redes sociales con una explosión de participación en lo público o una salutífera recuperación de la palabra y sus valores éticos y estéticos. A mi amigo le contesté que, en el plazo de una década, sería posible eludir la escritura en facebook o en el twitter: emitirías oralmente tu mensaje o tu apunte y el dispositivo técnico en cuestión se encargaría de convertirlo en letra impresa o imprimible. Quizás puedas igualmente, a golpe de voz, colgar fotografías, gráficos o vídeos. Veamos entonces lo que queda de excipiente literario en las redes sociales.
La habitual jeremiada del empobrecimiento lingüístico entre los adolescentes es más una expresión de hipocresía que la constatación de una obviedad. Basta con un somero análisis de las retóricas y los mensajes de candidatos y partidos políticos en la actual campaña electoral para comprobar que su uso del lenguaje no desdice el de un adolescente con problemas para superar el bachillerato. De hecho, después de leer tres intervenciones públicas, espigadas al azar, de Paulino Rivero, José Miguel Pérez y José Manuel Soria puede asegurarse que ninguna de las mismas utiliza más de un millar de palabras, poco más de las 700 que puede manejar con cierta soltura un quinceañero escolarizado. Lo peor, con todo, no es la pobreza léxica y la expulsión del matiz a los infiernos, sino la momificación de una sintaxis misérrima que a veces linda con el agramatismo. No se trata de una torpeza compartida que tenga como precio la insignificancia: es la insignificancia mantenida como objetivo comunicativo central. La insignificancia del mensaje político (sea nacionalista, conservador o socialdemócrata) busca la desidentificación frente al electorado para no perder un solo voto: los coalicioneros buscan no parecer demasiado nacionalistas para no extraviar sufragios que ni siquiera merecen ser llamados regionalistas, los conservadores persiguen no ahuyentar a ningún segmento del electorado centrista y moderado, los socialdemócratas, atraer a quienes no son socialdemócratas. La simplificación y la rutinización de la banalidad resultan, igualmente, el soporte de la crítica y descalificación del adversario político-electoral, que viene a ser la principal actividad retórica de los partidos mayoritarios y de muchos que no lo son: el adversario ni siquiera es descalificado por lo que hace y propone sino, especialmente, por lo que es: un nacionalista, un derechista, un socialdemócrata, un ecologista o hasta un antisistema.
En un espacio público fuertemente intervenido por los intereses partidistas y por la ideología de status quo, este miserabilismo lingüístico y cultural se convierte en el sistema gramatical de legitimación de las estructuras de poder. A través de un conjunto de técnicas y recursos lingüísticos (circunloquios, elìpsis, frases-titulares, adjetivos de distracción, falacias esculpidas en el mármol de la estupidez propia y ajena) la realidad queda debidamente amaestrada y a cualquier intromisión en este enjuague se le aplica la disonancia cognitiva. Los medios de comunicación tradicionales tienen una responsabilidad ineludible en esta catástrofe cotidiana que convierte cualquier proclamación de pluralismo, en el mejor de los casos, en un propósito hilarante y al cabo frustrado. Y eso es lo peor, porque como nos enseñó Karl Kraus, la degradación de la lengua es equivalente a la degradación del pensamiento, de la cultura y de la participación política. “El poder no solo no es separable de las víctimas, sino también de la lengua. Lengua y poder se nutren”. Gracias a eso, a la destrucción del lenguaje como instrumento de reflexión y crítica, Paulino Rivero puede afirmar que Canarias tiene el mejor sistema educativo de Europa, José Manuel Soria criticar acerbamente la política económica de un Gobierno en el que fue consejero de Economía y Hacienda durante tres años y medio, José Miguel Pérez aseverar que su objetivo principal será la mayoría social cuando sus compañeros en el Gobierno español están aplicando una política de ajustes presupuestarios brutales y recorte de derechos sociales, los dirigentes socialistas andaluces proclamar su honestidad incólume o Francisco Camps presentarse de nuevo a la Presidencia de la Generalitat valenciana rodeado de una docena de imputados en las listas del Partido Popular. Un carrusel de insignificancias verbales adorna y pretende justificar esta descarada putrefacción moral cuya descomposición comienza a heder en los adjetivos y circunloquios empleados en cada caso. Nadie respeta la lengua porque nadie respeta ya los principios y exigencias del sistema democrático y viceversa. En el altar de los parlamentos, las cúpulas empresariales y los grandes medios de comunicación la lengua es burlada, martirizada y reducida a un guiñapo e ignoramos que lo que se está sacrificando no es otra cosa que nosotros mismos. “Enseñar a ver abismos allí donde aparecen lugares comunes: eso sería una tarea pedagógica para una nación crecida en pecado (…) Ninguna imaginación es más grande que la posibilidad de pensar dentro de ella. La imaginación consigue figurarse un afuera que abarca la plétora de felicidades de las que uno ha carecido: es una recompensa para el alma y para los sentidos y aun así abrevia. La lengua, en cambio, es la única quimera cuya capacidad de engaño no acaba nunca: es lo inagotable que no empobrece la vida. ¡Que el ser humano aprenda a servirle!” (Karl Kraus, La Antorcha).

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