PSOE

Torres, sin novedad

Ángel Víctor Torres - Wikipedia, la enciclopedia libre

Los que esperaban a que después del XIV Congreso del PSOE el presidente y secretario general Ángel Víctor Torres procediera a cambios en el Gobierno pueden tomar una silla,  sentarse e incluso echar una siesta. El Hombre que Detiene a los Volcanes está decidido a no mover ficha, salvo en muy contadas y puntuales  circunstancias, como la sustitución del director general de Dependencias, un individuo tan inútil en la gestión como penosamente desvergonzado, por una militante socialista técnicamente solvente. Un cambio, por lo demás, diseñado de tal manera que parece un proceso interno de Podemos o un avatar cosmológico sin conexión alguna con Presidencia del Gobierno. Torres es un dirigente político muy conservador y sabe que un cambio conduce a otro y éste tiene su repercusión en otro ámbito y por ese camino puedes construirte un cadalso o, al menos, una colección de fricciones y neuralgias. Necesita a Nueva Canarias como socio multinivel que además apoya con su único diputado al Gobierno de Pedro Sánchez. Necesita a Unidas Podemos para que se siga desgastando en la Consejería de Derechos Sociales pero sin privarles de su cuota de poder: que dos de sus diputados vayan a parar al PSOE pero que Noemí Santana saque tres para aportarlos –si es factible- a una nueva mayoría en 2023. Necesita – obviamente — a Casimiro Curbelo. A todo el mundo le urge un trasero donde sentarse y los de la ASG están dispuestos a ejercer como leales glúteos de cualquier Ejecutivo, aunque cobrando, por supuesto. Estén atentos – por si se le pasa desapercibido a alguien – por la situación de toda la feliz gente que ha entrado a trabajar durante los últimos dos años en las empresas y entidades públicas que controlan los casimiristas, porque muchos juran y vuelven a jurar que les han prometido dejarlos de funcionarios para siempre jamás.

Sobre su propia organización ya todo quedó claro el pasado noviembre. El PSOE –también en Canarias –ha culminado ya plenamente su proceso de cartelización, que había arrancado en los años ochenta, y socialdemócratas isleños lo han podido hacer, precisamente, gracias a alcanzar amplísimas cuotas de poder político-institucional desde julio de 2019. La forma-partido es básicamente una maquinaria propagandística y una herramienta electoral que tiene como principal función ganar elecciones, no examinar y debatir ideas en el espacio público ni reformar profundamente la realidad social. La teoría es un eslogan y la praxis válida vencer en las urnas.  Todo lo demás es un decorado retórico de pompa y circunstancia alrededor de algunos ritos – congresos, discursos, mítines – y abandonada cualquier reflexión dialógica, la elaboración de un discurso narrativo esencialmente sentimental y polarizante hacia el exterior y legitimador a través de la nostalgia hacia el interior. La jerarquía del partido cartelizado se articula alrededor de la lealtad perruna, el oportunismo adaptativo y los acuerdos y desacuerdos intestinos.  En Canarias, y para demostrar lo canarios que son (el doble objetivo es edulcorar su dependencia estratégica de Ferraz y levantar la quijada ante el nacionalismo) el PSOE se puesto en el sobaco unas gotitas de cultura identitaria.                                                           

Los equilibrios que debieron hacer Torres y sus acólitos para la nueva comisión ejecutiva regional tienen más importancia estética que práctica, como demuestra el caso de la organización insular tinerfeña, contentada con migajas de poder partidista, migajas con nombres y apellidos a cambio de un voto hondo y oscuro como un profundo pozo. Mandan los secretarios insulares que, desde el control de las corporaciones de sus respectivos territorios, han sabido construir un sistema sólido de caudillaje más o menos clientelizado en el que participan alcaldes y concejales y del que dependen laboralmente muchos cientos de personas. Con ellos negoció Torres el congreso para apuntalar una comisión ejecutiva elefantiásica e inoperante que desde entonces solo se ha reunido dos veces. ¿Y para qué más? Ni cambios en el Ejecutivo ni reconfiguraciones partidistas: queda año y medio del eslogan como teoría y ganar las elecciones como praxis y ya no hay tiempo que perder. Ni siquiera se exige hacerlo especialmente bien. Basta con que la gente sienta que la pesadilla ha terminado y venderles esa vaga, ahíta y atemorizada percepción como la mismísima realidad. 

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No ser Iván Redondo

Servidor sería incapaz de diagnosticar aquí y ahora si existe un empate técnico entre Ángel Víctor Torres y Fernando Clavijo en el caso de celebrarse elecciones autonómicas. Pero, por supuesto, yo no soy Iván Redondo, es decir, no tengo la oportunidad de equivocarme fastuosamente y acumulando fracasos y victorias pírricas llegar a la gloria. Como meatintas ultraperiférico lleno con mis errores mis bolsillos y sigo adelante hasta el próximo bocadillo de choped. Uno sospecha que el tiempo de los diagnósticos más o menos tranquilos, de los diagnósticos reposados y con buena digestión, ha desaparecido. Intuyo que más o menos, dentro de ciertos límites, puede pasar casi cualquier cosa. Pondré un ejemplo. Santa Cruz de Tenerife es un municipio que siempre se había definido por un voto mayoritariamente conservador. Esa supuesta obviedad se fundió en las elecciones de 2019, cuando la victoria de CC fue nítida, pero la izquierda quedó a cuatro puntos porcentuales de la suma de la derecha y el centroderecha. Ahora mismo se rumorea que el exdiputado de Podemos, Alberto Rodríguez, a los mandos de una agrupación de electores y con el apoyo de las diversas fuerzas a la izquierda del PSOE – desde Sí se Puede a Unidas Podemos — podría presentarse al ayuntamiento santacrucero dentro de año y medio. No, no ganaría, pero estoy más o menos convencido de que rentabilizando su marca personal y con una buena campaña electoral – y sabe organizarlas — Rodríguez tendría una oportunidad razonable de hacerse con la Alcaldía, por supuesto, con el respaldo del PSOE. E intentar entender esto con los viejos patrones interpretativos – chantacrú… en carnavaaaaaaaaaaaaaaaaal —  resulta imposible y, a veces, realmente patético.

La dirección federal del PSOE gestiona sobre su organización territorial canaria una visión distinta a la de hace ocho o diez años. Cuando el PSOE disponía del fenomenal granero electoral andaluz y aun rentabilizaba satisfactoriamente su situación en Cataluña los diputados que podría conseguir en Canarias – o en La Rioja – eran una preocupación marginal. “Háganlo ustedes lo mejor posible”, me contó una vez Juan Carlos Alemán que le soltó como toda consigna y todo viático José Blanco, por entonces todopoderoso secretario de Organización. Ya no es así. El PSOE debe luchar diputado a diputado para retener y a ser posible incrementar su modesta mayoría en las Cortes y los quince escaños que suman las circunscripciones canarias son muy jugosos y –según piensan en el Gobierno y sus inmediaciones – relativamente baratos en términos presupuestarios. Esa es la clave del reencuentro entre la dirección federal – y el liderazgo de Pedro Sánchez –con las organizaciones territoriales: disputar hasta el último voto en una situación electoral instalada en la anormalidad, en la fragmentación, en lo discontinuo, en lo disruptivo más que en lo acumulativo, en un oportunismo sistemático más que en la coherencia y la continuidad.  El PSOE de Ángel Víctor Torres y Nira Fierro – una versión de Fred Astaire y Ginger Rogers bailando sobre huevos – tiene todo el apoyo de los dirigentes nacionales, es decir, todos los múltiples medios que puede ofrecer la dirección federal para los comicios autonómicos y locales de 2023. Si algunos parecen escandalizados en los gastos en prensa y propaganda del Ejecutivo regional – y no solo en la televisión autonómica —  lo mejor es que esperen la leche y la miel que van a llover sobre los bienaventurados, especialmente si la recuperación económica sigue languideciendo o se frena en seco.

Esta es la transformación nuclear del escenario político canario tradicional que necesariamente impacta tanto en los socios del PSOE como en los adversarios electorales, especialmente, Coalición Canaria, al que el discurso oficial psocialista intenta deslegitimar como fuerza política desde julio de 2019. Claro que probablemente me equivoque. El error es una de las consecuencias más melancólicas de no ser Iván Redondo.  

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El procesamiento de Casimiro Curbelo

La vieja costumbre de los responsables políticos de decidir si sus acciones son graves o intrascendentes, no digamos si son legales o delictivas, sigue teniendo un largo recorrido, aunque expresa una sinvergüencería excepcional. El partido en conjunto o el político en concreto disponen de muchas maneras de negar, deformar  o maquillar la evidencia, pero quizás ninguna tan repugnante como arrogarse la facultad de decidir lo que ha ocurrido y de proclamar serenamente (por supuesto) su nula responsabilidad en el asunto. El Tribunal Supremo ha decidido procesar a Casimiro Curbelo por las amenazas y agresiones que presuntamente dirigió, en compañía de su hijo, a varios agentes de la Policía Nacional en 2011 y que le costaron el veto de la dirección federal a presentarse de nuevo al Senado. Ya se sabe lo ocurrido posteriormente: Curbelo abandonó el PSOE, creó otro partido a su medida y arrasó en las elecciones autonómicas y locales de 2015: consiguió tres de los cuatro diputados de La Gomera y reforzó su mayoría absoluta en el Cabildo Insular. Ahora, al conocer su procesamiento, Curbelo apenas ha pestañeado. Los ciudadanos pueden estar tranquilos. No ocurrirá nada. Es un asunto menor.
No. Que el Tribunal Supremo procese a un político en ejercicio no es un asunto menor.  No se trata ya de un juzgado de primera instancia, sino del órgano constitucional que es el tribunal superior en todos los órdenes. Habrá que repetir la obviedad hasta que sangre: en cualquier país democráticamente civilizado un político al que el Tribunal Supremo – o su equivalente – decide procesar es un político que se ve abocado a dimitir inmediatamente, con independencia de la sentencia judicial final. La aseveración del responsable público según la cual no merece siquiera hablar de un hecho tan irrelevante no resulta siquiera tolerable. Es como si el autor de una supuesta estafa millonaria garantizara que su procesamiento se reduce a una anécdota; poco más o menos, lo afirmado bajo diversas versiones por corruptos y corruptores en la trama Gürtel. Este cinismo pringoso y despreciable debería encontrar como respuesta el repudio social y el rigor periodístico: preguntarle al señor Curbelo, por ejemplo, en virtud de qué principio político, jurídico o ético considera que puede absolverse a sí mismo y esbozar una sonrisa beatífica cuando se te va a procesar por insultar, amenazar y golpear (presuntamente) a varios policías en la puerta de una comisaría. Y eso después de una gresca (es una presunción) que causó varios desperfectos en una sauna, es decir, en un delicado y vaporoso prostíbulo, bendecido por la presencia del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo del Senado.
Curbelo no es precisamente tonto. Si opta por ese enrroque y no piensa ni por un segundo en abandonar su reino de taifa es porque sabe bien, muy bien, que negarse a dimitir no le supondrá ningún coste electoral. Absolutamente ninguno. Todo el mundo pudo leer – incluso en La Gomera – las informaciones sobre el escandaloso incidente madrileño, al igual que todo el mundo conoció – especialmente en La Gomera – las acusaciones de la investigación policial sustanciada en el sumario del llamado caso Telaraña, momentáneamente archivado. Y sin embargo se votó a Curbelo más que con amor, con frenesí, y desembarcado de nuevo en el Parlamento, el astuto constructor de un neocaciquismo entre corleonista y socialdemócrata promete a sus electores que, gracias a sus tres votos de oro en la Cámara regional, hasta las cabras tendrán jacuzzi en La Gomera. Y así votan los gomeros.  Como cabras. Como cabras agradecidas por favores reales o imaginarios. Más o menos como en todas partes.

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Procura recordarlo

La nueva política consiste en que un mocoso con un corte de pelo de sesenta euros y una cultura de solapas mal leídas te sintetice la historia de España –y del PSOE — como algunos ya tenían la amabilidad de hacértelo en  el bodegón Tocuyo en 1980. La máxima narratológica consiste en que todo es mentira, y no solo el color con que se mira. Hace algún tiempo conseguí en una librería madrileña un librito bobalicón de Juan Carlos Monedero en el que nos describía lo estúpidos que éramos al tragarnos el cuento de la Santa Transición, porque los tipos como Monedero son así y parten de la obviedad de que los demás somos irremediablemente idiotas y el intelectual progresista se reserva el deber heroico de devolvernos el fuego de la comprensión liberadora. Tanto los cuentos del viejoven de Monedero como las necedades rufianescas están en la peor tradición de las izquierdas: la que se nutre de una charlatana filosofía de la sospecha. Una sospecha cada vez más degradada: Marx sospechaba del orden capitalista, Monedero sospecha de la transición y de las camisas de manga larga de Errejón, Rufián sospecha de los editoriales de El País. Todo es sospechoso salvo, por supuesto, ellos mismos, que se entienden como preclaros sujetos de estudio pero que jamás tolerarían que se les tratara como objetos a estudiar.

Lo de la cal viva, por ejemplo. Los GAL fueron una realidad atroz que hundía sus raíces en el terrorismo de Estado del posfranquismo. El otro día escuché a un joven concejal en la oposición de un ayuntamiento tinerfeño que después de año y medio comenzaba a entender lo que ocurría en esa administración. Los equipos socialistas que llegaron al Gobierno español a finales de 1982 tenían una media de edad que no llegaba a los cuarenta. Apenas el año anterior un golpe de Estado había estado a punto de aniquilar la democracia parlamentaria. Ni los mandos militares ni los jefes policiales habían adquirido los hábitos de una sociedad democrática ni era imaginable –ni quizás eficaz — una purga en el generalato. En esos años de plomo ETA mataba a más de cien personas anualmente, secuestraba, extorsionaba, tiroteaba, se festejaba a sí misma con la ferocidad de un matarife al que nunca le faltaban cuellos que rebanar. Los GAL, que tuvieron una incontestable anuencia desde el Ministerio del Interior, acabaron en 1986, y la opción de la guerra sucia, practicada desde las cloacas del Estado, fue abortada. Pero lo fue por quien gobernaba, no por aquellos que actuaban a sangre y fuego contra el orden constitucional a través de comandos armados bajo la premisa de socializar el sufrimiento. Olvidar la saña criminal e inmisericorde de ETA en los años ochenta para presentar los asesinatos de  Lasa y Zabala como sendas atrocidades que estallan de repente en el cuadro en blanco de la memoria de los rufianes y así condenar la ejecutoria del PSOE en el Gobierno español es muy estúpido, pero también resulta particularmente miserable.

El hombre que presentó en el Congreso de los Diputados la ley que universalizó la sanidad pública en España vio como se le acercaba la pareja de terroristas que le voló los sesos. Ernest Lluch abogó incansablemente en sus últimos años por el diálogo para acabar con la masacre terrorista y la patología moral que –aun hoy — sigue carcomiendo al País Vasco. Lo hizo hasta que lo mataron como a un perro. Procura recordarlo, pequeño, mezquino e ignorante rufián. Procura recordarlo.

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Tomar nota

Que dice el Timonel de la Dulce Sonrisa que Podemos “tomará nota” de los dirigentes regionales del PSOE que apoyen o respalden una eventual abstención de los socialista en el segundo intento de investidura de Mariano Rajoy.  Aunque Pablo Iglesias no fue mucho más concreto, probablemente, no necesitaba serlo. Está a punto de comenzar  — si Rajoy logra ser investido finalmente – la labor de oposición a la oposición que los dirigentes de Podemos creen necesaria para que culmine la pulverización del PSOE. Lo más gracioso es que la amenaza poco velada de Iglesias, que se refería implícitamente a los gobiernos autonómicos y locales en los que Podemos permite que gestionen los socialistas, es una contradicción muy estúpida, porque si Podemos da la espalda a los socialistas, en dichos ayuntamientos y comunidades autonómicas pasaría a gobernar el Partido Popular. Es decir, que Pablo Iglesias, para castigar a los malignos barones socialistas por permitir gobernar al PP, está dispuesto a aumentar el poder territorial del PP.
Por el momento, nadie en el PSOE ha anunciado que tomará nota de la actitud de Podemos en el Congreso de los Diputados ni ha amenazado (por ejemplo) con retirar el apoyo de los concejales socialistas en los ayuntamientos de Madrid o Barcelona, donde son imprescindibles para mantener las mayorías que sustentan, respectivamente, a los gobiernos de Manuela Carmena – su plataforma obtuvo el año pasado solo 20 de los 57 concejales — y Ada Colau – logró apenas 11 de 41 ediles en disputa. Y no lo ha hecho – por no mencionar el sentido común – porque nadie toma notas en el Congreso de los Diputados para basar las políticas de alianza en las corporaciones locales y las comunidades autonómicas. Apuesto que el señor Iglesias tampoco. Pero necesita interpretar el papel de fiscal extraordinario de la izquierda patria para repartir por enésima vez los carnets de decencia e indecencia política.
Lo que realmente es indecente es afirmar con ruin desparpajo que numerosos diputados socialistas – por no mencionar a dirigentes regionales y cargos orgánicos – conspiran activamente para que el PP se mantenga en el Gobierno. ¿Qué saldrían ganando en semejante operación? ¿Entrarían todos antes de fin de año en el consejo de administración de Endesa?  El PP ha ganado las elecciones por segunda vez consecutiva y unos nuevos comicios, muy probablemente, ampliarían esa ventaja. Es imposible construir una mayoría alternativa sólida y verosímil. Rajoy y los suyos no disponen de mayoría absoluta y no podrán gobernar como antes. Un líder verdaderamente preocupado por deshacer las contrarreformas de la brutal derecha española y suavizar el trance que nos depara Bruselas estaría ya negociando una estrategia parlamentaria común con el PSOE y otras fuerzas de izquierdas. No amenazando. No tomando nota. No pensando únicamente en su coleta.

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